El zumbido sordo que perciben los oídos aumenta su melodía monocorde en un crescendo intenso que invade el cuerpo como un tsunami. Tiembla de pies a cabeza contagiado por la vibración que le transmite el entorno, Óscar cierra los ojos y aprieta los puños con fuerza. No es crispación, tampoco se le puede llamar miedo al sentimiento que invade su alma. Analiza la situación con frialdad. Numéricamente todo cuadra. La aventura que va a emprender es algo que ya han experimentado miles de personas antes, incluido él mismo.
Si no fuera por la situación externa que rodea su viaje no tendría el sabor metálico en la saliva ni el rictus seco de mandíbulas apretadas que adivina en su cara, junto al expectante cosquilleo en el estómago que siente entre las costillas como una cavidad hueca y profunda.
La misión que le han encomendado, no por deseada, deja de ser un disparo hacia la nada, una apuesta descabellada que Óscar ha asumido con la gravedad y la energía que requiere la empresa. El proyecto se ha llevado en el más absoluto secreto. El puñado de científicos que lo diseñaron ha trabajado en el laboratorio fuera de horario, saltando los estrictos controles, buscando subterfugios para cada uno de sus movimientos, enmascarando los avances diarios y conservando a buen recaudo los logros conseguidos.
El más
osado, David. Él es el que trabaja en el equipo que ensambla los paneles
metálicos una vez acabados los entresijos, montadas las piezas, supervisado el
anclaje y comprobada la respuesta de cada una de ellas. Él es también el que ha
encontrado la manera de camuflar el verdadero objetivo de la misión.
Tienen
que extremar la cautela no sólo en los preparativos, que se han cumplido según
lo planificado, sino para no ser descubiertos en ninguno de los tramos
sucesivos que irán alcanzando. Han de alojar y desalojar su preciosa carga sin
despertar sospechas y seguir efectuando viajes en las mismas condiciones. De
ello depende el éxito o el fracaso.
Su
optimismo impenitente le lleva a afrontar los retos con una sonrisa sin pensar
en los riesgos. La inteligencia al servicio del corazón y la razón guiando sus
pasos.
- ¡Mañana
todo es posible! -asegura con la certeza de un visionario- Si el presente nos
traiciona volviéndonos la espalda, solamente hay que dejar que transcurra, dejarlo marchar y dar paso a la esperanza que germina en las sombras como una
semilla de luz escondida en la tierra.
David
sabe bien de lo que habla, muchas son, en sus cortos veinte años, las
adversidades con las que ha tenido que luchar. Gracias a su entusiasmo y valor,
unido a un ánimo irreductible, ha conseguido remontar y salir de la corriente
de ostracismo que inunda el mundo.
Consiguió
contactar con grupúsculos perdidos entre la marea de adictos. Individuos
desobedientes al sistema que enarbolaban la bandera de la rebelión contra el orden
que implanta nuevas consignas para acabar con aquellos que burlan sus leyes.
Si no lo
consiguen por las buenas, lo hacen por las malas. Desde la cuna a la tumba. En
las escuelas o en las cárceles. A través de la propaganda subliminal o
descarada. Con la represión directa y brutal o con métodos sinuosos, desactivan
la memoria colectiva.
Durante
milenios se han dedicado a suprimir concienzudamente todo vestigio que pueda
despertar en la adocenada humanidad cualquier atisbo, cualquier retazo de
pensamiento que induzca a imaginar la Navidad.
Comenzaron
por imponer penas severas a los que siguieran la tradición pagana de adorar
ídolos. Toda representación, ya fuera imagen, dibujo, efigie, retrato o
escultura fue perseguida, requisada y destruida.
Para
ello crearon las llamadas C.L.S.V.F. Comisiones
Limpiadoras en Salvaguarda de la Verdadera Fe que con el poder que
les da la fuerza, confiscan y arrasan invadiendo todo lugar sospechoso de
albergar alguno de aquellos odiados objetos. Lo que antes eran exquisitas obras
de arte fueron perseguidas y expoliadas, cuando no, pulverizadas.
Colosal
labor la que se habían impuesto. Extirpar de cuajo las raíces del árbol de la
fe impresas en ingentes volúmenes de libros, objetos, monumentos,
música... Cómo deshacerse de todas y
cada una de las muestras que inspira la Epifanía, la época gloriosa del
nacimiento del niño Jesús. Cómo erradicar las extendidas tradiciones que
concurren a su alrededor.
