domingo, 5 de diciembre de 2021

C'est la vie

 
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Es la vida, sí. Y no tiene vuelta de hoja. En estos días de acercamientos y lejanías a Pablo no se le va de la cabeza. Mira a su alrededor buscando el motivo para que la mayoría de los mortales, en idénticas circunstancias, sigan apreciando lo escaso, lo ausente, lo que se da con cuenta gotas a lo largo de todo el año. En cambio, se desdeña la presencia constante y devota, el esfuerzo diario, la entrega solidaria y permanente.

         - ¿Hay en todo esto –se dice- algo inculcado? ¿O quizás es lo que nace instintivamente?

A Pablo le cuesta mucho ser imparcial en un asunto que le toca de lleno.  Él valora, no cómo algo súbito, sino razonado deliberadamente desde su amor a la justicia, la permanencia, la entrega.

Mira asombrado cómo por todas partes se multiplican los agasajos en el festín más extraordinario de besos y abrazos, comidas, tiempo y sonrisas, a esos invitados que llegan en días contados como una aparición magnánima y extraordinaria.

Para ellos son los buenos momentos. El mejor banquete que hubiera soñado jamás el Hijo Pródigo. Tenerlos poco tiempo les hace ganadores de afectos y cortesías por encima de cualquier otra circunstancia.

         - Es la vida, sí. Y no hay nada que hacer. Lo próximo se deprecia y lo remoto se magnifica.

A veces ante esta tesitura piensa en emprender el vuelo. Marchar a algún lugar soñado y desarrollar allí sus fantasías. Aprender un idioma distinto. Disfrutar de un clima más acogedor…

Por suerte no le faltan proposiciones ni lugares a donde ir y en los cuales sería recibido con los brazos abiertos.

Entonces él sería el añorado. El que al volver como algo esporádico y especial recibiría todos los privilegios. Podría hacer y deshacer a su antojo sin que nadie pusiera en tela de juicio sus apetencias. Estar o no estar en las celebraciones, escoger fechas y horarios. Deleitarse con sus momentos de gloria, unido a las despedidas melancólicas colmadas de besos y lágrimas furtivas.

2

Recostado en la tumbona, sobre la cubierta del barco, Pablo contempla el balanceo de las ondas que despierta la quilla sobre la corriente del agua. El río, en este tramo, se ofrece en todo su esplendor, calmo y profundo permite al navegante disfrutar de uno de los más bellos parajes que ha visto en su periplo por el mundo.

Más allá, sobre la lejana orilla, en el azul bruñido del cielo, unos pájaros esbozan vuelos asimétricos. El ronroneo del motor, apenas perceptible, da verisimilitud a la escena que se desarrolla ante su vista, de no ser así podría pensar que sueña. Tantas veces anheló recorrer estas aguas que ahora mantienen su vista imantada, que, sin darse cuenta, el esbozo de una sonrisa se pinta permanentemente en su rostro.

Si existe algo parecido a la felicidad – se dice- es esto. El corazón late lento en el pecho, la piel respira por cada poro el aire húmedo y seco a la vez. Río y desierto unidos en una extraña mezcolanza. Del poblado lejano llega un batir de palmas y la voz de alguien que canta una especie de lamento que se pierde en la distancia según la embarcación se aleja.

La arena blanca, tan blanca, que, en las horas álgidas del día, la luz se mete en sus pupilas como cuchillos y le obliga, a pesar de las gafas y la gran visera, a cerrar los ojos hasta ser dos ranuras imperceptibles. Le compensa el cálido abrazo que le acaricia como una amante fiel, la desmayada lasitud del cuerpo rendido al peso de los rayos del disco solar y el viento, limpio, que inunda sus pulmones agitando, en un baile festivo, la ropa de lino que viste para protegerse del calor.

Al fin ha ejecutado sus deseos. Atrás quedaron obligaciones y sinsabores, desprecios y frustración por no sentirse escuchado, querido, apreciado. Ahora es libre de hacer y deshacer a su antojo como tantas veces quiso. Y en este preciso momento decide volver, y recibir, después de tantos años la atención de los que le reclaman.

Lentamente coge el móvil y teclea el mensaje:

         - Estas navidades las paso con vosotros. Siempre que os parezca bien y tengáis algo de tiempo para compartir conmigo.

La respuesta no se hace esperar. Un aluvión de textos cariñosos. Bienvenidas con emoticones cada cual más deslumbrante. Ofertas de cenas, comidas y casas donde alojarse, se despliegan con un repiqueteo de campanillas en su wasap.

Pablo deja escapar un suspiro complacido y escribe.

         - No os preocupéis. Lo organizamos sobre la marcha. Sólo estaré unos pocos días.

Cuando levanta la vista se encuentra con el paisaje radiante. El sol comienza su declive y Pablo se dispone a presenciar, entusiasmado, una vez más, el inenarrable espectáculo del atardecer sobre el Nilo. 





viernes, 5 de noviembre de 2021

Ignacio

 

Se le llena la boca con la lección aprendida desde chiquito Las cosas hay que hacerlas por y para uno mismo, no para los demás” Eso le habían reiterado sus padres una y otra vez con su machaconería acostumbrada.

No se podrá decir que, si no aprendió las lecciones sobre la vida, ha sido porque no se las repitieran día tras día.

Con estas bases, ha forjado su carácter, introvertido y excluyente. Pone su listón muy alto y no es fácil que alguien entre en su círculo.

No los escoge por interés. Su vara de medir es particular y se basa en méritos que están muy lejos de ser los que valora la sociedad.

No es el dinero, la belleza, la clase social o detentar algún tipo de poder lo que le hace ser cercano y atraer a su órbita de amistades a los muy distintos individuos que la han conformado a lo largo de su existencia.

