En más de una ocasión he escuchado decir a algunos
hombres, sin pizca de rubor ni turbación en la voz, haciendo gala de un
machismo vergonzoso nutrido en las pandillas de barrio, que una mujer se pinta
los labios como una clara alusión a sus órganos sexuales.
De ahí, argumentan, el nombre de una famosilla
colección de libros. Una colección hecha por hombres y mujeres desde una mirada machista, acordé con la época de apertura que junto con grandes avances en muchos sectores trajo el llamado destape.
Literatura, cine y revistas abundaron en temas e imágenes hasta entonces prohibidas, haciendo gala de un exhibicionismo (cuantos más centímetros de piel femenina mostraran mayor era su éxito) en muchas ocasiones exento de calidad que no siempre aportaba apertura de mente, más bien fomentaba desde quioscos, celuloide y páginas impresas la mercantilización del cuerpo de la mujer y de nuevo, la mirada obscena del hombre.
Una mirada que tantas veces se ha posado sobre
mi cuerpo sin que yo la buscará, todo lo contrario, huía de la ropa ceñida que
pudiera resaltar la belleza adolescente que comenzaba a repuntar. Más tarde las hormonas alborotaron los
pulsos y la llamada de la vida y del amor transformó mi forma de vestir, de
peinarme, de mirar. Este cambio aumentó exponencialmente el cerco de
acosadores.
No importaba que ellos no me interesaran un
ápice, excepto para ponerme a salvo de sus ataques verbales y físicos, cuando
no de su contemplación lasciva de labios bulbosos y ojos vacunos y extraviados.
Ese tipo de hombre nunca va a entender que una
adolescente desconoce que despierta pensamientos y deseos turbios con su
presencia limpia, mezcla del proyecto de mujer que será un día y de la pequeña
que hasta ayer jugaba con sus muñecas.
Ese tipo de hombre nunca va a entender que
ellos no son el ombligo del mundo. Que no todo gira a su alrededor y que las
jovencitas que tan apetecibles les parecen, tienen otros objetivos muy alejados
del de llamar la atención de los babosos que lo único que les provocan es temor
o desprecio.
Existen otros hombres, doy fe de ello, que
entienden el alma femenina sin menoscabo de su hombría. Que perciben lo que una
mujer es, más allá de su cuerpo. Que no recorren las calles extendiendo sus
ojos como telescopios invasivos.
Esos otros hombres respetan, quieren y admiran a
una madre valiente, a una compañera cómplice, a una buena amiga, a una hermana
solidaria, a una hija capaz y cercana…
Las admiran, quieren y respetan tanto en el
terreno profesional como en el personal. Hombres en el más amplio sentido de la
palabra. Seres racionales que piensan con algo más que lo que tienen en la
entrepierna.
Hombres que escriben, cantan y aman lo que de
mejor hay en ellas. Hombres que admiran su papel a través de la Historia.
Hombres que separan la condición femenina de lo que cada uno aportamos como
seres humanos a la evolución del mundo.
Hombres que no encuentran en una boca pintada una
referencia al sexo. Tan distintos a los depredadores que manchan con su mirada sucia
el libre transcurrir de las mujeres.
Tras una boca pintada se esconde en muchas
ocasiones la inseguridad, la tristeza, el desánimo, o a través de ella emerge
la ilusión, las ganas, la alegría…
Una pincelada de color cuyo propósito es hacernos
sentir mejor. No hay más. Para conseguirlo, nos pintamos esa sonrisa de carmín.