sábado, 5 de junio de 2021

Es bueno

 


Es bueno en estos momentos de aislamiento mantenido saber que le importamos a alguien. Alguien que en su soledad y en la distancia piensa en nosotros, y hacernos uno con él.

Es bueno conocer que nos esperan, que aguardan nuestra sonrisa, nuestra voz, nuestra simiente. Que la indiferencia no acompaña nuestras horas. Que el corazón late llamando a la vida. Que en algún lugar del planeta otras almas nos añoran y nos tocan.

Almas que depositan su ternura y se preguntan si seguimos bien. Si mantenemos enteras las ganas. Si continuamos dispuestos a librar una nueva batalla contra el mal que asola el mundo. Que necesitan que les digamos si somos capaces y aguantamos los embates.

Es bueno entender que no estamos solos y lanzar nuestra imaginación al viento en pos de las caricias que se quedaron en el tiempo del ayer. Cuando todo era primavera, olor a campo y brazos abiertos. Cuando la vida sabía a besos. Cuando cantar y reír era nuestra escuela. Cuando estrechar una mano amiga nos hacía sentir su presencia.

Es bueno intuir que alguien se refugia en nosotros, aunque no estemos cerca. Es trascendental percibir la pujanza del abrazo ausente. La calidez del contacto vespertino. La inagotable incandescencia que destila el cariño de los nuestros. Fuente de fuerza y semilla en el destierro.

Es necesario en cada amanecer, en cada tarde, en cada noche, en cada sueño, en cada despertar, sentirnos queridos para soportar el aislamiento que nos hiere como un cuchillo de hielo que taladra las esquinas del cerebro.




miércoles, 5 de mayo de 2021

La Gran Manzana

 


El gran decorado, cemento, cristal y ladrillo esconde el latido que palpita inquietante y felino por las esquinas de la ciudad. Quien no ha estado nunca ignora la fascinación hipnótica que ejerce sobre los viandantes que inundan sus calles.

He oído muchas opiniones en contra de la capital del mundo. Despierta un odio enconado, muchas veces sin motivo, salvo, la pertenencia a los EE.UU. Rechazados, porque sí. Porque queda bien. Porque es el adversario a batir como todas las civilizaciones dominantes que le han precedido.

Plebeya en sus orígenes. Encumbrada a lo más alto por sus habitantes llegados en oleadas. Fundada por holandeses, fueron siglos después las hordas de inmigrantes venidas desde Irlanda, Italia, Alemania, junto a judíos, afroamericanos recién liberados de la esclavitud, chinos y gentes de todos los lugares que buscaba un futuro mejor, los que contribuyeron a su crecimiento y expansión. De su desesperación nació el espíritu fuerte que anida entre sus paredes.

La odia quién no la conoce y la condenan sin juicio previo, sin argumentos, sin pruebas.

Hay que patear sus pasajes, adentrarse por sus avenidas, aspirar el olor de las especies que aromatizan la carne asada en las parrillas, unido al dulzón del maíz que provoca buscar con urgencia un punto donde sentarse y degustar alguna de las sabrosas viandas que se ofertan en los puestos callejeros. Corrientes de gente se solazan en la 5ª Avenida despejada de coches, convertida en amplio paseo que recuerda a cualquier feria popular de cualquier pueblo del mundo.

Quién la define como inhumana no la conoce. No ha dejado vagabundear sus zapatos por las calzadas silenciosas, limpias y recién regadas que brindan su alma blanca al que se adentra por ellas en la hora temprana del día en que comienza a despertar.

A escasas cuadras del bullicioso Broadway se abren caminos insospechados para deambular dejándose sorprender por espacios recoletos que alternan alturas y estilos.

Impresiona, la primera vez que se visita, las moles inmensas que danzan en puntas disparadas hacia el cielo. El cuello gira en una posición casi inaceptable, forzando cabeza y retina para seguir hasta lo más alto las fantasías arquitectónicas que arañan las nubes.

En contraste, la legendaria iglesia que permanece a su lado con novecientos años de historia. El pequeño cementerio. El humilde jardín. El banco acogedor. Amable como pocas, abre sus puertas y te acoge en sus brazos frescos de río.

Asombra descubrir su humanidad. En las noches de verano palpita la cercanía en Bryan Park, jardín a espaldas de la Biblioteca Nacional que invita a solazarse en su mullida alfombra, cientos de personas olvidados del ajetreo diurno juegan en un gigantesco escenario, hablan, comen y ríen tumbados sobre la hierba o recostados en las sillas que algunos bajan de sus casas junto a manteles, cestas de merienda y juegos para compartir. Se mezclan los que hacen equilibrios sobre una cuerda, los que brincan con el aro o los que lanzan una pequeña pelota liviana y controlada que no molesta a nadie.

A su alrededor, circundando el gran jardín, los ajedrecistas mueven pieza al ritmo de la noche. Al fondo la gran pantalla que convierte el terreno en cine para todos cada fin de semana y que ahora se alza como una bandera blanca de paz y armonía.

No hay que alejarse mucho para descubrir sus contrastes, tenderetes ambulantes que venden sus frutas y verduras, donde la tradición y el negocio familiar permanece asentados en cada mostrador. Las hortalizas verdean sobre las cestas de mimbre. Los tomates escalan en pirámide hacia el cielo azul y los pimientos rojos y verdes hacen un rondón de colores junto a las manzanas de piel tersa y amarilla.

Aquellos que esgrimen que es despiadada, no sabe de la amabilidad de sus gentes. Un día andaba perdida por Harlem decidiendo si subir al metro o seguir recorriendo las calles para encontrar el Apolo, teatro desde donde dieron su salto a la fama grandes músicos o escuchar góspel en los templos abarrotados. Los maniquíes negros me miraban burlones desde los escaparates. Indecisa como estaba, debía mostrar una imagen tal de desconcierto que un habitante del barrio se acercó decidido para preguntarme si necesitaba ayuda. Al principio me sobresalté, había escuchado tantas historias sobre asaltos y violencia que era lógico pensar que el chico grande y fuerte que venía hacía mí no lo hacía con buenas intenciones. Su sonrisa me deslumbró junto a su amable oferta de ayuda.

