En verano balcones y ventanas abren sus
bocas al exterior en un bostezo lánguido y desmadejado exhalando exclamaciones y
lamentos. Conversaciones en voz alta. Gritos y susurros mezclados con la
cadencia de alguna que otra melodía o las transmisiones metálicas de los
aparatos de televisión.
Esa proximidad hace que seamos como un
patio de vecinos a la antigua usanza, semejante a una Corrala del viejo Madrid.
El de las zarzuelas y los barquilleros, de las planchadoras y los chulapos, de
la comunicación y la buena vecindad ejercida en todas sus variantes.
Hoy en día sorprendería a muchos
descubrir que en mi calle nos conocemos y nos saludamos llamándonos por
nuestros nombres. En estados excepcionales como los que hemos vivido
últimamente, de un edificio a otro comentamos la situación, ya sea por clima,
avería general o simplemente para hablar de como crecen las plantas o si al día
siguiente va a apretar el calor.
Voces de antaño que vuelven al presente y
me acercan a la niñez, cuando se intercambiaban comidas, ayuda a los enfermos,
comentarios sobre el serial de la radio o simplemente se regalaban sonrisas
entrelazadas con los ¡Buenos días nos de Dios! y el ¿Necesita usted algo que
salgo a unos recados?
Y esos hechos que a algunos les pueden
parecer insólitos en este siglo XXI que inicia su segunda década, es una
realidad en el barrio castizo del centro de la capital. Actualmente seguimos
siendo vecinos solícitos, convivientes de todas las edades que tendemos una mano al
que pueda solicitarla. Estamos atentos a las vicisitudes de las vidas cercanas.
Lloramos por los que se han ido junto a sus familias y recibimos con alborozo
las nuevas vidas que llegan a la casa común rompiendo con su alborozo infantil el
silencio.
Algo
inusual, quizás, en estos tiempos de prisas, pantallas y desencuentros,
donde cada vez se hurta más el cuerpo a la palabra y la sonrisa, donde las
circunstancias nos obligan a mantener la separación física forjando sin darnos
cuentas muros invisibles que nos apartan de los otros.
Tan inusual como vivificante y contagioso. Hay más edificios en el entorno que se impregnan de esta corriente humana que
traspasa la distancia y se une en un canto a la vida. La solidaridad, el
encuentro y la cercanía se construye desde la buena voluntad y las ganas de
ser y hacer mejor nuestro entorno.
Sí, lo digo con orgullo. Mi edificio es
singular en esta singular calle de Madrid que se salta a la torera los siglos para
rescatar comunicación recíproca efectiva y verdadera, que tiende la mano y siembra
esperanza a los que en ella aquí habitamos.
Emocionanres recuerdos en esta etapa singular. Te felicito.
ResponderEliminarUn placer... Gracias
EliminarHe comprobado lo que cuentas en mis escasas visitas a la capital. Algunos barrios parecen pueblos donde notas una cierta familiaridad entre vecinos. Curioso hecho que demuestra que los seres humanos nos necesitamos.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz verano.
El ser humano, como el lobo, disfruta de la manada siempre que ésta no sea invasora ni oportunista. Establecer diálogos y comunicación con personas afines es gratificante y enriquecedor para ambas partes. ¡Feliz verano, José Antonio!
Eliminar