sábado, 5 de octubre de 2024

Insistencia pertinaz - Autodestrucción

 



Ramona cruza la calle, son cerca de la una de la madrugada. Recorre con la vista los balcones. El edificio centenario esboza lo que algún día fue.

En uno de ellos, nítida, una silueta se recorta contra el haz de luz que surge del interior. En el perfil del rostro se distingue el cilindro humeante.

Andrés aspira con una mezcla de deleite, angustia y culpa la sustancia que envenena su cuerpo, que invade sus pulmones, incapaz de resistirse a la atracción, a la dependencia. Una más de las que dominan su vida.

De nada sirvió el aviso, el susto, las noches peleando entre la vida y la muerte. De nada sirvió sentirse al borde del abismo. De nada sirvieron las promesas trémulas que esgrimieron sus labios al saberse en peligro. El diagnóstico fue claro. Después del infarto agudo que a punto estuvo de costarle la vida, todos los médicos coincidieron en que había llegado al límite, si seguía fumando, su vida no valía un euro.

En un principio, como casi siempre, las intenciones eran reales, al menos en su imaginación. Se lo debía a Ramona y a su hija. El mismo motivo que le había llevado a buscar un falso estímulo debía ser el que le hiciera apartarse ahora de la sustancia nociva que minaba su salud. Si no por él, debía hacerlo por ellas.

Así lo pensó mientras estaba en la UCI cableado e incapaz. Así lo decidió en los primeros días de su recuperación, cuando empezaba a reconocerse, a ser capaz de dirigir sus pasos, cuando pudo controlar su cuerpo.

Después, todos esos propósitos se diluyeron en un entramado de falsas excusas, de auto engaños, de mentiras que se contaba a sí mismo. Y volvió a caer sin sopesar los riesgos. Sin importarle el mañana ni la gente que dependía de él.

Quiere disfrutar de su momento, sin más. El humo del cigarrillo impregna sus pulmones, atenaza su respiración. Los ojos ausentes columpian la mirada dejando que la sensación de abandono se apodere de él. Algo semejante a un tambor resuena en su pecho. Un ritmo asincrónico que rompe el latido. Andrés no es consciente de lo que está pasando. Algún vago recuerdo acude a la mente enajenada que deja de percibir la realidad para internarse en el limbo oscuro que le envuelve.

Ramona sube los peldaños de las escaleras angostas de dos en dos. Trata de salvar la situación una vez más. Se siente incapaz de encajar un nuevo golpe. Confía en que sus ojos la hayan engañado, que no hayan visto el cuerpo desmadejado de Andrés desplomándose hacia la barandilla.

Cuando está alcanzando el rellano que da acceso a su casa un grito desgarrador, el de su hija, frena en seco su carrera.




jueves, 5 de septiembre de 2024

Equilibrio

 


Vulnerables, frágiles. Así somos. Seres humanos abandonados en éste indescifrable devenir de días incontables y finitos. Independientemente del sexo, edad, circunstancias y etapas, navegamos a través de experiencias personales y externas que nos hacen ser como somos.

Cada cual dentro de su espacio temporal lucha por desarrollar y defender, en lo posible, las potencias que nos tocan en suerte en la lotería de la vida.

Imposible saber si lo que hacemos es lo apropiado, lo que se espera de nosotros, o lo que nos hará más felices.

Al fin y al cabo, somos seres únicos sin libro de instrucciones.

Cada uno de nosotros tratamos de sobrellevar de la mejor manera, si tenemos un ápice de inteligencia, este sueño indescifrable de la existencia.

De pie, encima de una gran bola que gira sobre sí misma y a la vez, orbita alrededor de una de las muchas estrellas de nuestro universo.

Bola que contiene un caldero de miles de grados en su interior.

Entre los millones de especies que pueblan La Tierra, la especie humana.

Entre los millones de seres humanos que viven en este planeta, nuestra infinita nimiedad.

Qué bueno traer esta imagen de vez en cuando a nuestro cerebro para ser conscientes de la vulnerable temporalidad de cada cual.