Hay que descubrir el “Camino de la libertad” que bordea el agua desde el Liberty State Park en Jersey City hasta Ellis Island. Pisar sus baldosas amarillas poseídos por el espíritu de los millones de individuos que atravesaron las puertas con la esperanza puesta en el porvenir.

Oler las flores que pueblan sus múltiples jardines. Quedarse prendido de sus colores. Encontrar en sus estanques, como manos abiertas, nenúfares flotando en el vacío del agua, quedar enganchados del baile al sol de las hojas de sus incontables árboles y disfrutar de su abrazo de gigante, hospitalario y festivo.

Pasear por las orillas del Hudson en New Jersey y descubrir uno de los Sky Lines más conocido y bello. Cruzar el East River por el puente de Brooklyn, adentrarse en sus paseos y perderse en sus parques para mirar desde la otra orilla una de las urbes más filmada del planeta.

No os dejéis engañar por el gran decorado, ladrillo, cristal y cemento. En sus arterias trepida la vida, próxima y gentil, humilde y solidaria, laboral y gozosa. Igual que un caleidoscopio con cada giro de muñeca muestra sus mil caras, desde el Soho al Bronx, desde Queens a Staten Island.

En el centro, la Gran Manzana, viva, cercana y jugosa se nos regala como una tentación.

Ciudad abierta, lejos de chovinismos, de discriminaciones, de tabúes, ofrece su cuerpo gentil con una sonrisa amplia de bienvenida a todo aquel que olvidado de prejuicios decide, por qué no, darle una oportunidad.

No era mi destino favorito, viajera incansable como soy. Ni tan siquiera figuraba en mi lista y ahora quisiera tener ese teletransportador, aun sin inventar, que me trasladara pulsando un botón para darme una vuelta en la mañana silenciosa, cautivada por sus encantos, embriagada por el olor que desprende la hierba mojada con el viento del sur acariciando mi pelo.

Claro que tiene sus zonas peligrosas como toda metrópoli. Yo he tenido el privilegio de pasear por sus barrios de noche y de día adentrándome sin desconfianza y he encontrado, tantas veces como lo he hecho, tranquilidad, sosiego y horizonte. Camino llano y vía expedita para dirigirme a todas partes.

Sí, no os equivocáis, aunque os parezca mentira esa ciudad es Nueva York. Tan sólo hay que saber encontrarla, no hay que escarbar mucho, su corazón late a pie de asfalto en el embrujo de sus calles.




lunes, 5 de abril de 2021

Mandalas

 


Victoria quizás, habría podido seguirle, engatusada de nuevo por sus argucias. En un mundo pasado le apoyó a ojos ciegos y brazos abiertos. La demencia transitoria que escolta al ser enamorado es una mala enfermedad cuando se acompaña de inconstancia. A veces le parecía que eran dos palabras antónimas para él. Sin embargo, ella, sabía y daba fe del delirio y la razón en plena connivencia. Su corazón albergaba ambos sentimientos, una locura explosiva y un vértigo cuerdo que atropellaba sin causar víctimas.

Hoy no le seguiría como el perrillo fiel que fue, sin pensar en daños colaterales ni medir las consecuencias. Sabe de sus caprichos pasajeros. De sus vaivenes morales. De sus permanentes cambios de rumbo. A pesar de sus trampitas verbales distingue de sobra que ella le importa un bledo. Esclavo de sus deseos, es un pretencioso volandero que atraviesa territorios buscando diferentes estímulos que despierten sus sensores dormidos.

De ahí que sus llamados sean “cantos de sirena” que se pierden en la bruma de lo inexistente.

A Victoria le gusta, se confiesa, recordar los buenos días. Tentar su cerebro, “satear” con él como en los mejores momentos. Construir espacios de luz. Retar a sus neuronas. Añadir amor a los sueños. Desterrar lo malo y ensalzar lo bueno. Le gusta soñar con los inicios donde todo era principio sin final. Pasión en llamas. Ternura al descubierto. Temblor de hoguera. Estreno.

Ahora le conoce bien y sabe que diría, incluso llegaría a creérselo, que la amaría como él solo sabe hacerlo. Cuando la conquista estuviera consumada volvería a levantar el vuelo. Es ave de paso asentado en nido ajeno. Incapaz de templar las gaitas, atarse los machos y ser un buen socio de existencia. Cuando vienen las malas, hurta el combate y se escabulle oteando el horizonte en busca de otro abrigadero que le proporcione fuegos artificiales, recursos materiales y, un excitante comienzo. Que dura, lo que el aburrimiento se encarga de transformar en un manido desecho.

Por eso, Victoria pinta "mandalas" coloreando espejismos con las vívidas imágenes extraídas del álbum de los recuerdos.

Aun así, piensa, le gustaría verle a solas. En un encuentro de amigos. Para hablar como siempre lo han hecho. Cuando todo les unía y las estrellas daban paso a la mañana que les recibía cómplices y compañeros. Saboreando su historia a pleno pulmón y el contador a cero. Sólo por un instante. Al poco, vuelve a la realidad y pone los pies en el suelo.

Como tantas otras historias que bullen en su cerebro, es muy consciente de que son mundos lejanos que no le traen nada bueno, salvo perder la energía que necesita para vivir el presente sin sombras que lo enturbien, ni pasadas sendas ya exploradas.

A Victoria nunca le han gustado los trayectos de ida y vuelta, ni transitar el mismo sendero, ni mirar hacia atrás. Sus ilusiones se vuelcan en el presente y en el mañana.

Latidos de presencias amadas asoman a sus ojos que irradian entusiasmo. Entusiasmo por vivir la experiencia de los años venideros, con el viento a su favor navegando a toda vela, la frente alta, la sonrisa en el alma y la mirada serena.

  


viernes, 5 de marzo de 2021

El mal ajeno


Me sorprende el comienzo del año reflexionando sobre un asunto que me ha intranquilizado por desconcertante. Una pregunta me ronda y da vueltas dentro de mi cabeza sin que pueda despegarme de ella. ¿Por qué la mayoría de las personas se alegran del mal ajeno? ¿Qué réditos perciben de esa satisfacción generada por la desgracia del otro?

