sábado, 14 de diciembre de 2019

Amanda



Amanda se ha levantado temprano, como de costumbre. A veces, le aprieta la vida con la urgencia de su larga lista de cosas pendientes. Otras veces, simplemente retoza envuelta en las sábanas de algodón blanco, acoplada al mullido colchón se concede la licencia de alfombrar sueños en la diáfana luz de la mañana.

Una vez desovillados los hilos de la existencia se pasea medio vestida componiendo las estancias, acarreando los objetos que saltan a su vista diciéndole que ése no es su lugar. A su paso derrama una estela limpia que envuelve su figura de rápidos y certeros movimientos. Casi parece que danza al compás de la música que resuena en su cabeza.

Al cruzar el pasillo se detiene ante el espejo bajo la luz que derrocha la lámpara de cristal. Mira de frente dedicándose una sonrisa de “buenos días” y retira a un lado el pelo que le cae sobre la cara. Se acerca y escruta con lentitud los rasgos cambiados. Cuántas mujeres asoman a ese rostro. Cuántas vivencias impresas en la tez. Es cierto, se dice- tengo arrugas ¿Y qué? ¿A quién le importa? Dándose la vuelta lanza un beso hacia la imagen reflejada en la luna de cristal.

Sí. Amanda tiene arrugas porque ha expresado sus sentimientos, sin ambages, mostrando lo que afloraba en cada momento. Sin escatimar gestos. Tiene cicatrices en la piel y en las entrañas. Memoria de lo que ha sido, proyecto de lo que será.

El paso del tiempo ha marcado su cuerpo y ella se enorgullece de las señales que ha dejado sobre él. Rechaza la careta que intentan venderle, ficticio reflejo embozado en plastilina.

En los surcos que se adivinan, en los vestigios tallados a golpes de años, en la dejadez relajada del instante eterno, en todo ello se sustenta el valor de quien es.

Osada y serena contempla surcos y otras menudencias que se deslizan amables. Ninguno destaca. Se queda con el brillo de los ojos que proyectan la fuerza del alma. 

Lo demás son falsos mercadeos de máscaras mediocres. Falaces mentiras que no consiguen desterrar la verdad. Eso sí, los fariseos llenan sus bolsillos.