viernes, 5 de mayo de 2023

Casilda

 

Casilda tenía un alma blanca. Una rara avis habitando este planeta. Eso le había costado más de un disgusto que a lo largo de su vida había sabido aquilatar.

Al principio le resultó arduo porque buscaba una reciprocidad en los otros. Más tarde supo, que manteniéndose alejada de las persona cuyos mundos rolaban por otros espacios, encontraba su equilibrio.

Un camino que le podría parecer simple a aquel que no entiende de auténtica independencia.

Una actitud vital que la había llevado a separarse de ideologías, manuales y dictaduras del pensamiento, fueren de la índole que fueran.

Ajena a los mensajes que manipulaban cada uno de los sectores de la sociedad, volcaba todos sus esfuerzos en vivir en paz consigo y con el mundo en derredor.

Esto no quiere decir que no supiera defender sus derechos y exigir lo que era de justicia cuando lo creía necesario.

Al fin y al cabo, pensaba, pertenecía a este mundo, por poco que le gustara, y mientras que permaneciera en él, estaba dispuesta a suavizar en lo posible su tránsito y el de las personas que la rodeaban.

En su personal percepción de la vida creía, que, si cada uno de los habitantes del planeta hiciera por mejorar su círculo más cercano, el mundo sería mucho mejor. Sin necesidad de grandes movimientos. Contando únicamente con la buena voluntad de cada individuo.

Una filosofía de vida que mantuvo hasta el final de sus días. Los que la conocieron bien, la admiraron. Los que coincidieron con ella en un trecho del camino, agradecieron su compañía. Los que compartieron con ella retazos de vida, aún añoran la calidez de sus abrazos.

Esos que, decenas de años después de su partida, siguen honrando su memoria y su legado. Enseñanzas que impartió sin violencia. Sin imposiciones. Sin adoctrinar. Enseñanzas que perduran en el corazón de aquellos que la amaron y tuvieron la suerte de formar parte de su vida.




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