No aparece gratuitamente esta pregunta en mi cabeza, ni me ronda por casualidad. Simplemente he escuchado a alguien muy cercano a mí alegrarse de las desgracias que le sucedían a un pariente desaparecido hace algunos años y que ha recurrido a ellos en estos días de soledades y lejanías para acercarse, más que nada para poder contarles su desamparo, sus heridas, sus desconsuelos.

Yo admito, hasta ahí llego, que sí alguien nos abandonó, o nos abandonamos mutuamente porque no existía entendimiento. Si alguna de estas personas que no han querido saber nada de nosotros durante años hace acto de presencia para que le sirvamos de paño de lágrimas, o como confidente porque ningún otro oído presta atención a sus palabras. Si alguien se ha arrinconado y se ha convertido en una isla. Cuando decide aparecer unilateralmente, comprendo, que no es preciso atenderla. Incluso se puede inventar una excusa para colgar y seguir en la posición anterior sin deterioro de la tranquilidad espiritual que nos ha acompañado durante el tiempo que no ha existido en nuestras vidas.

Esto suele pasar con la familia, a veces. Hermanos, hijos, padres, que por no escogidos no tienen por qué congeniar y convertirse en compañeros de vida. En el momento que la causa familiar de convivencia desaparece, cada uno toma su rumbo y los caminos se dispersan.

Más difícil es concebir que se atienda la llamada, se oigan las tribulaciones por las cuales está pasando esa persona, quizás con lazos de sangre, esos que no marcan ni determinan pero que dejan huella en nuestras vidas. Como digo, si alguien presta oídos, responde y acepta las confidencias, después, está en todo su derecho de seguir indiferente al reclamo que lanzan ahora por conveniencia.

Mi desconcierto es, cuando, además, se produce un sentimiento de alegría por el mal ajeno. Alegrarse del mal ajeno, algo que no entra en mi manera de pensar-sentir-ser. Jamás he tenido ese sentimiento tan miserable. ¿Cómo es posible nutrir la alegría de uno con el dolor de otro? ¿Cómo se puede basar la satisfacción propia en las desdichas ajenas?

Después de la perplejidad sólo me ha quedado una sensación de vergüenza mezclado con el desencanto que resta puntos al saldo de los valores humanos en general y a la persona que me ha contado la anécdota riendo satisfecha, en particular.

Cada jornada se aprenden insólitas lecciones que invariablemente, si sabemos descubrirlo, aportan mayor conocimiento y nuevas herramientas para enfrentarnos a la extraordinaria y contradictoria aventura de vivir.

 


viernes, 5 de febrero de 2021

Facundo y Constance

 

El arte de la creación está respaldado por la estabilidad. El artista es por antonomasia inestable, explosivo, volátil, compulsivo. Su creación se soporta en la fuerza que le aportan otras personas afines a él, que apoyan su creatividad, su firmeza, su cordura. Sin ellos, el ánima errante vuela por mundos inhóspitos, desolados, o por fantasías inimaginables que atraviesan el universo descreído de la no existencia.

Facundo tiene poco en lo que sustentarse, algún amigo esporádico, unos hijos alejados a retazos en los vaivenes lógicos de la vida… Su estructura familiar se descompone en el demérito reflejado en los otros. Le salva, dentro de su isla escéptica, el romanticismo. Criatura de mente fría y calculadora. Prosaico. Sarcástico. Estoico. Tiene el contrapunto de la sensibilidad que se puede convertir en hiper sensibilidad si se siente atacado.

La poesía es su polo magnético de atracción. En comunión con las estrofas, su corazón de metal, late sistólico en armonías convexas que alientan la esencia del chiquillo pertinaz que encierra su férrea estructura de hombre hermético.

Poesía y música, dos motivaciones que exaltan su alma. A través de ellas vive, siente, se ilumina y vuela por espacios infinitos mecido por la cadencia de las palabras.

Constance es su contrapunto, dinámica y sensible, tenaz y exaltada, de una fragilidad engañosa. En aras de la verdad es capaz de las mayores empresas. Sus raíces entroncan con el recio arraigo de las mujeres poderosas que nutrieron su cuna, ejemplo constante de fortaleza y osadía, calma y certidumbre.

En la balanza en la que se columpian sus polos opuestos, está, en un extremo la cordura, asentada en la racionalidad de sus planteamientos, en el otro rebosa la locura de los seres alados que vuelan libres por planetas creados en su interior. Ambos conviven manteniendo un equilibrio perfecto. Espíritu y cerebro en plena complicidad.

Es difícil desnivelar su naturaleza o destruir su concordia establecida a golpe de sentimiento. De sueños hechos realidad. De insólitas aventuras. De metas alcanzadas. Caminos compartidos. Veredas ancladas en la raíz del viento. Ternuras forjadas a golpe de constancia y serenidad. Puro embeleso que les lleva a disfrutar del tiempo en común como nunca antes lo habían hecho.

Su núcleo comparte los elementos necesarios para potenciar su proyección como individuo, sin menoscabo del otro, en una alquimia perfecta.

Hoy celebran su aniversario descubriendo un nuevo amanecer, con mil proyectos por realizar y la certeza del lazo indisoluble, que un venturoso día, unió sus destinos para satisfacción y gozo de su existencia.



martes, 5 de enero de 2021

Boomerang



 

Se me ha disparado la cabeza y ya no puedo parar. Es como un molino loco que da vueltas. Un boomerang arrojando ideas que giran y regresan.

Se me ha despertado la cabeza y no puedo parar de concebir imágenes. De soñar ideas. De palpar el viento. De lanzar canciones al aire. De tremolar banderas. De reconquistar ilusiones y proezas. Y transitar por las vías del mañana soñando con esferas de luz que giran en el firmamento en una danza perpetua. Se me ha despertado el alma y ya no puedo parar de echar las campanas al vuelo. De bailar con los ángeles y alborotar los silencios.

Se me ha despertado la vida y ya no puedo parar de reír. No puedo parar, aunque quiera, no puedo parar.



sábado, 5 de diciembre de 2020

La esperanza es lo último que se pierde

 

He emprendido tantos caminos distintos cuando en realidad era el mismo. He asumido destinos sin llegadas, sendas sin final, he hablado con montañas y cascadas y dormido en el frescor de los ríos.

