sábado, 5 de noviembre de 2022

El descorche de la vida

 


Hablaban en clave. Sabían. Conocían por sus experiencias compartidas lo que cada uno añadía a la situación.

Después de la pandemia, Clarisa había florecido con esa lucidez que aportaba su nombre. Aunque nadie, ni siquiera los padrinos de su bautizo tuvieron la clarividencia de adivinar.

Algo superior a sus deseos se apoderó de ella y trasmuto su espíritu en una paleta de colores. Verdes y rosas se mezclaron con los anaranjados fugitivos de la tarde. Espléndidos amaneceres y noche negras cuajadas de promesas mezclaron sus realidades más allá de las conveniencias.

El diálogo surgió fluido. Dos almas que se entienden. Dos intelectos inquietos y cómplices. Generosos y amigos.

A Pascual le sorprende, a pesar de que ella se lo expresa con palabras diáfanas, su latir, su florecer, su explosión cálida y sensual. Espectador-esponja absorbe cada una de las vivencias que Clarisa le cuenta. A través de ella su cuerpo respira. Su mente amplifica su espectro. Sus vivencias se agrandan tomando un giro desconocido. El que ella marca sin pretenderlo y que él sigue con sus cinco sentidos remedando lo que no es capaz de crear.

 El entendimiento es tácito.

    -Soy consciente de que cada uno de nosotros vivimos nuestras propias circunstancias –le dice Clarisa- A todo lo fundamental, a todos los momentos decisivos nos enfrentamos solos. Desde el nacimiento a la muerte. En las grandes decisiones estamos solos. Y solos decidimos, en función de no sé qué aconteceres, tomar una ruta u otra. Tenemos una vida, no renuncio a coger con ambas manos lo que me brinda el destino.

    -¡Haces bien! A mí me tienes asombrado. Desde el corte existencial que nos cercenó a todos la sonrisa, el contacto, el abrazo, la cercanía, tú has respirado con una energía que me desborda, me traspasa y hago mía. Yo soy incapaz de crearla. No me tienta lo desconocido. A través de ti me enriquezco. Tus vivencias son las mías. Entiendo el camino por el que te mueves y me hago cómplice tuyo. Atrapa lo que la vida te ofrece. ¡Vive! ¡Disfruta! ¡No renuncies a nada!

No sé si este diálogo se producía en una confluencia de tiempos y pareceres por ambas partes. Sí sé que Clarisa sintió alivio. Ella había sido franca y abierta en lo que su alma y cuerpo sentían. En su no renuncia a lo que le brindaba la vida. En su seguir la senda que le marca la existencia temporal y transitoria por donde nos desplazamos todos. En saborear el momento.

Clarisa percibió en la sabiduría del hombre, que le hablaba con otro lenguaje, la conformidad, la aquiescencia, la permisividad. Él está en un punto distinto del viaje y aprueba que ella no se pare y siga. La diferencia de años y de proyecto vital, marcan el contraste.

Compañeros y camaradas en algunas etapas pasadas, no pueden compartir la intrepidez del momento, el vértigo constante, el inusitado volcán que trepida en las entrañas y desarbola la vida de Clarisa. Incuestionables señales que resuenan en lo más hondo del alma como una sensación física que corta el aire. Llamada ancestral que sólo tiene una respuesta.

La conversación fluida como desde hace mucho tiempo, descubre la complicidad. Pascual sabe y consiente. Clarisa estrena la vida.

 

 


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