Cosas
de la política. Desafectos nos llamaban.
Y así sin comerlo ni beberlo se mezclaron churras con merinas y yo me vi
represaliado por no sé qué extrañas circunstancias. Aún hoy, me sigue
pareciendo una arbitrariedad. La misma que sigue campando libremente según me
hablas. Y tú dirás: —¡Vaya cosas me cuenta mi abuelo para darme ánimos!
—Pues sí, Lolilla. Todo tiene su cara
y su cruz. Lo que yo pensé que sería una maldición se convirtió en mi mejor
enseñanza. Los pacientes me acogieron como jamás imaginé. Tras los años de
espera, tener por fin consulta y médico en su arrabal, hizo que se desvivieran
conmigo colaborando en todo aquello que facilitaba mi tarea.
Tampoco
—continuó el abuelo— en mi larga trayectoria he tenido la oportunidad de
realizar una labor más humana y generosa. Volví convertido en un buen médico y
una mejor persona. De esa fuente he bebido para los restos. Por eso, hija, no
desesperes. La vida nos ofrece muchas veces lo que necesitamos. Aprovecha cada
oportunidad que se te brinde y no hagas demasiado caso de lo que parecen
obstáculos. Infinidad de veces son catapultas que te lanzan a la victoria.
Después de esta confidencia extendió
sus manos arropando las mías, cálidas y amorosas. Como en tantas ocasiones su
fuerza me llegó en una onda de energía. Todo volvería a la normalidad.
—Seguro que tienes razón, abuelo. Es mucho más
lo bueno. Lo malo asoma a la superficie, como el aceite. Debajo existe un
océano de generaciones que han forjado esta Región pródiga y luminosa.
— ¿Quieres que salgamos a pasear?
Asentí con la cabeza. Acercándome a la
percha le tendí su prenda favorita. Cuando salimos al fresco de la noche su
imagen llenó las calles. Allí estaba de
nuevo, enfundado en su capa española, gentil y arrogante. Mi caballero.
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