Cada paso un nuevo reto, cada intención un nuevo desafío. Ahora toca desdoblarse de uno mismo y buscar sin angustia la salida. Muchos, demasiados, estamos en lo mismo. En descubrir cada mañana una nueva aurora, en acallar en los oídos los lamentos, en defender con las manos cada conquista.

Nunca antes se libró una contienda quedándose replegados en casa, como en ésta. Las vanguardias avanzan día a día. Sus armas, respiradores, guantes, mascarillas. Su victoria personal, mantenerse en pie hora tras hora.

El adversario no dispara balas, ni atruenan los cañones. Es la muerte silenciosa la que barre las calles masacrando sin piedad. Pavorosos dementores roban el aliento a sus víctimas hasta extraerles el último suspiro.

Se han hacinado los cadáveres sin dueño, se ha llorado sin consuelo en las no despedidas

Y continúa el conteo diario de los muertos.  

La naturaleza sigue su curso, ajena a lo que no le afecta. Estalló radiante la primavera, abrieron las primeras lilas de abril perfumando el aire, maduraron los frutos, rompieron los arroyos la escarcha de invierno y corrieron salvajes y desordenados por verdes praderas brillando al sol.

Pasó el verano con su engaño particular de cielos azules y playas blancas, espejismo volátil que endureció la reyerta.

En el ciclo imparable ha vuelto el otoño y nada ha cambiado. Seguimos batallando en las mismas trincheras, con la misma escasez de armas.

En este encierro planetario, cobran protagonismo los animales, las palomas se apoderan de las ciudades y algún que otro lobo humano aprovecha para atacar a su propia manada.

Todo se ha quedado colgado. Tareas a medio hacer, proyectos inacabados, fábricas paradas, aviones en tierra, barcos varados, trenes sin pasajeros que se arrastran como gusanos desorientados.

Es el mundo de hoy defendiendo al del mañana. La humanidad entera enfrentada por primera vez a la misma ofensiva. El contendiente común se solapa en angosturas milimétricas y cabalga atravesando fronteras, inexistentes o no.

Atraviesa mares y océanos, desiertos y selvas, cercando a la civilización, su único objetivo. Un ataque frontal a la especie que, a todos, sin excepción, nos afecta.

El planeta se sacude de tanto peso sobre su piel rugosa, de tantas bocas que esquilman sus campos, de tantos cerebros que incuban ideas de destrucción masiva. La naturaleza responde al asalto sostenido y se pone en pie de guerra. En esta lucha sin cuartel debería imponerse el bien común tras millones de muertes, destrucción de la economía, desplome y resurgimiento, dolor y aprendizaje.

Después vendrá la tregua, se pactarán las condiciones. Cuando el enemigo caiga sojuzgado tocará la reconstrucción. El empuje del individuo que haya sobrevivido tendrá que unirse a otros hombres, sin importar color, ideología política, estatus social, raza o lengua.

Deberán aprender la lección de que la unión hace la fuerza, y llegará el momento en que salgamos a la calle de puntillas, que los enfermos no desborden los hospitales, que vuelva a ponerse en marcha el universo actualmente en suspenso.

Deseo con todas mis fuerzas que el esfuerzo de los profesionales, la entrega de los humildes, el sufrimiento de las víctimas, el valor de los que mantuvieron la maquinaria al ralentí jugándose la vida, sirva de lección a los políticos actuales de todas las naciones, a los pueblos de todas las edades y más que a nadie a los niños, semilla gloriosa del mañana.

Si ellos, en sus impresionables cabezas imprimen esta terrible experiencia como acicate que les lleve a crear una sociedad mejor... Cada muerte. Cada lágrima. Cada esfuerzo. Cada silencio. Cada pérdida. No habrá sido en vano. Su sacrificio habrá merecido la pena 



jueves, 5 de noviembre de 2020

Guerrera de agua y luna

                                  



Tiene callos en el alma de aguantar los embates de la vida. De resistir. De andar por senderos polvorientos con sandalias desguazadas.

Se ha forjado en cien mil batallas en su largo espacio de vida. Ha caído y se ha levantado otras tantas veces, construyendo fortalezas donde no las había.

Ha aprendido a forjar su destino en solitario. Conversando consigo. Sacando fuerzas de flaqueza. Cantándose en silencio o gritando a voces su impotencia.

Pasión, tiene callos en el alma, por eso ya no le duele, y si le duele se aguanta.

Abre los ojos y se obliga a vivir con ganas. A caminar contra vientos y mareas. A poner en pie el ahora y salir a su encuentro. Es maestra en construir apoyos. En restañar heridas. En deconstruir tragedias. En partir desde la nada y a costa de esfuerzos, alcanzar la meta.

Pasión tiene callos en el alma y en la cabeza. Eso la hace más fuerte. Cuando la vida aprieta, cierra los puños y se lanza sin pensarlo a ella.

Con la frente bien alta y la mirada serena. Con una melodía en los labios y una sonrisa, que estrena cada mañana cuando atraviesa su puerta.

 



lunes, 5 de octubre de 2020

Días de estreno

                                    


Nuevo día, nuevos comienzos y la risa alegre de los niños alborotando el tiempo. Cruzan veloces las nubes y un airecillo fresco recorre como una caricia sus cabellos.

La mañana diferente esparce su esperanza al mundo cual semillas de futuro que germinan en los sueños. 

Todo ha cambiado en este despertar en que los niños acuden con ilusión al colegio sin importar que una máscara dificulte sus movimientos.

Ahora son, más que nunca, ojos abiertos que miran a su alrededor construyendo el futuro que solo a ellos pertenece. Nuestro privilegio es verlos avanzar sonriendo.

Comienza una nueva mañana, se estrena un día nuevo y la vida con toda su fuerza levanta el vuelo.



sábado, 5 de septiembre de 2020

Hormigas


Con este ardor de hormigas rojas que recorre mi cuerpo es imposible dormir, el desvelo se adueña del instante temprano enganchado a las manecillas del reloj.

Todo se queda quieto, el aire gordo del verano madrileño acorrala la certidumbre en pausa del pensamiento.

Escucho el apenas perceptible recorrido de la sangre por el cuerpo, la lumbre que reverbera caliente, que aplasta la voluntad y el movimiento.

