viernes, 26 de diciembre de 2025

¡Feliz Navidad!

 


En un mundo tan enfrentado como el que vivimos, tan polarizado, tan inconexo, tan cruel, alegra el alma escuchar en estos días a la gente expresar en voz alta los buenos deseos para sus congéneres.

Creo que en ninguna otra época se escucha tanto la palabra “feliz”. Feliz Navidad. Felices Fiestas. Feliz Año Nuevo… una palabra que por desgracia escasea a lo largo del año.

Se puso de moda o se instauró en las tiendas en algún momento desear un buen día a los clientes y parroquianos, algo que no está mal, aunque muchas veces se diga como un latiguillo aprendido y no, por supuesto, con la intencionalidad con la que se hace en estos días en los que, por una vez al año, nos miramos a los ojos y nos sonreímos abiertamente. Todo lo que en nuestro mundo alterado por el odio, se exprese como un buen propósito hacia el otro, sin distinguir color, raza, ideas políticas, creencias religiosas, sexo o condición, sea bienvenido.

Es en estas fechas, cuando en contra de todas las opiniones refractarias y de los muchos cascarrabias que acusan a la Navidad de ser sólo una época comercial, que lo es (no voy a discutir eso) como lo son tantas otras fechas del año en que los comercios se valen de cualquier excusa, local o importada, para hacer su agosto con reclamos de todo tipo, sin el gesto añadido y para mí positivo de que se formulen tantos buenos deseos.

Es en estas fechas cuando se dibujan más sonrisas en las caras, cuando, apelando a nuestros recuerdos de infancia y a las ganas de recuperar y mantener las tradiciones familiares, se entonan cantos de paz y amor en todo el orbe, se reencuentran amigos y familiares y se brinda en todas las mesas por la salud y la felicidad propia y ajena.

Es cierto que, en algunos ayuntamientos de algunas ciudades, incluida la mía, el desproporcionado exceso de luces en ciertos espacios concretos, consigue que esos rincones se conviertan en carruseles de feria que deslumbran y aturden la mirada.

Mal distribuidas, alternan áreas refulgentes como ascuas, con calles y plazas oscuras sin una mala bombilla que preste un poco de color y alegría al alumbrado común. Tan mal dosificado como la riqueza, me lleva a pensar en lo mal repartidos que están los bienes de la Tierra. Unos tanto, y otros tan poco…

Por eso es bueno que la palabra felicidad, junto con los buenos deseos, se otorgue sin excepciones, que las sonrisas afloren con más facilidad a las caras, que por unos días sea la ilusión la que se apodere de las calles vestida de Navidad.

A pesar de los Grinch que quieren aguarnos la fiesta y que despotrican, solos y amargados, incapaces de aceptar que el mundo se vista de gala en todos los hogares, grandes y pequeños, opulentos o humildes, próximos o lejanos, para celebrar que, durante un par de semanas, haya una exaltación de las ganas de compartir sonrisas y buenos deseos, de ser y hacer felices a los demás.

Una corriente que se extiende y hace fuerte poco a poco y que se contagia como un virus benéfico por el cuerpo y por el alma.


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