Hacer un ejercicio de generosidad con el resto del mundo y con nosotros mismos, sin juzgar, salvo en los comportares extremos y dañinos, potenciando todo aquello que de bueno tiene la vida.




lunes, 5 de agosto de 2024

Y colorín, colorado...

 


        El tiempo del viaje es el tiempo que no pertenece ni al sitio del cual procedes, ni al sitio a dónde vas.

El tiempo del viaje es un tiempo especial en el cual solamente se disfruta del momento. Por eso a la niña le gustaba mucho viajar y cogía todos los días un tren largo, largo y lento donde se deleitaba mirando los paisajes. 

Se quedaba prendida de los árboles. De los rayos de sol. De las hojas. Del viento. De las nubes. De la tierra. Inmersa en el tiempo que no pertenece a ningún lugar disfrutaba del instante.

Al llegar a su destino, inédito y cercano a la vez, andaba por calles enormes. Todo le maravillaba: el reflejo de la luz en los tejados, los colores de los escaparates, los ríos de gente apresurada, las luces juguetonas de los semáforos, la emisión de sonidos alternos que se superponían unos a otros, mezclados en una catarata iconoclasta y festiva.

Alguna vez se detenía para probar un rico bocado de los tenderetes callejeros, se sentaba en algún banco o lugar acogedor para reponer fuerzas, mientras dejaba volar su imaginación contemplaba su alrededor paladeando con fruición el alimento original.

A la caída de la tarde subía de nuevo al tren largo, largo y lento, donde volvía a deleitarse contemplando todo lo que desfilaba a través de la ventanilla en ese tiempo que no pertenece ni al sitio del cual procedes, ni al sitio a dónde vas. Inmersa en el instante, simplemente vivía. 

 


viernes, 5 de julio de 2024

Divide y vencerás


Desde siempre han intentado enfrentarnos. Hombres contra mujeres, para ejercer el control sobre nosotros. Dividir es una forma de controlar. 

Lo curioso es la facilidad con que manejan los hilos de las torpes marionetas, que, incapaces de pensar por sí mismas, asumen como propias conductas inducidas. Las hacen suyas. Las defienden a sangre y fuego y las propagan en una cadena sucesoria de falsas verdades que abonan el terreno para enfrentamientos constantes.

La unión hace la fuerza. En todos los campos. En todas las situaciones. En la guerra imbuida de los sexos, también.

Si los combatientes de todas las batallas se unieran y dejaran de pelear, los que orquestan el mundo en pro de los intereses de unos pocos, lo tendrían más difícil.

Quizás entonces el mundo sería más habitable, más justo, menos cruel.



miércoles, 5 de junio de 2024

Pospandemia

 



Cuando Manuel quiso recuperarla fue demasiado tarde. Luisa había tratado de llamar su atención de mil maneras. Quiso alertarlo para que fuera consciente de que su pasividad los estaba alejando. Que su apatía marcaba un antes y un después.

Se lo dijo sin ambages: Manuel yo te necesito. Necesito saber que somos más que una voz resonando en la distancia a través del móvil. Necesito sentir que somos más que una sonrisa dibujándose en una fotografía. Necesito percibir tu presencia cercana y cálida. Han sido muchos meses de aislamiento, demasiados… Demasiados días abrazando mi propio cuerpo, palpando la soledad en la ausencia de los besos. Demasiados pasos andados como un autómata a base de coraje. Creando mi propio rumbo. Deglutiendo mis palabras. Desgranando razones, apremios, impulsos. Animándome a continuar, a no cejar en mi empeño. A subsistir. Muchas las comidas preparadas conmigo, sin ti, sin nadie.

Luisa lo hizo con alegría. Sin faltarle las fuerzas. Sin desfallecer. Con un propósito y una intención clara. Mantenerse a salvo. Estar limpia de contagios para aquellos que necesitaban su apoyo imprescindible, esencial. Manuel también lo hizo. Por edad. Por salvaguardar su salud. Por supervivencia. Se mantuvo alejado de todos y de todo.

