lunes, 5 de septiembre de 2022

Café de París

 

 

Hace juego la sonrisa con la impoluta chaqueta y el pelo blanco, que bordea en cuidado corte su cabeza para que no destape el resto de la frente, bronceada como el rostro y las manos, que desliza displicentes acariciando el teclado.

La voz timbrada y cálida, se acopla a las canciones conocidas. A través de su garganta aparece un asomo de Elvis mezclado con un toque de Roy Orbison y otro poquito de Engelbert Humperdinck.

Modula con extremo celo cada nota, dejándola caer lánguida sobre la señora de la pulsera azul y la dentadura perfecta, que le mira encandilada con un gesto de adoración. Él, por cortesía, le dedica apenas unos segundos de atención mientras busca con la mirada “jovencitas de cuarenta” que alegren su lozano corazón aventurero.

Su sueño fue vivir de la música y aquí está, ahora, con sus más de setenta colmados, encubiertos por los afeites que sabe aplicar con arte y que acompaña de impecables ademanes.

El otrora conquistador noctámbulo permanece escondido, agazapado, en algún pequeño entresijo del cantante del Café de París.



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