Es verdad que el grupo lo construye procurando que no se mezclen entre sí.  Ignacio prefiere relacionarse con pocos amigos al tiempo, incluso le encanta cuando sólo son dos.

De esta norma, costumbre, o forma de ser, están excluidos los miembros de su familia. Aun así, tampoco es partidarios de unirlos. Prefiere hacerlo por afinidad de trato.  Es decir, no le gusta juntar a varios componentes de distinta rama familiar entre sí. Más bien es de quedar una fecha con unos y otra con otros, con cierta distancia entre citas para no resultar abrumado y falto de energía después del esfuerzo.

Posee buenos y sólidos argumentos a su favor -Cuando se concentran demasiados, nadie escucha a nadie en la mezcla de diálogos cruzados.

Y tiene mucha razón. Es imposible mantener una conversación mínimamente entendible y, o, civilizada, en ese maremágnum de palabras y risas altisonantes, cuando para ser oído, cada uno va alzando gradualmente la voz hasta convertir el encuentro en una auténtica Babel.

Ignacio es absolutamente civilizado, es decir, le gusta respetar las normas, atender a sus semejantes, hablar con mesura, y departir amablemente sin alterar su sensible estabilidad emocional.

Por ese motivo, es querido realmente por los que le conocen, ya sean de su entorno familiar o de sus amistades. Todos aprecian su honestidad y buen hacer. Meticuloso y exacto en sus juicios, que emite en raras ocasiones, a no ser, por petición del interesado.

Ahora lleva aislado más de lo que quisiera. Las circunstancias han jugado en su contra. En este rompecabezas que alterna espacios y tiempos le ha tocado, igual que al resto de la humanidad, vivir apartado.

El hecho de vivir sólo, le diferencia de los que comparten casa, convivientes les llaman. Ignacio no convive con nadie y esto, según cuentan en las noticias, está llevando a los que se encuentran en su misma situación a la apatía. La desgana se ceba en esas víctimas más vulnerables, que, sin incentivos exteriores, han perdido el Norte.

Sus rutinas han dejado de existir. Nada les marca la hora de levantarse o irse a dormir. Ninguna obligación externa les impulsa a salir a la calle. Atrás quedaron las múltiples actividades y con ellas la motivación para arreglarse, cambiarse de ropa, afeitarse o abandonar el cubículo donde se sienten seguros. Al no tener visitas no tienen el acicate de elaborar comidas, limpiar, ordenar o engalanarse para recibirlas con la mejor de sus sonrisas. Tampoco reciben ayuda. La gran mayoría de los que colaboraban en las labores domésticas han dejado sus puestos de trabajo.

Todo unido, hace que el número de suicidios, siempre según las noticias que dicen en la radio, hayan aumentado, junto a los internamientos por depresión.

Ignacio se mira en el espejo, recorre los rasgos que atesoran parecido con los que ya no están y que han dejado huella, en su mirada, en el modo de ladear la cabeza o en la piel oscura sobre la cual resaltan sus ojos negros. Todavía conserva el pelo, que, aunque más escaso, enmarca el rostro anguloso. El flequillo que resbala rebelde sobre la frente, le da el aspecto travieso del niño que fue y que aún conserva en su interior.

Mientras repasa cuidadosamente el apurado de la barba, se ajusta el cuello bien planchado de la camisa. Verifica, que, en la chaqueta roja de punto, estén bien casados los botones y se asegura de que combina con el pantalón de franela gris que ha escogido esta mañana del armario. Tras echarse la loción para después del afeitado y masajear suavemente la cara va hasta el dormitorio, pulcramente ordenado, escoge del zapatero unos mocasines cómodos que se calza alegremente. -Éstos son perfectos para hoy. Después se dirige a la cocina, limpia y organizada como el resto y revisa los productos que descansan apilados ocupando un espacio de la encimera que no le resta sitio para poder cocinar con desenvoltura.

Comprueba el menú que preparó esta mañana. Listo para darle un toque de microondas y, a comer. -Esto de los congelados es un gran invento -se dice. Con el recuerdo que tiene de su madre elaborando mermeladas y guardándolas al vacío le vino la inspiración. Él podía adaptarlo a las técnicas modernas, cocinar legumbres, pescados y pollo en salsa y cualquier cosa que se le ocurriera que pudiera congelar, guardarlo en recipientes individuales y calentarlo cuando le apeteciera.  De esta manera alternaría con las latas y comidas preparadas del supermercado.

Cada noche decide el menú que tomará al día siguiente. Desde que comenzó a utilizar este método, la intendencia, se le simplificó mucho. Y volvió a agradecerle a sus padres las lecciones que con hechos o palabras le habían transmitido.

La más importante, piensa mientras se sienta en el sillón, cerca de la ventana, para que la luz se cuele hasta las páginas del libro que entrelazan sus dedos, es que las cosas hay que hacerlas para y por uno mismo.  - Eso es, hijo. Las cosas no hay que hacerlas por los demás, hay que hacerla para uno mismo. 

¡Cuántas veces me lo dijiste y qué cierto es! ¿Qué sería de mí ahora si no lo hubiera asimilado? Me enseñaste a quererme y aprendí a defenderme como si defendiera a la persona que más quiero. En las circunstancias más duras ha sido mi mayor certidumbre y fortaleza.

- Para querer a los demás primero has de quererte a ti -solías repetirme. Ya ves que lo hago y no me va mal del todo. 

Consciente de ello, ve en su imaginación como le observan, aprueban con la cabeza, sonríen y asienten orgullosos. La tarea ha dado sus frutos.


martes, 5 de octubre de 2021

Avatares

 



Vuelve a encajar el engranaje y la naturaleza responde agradecida al nuevo amanecer que reparte miríadas de vida bullendo en derredor.

