domingo, 5 de enero de 2020

Noche de Reyes


Esta es una tarde noche especial. Es la tarde noche en la cual la ilusión se abre camino en el mundo materialista que escupe mordazas a los corazones nobles. Es la tarde que precede a la noche mágica donde florece la confianza. Donde las pupilas se dilatan al compás de las estrellas. Donde el amor se hace dueño y habita. En todos los rincones del país las calles se engalanan, la música trepida y la mente y el corazón se hace niño. Una vez más retorna a los momentos en los cuales, en aras del amor, bailaba al son de la infancia.

Esther después de un día duro ha conseguido llegar a casa. La lluvia bate con furia los cristales hecha música tras meses de sequía. Ha entrado como una bendición barriendo la ciudad de norte a sur. Limpiando plazas y avenidas, dejando la suave humedad penetrar por cada poro de la piel.

Con el alma aleteando como una mariposa percibe el sortilegio que se acerca. Siente la oleada de esperanza que se expande por la tierra. Es cinco de enero. La noche de los sueños. La noche mágica. No en balde fueron magos los reyes que acudieron a Belén. Más magos que reyes. Los mismos que hoy nos brindan en estas horas trepidantes el palpitar suave que atenaza las gargantas.

Esther puede tener noventa años o nueve. Puede tener siete o setenta. Ella está dentro del más amplio abanico de edad que se os ocurra. Desde el más longevo habitante de nuestro país al incipiente recién nacido que olfatea en el aire las emociones que le envuelven.

Al llegar a casa, ha encendido el árbol que tintinea en mil colores refulgentes, ha escurrido la ropa, ha extendido el paraguas y se ha conectado a través de la pantalla. Una pantalla que hace de polarizador y transmuta emociones paladeadas en sus más bellos años, cuando hecha un manojo de nervios se zambullía en la Cabalgata.

Navidad tras Navidad disfruta del día más feliz, donde la magia cobra vida. Donde los sueños se cumplen. Donde se olvida la realidad para sumergirse en la infinitud de la fantasía. Ese mundo legendario donde tendríamos que permanecer, alejados del que llamamos verdadero y que acaso no exista. Ese otro que tal vez sea solo una proyección de no sé qué ansias de sentir. Ansias de vivir lo inesperado. Una cierta adicción a la adrenalina de este cuerpo físico que contiene al espiritual que brinca y baila, que sueña y estalla, que reluce e irradia amor.

Quizás es lo que somos, lo demás son piruetas existenciales, proyecciones, aventuras. Eso piensa Esther sentada en el sofá. Con las luces del árbol reflejadas en sus ojos. Con el alma abierta al mundo que los empedernidos pragmáticos pretenden desterrar a base de boicots, soterrados o no, a las fiestas de la luz.

- En estas ganamos todos -se dice -En las otras, ganan las minorías que se lucran a costa del daño que infringen. Por mucho que pretendan acabar con ellas esgrimiendo que es pura comercialización, estas Fiestas son un canto al amor, donde los fuegos artificiales son salvas de pólvora coloreada que pintan el cielo en racimos de flores. Los que mercadean con el mal instauran fuegos que no son de artificio. Bombas racimo que destrozan cuerpos y pueblos, que destruyen vidas y generaciones para enriquecer a las grandes compañías. Los que trafican con armas y propician guerras. Monumentales laboratorios que fabrican medicinas para una población que ellos mismos enferman. Altos estamentos que controlan, machacan y asolan países mientras ellos se enriquecen.
           
Esther abre los ojos y deja que la nube negra que ha entrado por un momento en su pensamiento se vaya lejos. Centra su atención en las imágenes de vivos colores, destapa una cerveza y brinda por esta humanidad que por unos días sacude el dolor, se envuelve en risas y deja que los niños sean los motores de la existencia.