Llega
el día en que sin saber cómo ni cuándo aunque volvemos la cabeza alrededor y el
cerebro gira loco buscando un punto de amarre, nada hay salvo nosotros mismos,
nadie queda en nuestro entorno al cual acudir en demanda de ayuda.
Es
imposible desempolvar el tiempo gozoso de la lágrima consolada, del pecho
acogedor, del abrazo cierto.
Todo
se ha deshecho en un fogonazo cegador, agostando los días y las noches de
seguridad confiada, de absoluto desconocimiento, de absoluta certidumbre.
¡Qué
dulces los tiempos en que arrullada por tus cantos me mecías entre sueños, me
colmabas de besos, me llevabas en tus brazos!
Nada
más seguro que tu calma, tu firmeza, tu permanencia. Foco de todas las
alegrías, consuelo de todas las penas.
Lejos
de ti la tempestad arrecia sin cueva donde cobijarme, sabiendo con absoluta
certeza que ya nunca, nadie más, me cuidará igual que tú.
Nunca
nadie antepondrá mi seguridad a la suya, mi felicidad a la propia o escuchará
mis quejas con la sonrisa abierta.
Nadie,
mamá, nadie me querrá como tú. ¡Qué desperdicio el tiempo malgastado teniéndote
cerca! ¡Qué vida absurda que rompe presencias! ¡Maldita! ¡Maldita vida atroz
que destierra sonrisas!
Desperté
de un mal sueño con el tesoro incombustible de tu alma prendida en mí. Tus
manos, caricia permanente en los días aciagos Tu existencia creando luz entre
tinieblas. Tu permanente amor, y otra vez tu entrega, tu
generosidad, tu fe en mí.
¿Dónde está?
¿Dónde
se ha ido el tiempo de la seguridad y la fuerza?
Muero
de angustia entre soles refulgentes. Me inunda la congoja ¡Por Dios! ¡Qué pena!
No tengo a quién contárselo, nadie
escucha mi queja. Rebotan las lágrimas sobre el teclado desnudo, el aire abrasa
los pulmones, la oquedad sin fin de la cabeza deshace con hilos torpes la
angustia, la aceptación, el dolor.
La
verdad es ésta.
Todo
lo demás son ensoñaciones torpes de niña pequeña que busca las faldas de su
madre para refugiarse en ellas, que avienta el aire olfateando su olor tratando
de sentirla cerca.
Tu
calma es mi calma, tu seguridad mi fuerza, tu valentía mi adalid, tu coraje mi
bandera. Abro mi pecho a tu espíritu y dejo que me posea, y tú, presta, acudes,
entras hasta lo más hondo y acunas mi esencia.
Aquí
estás, en mi mente, en mis manos, en mi cuello, en mi lengua, en mis labios, en
mi paciencia, en mi valentía, en mi dulzura, en mi resignación, en mi
fortaleza... Aquí estás mamá. Conmigo.
Por
conocerte ha merecido la pena vivir.
¡Sí
mamá, por ser tu hija, vivir, ha merecido la pena!