lunes, 5 de mayo de 2025

El caballero - final

El fiasco fue al comunicarme el destino. Mi puesto era en uno de los barrios marginales más conflictivos de la ciudad. Resumiendo, el que nadie quería. Imagina mi desilusión y mi susto, unido a la rabia, cuando supe que yo había sido el número uno. ¿El problema? A Fulanito de tal, hijo de Menganito de cual, le amparaban no sólo las relaciones del padre, sino que además pertenecía a la cuerda de los ganadores. Nuestra familia por aquel entonces no cosechaba muchas simpatías.

Cosas de la política.  Desafectos nos llamaban. Y así sin comerlo ni beberlo se mezclaron churras con merinas y yo me vi represaliado por no sé qué extrañas circunstancias. Aún hoy, me sigue pareciendo una arbitrariedad. La misma que sigue campando libremente según me hablas. Y tú dirás: —¡Vaya cosas me cuenta mi abuelo para darme ánimos!

          —Pues sí, Lolilla. Todo tiene su cara y su cruz. Lo que yo pensé que sería una maldición se convirtió en mi mejor enseñanza. Los pacientes me acogieron como jamás imaginé. Tras los años de espera, tener por fin consulta y médico en su arrabal, hizo que se desvivieran conmigo colaborando en todo aquello que facilitaba mi tarea.

Tampoco —continuó el abuelo— en mi larga trayectoria he tenido la oportunidad de realizar una labor más humana y generosa. Volví convertido en un buen médico y una mejor persona. De esa fuente he bebido para los restos. Por eso, hija, no desesperes. La vida nos ofrece muchas veces lo que necesitamos. Aprovecha cada oportunidad que se te brinde y no hagas demasiado caso de lo que parecen obstáculos. Infinidad de veces son catapultas que te lanzan a la victoria.

          Después de esta confidencia extendió sus manos arropando las mías, cálidas y amorosas. Como en tantas ocasiones su fuerza me llegó en una onda de energía. Todo volvería a la normalidad.

           —Seguro que tienes razón, abuelo. Es mucho más lo bueno. Lo malo asoma a la superficie, como el aceite. Debajo existe un océano de generaciones que han forjado esta Región pródiga y luminosa.

          — ¿Quieres que salgamos a pasear?

          Asentí con la cabeza. Acercándome a la percha le tendí su prenda favorita. Cuando salimos al fresco de la noche su imagen llenó las calles.  Allí estaba de nuevo, enfundado en su capa española, gentil y arrogante. Mi caballero.



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