Ese fue el pensamiento único de aquellos bárbaros, que como modernos Atilas arrasaron
con las patas del caballo de la destrucción, utilizando cualquier medio a su
alcance para eliminar lo que se interponía en su camino. Todas las tácticas eran válidas para impedir que surgieran nuevos brotes de subversión.
Su error
fue creer que haciendo desaparecer la parte material conseguirían su propósito,
nada más lejos de la verdad.
No
contaron con que se puede matar a las personas, pero no sus creencias. Las
ideas se fortalecen ante la persecución y los sueños germinan en la oscuridad.
Los hombres se unen en la adversidad y luchan con más fuerza que nunca para que
nadie les arrebate lo más importante, la esperanza.
Del
inconformismo, el coraje y la rebeldía surgieron Los Clandestinos.
Al
principio se dedicaron a esconder objetos de su propiedad para que nadie se los
pudiera incautar.
Podía
ser un belén, que había permanecido generación tras generación en la familia con
sus múltiples figuras talladas en madera o modeladas en barro. Música, recopilada en LPs. Las cintas de casetes. Los DVD y pen que ocultaron físicamente.
Las listas temáticas, y las recopilaciones de vídeos los subieron a la nube
poniéndolos a resguardo y haciéndoles más difícil el trabajo a sus
rastreadores.
Los
libros, que mostraban en dulces imágenes los pasajes del singular hecho
acaecido en Belén de Judea y las incontables historias y cuentos con relatos
sobre la Navidad, fueron apilados cuidadosamente, embalados en telas
impermeabilizadas y enterrados en cuevas secretas distribuidas por montes y
valles, jardines y parques, ciudades y subterráneos.
Lo
hacían de madrugada, cuando las patrullas que merodeaban por la ciudad bajaban
la guardia acusando el cansancio de la noche en vela y se dejaban arrastrar por
el sopor que provoca el amanecer. La hora más peligrosa para los que reprimen y
la más fructífera para los que no quieren ser reprimidos.
Aprovechaban
cualquier ocasión, cualquier resquicio en la maquinaria de la devastación para
ocultar y salvaguardar aquellos preciados tesoros. Fomentando al tiempo, el
mayor caudal, la memoria de los niños.
En ellos
se volcaron. Les transmitieron todas las enseñanzas verbalmente. De padres a
hijos se forjó una cadena de información invisible para sus perseguidores.
La más
valiosa herencia que pudieron dejarles.
Celebraron
las Fiestas a escondidas, entonaron con ellos cánticos, cocinaron unidos ricas
viandas supliendo con la imaginación la falta de ingredientes requisados por
los destructores. Nada les importaba. Ellos sustituían la falta de elementos
con ingenio, sacaban prácticamente de la nada adornos, engarzando en una cuerda
tapaderas de latas que limpias y pulidas brillaban como las bombillas de los
cuentos. Con ellos y sus voces, adornaron los espacios secretos que fueron
construyendo.
Como en
tantas ocasiones en la Historia, muchos individuos estaban trabajando en la
consecución de un fin sin saber que casi pared con pared, otras muchas familias
actuaban de la misma manera, con idéntico fin.
Así, y a
pesar de las persecuciones a que habían sido sometidos, en este 3025 de la Era
Cristiana, esos niños alimentados en el espíritu de la Navidad están a punto de
cumplir sus anhelos.
Uno de aquellos
niños es Óscar, el encargado de pilotar la primera nave. Después de esta
expedición vendrán otras muchas. En la Tierra, al frente de la operación de
localización, guarda y custodia, quedan David y Carlota. Han demostrado en
estos últimos años su capacidad para estableces contactos sin poner en peligro
la misión. Junto a sus colaboradores
extienden la semilla de la ilusión y brindan apoyo y consejo a los que día a
día se van uniendo a la causa.
El
esfuerzo que han realizado comienza a dar sus frutos, el
ronroneo de la nave se acrecienta, Óscar siente la sacudida del despegue y la
fuerza de la velocidad que tiene que alcanzar el cohete para librarse de la
gravedad de la Tierra. En unos minutos alcanza los 400 km de altitud y sale de la
órbita terrestre. Empuña los mandos de la nave cogiendo el control y pone rumbo
a la Estación Internacional. Allí le aguardan impacientes, Manuela, Federico,
Alberto y Patricio, su mujer y sus tres hijos que han llegado de las colonias
interestelares en el transporte anterior.
