En un mundo tan enfrentado como
el que vivimos, tan polarizado, tan inconexo, tan cruel, alegra el alma
escuchar en estos días a la gente expresar en voz alta los buenos deseos para
sus congéneres.
Creo que en ninguna otra época se
escucha tanto la palabra “feliz”. Feliz Navidad. Felices Fiestas. Feliz Año
Nuevo… una palabra que por desgracia escasea a lo largo del año.
Se puso de moda o se instauró en
las tiendas en algún momento desear un buen día a los clientes y parroquianos,
algo que no está mal, aunque muchas veces se diga como un latiguillo aprendido
y no, por supuesto, con la intencionalidad con la que se hace en estos días en
los que, por una vez al año, nos miramos a los ojos y nos sonreímos
abiertamente. Todo lo que en nuestro mundo alterado por el odio, se exprese
como un buen propósito hacia el otro, sin distinguir color, raza, ideas
políticas, creencias religiosas, sexo o condición, sea bienvenido.
Es en estas fechas, cuando en
contra de todas las opiniones refractarias y de los muchos cascarrabias que
acusan a la Navidad de ser sólo una época comercial, que lo es (no voy a
discutir eso) como lo son tantas otras fechas del año en que los comercios se
valen de cualquier excusa, local o importada, para hacer su agosto con reclamos
de todo tipo, sin el gesto añadido y para mí positivo de que se formulen tantos
buenos deseos.
Es en estas fechas cuando se
dibujan más sonrisas en las caras, cuando, apelando a nuestros recuerdos de infancia
y a las ganas de recuperar y mantener las tradiciones familiares, se entonan
cantos de paz y amor en todo el orbe, se reencuentran amigos y familiares y se
brinda en todas las mesas por la salud y la felicidad propia y ajena.
Es cierto que, en algunos
ayuntamientos de algunas ciudades, incluida la mía, el desproporcionado exceso
de luces en ciertos espacios concretos, consigue que esos rincones se
conviertan en carruseles de feria que deslumbran y aturden la mirada.
Mal distribuidas, alternan áreas
refulgentes como ascuas, con calles y plazas oscuras sin una mala bombilla que
preste un poco de color y alegría al alumbrado común. Tan mal dosificado como
la riqueza, me lleva a pensar en lo mal repartidos que están los bienes de la
Tierra. Unos tanto, y otros tan poco…
Por eso es bueno que la palabra
felicidad, junto con los buenos deseos, se otorgue sin excepciones, que las
sonrisas afloren con más facilidad a las caras, que por unos días sea la
ilusión la que se apodere de las calles vestida de Navidad.
A pesar de los Grinch que quieren
aguarnos la fiesta y que despotrican, solos y amargados, incapaces de aceptar
que el mundo se vista de gala en todos los hogares, grandes y pequeños,
opulentos o humildes, próximos o lejanos, para celebrar que, durante un par de
semanas, haya una exaltación de las ganas de compartir sonrisas y buenos
deseos, de ser y hacer felices a los demás.
Una corriente que se extiende y
hace fuerte poco a poco y que se contagia como un virus benéfico por el cuerpo y
por el alma.

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