lunes, 5 de julio de 2021

Mi calle

 


La calle donde vivo es una de esas pequeñas vías, recoletas, estrechas. Sus edificios pasan la centena de los años salvo alguna que otra excepción que despunta tratando de parecerse en su fisonomía a los que le rodean construidos sobres solares vacíos. Vetustas  casas que cayeron vencidas por el peso de los siglos o de los intereses económicos de sus propietarios.

En verano balcones y ventanas abren sus bocas al exterior en un bostezo lánguido y desmadejado exhalando exclamaciones y lamentos. Conversaciones en voz alta. Gritos  y susurros mezclados con la cadencia de alguna que otra melodía o las transmisiones metálicas de los aparatos de televisión.

Esa proximidad hace que seamos como un patio de vecinos a la antigua usanza, semejante a una Corrala del viejo Madrid. El de las zarzuelas y los barquilleros, de las planchadoras y los chulapos, de la comunicación y la buena vecindad ejercida en todas sus variantes.

Hoy en día sorprendería a muchos descubrir que en mi calle nos conocemos y nos saludamos llamándonos por nuestros nombres. En estados excepcionales como los que hemos vivido últimamente, de un edificio a otro comentamos la situación, ya sea por clima, avería general o simplemente para hablar de como crecen las plantas o si al día siguiente va a apretar el calor.

Voces de antaño que vuelven al presente y me acercan a la niñez,  cuando se intercambiaban comidas, ayuda a los enfermos, comentarios sobre el serial de la radio o simplemente se regalaban sonrisas entrelazadas con los ¡Buenos días nos de Dios! y el ¿Necesita usted algo que salgo a unos recados?

Y esos hechos que a algunos les pueden parecer insólitos en este siglo XXI que inicia su segunda década, es una realidad en el barrio castizo del centro de la capital. Actualmente seguimos siendo vecinos solícitos, convivientes de todas las edades que tendemos una mano al que pueda solicitarla. Estamos atentos a las vicisitudes de las vidas cercanas. Lloramos por los que se han ido junto a sus familias y recibimos con alborozo las nuevas vidas que llegan a la casa común rompiendo con su alborozo infantil el silencio.

Algo inusual, quizás, en estos tiempos de prisas, pantallas y desencuentros, donde cada vez se hurta más el cuerpo a la palabra y la sonrisa, donde las circunstancias nos obligan a mantener la separación física forjando sin darnos cuentas muros invisibles que nos apartan de los otros.

Tan inusual como vivificante y contagioso. Hay más edificios en el entorno que se impregnan de esta corriente humana que traspasa la distancia y se une en un canto a la vida. La solidaridad, el encuentro y la cercanía se construye desde la buena voluntad y las ganas de ser y hacer mejor nuestro entorno.

Sí, lo digo con orgullo. Mi edificio es singular en esta singular calle de Madrid que se salta a la torera los siglos para rescatar comunicación recíproca efectiva y verdadera, que tiende la mano y siembra esperanza a los que en ella aquí habitamos.




4 comentarios:

  1. Emocionanres recuerdos en esta etapa singular. Te felicito.

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  2. He comprobado lo que cuentas en mis escasas visitas a la capital. Algunos barrios parecen pueblos donde notas una cierta familiaridad entre vecinos. Curioso hecho que demuestra que los seres humanos nos necesitamos.

    Un abrazo y feliz verano.

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    1. El ser humano, como el lobo, disfruta de la manada siempre que ésta no sea invasora ni oportunista. Establecer diálogos y comunicación con personas afines es gratificante y enriquecedor para ambas partes. ¡Feliz verano, José Antonio!

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