Es fantástico sentir el cuerpo en plenitud abrazando el mundo, fuerza y coraje a partes iguales mezclados con la ilusión y las ganas. 

Esto es la existencia, un sucesivo caer y levantarse en grandes y pequeños avatares junto al gozo de existir.




domingo, 5 de septiembre de 2021

Una historia poco original




A Elisa le gustó saber, después de todo, que Lorenzo, aunque tarde, la había valorado.

La nota que le ha llegado por e-mail dice mucho más que todas las palabras que nunca salieron de sus labios.

Cuando recuerda lo pequeña que se sintió. Lo humillada. El sabor del desprecio manchándole la boca. El destierro de la piel hurtada a sus dedos. El desamparo en la estepa de soledad que cubrió sus noches. La sensación nunca antes sentida al saberse cambiada por una mujer más joven con la que Lorenzo, en lance de conquistador, sí conseguía consumar las faenas amatorias que en el lecho conyugal no llegaban ni a los prolegómenos.

Ésa debería haber sido la primera señal de alerta. O que la posesividad y el control que ejercía sobre sus minutos hubiera pasado a un último plano. El tiempo para compartir con familiares y amigos, que antes le escatimaba guardándoselo para él con usura, ahora se lo brindaba con generosa facilidad, con el fin claro de tenerlo disponible para sus andanzas.

Fueron destellos. Flashes que Elisa percibía entre la vorágine de su vida. Demasiado complicada después de la muerte de su madre y el desmoronamiento de sus soportes principales.

Tener que abandonar su casa en el edificio apuntalado por el derrumbe de la estructura sin saber a fecha fija cuando podría volver, ni donde iría a parar en un futuro inmediato, tampoco la ayudaba a tener el juicio sereno.

Aun así, fue tal el descaro cuando alegó sin mirarla de frente que en esta ocasión no podía acompañarlo, que él solito destapó el asunto.

Desde el germen de su incursión en el mundo del trabajo, que supusieron sus primeros contactos profesionales, los proyectos laborales y científicos auspiciados y potenciados por ella, los habían trabajado todos en común.

Invariablemente lo había demandado. Ella era imprescindible. Una exigencia que gran parte de las veces suponía para Elisa grandes inconvenientes. A pesar de lo complicado de la situación hacia lo posible y lo imposible hasta conseguir viajar con él. Cogiendo vacaciones anticipadas en el trabajo. Aprovechando puentes. Pidiendo favores…

Era un requerimiento que le planteaba envuelto en zalamerías. Desde el comienzo fue su gran apoyo. Su introductora. Su embajadora. Su relaciones públicas. La mejor baza para moverse en un mundo que Lorenzo desconocía.

La excusa que esgrimió: Torpe, mediocre y fácilmente desmontable. Según le dijo no había plazas de avión para Frankfurt. A Elisa le resultó muy fácil acercarse a la agencia donde organizaban sus viajes de recreo, Londres, París, Nueva York, Roma, Milán, Miami, Turquía, Egipto, Túnez, Venecia, Bruselas… destinos fantásticos que habían compartido y disfrutado, o al menos así lo creía ella.

Cuando le preguntó a Sandra por un vuelo y hotel concretos en idénticas fechas a las del viaje de Lorenzo, tardó cinco minutos escasos de tecleo en el ordenador y la oferta estaba cerrada a un precio fabuloso. Sin problemas. Imprimió en papel el trayecto para pudiera cotejar vuelo, salida, llegada, hotel y noches de estancia con las él tenía.

Estuvo a punto de hacer efectiva la reserva. Se imaginó la cara de Lorenzo, primero de sorpresa, después de indignación al verse descubierto en plena aventura y luego la reacción violenta y exagerada para tapar su engaño.

Se trasladó al contexto mentalmente como él le había enseñado y decidió que donde no se la quería no era necesaria su presencia y aceptó la sugerencia de una amiga para irse con ella a Marruecos en Semana Santa, fecha que coincidía con la de la Feria Científica, tratando de no pensar en lo que sucedería cuando los compañeros vieran a otra mujer ocupando su lugar. Sería motivo de chufla para unos, de lástima para otros y en última instancia de indiferencia. En cualquier caso, arroparían los lances donjuanescos del macho por antonomasia, admirado y envidiado a la par por una cuestión de mal entendido sentido de la hombría.

Salieron pues el mismo día del mismo aeropuerto con destinos y objetivos distintos. Aquello empezaba a tomar un tinte bastante oscuro. Después se fue oscureciendo más cuando por casualidad, como suelen desvelarse las cosas importantes, supo que Lorenzo estaba buscando trabajo fuera del país. A ella no le había dicho nada, era un secreto que guardaba con otros muchos.

No hizo falta, todos sus planes se desplegaron extendidos por la lengua larga de alguien cercano. La intención era clara, mantener su matrimonio unos años más como soporte físico y económico hasta que consolidara una posición que le permitiera largarse, o bien seguir contándole milongas con la esperanza de que embotada por el inmenso amor que había despertado en ella se plegara, como en tantas otras ocasiones a sus deseos y caprichos, aportando para su consecución dinero, esfuerzo, corazón y unas tragaderas que, por suerte para ella, Elisa, no tenía. El ciclo de la locura transitoria del ser enamorado había pasado y es muy difícil sustentar el cariño, la complicidad y las ganas en desplantes y agravios.

Lorenzo ninguneaba a Elisa, convencido en su fuero interno de que podría jugar su baza hasta alcanzar la meta sin que la sangre llegara al río.

Ya había habido otras intentonas previas, en momentos de crisis, cuando sus orejas de lobo asomaban bajo la piel de cordero y siempre había conseguido revertir la posición y salir ganador.