Después llegó la liberación. Con la vacuna llegó la libertad. Por fin pudieron salir a la calle sin miedo. Tocar y ser tocados. Abrazar y ser abrazados.

Luisa pensó que todo volvería a ser como antes, pero Manuel se había quedado atrapado en su tela de araña. El mismo confort, que le había llevado a rehuir citas que les devolvieran a la dulce realidad que habían compartido durante años, lo dejó anclado en su placentera rutina.

A ellos la prohibición los cogió a cada uno en su casa. Y allí se quedaron. Se hicieron fuertes el uno al otro. Se animaron comunicándose ocho, diez, doce veces al día. Las que hiciera falta para no desfallecer. Grabaron vídeos, compartieron fotos de comidas y paseos. Hicieron alguna videollamada en ocasiones extraordinarias: cumpleaños, festejos familiares, Navidad y alguna que otra vez por el simple placer de mirarse el uno al otro.

Ahí fue cuando Luisa empezó a detectar el alejamiento, la cerrazón, la desidia. Mientras que ella no dejaba un sólo día de asearse, de mantener su casa organizada y limpia, de vestirse como si lo hiciera para una primera cita, Manuel se excusaba para no mostrarse ante la cámara. Con la mascarilla se tapaba la barba desaseada que dejaba crecer junto con el cómodo desaliño general en el que había caído.

La ruptura fue inevitable. Luisa salió a comerse la vida y Manuel dejó que la vida se lo comiera a él. No hubo solución de continuidad ni lazos de acercamiento. La más deplorable rutina se apoderó de sus encuentros intermitentes. El hastío venció a la ilusión y a las ganas.

Y sucedió lo inevitable. Nada nuevo. Nada original. El vacío de Luisa se llenó con sonrisas de estreno, nuevos amigos, nuevas experiencias, nuevas expectativas. Aparecieron nuevas metas en su vida, alguien con quien compartirlas, con quien alcanzarlas. Decidida a vivir sin rémoras Luisa se despidió del que había sido su fortaleza y anclaje, su impulso, su base, su estabilidad, su alegría. Manuel, acorde con su estoicismo, no le puso trabas ni barreras. No inquirió por los motivos ni las razones. La miró marchar y, como tantas otras veces, le facilitó el camino. Sin pensar en luchar por ella, cedió el terreno al contrario.

Luisa no sabe qué le depara el mañana. En su fuero interno querría que las cosas hubieran sido diferentes. Añora la felicidad sin sobresaltos que disfrutaba junto a Manuel, consciente de que nunca volverá a sentirla: semejante a las aguas de un río, la vida no pasa dos veces por el mismo sitio. También sabe que el condicional aplicado a la existencia no se conjuga.

Ninguno de los que transitaron por esos años de incertidumbre y perplejidad, de dolor y angustia, sabe, qué habría sido de su vida. Nadie conoce cuál habría sido la historia de tantos millones de seres si la Pandemia hubiera sido una novela de ciencia ficción y no la pesadilla real que trastocó tantas vidas.

 


domingo, 5 de mayo de 2024

La llamada



Le extrañó el frenazo del coche y ver a Pablo, su marido, atravesar apresurado el jardín. Todavía faltaban unas horas para que volviera del trabajo.

––Se habrá escapado antes ––pensó. Esperó su llegada mientras terminaba de vestirse. Cuando abrió la puerta vio su cara demudada, aun así, no se asustó. Nunca se asustaba antes de tiempo ––¿Para qué? ya se encarga la vida por sí sola de apretarnos las tuercas sin necesidad de que nosotros creemos fantasmas ––decía a menudo.

––¡Una noticia horrible! ––tartamudeó él.

    Julia pensó en su suegra, muy enferma desde hacía años.

          ––¡Dios mío! ––exclamó Pablo–– Es espantoso ––vaciló ––Tu padre... ––Hizo una pausa interminable ––Tu padre está muerto ––. Le dio la noticia de sopetón, sin ningún preámbulo, ansioso por compartirla rápidamente.