Nada se puede hacer, salvo permanecer estática como la tortuga en la roca, sin mover una pestaña, para ahuyentar cualquier signo de combustión.

Tórrido verano que cerca como un amigo incólume al desaliento.

Batalla por ganar en el resistir diario que a veces desorienta y duele como una herida vieja.





miércoles, 5 de agosto de 2020

A mi madre


    


Verano, mes de julio. El calor cerca las casas zumbando como un enjambre de abejas. En la penumbra del cuarto, resguardado del resplandor que abrasa los ojos, donde apenas unas horas antes, se ha colado la vida de rondón, caracoleando en el pelo ensortijado de la niña que ha roto la mañana con un grito carmesí, descansa, exhausta, una mujer.

Una vez más ha llevado su cuerpo al límite en contra del criterio médico. Nueve meses de larga y metódica espera, aunque esta vez, al contrario de las anteriores, su embarazo ha transcurrido sin sobresaltos, como si se hubiera establecido un pacto de no agresión por parte de la criatura que crece dentro de ella. Las advertencias del riesgo de muerte si volvía a quedarse encinta cayeron en saco roto ante la premura del amor y los años jóvenes que rompían las esquinas del deseo.

Y una vez más el milagro de la existencia cuajó con determinación afianzándose en sus entrañas, y ahora, allí está, blanca como la arena del mar, relumbrando entre sus brazos, enganchada a su pecho, prendida de sus ojos, afianzando el vínculo que establecieron desde que sintió el primer latido en su vientre.

Lazo indisoluble que persistirá desde entonces y hasta siempre, abarcando más allá del umbral de la muerte.

La voz que mece su cuna alfombrará su adolescencia, acompañará años de complicidad y risas, de lágrimas y desconsuelo, de finales y principios, de aventuras y sueños.

La mujer arrulla a la niña al son de una cadencia que trepida por la sementera, sudor caliente de julio baña el quicio de la puerta, recostada en la penumbra, la madre, rumor de noches y alcobas, amamanta a su pequeña.  


domingo, 5 de julio de 2020

Continúa la vida imparable

      
                         
A la luz de nuevas promesas abre los ojos el día, nada hay nuevo bajo el sol, la primavera estalla en un insolente despertar bajo el cielo impasible mientras los humanos sueñan caballos de plata surcando libres las llanuras, mares turquesas y montañas verdes se acurrucan en sus ojos. Donde el corazón nos lleve, ahí nos encontramos.


viernes, 5 de junio de 2020

Mariquilla 3 - Final




Mariquilla salió con fuerzas renovadas tras el descalabro sentimental y la fase de luto, en la cual, con un temporal sentido trágico-literario, deseó morir.

La rebeldía empujaba su barco, surcó mares y cielos, tormentas y amaneceres. Estimulada por Eros y Atenea, abrió su corazón al presente en una suerte de juego festivo que colmaba sus ansias. ¿Su fuerza motriz?: Alcanzar la meta. Meta que vislumbraba con claridad dentro de su cabeza.

Ya no era la chiquilla apabullada, ni la adolescente enamoradiza, ahora se reconocía una mujer en plenitud. Su físico rotundo y seductor asentaba sus cimientos sobre un bien orquestado cerebro. Ésa era su mejor baza. Pocos sabían de su mundo oculto.

Aprendió a ver, escuchar y callar. La mejor forma de experimentar y no destacar de la masa gris de su entorno. Algo en su fuero interno la movía a protegerse de la gente, desconocía el motivo, pero estaba convencida de que todo tenía una razón.

Alcanzaba, eso sí, a discernir entre las encrucijadas que le planteaban y escoger lo mejor que se le ofrecía, descartando con energía a los fariseos de ánima negra. Cada jornada un flamante comienzo. Cada oportunidad una nueva aventura. Cada nuevo encuentro la posibilidad de desdoblar la cruz de los mapas y redescubrirse en otras miradas.  

La respuesta le llegó no tardando mucho, una mañana viajera, descubrió el paraje más bello jamás soñado. Valles verdes, altas montañas, ríos caudalosos y cielos bruñidos de azul. De la cabaña de madera salía un hilillo de humo que rubricaba la escena. En el terreno colindante un horno de piedra, una huerta bien trabajada y un sendero que bajaba a la playa escondida entre rocas.

Decidida subió al pueblo cercano y preguntó por la propiedad. Quería saber todo, a quién pertenecía, si vivía alguien en ella, y, sobre todo, si era factible su compra.

Los Hados le fueron propicios. Tantas veces se había sentido afortunada... Percibía una fuerza protectora que permanecía a su lado desde que inició su andadura por la Tierra y que la acompañaría siempre, en todas las circunstancias.

El resto fue fácil, hablar con el Banco, redirigir a sus clientes, comunicárselo a sus gestores, adecuar la vivienda a sus gustos y necesidades y hacer acopio de todo lo necesario.

Cuando estuvo lista, trasladó muebles y enseres personales. Lo más difícil fue el piano. El resto de sus instrumentos musicales guardados en fundas y cajas llegó sin novedad junto al caballete de modelar y las piezas a medio concluir. Las terminadas, que compondrían parte de su próxima exposición, estaban a buen recaudo en La Galería.

Colocó los libros en la biblioteca que ocupaba toda la pared. Repartió cuidadosamente cada cosa por las diferentes estancias, cajones y armarios. Organizó de sol a sol en jornadas cantarinas disfrutando el final de su esfuerzo. 

Contenta con el resultado y después de revisar su obra, se sentó en el escritorio al lado de la ventana que le permite mirar a lo lejos, buceando en su mundo interior, antes de verter sobre las páginas  en blanco historias y personajes que cobrarán vida a través de sus letras. 

La chimenea chisporrotea risueña y la casa entera la reconoce como dueña. Los árboles centenarios, centinelas majestuosos, mecen su cabellera al viento. Mariquilla respira a fondo el aire húmedo y sonríe. La claridad ensalza su figura recortada contra el fondo del valle. Alguien, una sombra aun, avanza seguro por el camino siguiendo la señal.




martes, 5 de mayo de 2020

Es preciso




Se desliza el tiempo sigiloso ocultando el paso de los días. Nada rompe la monotonía salvo el vuelo libre de los pájaros surcando el cielo.