Esa vez no fue así, había rebasado el límite y no hubo marcha atrás. No tuvieron que hablar mucho. Ambos sabían a qué mundos pertenecían y que la trama estaba en marcha.

A él le fastidió no poder continuar con su doble vida, pero no le quedó más remedio que apechugar con la realidad. Algún alma caritativa la llamo por teléfono para darle detalles de la mujer que la reemplazaba. Tiene más o menos los años que tú tenías cuando os conocisteis y un par de hijos de edades similares a los tuyos.

Otra vez los vieron en un cine y se entretuvieron en contarle algún que otro detalle. La chica con la que está es una mujer muy vistosa. No podía ser menos, a Lorenzo le gustaba pavonearse y lucir a sus mujeres como buen gallo de corral que era.

A Elisa le dolía cada noticia. Cada detalle que le llegaba sin buscarlo. Sólo tenía fuerzas para enfrentarse al día a día y al terrible abandono. Nadie que no haya pasado por eso puede entender la amalgama de sentimientos que se adueñan del espíritu.

Una historia sin pizca de originalidad que se repite desde que el mundo es mundo. Lo que más le dolía era la deslealtad. Podía entender que hubiera dejado de quererla. Que el aburrimiento se hubiera instalado en la rutina diaria. Que existieran otros propósitos más apetecibles por encima de ella. 

Lo que no podía entender era la falta de franqueza. Que el desparpajo extraordinario del que hacía gala para solventar problemas ajenos fuera incapaz de aplicárselo y hablar cara a cara como los valientes. Sin necesidad de subterfugios necios, refugiándose en incapacidades físicas amatorias. Consultando médicos, disfrazando la verdad y enredando la perdiz por falta de coraje.

La decepción de Elisa no era solo por la pérdida de su esposo. En la misma lid perdió a su amigo,  su amante,  su compañero de aventuras y a su cómplice de vida.

Todos ellos, uno tras otro, le dieron la espalda causando en ella la más terrible sensación de vergüenza que había sentido jamás. Qué poca cosa era. Qué miserable. Su proyección y fortaleza menguaron como el sexo de su amante y se quedó blanda y desguazada arrastrada por el temporal tratando de sostenerse a flote.

Durante un tiempo se mantuvo a la deriva con las fuerzas justas para sacar la cabeza y respirar.

El email de hoy no cambia nada del pasado. Elisa pasó por los estadios de la pérdida. Negación, ira, negociación, depresión y al final la aceptación como un bálsamo sanador. Superado el periodo de luto poco a poco restauró su universo. Afianzó los pies y se enfrentó al presente acariciada por el tibio sol del nuevo amanecer.

Y un buen día alzo los hombros, recuperó las fuerzas y salió a comerse el mundo y ponérselo por montera. Una vez más reconstruyó con las ruinas un hogar y decidió ser feliz. Algo que no depende de nadie que no seamos nosotros mismos.

La nota escueta de hoy quizás, y digo sólo quizás, le ha hecho esbozar una leve sonrisa por la incongruencia.

Pensar que alguien que la despreció de pleno haciéndola sentirse menos que nada entretiene sus largas horas de tedio imaginando lo que ya no puede tener, lo que está a años luz de su alcance, le provoca algo parecido a un asombro hilarante.

Incongruencia, pura incongruencia.

 

 


jueves, 5 de agosto de 2021

El poder de los años

 


Me siento poderosa al cumplir años. Es como pasar a una etapa distinta en el juego de la existencia. Juego de encuentros y desencuentros. De certidumbres y pasión. De esperanzas y sueños.

Me siento fuerte por haber vivido las fases que me han traído hasta aquí a través de esas mujeres que dejaron de ser yo.

¿Qué le diría a la niña que retozaba despreocupada con la vida por delante? ¿Qué le contaría a la adolescente que se abría al amor como una granada madura? ¿Qué le revelaría a la joven que se embarcó en un proyecto febril y aventurero para quedarse después estancada en un mundo opaco de silencios? ¿De qué le informaría a la hembra en sazón que decidió abrir la puerta y partirse el pecho en una partida que al final quedó en nada? ¿Qué le diría a esa madre brava que se reconstruyó tantas veces basándose en la experiencia de las que la habían precedido?

Peldaños cada una de ellas. Eslabones. Pasos que me han traído hasta el presente hermoso que disfruto. Por eso me siente poderosa. Con el correr del tiempo soy consciente de mi avance.

Me sienta bien cumplir años y ascender a una nueva escala en un nivel avanzado de mi videojuego personal. Tableros móviles donde se sortean obstáculos o recoges flores, donde monstruos volátiles lanzan estrellas que te revientan en la cara desdibujando los objetivos. En otras, surgen bolas que se destruyen, estallan y forman un universo multicolor. Ocasionalmente retrocedes y caes quedándote enganchado en repeticiones sucesivas hasta que, una vez aprendida la lección, superas el escollo y alcanzas la meta.

Y qué fácil resulta, si insistes en el empeño, hacerlo de principio a fin. Sin estrés, sin presión, sin agobio, resuelves uno a uno los enigmas, esta vez sí, disfrutando plenamente de cada situación que se te presenta.

Ahora, desde esta plataforma de mis setenta años me siento dichosa. Un sentimiento que quizás no sea compartido, o quizás sí. Para algunos los años son un freno. Yo me construyo, me deconstruyo y me vuelvo a construir en esta recreación singular, en esta oportunidad única que me brinda la aventura de vivir.

¿Qué le diría la anciana del futuro a esta dama que camina por Recoletos descubriendo la caricia del sol con el alma abierta, el corazón alborotado y la pujanza de la sangre corriendo por sus venas?

