El sentido de pertenencia, según Andrea entiende, es lo que da seguridad, lo que convierte a los humanos en alguien distinto de los otros seres que pueblan este mundo. Es la razón la que hace al hombre plantearse y ser consciente de tales cuestiones.
En su corto o largo, pequeño o
grande, simple o complejo raciocinio, sabe que le gusta vincularse. Le gusta
pertenecer a alguien, a algún lugar, a algún rincón, a algún país, a algún
círculo. Se siente bien cuando los demás piensan que forma parte de ellos, que
les pertenece de alguna manera.
La libertad, según ella entiende,
consiste en ser uno mismo junto con los otros. La libertad es complicidad,
armonía, sustancia, raíz. Por eso a Andrea le gusta, quiere y necesita
pertenecer, saber que es necesaria, que para alguien es esencial su presencia.
Eso no la lastra ni le provoca sensación de agobio. Todo lo contrario, tener
esa certeza le da una base desde donde proyectarse y alcanzar cotas que de otro
modo serían impensables.
Lo demás le suena a apártate que me
estorbas. A preconizo tu libertad porque necesito la mía. A quiero estar
contigo cuando me interese, no cuando nos interese a los dos.
Le suena a quiero hacer lo que a mí
me dé la gana cuando yo quiera. Tú me sirves para lo que me sirves y el resto,
lo que tu necesites, quieras o apetezcas, no me importa.
“Libre te quiero, ni mía, ni de
nadie, ni tuya siquiera” le canta susurrando en el oído Claudio como argumento
para defender su punto de vista en una de esas interminables charlas de
madrugada, donde contrastan ideas y pareceres.
Es una buena manera de intentar camuflar el egoísmo-egocentrismo. A Andrea eso no le vale. Simplemente esa no pertenencia la haría infeliz.
Como ella lo entiende, no ser suya, ni de nadie, es una condena a la más absoluta de las soledades. ¿Qué seríamos si ni siquiera, al menos, fuéramos de nosotros?
La libertad, al menos para ella, no
está reñida con el sentido de pertenencia. A Andrea le gusta pertenecer.
Pertenecer a alguien, a algún rincón, a algún círculo, a algún país, a algún
lugar. Sin ese sentido de pertenencia su vida no tiene sentido.
La libertad, querido mío – le murmura
al oído- es otra cosa. Al menos, para mí. Mañana seguimos, hoy se ha hecho muy
tarde.
Después de un adiós estremecido por el
inicio de un bostezo, desliza el dedo sobre el icono del teléfono en rojo y el
silencio invade la estancia.