Es preciso reconducir los pensamientos y volar tan alto como ellos hasta donde las alas nos den. Hasta dónde el espíritu nos provea del alimento esencial.

Volar al país de praderas verdes y cascadas blancas. Caminar desnudos entre los árboles y bañarnos en playas doradas al sol del estío. Es preciso, mi amor, recuperar los sueños.

Ahora, que el embate de la vida nos roba las horas que nos pertenecen en este último contar de los años. Preciso es alzar la cabeza y no rendirse.

Precisó acunar al niño interior entre los brazos y mitigar sus miedos. Preciso descubrir cada amanecer tu sonrisa junto a la mía y marchar de la mano hasta donde habita la esperanza.

Preciso es, permanecer.



domingo, 5 de abril de 2020

Todo en la vida nos prepara para el paso siguiente


Hoy tengo que escribir sobre lo que no quiero, hoy se me desgarra el alma en cada trazo.

No quiero ser altavoz de lo que sucede, ni multiplicar en mi voz tanta desgracia, resuena en mi interior cada sollozo, lloro cada pérdida, cada despedida sin nadie que pueda dar consuelo o acompañar en sus últimas horas a los muertos. 

Peleo junto a los que a costa de su exposición, mantienen el motor del país en ralentí, trabajando a destajo en hospitales, supermercados, centros de alimentación, cultivos, servicios de limpieza, cadenas de transmisión, repartidores, policías, laboratorios, investigadores, militares, fuerzas de seguridad, industrias, carreteras, voluntarios que acuden allá dónde se les necesita. Todo por el bien común. Jugándosela en su apoyo a los días de encierro solidario. Sin ellos no sería posible.

Los políticos son un capítulo aparte. Se equivocan, aciertan, manipulan, engañan por nuestro bien (dicen), y para colmo, se pelean entre ellos. Desbordados por su propia imprevisión andan como títeres desmochados buscando la panacea. Ojalá esto sirviera para unir al mundo, porque de normal, cada uno va por su cuenta.

Se multiplican las escenas en mi cabeza y el alma se anega de pena. Nada puedo hacer, sino permanecer entera librando mi propia batalla, aislada. Es mi humilde contribución a la gran tarea que hoy asume el orbe. Mantenerme sana, en casa, sin dar más trabajo a los sanitarios ni más preocupaciones a los que me quieren.

Debo alejar los malos pensamientos, los que no favorecen a nadie, los que se cuelan sin querer en el entendimiento. Los que merman las fuerzas, los que atacan al sistema inmune bajando nuestras defensas.

Ahora toca ser más fuertes que nunca, más fríos, más distantes. No podemos extrapolar el sufrimiento magnificando lo que ocurre, por mucho que nos duela. Lo que está sucediendo, por sí mismo, es más que suficiente. Ahora es el momento de poner distancias, y saber que lo que sobrevenga, va a pasar, con nuestra aquiescencia, o sin ella.

Nuestro mejor aporte a esta contienda, es mantenernos a salvo, de cuerpo, corazón y mente. Nuestras armas, la alegría. Parece mentira, decir alegría en este momento suena a ofensa. Pero no, es la mejor manera de honrar a los fallecidos y de apoyar a los vivos, que día a día se entregan a fondo, dejándose en ello la piel, arriesgando su propia inmunidad para salvar todas las vidas posibles.

La mejor defensa es traer la alegría a nuestras casas y junto a ella, la esperanza y la fe. Fe en la humanidad, en la especie humana que todo lo supera, y cantar y reír a carcajadas con cualquier simpleza y bailar como peonzas locas y resurgir cada día con fuerzas nuevas. Abrir los ojos al mañana acumulando energía para sofocar el dolor y la rabia, la impotencia, la tristeza. 

Hoy, todos somos uno en este cuerpo gigante que es la Tierra, luchando a brazo partido contra el enemigo sin rostro que vulnera la seguridad de nuestro planeta.







lunes, 9 de marzo de 2020

Mariquilla 2

(Continuación)


Un día por arte de birlibirloque su actitud cambió. Un giro inesperado en la veleta, un vuelco de aire y su conducta cambió rotundamente. La chiquilla tímida que se escondía tras cualquier disfraz se abrió igual que una granada madura. 



Ya no le importó que su tez se arrebolara ante las personas que la sorprendían. Miró de frente, retiró el pelo de su rostro y permitió que su vista paseara por el mundo que la rodeaba. 

El ser sumiso y apocado que se camuflaba buscando camaleónico las esquinas y el sesgo de las paredes, dando la espalda a la vida, irrumpió como un viento solaz caliente y aventurero, la cara al descubierto y las manos ávidas de atrapar sonrisas.

Así le conoció una mañana florida del mes de Abril, tiempo en el que los amorcillos despiertan del letargo y lanzan sus flechas en busca de algún corazón abierto a la llamada.

Le amó sin ataduras, como sólo se ama la primera vez. Entregada y anhelante buscaba su presencia las veinticuatro horas. 

El cuerpo adolescente despertó y se dejó inundar por el río de fuego que corría por sus venas. Temblaba al menor contacto de sus dedos. Saboreaba cada uno de sus besos traspasada por el deseo. Unidos recorrían el camino del amor que nunca se olvida.

Tal vez su relación habría durado eternamente, como cantan los viejos boleros. Quizás habrían sido de esas parejas que se conocen desde siempre y que transitan juntos adolescencias y madurez sin más cota de comparación. 

Embebidos el uno en el otro queman etapas curándose las heridas y alimentando su convivencia son la seguridad de los años de práctica. Ya lo dice el dicho “Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”

Pero los dos eran aves de altos vuelos y avistaban su horizonte lejano.  Ninguno se quedó con la naricilla pegada al cristal mirando lo que contenía el escaparate. 

Ambos cruzaron el umbral de la puerta para saborear con deleite las muchas y distintas ofertas que la existencia ponía a su alcance, y emprendieron cada cual su camino dejando un “hasta siempre” en el aire, como un pañuelo de esperanza tremolando en su ventana.

(Continuará)


sábado, 8 de febrero de 2020

Hivernación



Renazco con la claridad brillante del casi recién estrenado nuevo año, desde el solsticio me llega la bienvenida. Enlaces luminosos. Atrás quedaron los días de candileja agonizante.