Es muy diferente sentirse poderosa a empoderada. Esa palabreja que se utiliza tanto últimamente. Hay una diferencia abismal. Una mujer poderosa se ha hecho a sí misma, la fuerza emana de ella. No necesita de nadie que la aúpe ni la encumbre. No necesita que alguien le diga que forma parte de un movimiento especial. El individuo puede ser bizarro en sí mismo. Sin estigmas. Sin consignas. Sin supuestas ayudas que los abanderados de la causa utilizan, en muchos casos, para auparse a la hegemonía y alcanzar así un dominio que utilizan solamente en su provecho. Poder político, mercantil, dictatorial, ejercido contra los intereses de las personas que se supone tendrían que estar sirviendo.

Esa es la gran diferencia. Yo me siento y soy poderosa. Nadie tiene que encumbrarme a ningún estado ni lugar. Lo que he hecho hasta aquí y lo que he conseguido, se lo debo a mis manos, a mi cerebro, a mi esfuerzo y a lo que he recibido de mis ancestros. Generaciones predecesoras de sus días que me han legado sus genes. Que me han transmitido con sus vivencias, su proximidad, su esfuerzo, su lucha, su dedicación, sus derrotas y triunfos, sus caídas y resurgimientos, que lo que somos y obtenemos lo hacemos por nosotros mismos. Nuestras ganas son el motor y nuestra cabeza la nave que nos ayuda a transitar por la Tierra.

Por eso hoy sonrío al mundo y levanto la mirada al cielo con el orgullo de haber llegado hasta aquí, feliz con mis sentimientos. Dueña de todo y de nada abarco radiante la proyección de esta mujer que continúa afianzando bases para seguir creciendo.



lunes, 5 de julio de 2021

Mi calle

 


La calle donde vivo es una de esas pequeñas vías, recoletas, estrechas. Sus edificios pasan la centena de los años salvo alguna que otra excepción que despunta tratando de parecerse en su fisonomía a los que le rodean construidos sobres solares vacíos. Vetustas  casas que cayeron vencidas por el peso de los siglos o de los intereses económicos de sus propietarios.

En verano balcones y ventanas abren sus bocas al exterior en un bostezo lánguido y desmadejado exhalando exclamaciones y lamentos. Conversaciones en voz alta. Gritos  y susurros mezclados con la cadencia de alguna que otra melodía o las transmisiones metálicas de los aparatos de televisión.

Esa proximidad hace que seamos como un patio de vecinos a la antigua usanza, semejante a una Corrala del viejo Madrid. El de las zarzuelas y los barquilleros, de las planchadoras y los chulapos, de la comunicación y la buena vecindad ejercida en todas sus variantes.

Hoy en día sorprendería a muchos descubrir que en mi calle nos conocemos y nos saludamos llamándonos por nuestros nombres. En estados excepcionales como los que hemos vivido últimamente, de un edificio a otro comentamos la situación, ya sea por clima, avería general o simplemente para hablar de como crecen las plantas o si al día siguiente va a apretar el calor.

Voces de antaño que vuelven al presente y me acercan a la niñez,  cuando se intercambiaban comidas, ayuda a los enfermos, comentarios sobre el serial de la radio o simplemente se regalaban sonrisas entrelazadas con los ¡Buenos días nos de Dios! y el ¿Necesita usted algo que salgo a unos recados?

Y esos hechos que a algunos les pueden parecer insólitos en este siglo XXI que inicia su segunda década, es una realidad en el barrio castizo del centro de la capital. Actualmente seguimos siendo vecinos solícitos, convivientes de todas las edades que tendemos una mano al que pueda solicitarla. Estamos atentos a las vicisitudes de las vidas cercanas. Lloramos por los que se han ido junto a sus familias y recibimos con alborozo las nuevas vidas que llegan a la casa común rompiendo con su alborozo infantil el silencio.

Algo inusual, quizás, en estos tiempos de prisas, pantallas y desencuentros, donde cada vez se hurta más el cuerpo a la palabra y la sonrisa, donde las circunstancias nos obligan a mantener la separación física forjando sin darnos cuentas muros invisibles que nos apartan de los otros.

Tan inusual como vivificante y contagioso. Hay más edificios en el entorno que se impregnan de esta corriente humana que traspasa la distancia y se une en un canto a la vida. La solidaridad, el encuentro y la cercanía se construye desde la buena voluntad y las ganas de ser y hacer mejor nuestro entorno.

Sí, lo digo con orgullo. Mi edificio es singular en esta singular calle de Madrid que se salta a la torera los siglos para rescatar comunicación recíproca efectiva y verdadera, que tiende la mano y siembra esperanza a los que en ella aquí habitamos.




sábado, 5 de junio de 2021

Es bueno

 


Es bueno en estos momentos de aislamiento mantenido saber que le importamos a alguien. Alguien que en su soledad y en la distancia piensa en nosotros, y hacernos uno con él.

Es bueno conocer que nos esperan, que aguardan nuestra sonrisa, nuestra voz, nuestra simiente. Que la indiferencia no acompaña nuestras horas. Que el corazón late llamando a la vida. Que en algún lugar del planeta otras almas nos añoran y nos tocan.

Almas que depositan su ternura y se preguntan si seguimos bien. Si mantenemos enteras las ganas. Si continuamos dispuestos a librar una nueva batalla contra el mal que asola el mundo. Que necesitan que les digamos si somos capaces y aguantamos los embates.

Es bueno entender que no estamos solos y lanzar nuestra imaginación al viento en pos de las caricias que se quedaron en el tiempo del ayer. Cuando todo era primavera, olor a campo y brazos abiertos. Cuando la vida sabía a besos. Cuando cantar y reír era nuestra escuela. Cuando estrechar una mano amiga nos hacía sentir su presencia.

