viernes, 19 de abril de 2019

Cruce de caminos - Querencia


Eran aquellos días en qué atravesaban la ciudad de un extremo a otro, cada uno en direcciones opuestas, cruzándose quizás, en los distintos niveles que recorrían, de norte a sur y de este a oeste, vías, túneles, pasos elevados.

Olfateaban su olor entre los millones de seres que se movían, como ellos, arracimados en vagones trepidantes.

Les llegaba, entre tanta energía esparcida, la suya en particular, como un hilillo blanco de niebla atravesando rincones y espacios, sorteando vacíos y espesuras de piel hasta cercar su entorno con un halo protector.

Se sabían seguros cuando percibían el aliento del otro envolviéndoles como una suave caricia, intangible, persistente.

Nadie podía percatarse a su alrededor, ellos sí. Para su especial percepción era fácil percibir la huella, sentir el latido sincrónico batiendo junto a sus pasos.

Distinguían la respiración al unísono, la cercana solidez que despejaba el mundo con su abrazo invisible, formando un tándem indestructible, en aquellos días de cruces de caminos que saltaban obstáculos, bailando al compás, en la inescrutable y siempre sorprendente sinfonía de la vida.