No es la diferencia de horas, es el esplendor singular del fulgor naciente que pone brillos en el éter. 

Chispas mis ojos, alas mis piernas, motor mi corazón y unas ganas tremendas de salir y comerme la vida a dentelladas. 

Ganas de mover la cintura, de batir el cobre y alzar la voz, de bailar al ritmo de este mundo, que de nuevo retoma, bañándose en la llama cálida del sol que emerge en una nueva aurora, dicha y pasión.

Hoy la luz tiene otro color, se resbala por los edificios, se mira en las ventanas coqueta y destella en los escaparates como un recién nacido que ilumina el planeta.

Llegó el momento de desperezarse, sacudir las pestañas del letargo y proyectar el alma al aire tremolando en una canción. 

Canción de sueños y esperanza, de amor y calma, de armonía y valor.

Vibra la vida, y con ella, vibro yo.


domingo, 5 de enero de 2020

Noche de Reyes


Esta es una tarde noche especial. Es la tarde noche en la cual la ilusión se abre camino en el mundo materialista que escupe mordazas a los corazones nobles. Es la tarde que precede a la noche mágica donde florece la confianza. Donde las pupilas se dilatan al compás de las estrellas. Donde el amor se hace dueño y habita. En todos los rincones del país las calles se engalanan, la música trepida y la mente y el corazón se hace niño. Una vez más retorna a los momentos en los cuales, en aras del amor, bailaba al son de la infancia.

Esther después de un día duro ha conseguido llegar a casa. La lluvia bate con furia los cristales hecha música tras meses de sequía. Ha entrado como una bendición barriendo la ciudad de norte a sur. Limpiando plazas y avenidas, dejando la suave humedad penetrar por cada poro de la piel.

Con el alma aleteando como una mariposa percibe el sortilegio que se acerca. Siente la oleada de esperanza que se expande por la tierra. Es cinco de enero. La noche de los sueños. La noche mágica. No en balde fueron magos los reyes que acudieron a Belén. Más magos que reyes. Los mismos que hoy nos brindan en estas horas trepidantes el palpitar suave que atenaza las gargantas.

Esther puede tener noventa años o nueve. Puede tener siete o setenta. Ella está dentro del más amplio abanico de edad que se os ocurra. Desde el más longevo habitante de nuestro país al incipiente recién nacido que olfatea en el aire las emociones que le envuelven.

Al llegar a casa, ha encendido el árbol que tintinea en mil colores refulgentes, ha escurrido la ropa, ha extendido el paraguas y se ha conectado a través de la pantalla. Una pantalla que hace de polarizador y transmuta emociones paladeadas en sus más bellos años, cuando hecha un manojo de nervios se zambullía en la Cabalgata.

Navidad tras Navidad disfruta del día más feliz, donde la magia cobra vida. Donde los sueños se cumplen. Donde se olvida la realidad para sumergirse en la infinitud de la fantasía. Ese mundo legendario donde tendríamos que permanecer, alejados del que llamamos verdadero y que acaso no exista. Ese otro que tal vez sea solo una proyección de no sé qué ansias de sentir. Ansias de vivir lo inesperado. Una cierta adicción a la adrenalina de este cuerpo físico que contiene al espiritual que brinca y baila, que sueña y estalla, que reluce e irradia amor.

Quizás es lo que somos, lo demás son piruetas existenciales, proyecciones, aventuras. Eso piensa Esther sentada en el sofá. Con las luces del árbol reflejadas en sus ojos. Con el alma abierta al mundo que los empedernidos pragmáticos pretenden desterrar a base de boicots, soterrados o no, a las fiestas de la luz.

- En estas ganamos todos -se dice -En las otras, ganan las minorías que se lucran a costa del daño que infringen. Por mucho que pretendan acabar con ellas esgrimiendo que es pura comercialización, estas Fiestas son un canto al amor, donde los fuegos artificiales son salvas de pólvora coloreada que pintan el cielo en racimos de flores. Los que mercadean con el mal instauran fuegos que no son de artificio. Bombas racimo que destrozan cuerpos y pueblos, que destruyen vidas y generaciones para enriquecer a las grandes compañías. Los que trafican con armas y propician guerras. Monumentales laboratorios que fabrican medicinas para una población que ellos mismos enferman. Altos estamentos que controlan, machacan y asolan países mientras ellos se enriquecen.
           
Esther abre los ojos y deja que la nube negra que ha entrado por un momento en su pensamiento se vaya lejos. Centra su atención en las imágenes de vivos colores, destapa una cerveza y brinda por esta humanidad que por unos días sacude el dolor, se envuelve en risas y deja que los niños sean los motores de la existencia.



sábado, 14 de diciembre de 2019

Amanda



Amanda se ha levantado temprano, como de costumbre. A veces, le aprieta la vida con la urgencia de su larga lista de cosas pendientes. Otras veces, simplemente retoza envuelta en las sábanas de algodón blanco, acoplada al mullido colchón se concede la licencia de alfombrar sueños en la diáfana luz de la mañana.

Una vez desovillados los hilos de la existencia se pasea medio vestida componiendo las estancias, acarreando los objetos que saltan a su vista diciéndole que ése no es su lugar. A su paso derrama una estela limpia que envuelve su figura de rápidos y certeros movimientos. Casi parece que danza al compás de la música que resuena en su cabeza.

Al cruzar el pasillo se detiene ante el espejo bajo la luz que derrocha la lámpara de cristal. Mira de frente dedicándose una sonrisa de “buenos días” y retira a un lado el pelo que le cae sobre la cara. Se acerca y escruta con lentitud los rasgos cambiados. Cuántas mujeres asoman a ese rostro. Cuántas vivencias impresas en la tez. Es cierto, se dice- tengo arrugas ¿Y qué? ¿A quién le importa? Dándose la vuelta lanza un beso hacia la imagen reflejada en la luna de cristal.

Sí. Amanda tiene arrugas porque ha expresado sus sentimientos, sin ambages, mostrando lo que afloraba en cada momento. Sin escatimar gestos. Tiene cicatrices en la piel y en las entrañas. Memoria de lo que ha sido, proyecto de lo que será.

