miércoles, 5 de marzo de 2025

El caballero - Parte 1

 


I

El recuerdo de su abuelo la ha acompañado toda su vida. En estos tiempos difíciles cuando remontar el día a día es una carga pesada sobre los hombros, se hace más rotundo. Cada despertar el impulso vital anida en el corazón de Dolores y la empuja a salir, enfrentando el mundo y sus circunstancias.

          Hace un tiempo que la sonrisa perenne que aleteaba en sus labios se ha cambiado por el gesto fruncido que anuncia determinación y entereza. No en vano desciende de una estirpe de hombres y mujeres acostumbrados a la lucha. En los momentos más acuciantes supieron sobreponerse y llevar a cabo sus propósitos defendiendo lo que consideraban suyo, con una fortaleza difícil de superar.

          Su impronta ha dejado una huella indeleble nutrida en las muchas tardes invernales paseando con él por la Avenida Alfonso X, disfrutando del gorjeo de los pájaros y la luz brillante de su tierra natal. Qué feliz cuando recorrían juntos las calles descubriendo los sucesos acontecidos en cada rincón, la gran capa revolando en el aire. Una prenda que lucía como pocos, gallardo y altanero. Su figura se hacía imponente, semejante a los caballeros medievales que admiraba en los libros de Historia.

          Nunca volvió a sentirse tan protegida como cuando, cubierta por la capa, la veía ondear sacudida por las zancadas raudas de su abuelo, la sonrisa escondida tras el mostacho y la picardía asomando entre las pestañas.

          En las mañanas floridas se sentaban bajo los fresnos reflejados en el arroyo que multiplicaba sus canales para regar la huerta de la casa familiar. Casa que hacía las delicias de los pequeños en los meses de verano, donde en las noches estrelladas escuchaban absortos las historias que les contaba. Crónicas del Rey Sabio que llegó a esas tierras para protegerlas y honrarlas y de cómo le enamoraron sus gentes, su carácter y los amaneceres blancos, en que los coros de hombres desgranaban cantos extendidos en sus voces por vegas y riberas.

          Francisco era un hombre recio, de torso fuerte, ojos penetrantes y mirar sereno. De costumbres devotas, cada alborada emprendía su ruta hacia la Iglesia de San Andrés, asomaba levemente la cabeza, descubierta del sombrero, y saludaba a la Virgen de la Arrixaca, su máxima valedora, confidente en los buenos y malos momentos. Con su protección superó los escollos que la existencia le puso en el camino. De ahí que sin falta pasara por la Capilla Real a visitar a María, que respondía a su saludo, o al menos a él se lo parecía, con una sonrisa de ángel.

Después comenzaba sus asuntos, ligero, con la satisfacción del deber cumplido. Desde allí encaminaba sus pasos hacia el Casino donde desgranaba las horas leyendo la prensa, departiendo con algún buen amigo sobre lo divino y lo humano y estudiando en la gran biblioteca.

No se sabía muy bien si la Virgen estaba en Murcia antes que el Príncipe Alfonso llegara a la ciudad, o la trajo él consigo. Lo cierto es que fue la inspiración de alguna de sus famosas Cantigas, en especial una que a Francisco le gustaba recitar con su voz bien timbrada al corro de nietos sentados a los pies de la mecedora. Sentimiento y pasión vibrando en cada verso. Ellos escuchaban atentos, tratando de entender aquel idioma lejano en el tiempo.

          Así le evoca Dolores, enfrascado en sus textos, hasta que los niños corrían a interrumpirle y, le pedían otra aventura de su tierra. Esa tierra que aprendieron a amar a través de sus palabras. Francisco, dejaba el libro, abría sus brazos en un gesto cercano y los animaba a aproximarse. Cuando los tenía a su alrededor miraba a la lejanía perdida la vista en los recovecos del pensamiento hasta encontrar el hilo conductor. Entonces comenzaba la leyenda, poesía o canto que inspiraban sus narraciones. A Dolores le fascinaba más que a ninguno de sus primos, que a ratos se ponían a correr inquietos desahogando sus ardores infantiles. Ella, sin embargo, permanecía absorta, hipnotizada. Sin perderse ni una sílaba, ni un gesto, ni un ademán del galante hidalgo que era su abuelo.               (continuará)




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