Hoy tengo que escribir sobre lo
que no quiero, hoy se me desgarra el alma en cada trazo.
No quiero ser altavoz de lo que
sucede, ni multiplicar en mi voz tanta desgracia, resuena en mi interior cada
sollozo, lloro cada pérdida, cada despedida sin nadie que pueda dar consuelo o
acompañar en sus últimas horas a los muertos.
Peleo junto a los que a costa de
su exposición, mantienen el motor del país en ralentí, trabajando a destajo en
hospitales, supermercados, centros de alimentación, cultivos, servicios de
limpieza, cadenas de transmisión, repartidores, policías, laboratorios,
investigadores, militares, fuerzas de seguridad, industrias, carreteras,
voluntarios que acuden allá dónde se les necesita. Todo por el bien común.
Jugándosela en su apoyo a los días de encierro solidario. Sin ellos no sería
posible.
Los políticos son un capítulo
aparte. Se equivocan, aciertan, manipulan, engañan por nuestro bien (dicen), y
para colmo, se pelean entre ellos. Desbordados por su propia imprevisión andan
como títeres desmochados buscando la panacea. Ojalá esto sirviera para unir al
mundo, porque de normal, cada uno va por su cuenta.
Se multiplican las escenas en mi
cabeza y el alma se anega de pena. Nada puedo hacer, sino permanecer entera librando mi propia batalla, aislada. Es mi humilde contribución a la gran tarea
que hoy asume el orbe. Mantenerme sana, en casa, sin dar más trabajo a los
sanitarios ni más preocupaciones a los que me quieren.
Debo alejar los malos
pensamientos, los que no favorecen a nadie, los que se cuelan sin querer en el
entendimiento. Los que merman las fuerzas, los que atacan al sistema inmune
bajando nuestras defensas.
Ahora toca ser más fuertes que
nunca, más fríos, más distantes. No podemos extrapolar el sufrimiento
magnificando lo que ocurre, por mucho que nos duela. Lo que está sucediendo, por
sí mismo, es más que suficiente. Ahora es el momento de poner distancias, y
saber que lo que sobrevenga, va a pasar, con nuestra aquiescencia, o sin ella.
Nuestro mejor aporte a esta contienda,
es mantenernos a salvo, de cuerpo, corazón y mente. Nuestras armas, la alegría.
Parece mentira, decir alegría en este momento suena a ofensa. Pero no, es la
mejor manera de honrar a los fallecidos y de apoyar a los vivos, que día a día se
entregan a fondo, dejándose en ello la piel, arriesgando su propia inmunidad para
salvar todas las vidas posibles.
La mejor defensa es traer la
alegría a nuestras casas y junto a ella, la esperanza y la fe. Fe en la
humanidad, en la especie humana que todo lo supera, y cantar y reír a carcajadas
con cualquier simpleza y bailar como peonzas locas y resurgir cada día con
fuerzas nuevas. Abrir los ojos al mañana acumulando energía para sofocar el
dolor y la rabia, la impotencia, la tristeza.
Hoy, todos somos uno en este
cuerpo gigante que es la Tierra, luchando a brazo partido contra el enemigo sin
rostro que vulnera la seguridad de nuestro planeta.
Magnifica descripción de un estado de animo lleno de fe y esperanza de un mejor futuro. Lo comparto y te felicito.
ResponderEliminarNo queda otra, Pedrito. Las cosas son como son, no como quisiéramos que fueran. Por lo tanto hay que seguir adelante sin desmayo.
EliminarUn beso