El paso del tiempo ha marcado su cuerpo y ella se enorgullece de las señales que ha dejado sobre él. Rechaza la careta que intentan venderle, ficticio reflejo embozado en plastilina.

En los surcos que se adivinan, en los vestigios tallados a golpes de años, en la dejadez relajada del instante eterno, en todo ello se sustenta el valor de quien es.

Osada y serena contempla surcos y otras menudencias que se deslizan amables. Ninguno destaca. Se queda con el brillo de los ojos que proyectan la fuerza del alma. 

Lo demás son falsos mercadeos de máscaras mediocres. Falaces mentiras que no consiguen desterrar la verdad. Eso sí, los fariseos llenan sus bolsillos.





jueves, 14 de noviembre de 2019

Rituales




Soy consciente de que últimamente abordo mucho este tema visto desde distintos ángulos. Podría pensar que es por miedo, por inseguridad, por estar más cerca del final que del principio o por muchas otras variables parecidas.

Converso conmigo, me miro de frente, desde el interior, y sí, es posible que estos motivos sean los detonantes de mis pensamientos más recientes. Podrían serlo si no me hubieran acompañado siempre.

Desde la infancia he sabido que aquello que consideramos nuestro puede desaparecer de un plumazo, y esto me hacía valorar lo que tenía. Es probable, no lo niego, que este sentimiento provenga de haber sido una niña de posguerra. No tan próxima a ella como para sufrir las carencias materiales de los que la padecieron en primera persona, pero sí alcanzada por los torpedos de los que la habían vivido, en un recuerdo casi constante de mis primeros años.

Se me inculcó a machamartillo, sin imposiciones, que había que cuidar los alimentos que tomábamos, aprovechando la última miga. Cuando el pan caía al suelo se le daba un beso, se sacudía un poco y a la mesa. Bien es verdad que los suelos estaban limpios como patenas.

Se escurrían las botellas hasta que no quedaba una gota. Con el residual de los fritos, se fabricaba jabón. Dábamos gracias todos los días por los alimentos qué íbamos a tomar. En casa invariablemente había un pequeño almacén de comida “por lo que pudiera pasar”. Me enseñaron a pelar pegadito el cuchillo a la piel sacándola fina como el celofán para retirar la menor cantidad de pulpa o carne de los frutos. Escuché incontables historias sobre la conversión de un jardín en huerto para sobrevivir, o cómo hacer un guiso sabroso con mondas de patata.  Oí hablar estremecida de los niños más débiles que habían muerto de hambre.

Nadie fue mezquino conmigo, al contrario, disfrutábamos de lo que teníamos al cien por cien: “Porque nunca se sabe qué nos depara el mañana” y había que aprovechar cada segundo a nuestra disposición.

De ahí, creo, este mirar desde el ahora, agradecida con lo que tengo. Despertando con la ilusión de que todo esté igual, que continúe el orden establecido, que se repitan los rituales en esta cadena de cosas por hacer. Desde los más mecánicos del aseo personal, compras, limpieza de la casa, paseos por la ciudad, hasta los extraordinarios que a menudo me regala la vida. Todos se convierten en un gran éxito.

Quizás porque en mi cabeza, muy proclive a llenarse de imágenes, se alternan lo que ven mis ojos con las otras realidades que suceden en paralelo y que nos muestra esa caja de verter negatividad desde los cuatro puntos del orbe. Guerras, muertes, cataclismos climáticos, desapariciones, torturas, en un anuncio continuo de la perversión del Planeta.

Curiosamente les debo a ellos, los agoreros de la vida, junto a las vivencias que me transmitieron en la niñez, este estrenar cada día, éste disfrutar en la dulce cotidianidad. Rutinas que parece que nadie es capaz de cambiar y por las cuales mucha gente se desespera, yo las disfruto como un tesoro incalculable,  que no inagotable.

Al mismo tiempo me gusta la aventura y exprimo cada acontecimiento hasta el máximo.

Soy aventurera por naturaleza y cambio el universo a mi alcance. Busco caminos diferentes, nuevas experiencias, supero retos y me entronco con los caminos de la tierra buceando en sus rincones.

Una vez más en esta mañana que para muchos sería rutinaria, sosa, parecida a la de ayer y a la de mañana, aletea una sonrisa en mis labios y deambulo por la casa inmersa en estas tareas repetidas con la alegría de saber que nada ha cambiado. Que la vida continúa su marcha sosegada y uniforme. Que de nuevo mis ojos contemplan la luz, mis manos abarcan el mundo y mi corazón late alegre dándole gracias a la vida, como decía Alberto Cortez, por haberme dado tanto.



miércoles, 16 de octubre de 2019

Ruidos que acunan




A veces, muchas, me preguntan cómo puedo vivir en el centro de la gran ciudad, rugidora y cambiante, ruidosa, estrambótica, poco acogedora según ellos, los que se extrañan de mi elección.

- Yo no podría, me dicen arrugando la nariz en un gesto mezcla de asco y rechazo.

¡Qué bueno! me digo yo. Qué bueno que no todos los humanos tengamos los mismos gustos.

A mí me acunan los ruidos, sinfonía bien orquestada que arriba a mi sueño.

No me gusta el silencio de los cementerios. Me estorban las conversaciones en aullidos alargados o en ladridos sonoros y repetitivos resonando en la noche. Me aburre el repiqueteo de las patas sobre el tejado y la vacuidad de los jardines callados. Me entristece la oscuridad cercando mi casa

Yo soy de asfalto, urbanita hasta la médula, carne de bar y aperitivo, de cine y escaparates iluminados, de luces brillantes, de calles vitales abiertas en bifurcaciones de pasos transeúntes.

Me siento viva y acompañada en este río de gente que deambula sin estorbarse, que se ríe, habla, camina, entra y sale poblando las aceras.

Vivir en el bullicio sin excesos, no en la dislocada distorsión de una sobrecargada urbe. La multitud hecha río incontenible que apenas permite el movimiento, me ahoga. No es eso lo que quiero.

Yo soy de barrio, vibrante y quieto, donde persiste el anonimato mezclado con la cercanía, donde los vecinos se saludan y no se molestan, donde la vida fluye en sincronizada melodía y el tiempo discurre sustentado en la voz distinguible y única que arropa las paredes del lugar que habito.