Anuncios en las marquesinas de
los autobuses, que tienen el objetivo, se supone, de vender.
Vender lencerías, colonias, ropa
de baño y que, por esa mirada tan alabada por ciertos hombres, mirada
masculina, inherente a su condición, según dicen, sirve para despertar la lascivia de los
viejos verdes que deciden que esas mujeres, a veces muy jóvenes, que provienen
de distintas carreras en las cuales a base de esfuerzo han logrado tener éxito
y una posición en la vida, o que son modelos de profesión; según ellos, están
exponiendo su cuerpo con la intención de provocar el deseo en el depredador que
llevan dentro.
- ¿Qué
necesidad tienen de hacer eso? -se jalean unos a otros- ¿Se tienen que vestir así para cantar, bailar o andar por la
calle? Porque luego las chicas las copian y van enseñando todo.
- Y luego
querrán que no las violen, si lo van pidiendo a gritos.
Esta conversación, pensamiento,
elaboración, aunque parezca mentira, aún sigue vigente en nuestros días.
Quiero creer que son el reducto de una educación machista que muchas veces se
enmascara en hombres supuestamente avanzados que defienden los derechos de la
mujer y se proclaman a sí mismos feministas. Que acuden a manifestaciones
apoyando la liberación de la mujer y defienden a voz en cuello que la mujer
tiene que ser libre.
Las quieren libres, sí, pero no
libres de sus miradas, pensamientos y conductas que son capaces de transformar
una foto hecha en un contexto laboral con el único propósito de vender
lencería, para excitarse y usarla como estímulo para pajearse.
Desde hace muchos años existen
cantidad de posibilidades en revistas para adultos, cine X, lugares de citas y
tantas y tantas posibilidades más, donde relacionarse o buscar esa excitación
en soledad sin tener que mancillar a las mujeres, que, lo último que imaginan,
es que su trabajo sea motivo de provocación en las mentes enfermas de los
hombres poco evolucionados que sólo ven carne donde hay arte.
Como siempre nos salva que esos
son unos pocos, reductos del pasado gris de este país. Las nuevas generaciones
saben distinguir y pueden disfrutar de un concierto donde la ropa, tanto de
hombres como de mujeres forma parte del espectáculo, de la caracterización que
ha estado unida siempre al mundo del teatro sin que se les salgan los ojos de las órbitas. Lo importante para ellos, es la música, las
luces, los bailes, el show en sí mismo y el mundo de color que se abre en un
derroche de esfuerzo, trabajo, horas de ensayo y años de dedicación para
conseguir un resultado que va mucho más allá de una simple contemplación-exhibición del
cuerpo.
Todo eso que no le importa al baboso que únicamente ve una mujer casi en cueros que le mira desde una marquesina
de autobús con el sólo propósito de provocar su excitación. Eso que puede
encontrar, como he dicho, en otros muchos lugares y espacios cuyo objetivo, tan
digno como cualquier otro trabajo, es satisfacer instintos y pasiones.
No hay necesidad de manchar, ni
denigrar la imagen de una cantante, modelo, actriz o aspirante a serlo que da
sus primeros pasos haciendo una foto para una colección de lencería y que jamás
imaginaría en manos de quien y con qué objetivo ha acabado su fotografía.
Sean consecuentes señores con sus
manifestaciones y dejen que las mujeres ejerzan su libertad sin mancillarlas. A
estas alturas de la evolución del ser humano creo que no es mucho pedir.
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