domingo, 5 de junio de 2022

Un retrato poco ejemplar



En los tragos largos que ha ido dando a la botella, Antonio encuentra, una vez más, el placer que le producen los vapores del alcohol. Una satisfacción buscada a conciencia. 

Una satisfacción que no encuentra con nada. Cuando el alcohol penetra en su sangre el cerebro bulle, las ideas se aclaran y la perspectiva del mundo cambia.

El ánimo exaltado agita su imaginación y desata su verborrea, ya de por sí proclive y generosa.

"Me siento bien" - Se dice a sí mismo - "Tampoco he bebido tanto".

Después del café pide un segundo whisky para seguir la conversación distendida con el amigo que no ve desde hace meses. Casi siete.

Antonio no necesita excusas para beber. Aunque siempre busca alguna que lo justifique. Le gusta. Así de simple. Lleva bebiendo desde su juventud. Y como dice a todo aquel que le quiera oír: “Yo soy así. Y eso no va a cambiar”

Unas veces bebe como un acto social. Sus héroes del celuloide lo hacían y él los imita.

Las películas de su época estaban llenas de protagonistas que exaltaban su hombría a través del cigarrillo pegado a los labios, las broncas a puñetazos y las borracheras compartidas con el amigo leal, que sellaban el compromiso hasta la muerte.

Otras veces lo ha hecho hasta caerse, en soledad, para curar las heridas. Heridas que no sanan por mucho alcohol que les eche.

La mayoría de las veces, bebe porque sí. Porque forma parte de sus hábitos y costumbres. Su carta de presentación al que no le conoce, nadie dirá que no le advirtió, es: “Estoy mayor, tengo disfunción eréctil y soy alcohólico”

El que se acerca a él tendría que saber que no es una ironía. Aunque en ese momento, sus modales impecables, su conversación inteligente y su mirada profunda lleve a pensar que es un juego, es la pura verdad.

El día de después es otra cosa. Con los años su cuerpo aguanta menos. Alcanza el umbral de la borrachera muy rápido y en cambio superar la resaca le lleva muchas horas. A veces, días enteros. La lengua espesa se pega al paladar, el cuerpo no responde y al cerebro embotado le cuesta pensar.

En esos momentos, a veces, le entra "la murria" como él la llama. Cosa que no le preocupa. Compañera vieja de fatigas sabe cómo amansarla. Mitiga sus efectos metiéndose en la cama todo el tiempo que considera necesario, bebiendo mucha agua y fumando un poco menos.

Cuando recupera su normalidad se incorpora de nuevo al mundo, donde, en un breve o largo periodo, dependiendo de los efectos que le haya causado su última cogorza, vuelve a repetir el esquema.

Al fin y al cabo, como Antonio dice, la vida es breve y nadie sabe cuál es su último día. ¿Por qué tendría que dejar de hacer lo que le gusta?

Exultante por la vivencia que acaba de compartir con su amigo y tras despedirse efusivamente con la promesa de repetir el encuentro, enfila con pasos bamboleantes la acera mientras escucha y observa, dentro de su nebulosa, cualquier persona o situación que le propicie la ocasión de intervenir, dándole así la oportunidad de continuar su inagotable cháchara.

La caída se desencadena como una consecuencia lógica, enfrascado en su monólogo interior no ve la diferencia de altura en la acera, tropieza y cae estrepitosamente.

Rodeado de la gente que ha acudido en su ayuda, mira desde el suelo el corro de caras recortadas sobre el cielo azul y piensa, una vez más.

 -Uno de estos días, definitivamente, tengo que dejar de beber.

 

  

1 comentario: