domingo, 5 de septiembre de 2021

Una historia poco original




A Elisa le gustó saber, después de todo, que Lorenzo, aunque tarde, la había valorado.

La nota que le ha llegado por e-mail dice mucho más que todas las palabras que nunca salieron de sus labios.

Cuando recuerda lo pequeña que se sintió. Lo humillada. El sabor del desprecio manchándole la boca. El destierro de la piel hurtada a sus dedos. El desamparo en la estepa de soledad que cubrió sus noches. La sensación nunca antes sentida al saberse cambiada por una mujer más joven con la que Lorenzo, en lance de conquistador, sí conseguía consumar las faenas amatorias que en el lecho conyugal no llegaban ni a los prolegómenos.

Ésa debería haber sido la primera señal de alerta. O que la posesividad y el control que ejercía sobre sus minutos hubiera pasado a un último plano. El tiempo para compartir con familiares y amigos, que antes le escatimaba guardándoselo para él con usura, ahora se lo brindaba con generosa facilidad, con el fin claro de tenerlo disponible para sus andanzas.

Fueron destellos. Flashes que Elisa percibía entre la vorágine de su vida. Demasiado complicada después de la muerte de su madre y el desmoronamiento de sus soportes principales.

Tener que abandonar su casa en el edificio apuntalado por el derrumbe de la estructura sin saber a fecha fija cuando podría volver, ni donde iría a parar en un futuro inmediato, tampoco la ayudaba a tener el juicio sereno.

Aun así, fue tal el descaro cuando alegó sin mirarla de frente que en esta ocasión no podía acompañarlo, que él solito destapó el asunto.

Desde el germen de su incursión en el mundo del trabajo, que supusieron sus primeros contactos profesionales, los proyectos laborales y científicos auspiciados y potenciados por ella, los habían trabajado todos en común.

Invariablemente lo había demandado. Ella era imprescindible. Una exigencia que gran parte de las veces suponía para Elisa grandes inconvenientes. A pesar de lo complicado de la situación hacia lo posible y lo imposible hasta conseguir viajar con él. Cogiendo vacaciones anticipadas en el trabajo. Aprovechando puentes. Pidiendo favores…

Era un requerimiento que le planteaba envuelto en zalamerías. Desde el comienzo fue su gran apoyo. Su introductora. Su embajadora. Su relaciones públicas. La mejor baza para moverse en un mundo que Lorenzo desconocía.

La excusa que esgrimió: Torpe, mediocre y fácilmente desmontable. Según le dijo no había plazas de avión para Frankfurt. A Elisa le resultó muy fácil acercarse a la agencia donde organizaban sus viajes de recreo, Londres, París, Nueva York, Roma, Milán, Miami, Turquía, Egipto, Túnez, Venecia, Bruselas… destinos fantásticos que habían compartido y disfrutado, o al menos así lo creía ella.

Cuando le preguntó a Sandra por un vuelo y hotel concretos en idénticas fechas a las del viaje de Lorenzo, tardó cinco minutos escasos de tecleo en el ordenador y la oferta estaba cerrada a un precio fabuloso. Sin problemas. Imprimió en papel el trayecto para pudiera cotejar vuelo, salida, llegada, hotel y noches de estancia con las él tenía.

Estuvo a punto de hacer efectiva la reserva. Se imaginó la cara de Lorenzo, primero de sorpresa, después de indignación al verse descubierto en plena aventura y luego la reacción violenta y exagerada para tapar su engaño.

Se trasladó al contexto mentalmente como él le había enseñado y decidió que donde no se la quería no era necesaria su presencia y aceptó la sugerencia de una amiga para irse con ella a Marruecos en Semana Santa, fecha que coincidía con la de la Feria Científica, tratando de no pensar en lo que sucedería cuando los compañeros vieran a otra mujer ocupando su lugar. Sería motivo de chufla para unos, de lástima para otros y en última instancia de indiferencia. En cualquier caso, arroparían los lances donjuanescos del macho por antonomasia, admirado y envidiado a la par por una cuestión de mal entendido sentido de la hombría.

Salieron pues el mismo día del mismo aeropuerto con destinos y objetivos distintos. Aquello empezaba a tomar un tinte bastante oscuro. Después se fue oscureciendo más cuando por casualidad, como suelen desvelarse las cosas importantes, supo que Lorenzo estaba buscando trabajo fuera del país. A ella no le había dicho nada, era un secreto que guardaba con otros muchos.

No hizo falta, todos sus planes se desplegaron extendidos por la lengua larga de alguien cercano. La intención era clara, mantener su matrimonio unos años más como soporte físico y económico hasta que consolidara una posición que le permitiera largarse, o bien seguir contándole milongas con la esperanza de que embotada por el inmenso amor que había despertado en ella se plegara, como en tantas otras ocasiones a sus deseos y caprichos, aportando para su consecución dinero, esfuerzo, corazón y unas tragaderas que, por suerte para ella, Elisa, no tenía. El ciclo de la locura transitoria del ser enamorado había pasado y es muy difícil sustentar el cariño, la complicidad y las ganas en desplantes y agravios.

Lorenzo ninguneaba a Elisa, convencido en su fuero interno de que podría jugar su baza hasta alcanzar la meta sin que la sangre llegara al río.

Ya había habido otras intentonas previas, en momentos de crisis, cuando sus orejas de lobo asomaban bajo la piel de cordero y siempre había conseguido revertir la posición y salir ganador.

Esa vez no fue así, había rebasado el límite y no hubo marcha atrás. No tuvieron que hablar mucho. Ambos sabían a qué mundos pertenecían y que la trama estaba en marcha.

A él le fastidió no poder continuar con su doble vida, pero no le quedó más remedio que apechugar con la realidad. Algún alma caritativa la llamo por teléfono para darle detalles de la mujer que la reemplazaba. Tiene más o menos los años que tú tenías cuando os conocisteis y un par de hijos de edades similares a los tuyos.

Otra vez los vieron en un cine y se entretuvieron en contarle algún que otro detalle. La chica con la que está es una mujer muy vistosa. No podía ser menos, a Lorenzo le gustaba pavonearse y lucir a sus mujeres como buen gallo de corral que era.

A Elisa le dolía cada noticia. Cada detalle que le llegaba sin buscarlo. Sólo tenía fuerzas para enfrentarse al día a día y al terrible abandono. Nadie que no haya pasado por eso puede entender la amalgama de sentimientos que se adueñan del espíritu.

Una historia sin pizca de originalidad que se repite desde que el mundo es mundo. Lo que más le dolía era la deslealtad. Podía entender que hubiera dejado de quererla. Que el aburrimiento se hubiera instalado en la rutina diaria. Que existieran otros propósitos más apetecibles por encima de ella. 

Lo que no podía entender era la falta de franqueza. Que el desparpajo extraordinario del que hacía gala para solventar problemas ajenos fuera incapaz de aplicárselo y hablar cara a cara como los valientes. Sin necesidad de subterfugios necios, refugiándose en incapacidades físicas amatorias. Consultando médicos, disfrazando la verdad y enredando la perdiz por falta de coraje.

La decepción de Elisa no era solo por la pérdida de su esposo. En la misma lid perdió a su amigo,  su amante,  su compañero de aventuras y a su cómplice de vida.

Todos ellos, uno tras otro, le dieron la espalda causando en ella la más terrible sensación de vergüenza que había sentido jamás. Qué poca cosa era. Qué miserable. Su proyección y fortaleza menguaron como el sexo de su amante y se quedó blanda y desguazada arrastrada por el temporal tratando de sostenerse a flote.

Durante un tiempo se mantuvo a la deriva con las fuerzas justas para sacar la cabeza y respirar.

El email de hoy no cambia nada del pasado. Elisa pasó por los estadios de la pérdida. Negación, ira, negociación, depresión y al final la aceptación como un bálsamo sanador. Superado el periodo de luto poco a poco restauró su universo. Afianzó los pies y se enfrentó al presente acariciada por el tibio sol del nuevo amanecer.

Y un buen día alzo los hombros, recuperó las fuerzas y salió a comerse el mundo y ponérselo por montera. Una vez más reconstruyó con las ruinas un hogar y decidió ser feliz. Algo que no depende de nadie que no seamos nosotros mismos.

La nota escueta de hoy quizás, y digo sólo quizás, le ha hecho esbozar una leve sonrisa por la incongruencia.

Pensar que alguien que la despreció de pleno haciéndola sentirse menos que nada entretiene sus largas horas de tedio imaginando lo que ya no puede tener, lo que está a años luz de su alcance, le provoca algo parecido a un asombro hilarante.

Incongruencia, pura incongruencia.