sábado, 5 de febrero de 2022

Las comparaciones no son odiosas

 

Desde niño ha tenido la capacidad de percibir las dos caras de la vida, los dos extremos, como si contemplara las dos perspectivas que descubrió al caminar por el estrecho sendero que le llevaba al volcán del Rincón de la Vieja. A la derecha un gran valle, fértil, frondoso y verde, con huertos y árboles frutales, un clima excepcional donde la alegría se enseñorea del instante y los arroyos murmuran vertiendo su lengua de plata por encima de la tierra. En el otro lado una pendiente prolongada de rocas y arena en la cual podía precipitarse al menor descuido y un viento inclemente que sacudía las pocas plantas que crecían tímidamente al borde. Turbonadas de tierra girando en el espacio. En lo más hondo, la boca impredecible del volcán.

Si esto lo transmuta, si lo cambia por esas dos vertientes humanas que ha observado desde su niñez, percibe, a un lado, seres afortunados que gozan de todos los privilegios sin esfuerzo. Les viene dado como un gran regalo. Poseen, no sólo un techo sobre su cabeza, sino una casa espléndida. Ropas que además de cubrir su desnudez hermosean su cuerpo. Lugares a los que ir en diversas partes del mundo. Gente que sea o no por el interés, acompañan sus horas y se preocupan, o fingen preocuparse, por todo aquello que les ocurre. Alguien con quién compartir alegrías y penas. Agraciados en la lotería existencial que jamás saben lo que es el hambre, el frío, o la desesperación por no poder suministrar lo más elemental a sus hijos.

En el otro lado ha visto a otros hombres luchando por conseguir lo más esencial, que no faltara un plato caliente en la mesa, romperse el alma para procurarse un techo sobre sus cabezas y ropas para cobijarse del frío. Individuos que han de pelear como titanes cada logro de su vida. Acostumbrados a caer y levantarse muchas veces si son afortunados y la fatiga no les rinde.  Algunos, cuando se hunden, si el coraje y las circunstancias no los acompañan, son incapaces de volver a ponerse en pie. Sucumben sin remedio y ruedan por la pendiente, hasta el fondo, donde son olvidados entre los perdidos.

De ahí la reflexión de Ramón en contra del dicho popular: “Las comparaciones son odiosas”.

Él piensa lo contrario, porque aquellos que no tienen un rasero, una medida diferente a la suya, una perspectiva del mundo distinto al que contemplan cada día, no sabrían valorar lo que poseen. Ya sea un techo donde guarecerse, un plato de sustento, una mano a la que asirse, una boca que responda su sonrisa o una compañera con la que despertar cada mañana.

Cada uno de ellos podría pensar que lo natural es eso. Que es natural que sus ojos se abran y vean la luz. Que es lógico que al llegar la noche se acuesten en una cama mullida y confortable. Que cada vez que padecen hambre o sed tengan alimentos y agua a su alcance para cubrir sus necesidades.  Que vivir en familia disfrutando del intercambio cariñoso con sus seres queridos, es lo normal.

De la comparación quizás nazca la envidia o la insatisfacción, que es a lo que alude el dicho popular. A Ramón le sirve para apreciar lo que tiene, para ser consciente de los dones, de un valor incalculable, que recibe cada día y que él saborea a pura conciencia y puro placer.