lunes, 5 de diciembre de 2022

Anarquía

 


Cuando una persona vive sola tiende a volverse anárquica. No porque sea desordenada. Ni nadie especial. Ni nadie diferente. Es probable que relaje la disciplina. Eso que todos los médicos, psicólogos y enaltecedores de saludables pautas físicas y mentales recomiendan para mantener el equilibrio tanto en cuerpo como en espíritu. Dicen: «Hay que cumplir un plan preestablecido». Delimitar la hora en que te despiertas, a la que te acuestas y un horario para cada una de las comidas. Y, de esta manera, constreñir el proceso de nuestro tiempo; enmarcarlo de acuerdo a las pautas de producción y consumo de la sociedad actual.

¿Acaso los animales en libertad se marcan un horario? ¿O sencillamente están regidos por la luz solar? El hombre, en el intento de controlarlo todo, no sólo ha pervertido sus propios ritmos circadianos sino también los de los animales cautivos, ya sea en granjas de explotación o en régimen de mascota para su propio disfrute y consumo.

Sabemos que los primitivos homínidos regían su tiempo y sus espacios por la luz solar, igual que los animales. Es decir, cuando despuntaba el alba se ponían en marcha y se dedicaban a buscar alimentos, defenderse de los peligros que les acecharan, procurarse protección de las inclemencias y de los enemigos naturales hasta que el ocaso los llevaba de nuevo a buscar cobijo en su refugio.

¿Qué es lo que rige la conducta de los seres que habitamos este planeta? Desde que los humanos nos hicimos sedentarios cambió el concepto de sociedad y se estableció un sistema en el que nos organizan desde el nacimiento. Someternos a una organización impuesta no supone renunciar a la libertad.

Cada uno de nosotros escogemos, dentro de nuestras posibilidades si rendirnos o batallar. Si proyectarnos como enanos o como gigantes. Hay uno o muchos momentos, donde la decisión depende exclusivamente de nosotros. ¡Ay de aquel que piense que son los demás los que le hacen adoptar uno u otro comportamiento! Culpar al mundo y a sus circunstancias de lo que nos pasa, es la forma más fácil de escapar de nuestra propia responsabilidad por lo que nos acontece en el día a día.

Son muchas las reflexiones que podríamos hacer sobre este asunto. Yo simplemente me remito a mi experiencia personal. Creo que siempre he sido díscola en mis pensamientos y conductas sin exculparme, sin embargo, al achacar a otros las decisiones que he tomado en mi trayectoria vital.

La libertad de acción, después de años sometida a la tiranía de un horario laboral, me permite ejercer, ahora, esa desobediencia sin trabas. Levantarme cuando me viene en gana. Dormir cuando tengo sueño. Comer cuando tengo hambre. Bailar cuando suena la música. Respirar a pleno pulmón o recluirme en mi cueva de ermitaño cálida y confortable cuando el cuerpo lo demanda o la mente necesita reposo.

Es la gran libertad que muchos no toleran, no saben o no pueden disfrutar.

No todos los seres humanos tienen la capacidad de estar en su propia compañía. Es cierto que es muy diferente la soledad buscada a la soledad impuesta. Pero ¿Quién nos impone que tomemos un camino u otro?  El libre albedrío, ese tan difícil de manejar, nos hace capitanes de nuestro propio barco, conductores de nuestras vidas y guionistas de nuestra propia película.

 

 

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