viernes, 28 de febrero de 2014

Animalizarse




Es bueno animalizarse de vez en cuando, buscar la inconsciencia, vivir de espaldas a la avalancha de información que inunda nuestro cerebro, retrotraernos al tiempo en el que se ignoraba el por qué, el cómo, el cuándo. Pertenecer al presente inmediato siendo actores de nuestra vida en el teatro del momento, ajenos a los entresijos del libreto.

Es bueno animalizarse de vez en cuando y olvidarnos de las pantallas que vuelcan su información en catarata dejándonos el cuerpo aterido, al descubierto. Un acumulo de datos sobre nuestra anatomía, el desarrollo de la posible enfermedad, el vaivén de las hormonas, los pasos contados que hay que dar hasta alcanzar un estadio de madurez.

Minuto a minuto podemos a través de San Internet, santo que reúne más acólitos que toda la Corte Celestial junta, saber qué sucede en nuestro cuerpo, en nuestra alma, en nuestro cerebro.  Se nos explica paso a paso el desarrollo de enfermedades, acontecimientos, historias, entresijos, dimes y diretes de cualquier situación que podamos vivir en lo personal o en lo colectivo, da igual lo intrincado del bosque anatómico o la lejanía kilométrica del asunto, allí está plasmado en palabras cifras y datos al alcance de cualquiera.

Conocer, descubrir desde nuestra propia óptica y nuestra propia experiencia, explorar nuestro camino sin orates dictadores del pensamiento que influyan nuestros actos, desprovistos de camisas de fuerza que anulen nuestro criterio.

No se trata de cerrar los ojos y caminar a tientas, sino cubrir nuestra mirada de la luz cegadora que nos impide atisbar el camino. Demasiada información a veces emborracha y priva de la magia de vivir el momento sin saber qué portentoso milagro se obra en el cuerpo, qué infantil candidez impulsa los primeros pasos, qué estímulo ancestral nos lleva al deleite, qué misterio se oculta en el proceder humano.

A veces sería bueno animalizarnos y vivir sólo el momento, semejantes al corzo que mira el infinito, ajeno al posible depredador que aceche su carrera.

 

martes, 4 de febrero de 2014

El error


El traspiés, quizás el mayor dislate de donde parte el epicentro del terremoto que abre la grieta de la separación es, sentirse invadido, asaltado, forzado.

Gran error es ocupar una casa ajena o dejarse ocupar percibiendo el imperceptible cambio que va transformando el entorno protector. Se desdibujan los perfiles de las estanterías que contienen los libros. Saltan rostros ajenos a los marcos de las fotografías. Las prendas desubicadas buscan dónde cobijarse en aras del orden personal que cada quien impone a sus cosas.

La casa única se construye juntos. Desde el primer esbozo en el papel. Desde la percepción errática en pos de sueños comunes. Haciendo la lista desde los más pequeños enseres necesarios para la nueva aventura que comienzan.

Nadie se siente asaltado. Ninguno invade la estructura vital que late en cada ladrillo. Aquí fabrican los sueños, su futuro, su hogar. Los dos se aprestan a aportar lo mejor que poseen. Es el comienzo desde la nada al todo de sus sueños.

¿Qué pasa en cambio cuando el bagaje es otro? ¿Cuando existe el sentido de la pertenencia marcado por la huella del esfuerzo en cada estancia? ¿En cada mueble? ¿En cada habitación? ¿Qué pasa cuando el miedo acuchilla sombras y se cubre con el escudo de lo mío y lo tuyo?

Es una auténtica invasión la que se ejerce sin pretenderlo. Invadimos o nos invaden. Cambiamos rutinas. Añoramos silencios. Buscamos tiempo en soledad que nos devuelva a la placidez del hueco que nos cobija.

¿Qué hacer entonces? Difícil coyuntura se presenta a todos aquellos que han desgajado sus sueños y pretenden construirlos de nuevo. Es necesario renunciar a todo. Olvidarse del acopio que hemos hecho para tiempos futuros. Cerrar puertas y empezar de cero en un destino distinto.

¿Una casa vacía para llenar juntos con sueños y realidades? Parece fácil. ¿En realidad es posible renunciar a todo y empezar de cero? Fermín lo duda.

Tendría que volver el viento loco que alborota su alma y abre compuertas, cuando las veletas giran desbocadas a mil por hora y la sangre sube hasta la cabeza pintando el gesto de desafío en la boca resuelta. Sólo entonces saltaría de nuevo al vacío asido a la maleta de transportar los sueños.