Es bueno intuir que alguien se refugia en nosotros, aunque no estemos cerca. Es trascendental percibir la pujanza del abrazo ausente. La calidez del contacto vespertino. La inagotable incandescencia que destila el cariño de los nuestros. Fuente de fuerza y semilla en el destierro.

Es necesario en cada amanecer, en cada tarde, en cada noche, en cada sueño, en cada despertar, sentirnos queridos para soportar el aislamiento que nos hiere como un cuchillo de hielo que taladra las esquinas del cerebro.




miércoles, 5 de mayo de 2021

La Gran Manzana

 


El gran decorado, cemento, cristal y ladrillo esconde el latido que palpita inquietante y felino por las esquinas de la ciudad. Quien no ha estado nunca ignora la fascinación hipnótica que ejerce sobre los viandantes que inundan sus calles.

He oído muchas opiniones en contra de la capital del mundo. Despierta un odio enconado, muchas veces sin motivo, salvo, la pertenencia a los EE.UU. Rechazados, porque sí. Porque queda bien. Porque es el adversario a batir como todas las civilizaciones dominantes que le han precedido.

Plebeya en sus orígenes. Encumbrada a lo más alto por sus habitantes llegados en oleadas. Fundada por holandeses, fueron siglos después las hordas de inmigrantes venidas desde Irlanda, Italia, Alemania, junto a judíos, afroamericanos recién liberados de la esclavitud, chinos y gentes de todos los lugares que buscaba un futuro mejor, los que contribuyeron a su crecimiento y expansión. De su desesperación nació el espíritu fuerte que anida entre sus paredes.

La odia quién no la conoce y la condenan sin juicio previo, sin argumentos, sin pruebas.

Hay que patear sus pasajes, adentrarse por sus avenidas, aspirar el olor de las especies que aromatizan la carne asada en las parrillas, unido al dulzón del maíz que provoca buscar con urgencia un punto donde sentarse y degustar alguna de las sabrosas viandas que se ofertan en los puestos callejeros. Corrientes de gente se solazan en la 5ª Avenida despejada de coches, convertida en amplio paseo que recuerda a cualquier feria popular de cualquier pueblo del mundo.

Quién la define como inhumana no la conoce. No ha dejado vagabundear sus zapatos por las calzadas silenciosas, limpias y recién regadas que brindan su alma blanca al que se adentra por ellas en la hora temprana del día en que comienza a despertar.

A escasas cuadras del bullicioso Broadway se abren caminos insospechados para deambular dejándose sorprender por espacios recoletos que alternan alturas y estilos.

Impresiona, la primera vez que se visita, las moles inmensas que danzan en puntas disparadas hacia el cielo. El cuello gira en una posición casi inaceptable, forzando cabeza y retina para seguir hasta lo más alto las fantasías arquitectónicas que arañan las nubes.

En contraste, la legendaria iglesia que permanece a su lado con novecientos años de historia. El pequeño cementerio. El humilde jardín. El banco acogedor. Amable como pocas, abre sus puertas y te acoge en sus brazos frescos de río.

Asombra descubrir su humanidad. En las noches de verano palpita la cercanía en Bryan Park, jardín a espaldas de la Biblioteca Nacional que invita a solazarse en su mullida alfombra, cientos de personas olvidados del ajetreo diurno juegan en un gigantesco escenario, hablan, comen y ríen tumbados sobre la hierba o recostados en las sillas que algunos bajan de sus casas junto a manteles, cestas de merienda y juegos para compartir. Se mezclan los que hacen equilibrios sobre una cuerda, los que brincan con el aro o los que lanzan una pequeña pelota liviana y controlada que no molesta a nadie.

A su alrededor, circundando el gran jardín, los ajedrecistas mueven pieza al ritmo de la noche. Al fondo la gran pantalla que convierte el terreno en cine para todos cada fin de semana y que ahora se alza como una bandera blanca de paz y armonía.

No hay que alejarse mucho para descubrir sus contrastes, tenderetes ambulantes que venden sus frutas y verduras, donde la tradición y el negocio familiar permanece asentados en cada mostrador. Las hortalizas verdean sobre las cestas de mimbre. Los tomates escalan en pirámide hacia el cielo azul y los pimientos rojos y verdes hacen un rondón de colores junto a las manzanas de piel tersa y amarilla.

Aquellos que esgrimen que es despiadada, no sabe de la amabilidad de sus gentes. Un día andaba perdida por Harlem decidiendo si subir al metro o seguir recorriendo las calles para encontrar el Apolo, teatro desde donde dieron su salto a la fama grandes músicos o escuchar góspel en los templos abarrotados. Los maniquíes negros me miraban burlones desde los escaparates. Indecisa como estaba, debía mostrar una imagen tal de desconcierto que un habitante del barrio se acercó decidido para preguntarme si necesitaba ayuda. Al principio me sobresalté, había escuchado tantas historias sobre asaltos y violencia que era lógico pensar que el chico grande y fuerte que venía hacía mí no lo hacía con buenas intenciones. Su sonrisa me deslumbró junto a su amable oferta de ayuda.

Hay que descubrir el “Camino de la libertad” que bordea el agua desde el Liberty State Park en Jersey City hasta Ellis Island. Pisar sus baldosas amarillas poseídos por el espíritu de los millones de individuos que atravesaron las puertas con la esperanza puesta en el porvenir.

Oler las flores que pueblan sus múltiples jardines. Quedarse prendido de sus colores. Encontrar en sus estanques, como manos abiertas, nenúfares flotando en el vacío del agua, quedar enganchados del baile al sol de las hojas de sus incontables árboles y disfrutar de su abrazo de gigante, hospitalario y festivo.

