lunes, 12 de noviembre de 2018

Las falsas promesas



Me engañaron. Me engañaron cuando me dijeron: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el cielo”

Me engañaron con falsas promesas de futura felicidad a costa del presente. Falsas promesas para constreñir el alma, para devaluar en el mercado de la vida mis potencias, las que me fueron dadas al nacer. Dilapidadas en aras de la obediencia, de la servidumbre a lo que decían que estaba bien hecho, a lo que se esperaba de mí.

Me engañaron con cantos de sirena vestidos de domingo, con falsos sermones de caminos al cielo. Me engañaron los que más me querían, mercadeando con sentimientos, desmontando aspiraciones, clasificando sueños.

Contrariamente a lo que me inculcaron, creo firmemente que el dinero ¡sí da la felicidad!

Desconfiad de los que venden paraísos inexistentes poniéndote en el brete de elegir, sopesando el ser y el tener.

Yo soy, y no tengo. He sido y, seré hasta que la muerte me alcance. No necesito “ser”. Necesito “tener”.

Para aumentar los recursos de mi entorno cercano, para dejar de ver necesidad y sufrimiento, para desvalijar los desvanes del miedo al mañana desconocido y hambriento. Para reconvertir rictus de amargura en sonrisas abiertas. Para abrigar los cuerpos ateridos con la manta de la seguridad en el porvenir, estable, sereno.

El dinero no da la felicidad, sermonea a diestro y siniestro nuestra católica cultura. No da la felicidad, pero... ¿Cuántos problemas se solucionan con él?

¡Cualquier situación! ¡Cualquiera! Se suaviza con el dinero que compra calidad de vida al enfermo, que alivia soledades, que espanta los fantasmas de la falta de educación, del hambre, del adocenamiento.

“Poderoso caballero es Don Din Don, din don, es Don Dinero”

Lástima que, en la idealización manipulada de la juventud, nos mientan y nos vendan falsos paraísos de niebla a cambio de renunciar a nuestras metas.