Los más
entusiastas son los pequeños. Sueñan con disfrutar unas Navidades como las que
han visto en los vídeos de sus antepasados. Han ensayado villancicos, tienen
preparadas plantas artificiales, rocas y ríos de metal plateado para que cuando
llegue papá puedan montar el belén que han reservado en la caja verde, esa que
Alberto marcó con una señal muy visible para que no fuera a parar al almacén
con el resto.
-Mami,
¿seguro que papá está al llegar? ¡Que ganas de verlo!
-Sí,
hijo, está a puntito. Si miras en la pantalla verás que la nave acaba de
atravesar las puertas de acceso. ¡Corre, ve y díselo a tus hermanos!
Efectivamente,
en ese instante, después de descender de la nave que se había acoplado en una
maniobra perfecta, Óscar pasaba por la cabina de despresurización y se disponía
a dirigir la operación de desembarque. Eficaces operarios transportaban las
cajas camufladas entre los contenedores que traen las remesas del trimestre:
Semillas para el huerto, plantas potabilizadoras, recambios para los
instrumentos, medicinas, y un largo etcétera.
Más
tarde, una vez distribuidas entre los habitantes de la Estación llegará el
momento de celebrar su gran logro.
La nave,
con las bodegas vacías, volverá a desandar el camino y repetirá la operación,
tantas veces como sea posible, hasta concluir la tarea.
De entre
las cajas apiladas, Óscar escoge las que su hijo marcó en rojo y las pone en
una carretilla.
El
primero que sale a su encuentro corriendo como una exhalación por el níveo pasillo
que lleva al atracadero es Patricio, el más pequeño y el más parecido a él. Son
sus mismos ojos grandes y marrones enmarcados por largas pestañas los que le
miran abiertos como ventanas.
Al
llegar a su altura, da un salto y se encarama a su cuello.
- ¡Qué
alegría papaíto! Pensaba que no ibas a llegar nunca.
Casi sin
darle tiempo a reaccionar Federico y Alberto se abrazan a él haciéndole un
montón de preguntas.
-Tienes
que contarnos todo, papá. ¿Ha sido muy peligroso? –le dice Federico,
moreno y taciturno, de ordinario callado y por ser el mayor el más consciente
de lo que están viviendo.
- ¡Has
traído mis cajas! ¡Qué bien, papi! ¿A que te han ayudado mucho las marcas
rojas?
Unos
pasos atrás Manuela contempla la escena con lágrimas en los ojos. La mirada de
Óscar se posa en ella. Recorre su figura tan querida, resbala por el cabello
lacio que le enmarca el rostro y la acaricia en una fusión sin palabras. Con un
gesto espontáneo extiende los brazos y ella corre a esconder su cabeza en el
refugio que le brinda reposo. Ha añorado tanto este momento...
- ¿Sabes,
papá, que tenemos una sorpresa para ti?
- ¡Cállate,
Alberto, que lo vas a estropear! No ves que papá y mamá ahora no oyen nada.
Alberto
mira a sus padres fundidos en uno. Al escucharle Manuela vuelve la atención
hacia ellos.
- ¡Claro
que os oímos! ¡Anda, Alberto, cuéntale la sorpresa que le tenemos preparada!
Aunque pensándolo bien, es mejor que la vea por sí mismo. ¡Vamos, vamos a
enseñársela!
Cuando
entran en la habitación de aspecto circular Óscar descubre una plancha de
polietileno que descansa en un equilibrio perfecto sobre las guías de aluminio
que sobresalen de la pared de un blanco refulgente.
- ¡Qué bien lo habéis hecho! ¡Está perfecto!
Entre
todos sacan las figuritas y las colocan sobre el tablero improvisado. Poco a
poco van diseñando su Nacimiento. Con una emoción indescriptible contemplan la
lámina del libro que muestra una fotografía a dos páginas y todo color. De ella
copian el modo y manera en la que tienen que distribuir las plantas y el río
metálico que tenían preparado, más, y esto sí que es un alborozo general,
cuando comienzan a depositar las piezas del Portal, los Reyes Magos, las
casitas de corcho, los animales, los pastorcillos...
En otra
caja marcada hay instrumentos musicales, una zambomba, un par de panderetas,
una matraca y hasta un almirez con su mano de bronce dorado.