Pasear por las orillas del Hudson en New Jersey y descubrir uno de los Sky Lines más conocido y bello. Cruzar el East River por el puente de Brooklyn, adentrarse en sus paseos y perderse en sus parques para mirar desde la otra orilla una de las urbes más filmada del planeta.

No os dejéis engañar por el gran decorado, ladrillo, cristal y cemento. En sus arterias trepida la vida, próxima y gentil, humilde y solidaria, laboral y gozosa. Igual que un caleidoscopio con cada giro de muñeca muestra sus mil caras, desde el Soho al Bronx, desde Queens a Staten Island.

En el centro, la Gran Manzana, viva, cercana y jugosa se nos regala como una tentación.

Ciudad abierta, lejos de chovinismos, de discriminaciones, de tabúes, ofrece su cuerpo gentil con una sonrisa amplia de bienvenida a todo aquel que olvidado de prejuicios decide, por qué no, darle una oportunidad.

No era mi destino favorito, viajera incansable como soy. Ni tan siquiera figuraba en mi lista y ahora quisiera tener ese teletransportador, aun sin inventar, que me trasladara pulsando un botón para darme una vuelta en la mañana silenciosa, cautivada por sus encantos, embriagada por el olor que desprende la hierba mojada con el viento del sur acariciando mi pelo.

Claro que tiene sus zonas peligrosas como toda metrópoli. Yo he tenido el privilegio de pasear por sus barrios de noche y de día adentrándome sin desconfianza y he encontrado, tantas veces como lo he hecho, tranquilidad, sosiego y horizonte. Camino llano y vía expedita para dirigirme a todas partes.

Sí, no os equivocáis, aunque os parezca mentira esa ciudad es Nueva York. Tan sólo hay que saber encontrarla, no hay que escarbar mucho, su corazón late a pie de asfalto en el embrujo de sus calles.




lunes, 5 de abril de 2021

Mandalas

 


Victoria quizás, habría podido seguirle, engatusada de nuevo por sus argucias. En un mundo pasado le apoyó a ojos ciegos y brazos abiertos. La demencia transitoria que escolta al ser enamorado es una mala enfermedad cuando se acompaña de inconstancia. A veces le parecía que eran dos palabras antónimas para él. Sin embargo, ella, sabía y daba fe del delirio y la razón en plena connivencia. Su corazón albergaba ambos sentimientos, una locura explosiva y un vértigo cuerdo que atropellaba sin causar víctimas.

Hoy no le seguiría como el perrillo fiel que fue, sin pensar en daños colaterales ni medir las consecuencias. Sabe de sus caprichos pasajeros. De sus vaivenes morales. De sus permanentes cambios de rumbo. A pesar de sus trampitas verbales distingue de sobra que ella le importa un bledo. Esclavo de sus deseos, es un pretencioso volandero que atraviesa territorios buscando diferentes estímulos que despierten sus sensores dormidos.

De ahí que sus llamados sean “cantos de sirena” que se pierden en la bruma de lo inexistente.

A Victoria le gusta, se confiesa, recordar los buenos días. Tentar su cerebro, “satear” con él como en los mejores momentos. Construir espacios de luz. Retar a sus neuronas. Añadir amor a los sueños. Desterrar lo malo y ensalzar lo bueno. Le gusta soñar con los inicios donde todo era principio sin final. Pasión en llamas. Ternura al descubierto. Temblor de hoguera. Estreno.

Ahora le conoce bien y sabe que diría, incluso llegaría a creérselo, que la amaría como él solo sabe hacerlo. Cuando la conquista estuviera consumada volvería a levantar el vuelo. Es ave de paso asentado en nido ajeno. Incapaz de templar las gaitas, atarse los machos y ser un buen socio de existencia. Cuando vienen las malas, hurta el combate y se escabulle oteando el horizonte en busca de otro abrigadero que le proporcione fuegos artificiales, recursos materiales y, un excitante comienzo. Que dura, lo que el aburrimiento se encarga de transformar en un manido desecho.

Por eso, Victoria pinta "mandalas" coloreando espejismos con las vívidas imágenes extraídas del álbum de los recuerdos.

Aun así, piensa, le gustaría verle a solas. En un encuentro de amigos. Para hablar como siempre lo han hecho. Cuando todo les unía y las estrellas daban paso a la mañana que les recibía cómplices y compañeros. Saboreando su historia a pleno pulmón y el contador a cero. Sólo por un instante. Al poco, vuelve a la realidad y pone los pies en el suelo.

Como tantas otras historias que bullen en su cerebro, es muy consciente de que son mundos lejanos que no le traen nada bueno, salvo perder la energía que necesita para vivir el presente sin sombras que lo enturbien, ni pasadas sendas ya exploradas.

A Victoria nunca le han gustado los trayectos de ida y vuelta, ni transitar el mismo sendero, ni mirar hacia atrás. Sus ilusiones se vuelcan en el presente y en el mañana.

Latidos de presencias amadas asoman a sus ojos que irradian entusiasmo. Entusiasmo por vivir la experiencia de los años venideros, con el viento a su favor navegando a toda vela, la frente alta, la sonrisa en el alma y la mirada serena.

  


viernes, 5 de marzo de 2021

El mal ajeno


Me sorprende el comienzo del año reflexionando sobre un asunto que me ha intranquilizado por desconcertante. Una pregunta me ronda y da vueltas dentro de mi cabeza sin que pueda despegarme de ella. ¿Por qué la mayoría de las personas se alegran del mal ajeno? ¿Qué réditos perciben de esa satisfacción generada por la desgracia del otro?

No aparece gratuitamente esta pregunta en mi cabeza, ni me ronda por casualidad. Simplemente he escuchado a alguien muy cercano a mí alegrarse de las desgracias que le sucedían a un pariente desaparecido hace algunos años y que ha recurrido a ellos en estos días de soledades y lejanías para acercarse, más que nada para poder contarles su desamparo, sus heridas, sus desconsuelos.

