viernes, 5 de noviembre de 2021

Ignacio

 

Se le llena la boca con la lección aprendida desde chiquito Las cosas hay que hacerlas por y para uno mismo, no para los demás” Eso le habían reiterado sus padres una y otra vez con su machaconería acostumbrada.

No se podrá decir que, si no aprendió las lecciones sobre la vida, ha sido porque no se las repitieran día tras día.

Con estas bases, ha forjado su carácter, introvertido y excluyente. Pone su listón muy alto y no es fácil que alguien entre en su círculo.

No los escoge por interés. Su vara de medir es particular y se basa en méritos que están muy lejos de ser los que valora la sociedad.

No es el dinero, la belleza, la clase social o detentar algún tipo de poder lo que le hace ser cercano y atraer a su órbita de amistades a los muy distintos individuos que la han conformado a lo largo de su existencia.

Es verdad que el grupo lo construye procurando que no se mezclen entre sí.  Ignacio prefiere relacionarse con pocos amigos al tiempo, incluso le encanta cuando sólo son dos.

De esta norma, costumbre, o forma de ser, están excluidos los miembros de su familia. Aun así, tampoco es partidarios de unirlos. Prefiere hacerlo por afinidad de trato.  Es decir, no le gusta juntar a varios componentes de distinta rama familiar entre sí. Más bien es de quedar una fecha con unos y otra con otros, con cierta distancia entre citas para no resultar abrumado y falto de energía después del esfuerzo.

Posee buenos y sólidos argumentos a su favor -Cuando se concentran demasiados, nadie escucha a nadie en la mezcla de diálogos cruzados.

Y tiene mucha razón. Es imposible mantener una conversación mínimamente entendible y, o, civilizada, en ese maremágnum de palabras y risas altisonantes, cuando para ser oído, cada uno va alzando gradualmente la voz hasta convertir el encuentro en una auténtica Babel.

Ignacio es absolutamente civilizado, es decir, le gusta respetar las normas, atender a sus semejantes, hablar con mesura, y departir amablemente sin alterar su sensible estabilidad emocional.

Por ese motivo, es querido realmente por los que le conocen, ya sean de su entorno familiar o de sus amistades. Todos aprecian su honestidad y buen hacer. Meticuloso y exacto en sus juicios, que emite en raras ocasiones, a no ser, por petición del interesado.

Ahora lleva aislado más de lo que quisiera. Las circunstancias han jugado en su contra. En este rompecabezas que alterna espacios y tiempos le ha tocado, igual que al resto de la humanidad, vivir apartado.

El hecho de vivir sólo, le diferencia de los que comparten casa, convivientes les llaman. Ignacio no convive con nadie y esto, según cuentan en las noticias, está llevando a los que se encuentran en su misma situación a la apatía. La desgana se ceba en esas víctimas más vulnerables, que, sin incentivos exteriores, han perdido el Norte.

Sus rutinas han dejado de existir. Nada les marca la hora de levantarse o irse a dormir. Ninguna obligación externa les impulsa a salir a la calle. Atrás quedaron las múltiples actividades y con ellas la motivación para arreglarse, cambiarse de ropa, afeitarse o abandonar el cubículo donde se sienten seguros. Al no tener visitas no tienen el acicate de elaborar comidas, limpiar, ordenar o engalanarse para recibirlas con la mejor de sus sonrisas. Tampoco reciben ayuda. La gran mayoría de los que colaboraban en las labores domésticas han dejado sus puestos de trabajo.

Todo unido, hace que el número de suicidios, siempre según las noticias que dicen en la radio, hayan aumentado, junto a los internamientos por depresión.

Ignacio se mira en el espejo, recorre los rasgos que atesoran parecido con los que ya no están y que han dejado huella, en su mirada, en el modo de ladear la cabeza o en la piel oscura sobre la cual resaltan sus ojos negros. Todavía conserva el pelo, que, aunque más escaso, enmarca el rostro anguloso. El flequillo que resbala rebelde sobre la frente, le da el aspecto travieso del niño que fue y que aún conserva en su interior.

Mientras repasa cuidadosamente el apurado de la barba, se ajusta el cuello bien planchado de la camisa. Verifica, que, en la chaqueta roja de punto, estén bien casados los botones y se asegura de que combina con el pantalón de franela gris que ha escogido esta mañana del armario. Tras echarse la loción para después del afeitado y masajear suavemente la cara va hasta el dormitorio, pulcramente ordenado, escoge del zapatero unos mocasines cómodos que se calza alegremente. -Éstos son perfectos para hoy. Después se dirige a la cocina, limpia y organizada como el resto y revisa los productos que descansan apilados ocupando un espacio de la encimera que no le resta sitio para poder cocinar con desenvoltura.

Comprueba el menú que preparó esta mañana. Listo para darle un toque de microondas y, a comer. -Esto de los congelados es un gran invento -se dice. Con el recuerdo que tiene de su madre elaborando mermeladas y guardándolas al vacío le vino la inspiración. Él podía adaptarlo a las técnicas modernas, cocinar legumbres, pescados y pollo en salsa y cualquier cosa que se le ocurriera que pudiera congelar, guardarlo en recipientes individuales y calentarlo cuando le apeteciera.  De esta manera alternaría con las latas y comidas preparadas del supermercado.

Cada noche decide el menú que tomará al día siguiente. Desde que comenzó a utilizar este método, la intendencia, se le simplificó mucho. Y volvió a agradecerle a sus padres las lecciones que con hechos o palabras le habían transmitido.

La más importante, piensa mientras se sienta en el sillón, cerca de la ventana, para que la luz se cuele hasta las páginas del libro que entrelazan sus dedos, es que las cosas hay que hacerlas para y por uno mismo.  - Eso es, hijo. Las cosas no hay que hacerlas por los demás, hay que hacerla para uno mismo. 

¡Cuántas veces me lo dijiste y qué cierto es! ¿Qué sería de mí ahora si no lo hubiera asimilado? Me enseñaste a quererme y aprendí a defenderme como si defendiera a la persona que más quiero. En las circunstancias más duras ha sido mi mayor certidumbre y fortaleza.

- Para querer a los demás primero has de quererte a ti -solías repetirme. Ya ves que lo hago y no me va mal del todo. 

Consciente de ello, ve en su imaginación como le observan, aprueban con la cabeza, sonríen y asienten orgullosos. La tarea ha dado sus frutos.


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