Tomé aire y me sumergí siguiendo las instrucciones del entrenador. Habían pasado meses desde que Alberto me habló de su proyecto. Tenía contratado un paquete vacacional que incluía, además del maravilloso viaje a las islas de ensueño, su bautismo de buceo y varias inmersiones en las mejores zonas.
Cuando
me lo contó me miró con malicia parapetado tras sus gafas rayban. Podía
percibir a través de los cristales ahumados la sorna con que me observaba. Mi
mirada también debió ser elocuente.
—¡Caramba!
No me mires así—, me dijo Alberto.
—Sabes
que llevo años queriendo hacer ese viaje y que tú me lo has impedido— le
contesté.
—Bueno,
lo que se dice impedir… —La sorna volvió a teñir el gesto y las palabras de
Alberto.
—¿Y
qué si no? Cada vez que lo tenía organizado me necesitabas para resolver un
problema de trabajo o me pedías que cogiera las vacaciones en otra época. Todo
eran impedimentos a mi proyecto.
—Pues
ya lo siento. Yo sé que el uno de octubre sale mi avión y yo me voy en él.
No puedo expresar la rabia que despertaron sus palabras. Tantas veces había querido estar en su lugar… Dirigir la empresa, tener la sartén por el mango, distribuir a mi antojo beneficios y prebendas. Que fueran los demás los que dependieran de mí, no ser yo el que estuviera rogando y teniendo que lamer culos para al fin no obtener nada.
Aunque
siendo fiel a la verdad, el que siempre había hablado de sacarse el curso de
submarinismo había sido él. Ese era su sueño y yo me lo había apropiado, como
tantos otros anhelos a los que no podía aspirar.
Una
vez más, Alberto iba a conseguir lo que se proponía, pero esta vez yo no estaba
dispuesto a que se saliese con la suya. ¿Qué había dicho? ¿Que el uno de
octubre salía su avión? Tenía que evitar que tomara ese vuelo. Ya me encargaría
yo de encontrar la forma de hacerlo.
Y…
¿sabéis una cosa? lo logré. Ahora estoy aquí en su lugar. Nadie sospecha que he
usurpado su nombre y que la tarde antes del viaje le cité en la obra diciéndole
que era imprescindible su presencia. Nadie se imagina que su cuerpo reposa en
el fondo del gran foso sobre el que se va a construir el edificio. Me costó. Tuve
que asestarle varios golpes y arrastrar su pesado cuerpo hasta el borde de la
zanja. Miré como se sumergía en las aguas fangosas que se habían acumulado
después de las últimas tormentas. Al día siguiente las hormigoneras comenzaron
a hacer su trabajo.