Mientras,
en La Tierra, David y Carlota al conocer a través de las pantallas de
seguimiento la culminación de la misión, aplauden como locos.
A partir
de ahí el camino está abierto. Muchos les seguirán en su éxodo, llegando con su
bagaje navideño al nuevo mundo. Un bagaje que les permitirá conservar y
transmitir sus costumbres a las siguientes generaciones sin miedo a la
persecución y al exterminio.
Un mundo donde podrán vivir libremente y
mantener su cultura, una cultura y un estilo de vida que pese a los ataques
sufridos ha sobrevivo con más fuerza en la sabia nueva de la sangre de sus
hijos.
-Ellos,
junto a los que les precedieron y les seguirán, son los mejores embajadores del
mensaje de amor y reconciliación. Los niños son la esperanza del mundo y algún
día, estoy convencido, conseguirán unir a todos los hombres desterrando las
divisiones entre razas y credos.
Carlota
abraza a su marido y ambos a los niños formando un círculo de fuerza.
-Ahora,
a la faena. Nos queda mucho por hacer –Dice David guiñándoles un ojo- pero esta
noche aparcamos las obligaciones, los demás nos esperan para festejar este día
tan singular. Pronto cambiarán las circunstancias cuando nosotros también podamos
emprender el viaje
Diciendo
esto se aventura por la falsa puerta que ha descubierto en el muro de la
vivienda y que da acceso al laberinto de túneles que conecta con los defensores
de las tradiciones y sus cubículos secretos. Seguido por su familia se dispone
a pasarlo en grande.
En esos
momentos Óscar, a miles de kilómetros de distancia estelar, abraza a su familia
entre risas y lágrimas de alegría.
Al
sentarse en torno a la mesa, con la comida especial que han conseguido, el
recuperado Belén apostado en un ángulo de la habitación y los cánticos flotando
en el aire, Manuela mira la fecha que el led-calendario refleja sobre la pared.
- Veinticuatro
de diciembre, Óscar. Ésta es tu última Navidad.
- ¿Es
eso cierto papi? -Le pregunta con aire compungido Patricio.
Los
niños miran a sus padres. No les ha sonado nada bien eso de que sea la última
Navidad. Si apenas la acaban de estrenar...
Óscar
esboza una franca sonrisa.
- Pues
sí, mamá tiene razón. Ésta ha sido mi última Navidad. Mi última Navidad en La
Tierra. Pero no os preocupéis ni os pongáis tristes, porque ésta es también mi
primera Navidad.
- ¿Tu
primera Navidad?
- Sí, mi
primera Navidad, la mía y la vuestra. La primera Navidad que celebramos en
libertad. Ahora somos dueños de nuestros actos. Ha desaparecido la
intranquilidad con la que vigilábamos nuestros pasos guardándonos de la
intolerancia. Los nuestros en un principio actuaron de igual manera. Tratando
de imponer a sangre y fuego sus creencias a otros pueblos.
Ahora
somos conscientes de que lo mejor para todos es que convivan razas y credos,
hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, culturas dispares que se enriquecen con
la mezcla y que como un buen guiso, es más sabroso cuantos más ingredientes se
le añaden. La violencia sólo engendra violencia. Con esa certeza hemos creado
este plan. Desde aquí podremos continuar. Ésas son las convicciones que vamos a
preservar y difundir acrecentándolas y extendiéndolas, hasta conseguir que, a
través de la palabra y el ejemplo, el mundo que acabamos de abandonar se purgue
de los seres que haciendo uso de la violencia destruyen la libertad e impiden
vivir en paz.
Los
niños le miraron sonrientes y a Manuela le brilló una luz en los ojos, Óscar
con voz segura añade.
-Tengo
la completa seguridad de que en los mundos habitados de la Galaxia siguen este
ideario y nos apoyan y alientan. Gracias a su contribución estamos aquí. Con su
asistencia y colaboración, lo que parecía un sueño, hoy se ha hecho realidad. Y
en un futuro, no muy lejano, volveremos a celebrarla junto a todos aquellos que
lo han hecho posible.
- ¡Viva
la Navidad! –Grita en un impulso incontenible Alberto.
- ¡Que
viva!! –contestan todos.
- De eso
nos encargamos nosotros ¿verdad mamá?
- Por
supuesto, en vuestras manos está, y no podría haber mejor lugar.
Entonando
una alabanza alzan sus vasos al cielo y brindan envueltos en la cálida atmósfera que abriga sus
corazones.