lunes, 9 de marzo de 2020

Mariquilla 2

(Continuación)


Un día por arte de birlibirloque su actitud cambió. Un giro inesperado en la veleta, un vuelco de aire y su conducta cambió rotundamente. La chiquilla tímida que se escondía tras cualquier disfraz se abrió igual que una granada madura. 



Ya no le importó que su tez se arrebolara ante las personas que la sorprendían. Miró de frente, retiró el pelo de su rostro y permitió que su vista paseara por el mundo que la rodeaba. 

El ser sumiso y apocado que se camuflaba buscando camaleónico las esquinas y el sesgo de las paredes, dando la espalda a la vida, irrumpió como un viento solaz caliente y aventurero, la cara al descubierto y las manos ávidas de atrapar sonrisas.

Así le conoció una mañana florida del mes de Abril, tiempo en el que los amorcillos despiertan del letargo y lanzan sus flechas en busca de algún corazón abierto a la llamada.

Le amó sin ataduras, como sólo se ama la primera vez. Entregada y anhelante buscaba su presencia las veinticuatro horas. 

El cuerpo adolescente despertó y se dejó inundar por el río de fuego que corría por sus venas. Temblaba al menor contacto de sus dedos. Saboreaba cada uno de sus besos traspasada por el deseo. Unidos recorrían el camino del amor que nunca se olvida.

Tal vez su relación habría durado eternamente, como cantan los viejos boleros. Quizás habrían sido de esas parejas que se conocen desde siempre y que transitan juntos adolescencias y madurez sin más cota de comparación. 

Embebidos el uno en el otro queman etapas curándose las heridas y alimentando su convivencia son la seguridad de los años de práctica. Ya lo dice el dicho “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”

Pero los dos eran aves de altos vuelos y avistaban su horizonte lejano.  Ninguno se quedó con la naricilla pegada al cristal mirando lo que contenía el escaparate. 

Ambos cruzaron el umbral de la puerta para saborear con deleite las muchas y distintas ofertas que la existencia ponía a su alcance, y emprendieron cada cual su camino dejando un “hasta siempre” en el aire, como un pañuelo de esperanza tremolando en su ventana.

(Continuará)