Yo admito, hasta ahí llego, que sí alguien nos abandonó, o nos abandonamos mutuamente porque no existía entendimiento. Si alguna de estas personas que no han querido saber nada de nosotros durante años hace acto de presencia para que le sirvamos de paño de lágrimas, o como confidente porque ningún otro oído presta atención a sus palabras. Si alguien se ha arrinconado y se ha convertido en una isla. Cuando decide aparecer unilateralmente, comprendo, que no es preciso atenderla. Incluso se puede inventar una excusa para colgar y seguir en la posición anterior sin deterioro de la tranquilidad espiritual que nos ha acompañado durante el tiempo que no ha existido en nuestras vidas.

Esto suele pasar con la familia, a veces. Hermanos, hijos, padres, que por no escogidos no tienen por qué congeniar y convertirse en compañeros de vida. En el momento que la causa familiar de convivencia desaparece, cada uno toma su rumbo y los caminos se dispersan.

Más difícil es concebir que se atienda la llamada, se oigan las tribulaciones por las cuales está pasando esa persona, quizás con lazos de sangre, esos que no marcan ni determinan pero que dejan huella en nuestras vidas. Como digo, si alguien presta oídos, responde y acepta las confidencias, después, está en todo su derecho de seguir indiferente al reclamo que lanzan ahora por conveniencia.

Mi desconcierto es, cuando, además, se produce un sentimiento de alegría por el mal ajeno. Alegrarse del mal ajeno, algo que no entra en mi manera de pensar-sentir-ser. Jamás he tenido ese sentimiento tan miserable. ¿Cómo es posible nutrir la alegría de uno con el dolor de otro? ¿Cómo se puede basar la satisfacción propia en las desdichas ajenas?

Después de la perplejidad sólo me ha quedado una sensación de vergüenza mezclado con el desencanto que resta puntos al saldo de los valores humanos en general y a la persona que me ha contado la anécdota riendo satisfecha, en particular.

Cada jornada se aprenden insólitas lecciones que invariablemente, si sabemos descubrirlo, aportan mayor conocimiento y nuevas herramientas para enfrentarnos a la extraordinaria y contradictoria aventura de vivir.

 


viernes, 5 de febrero de 2021

Facundo y Constance

 

El arte de la creación está respaldado por la estabilidad. El artista es por antonomasia inestable, explosivo, volátil, compulsivo. Su creación se soporta en la fuerza que le aportan otras personas afines a él, que apoyan su creatividad, su firmeza, su cordura. Sin ellos, el ánima errante vuela por mundos inhóspitos, desolados, o por fantasías inimaginables que atraviesan el universo descreído de la no existencia.

Facundo tiene poco en lo que sustentarse, algún amigo esporádico, unos hijos alejados a retazos en los vaivenes lógicos de la vida… Su estructura familiar se descompone en el demérito reflejado en los otros. Le salva, dentro de su isla escéptica, el romanticismo. Criatura de mente fría y calculadora. Prosaico. Sarcástico. Estoico. Tiene el contrapunto de la sensibilidad que se puede convertir en hiper sensibilidad si se siente atacado.

La poesía es su polo magnético de atracción. En comunión con las estrofas, su corazón de metal, late sistólico en armonías convexas que alientan la esencia del chiquillo pertinaz que encierra su férrea estructura de hombre hermético.

Poesía y música, dos motivaciones que exaltan su alma. A través de ellas vive, siente, se ilumina y vuela por espacios infinitos mecido por la cadencia de las palabras.

Constance es su contrapunto, dinámica y sensible, tenaz y exaltada, de una fragilidad engañosa. En aras de la verdad es capaz de las mayores empresas. Sus raíces entroncan con el recio arraigo de las mujeres poderosas que nutrieron su cuna, ejemplo constante de fortaleza y osadía, calma y certidumbre.

En la balanza en la que se columpian sus polos opuestos, está, en un extremo la cordura, asentada en la racionalidad de sus planteamientos, en el otro rebosa la locura de los seres alados que vuelan libres por planetas creados en su interior. Ambos conviven manteniendo un equilibrio perfecto. Espíritu y cerebro en plena complicidad.

Es difícil desnivelar su naturaleza o destruir su concordia establecida a golpe de sentimiento. De sueños hechos realidad. De insólitas aventuras. De metas alcanzadas. Caminos compartidos. Veredas ancladas en la raíz del viento. Ternuras forjadas a golpe de constancia y serenidad. Puro embeleso que les lleva a disfrutar del tiempo en común como nunca antes lo habían hecho.

Su núcleo comparte los elementos necesarios para potenciar su proyección como individuo, sin menoscabo del otro, en una alquimia perfecta.

Hoy celebran su aniversario descubriendo un nuevo amanecer, con mil proyectos por realizar y la certeza del lazo indisoluble, que un venturoso día, unió sus destinos para satisfacción y gozo de su existencia.



martes, 5 de enero de 2021

Boomerang



 

Se me ha disparado la cabeza y ya no puedo parar. Es como un molino loco que da vueltas. Un boomerang arrojando ideas que giran y regresan.

Se me ha despertado la cabeza y no puedo parar de concebir imágenes. De soñar ideas. De palpar el viento. De lanzar canciones al aire. De tremolar banderas. De reconquistar ilusiones y proezas. Y transitar por las vías del mañana soñando con esferas de luz que giran en el firmamento en una danza perpetua. Se me ha despertado el alma y ya no puedo parar de echar las campanas al vuelo. De bailar con los ángeles y alborotar los silencios.

Se me ha despertado la vida y ya no puedo parar de reír. No puedo parar, aunque quiera, no puedo parar.