miércoles, 5 de abril de 2023

El hombre en la ventana

 


Érase una vez un hombre que observaba la vida desde una ventana.

Tales cosas, veía, a través del cristal que se mantenía prisionero de un espacio circunscrito a un escaso metro cuadrado, a pesar de la amplitud externa que se abría, ancha y larga, ofreciéndole mil posibilidades.

En sus manos un pequeño artilugio le conectaba con el mundo. Ese mundo que se le escapaba entre las manos y que él buscaba en la letra impresa donde encontraba, a través de la opinión de otros, una verdad sesgada.

Fundamentada en esas opiniones, elaboraba complicadas teorías donde construía sus exactitudes irrefutables.

Absorto en el pequeño visor de cristal líquido ignoraba el paso del tiempo, las personas reales, las oportunidades que surgían y desaparecían en su cielo cómo estrellas fugaces.

Cualquier vivencia propia era enmascarada por las fantasías que poblaban su cerebro.  Algunas personas se acercaron a él con la esperanza de encontrar su mirada perdida. En vano.

En el mundo que él se zambullía cada vez eran menos los que buscaban la independencia y más los que sucumbían al poder irrefutable del reflector omnipresente noche y día.

Adicciones que acaban con la comunicación. Sean cuales sean. Provengan de donde provengan. Alcohol. Tabaco. Drogas. Redes sociales… Caminos sin vuelta atrás. Tiempo irrecuperable. Vacíos que nadie llena. Aislamiento. Soledad que busca paliativos a la comunicación personal.

Esa madrugada, primera de un nuevo año, sucesión de otras muchas, Raquel, huérfana de contacto humano, se debatía en mil conjeturas tratando de encontrar la razón de la sinrazón mientras contemplaba, en la misma habitación donde estaba ella, al hombre en la ventana, circunscrito a un metro cuadrado y a la realidad encajonada en su pequeña pantalla.

Detrás de él, a lo lejos, algunos fuegos artificiales pintaban de color, a retazos, el negro de la noche.