Todo quedó en suspenso, como una imagen ralentizada en la pantalla; la sangre subió hasta el cerebro dejando un zumbido sordo en sus oídos. Las palabras se quedaron rebotando en el vacío. Julia le miraba atónita, tratando de entender su significado, incapaz de trasladar a la realidad lo que su voz le transmitía. Como si fuera un asunto ajeno a ella inquirió fríamente los detalles, su mente se negaba a reconocer el hecho.

––¿Cuándo? ¿Cómo lo has sabido? ¿Quién te lo ha dicho? Hablé con él ayer por la mañana y estaba perfectamente ––balbuceó Julia.

––Tu madre ha llamado a tu trabajo y como no estabas me ha llamado a mí ––le aclaró Pablo, con un gesto de pesadumbre porque aún no les habían instalado el teléfono en su nueva casa.

En ese instante se repitió el frenazo de un coche y sonaron unos pasos sobre la grava. También acelerados. El sonido imperioso del timbre urgía una respuesta. Ambos se dirigieron a la puerta.

Antonio, un compañero del trabajo, irrumpió agitando los brazos en el aire.

––Julia, tu madre ha vuelto a llamar. No saben cómo, después de una muerte cierta, tu padre ha vuelto a la vida, los médicos no se lo explican ––dijo eufórico.

Julia y Pablo se estrecharon en un abrazo dejando que el torbellino de emociones reposara en su entendimiento. A la cabeza de Julia saltó el recuerdo del libro que regaló a su padre por su cumpleaños y sus comentarios entusiastas.

––¡No sabes lo que me ha gustado, hija! Tienes que leerlo. No te imaginas cuántos casos y experiencias relatan los doctores y los propios protagonistas. Aseguran que han estado muertos. Muerte clínica que certifican sus médicos y después de una experiencia, en la gran mayoría, de luz y calma, de reencuentro con sus seres queridos, una voz les ha dicho: “Todavía no es tu momento, debes regresar y terminar lo empezado”

Ella le escuchó escéptica, aunque se alegró de que le hubiera gustado. Le aseguró que lo leería cuando él lo terminara.

Se desprendió con ternura del abrazo de Pablo. Ahora ansiaba el momento de encontrarse con su padre, muerto y resucitado en un breve espacio de tiempo. Deseaba compartir con él su experiencia y volver, como en tantas otras ocasiones, a ver juntos los amaneceres blancos en la montaña cuando apenas se escucha el vuelo de los pájaros, compartir las cañas en el bar cercano, los partidos de futbol con bocata de calamares incluido y, sobre todo, y más que nada, sentir su mirada cálida.

Julia no sabe muy bien lo que ha pasado; lo que sí tiene claro es que quiere apurar el tiempo exprimiendo cada segundo, porque cada día puede ser una fiesta por el mero hecho de existir.




viernes, 5 de abril de 2024

Insatisfacción

 


Eva y Adán trataban esa mañana de reiniciar un acercamiento carnal tras el tiempo que habían estado en barbecho. No tanto porque hubieran dejado de desearse, que un poco también, sino porque se habían atravesado en sus ritmos amatorios: resfriados vulgares, obligaciones rutinarias, cansancio otoñal y otras zarandajas.

Tampoco ayudaba que cada noche se quedaran dormidos frente a la gran televisión de setenta y cinco pulgadas viendo sus series favoritas en los canales de pago.

Aunque en realidad, ya hacía tiempo que sus encuentros tenían lugar en las mañanas, cuando era más fácil que el miembro viril cogiera impulso.

Los años no pasan en balde y lo que había sido un mástil enhiesto a la menor provocación, ahora, la mayoría de las veces, yacía lánguido sobre la pierna de su dueño.

A pesar de eso, la verdad es que tanto Eva como Adán disfrutaban juntos del sexo. Suplían carencias con juegos y caricias que incrementaban la pasión y estimulaban su apetencia mutua. A veces un simple roce de la mano de Adán, hacía que Eva se estremeciera de pies a cabeza.

Aquella mañana, sin embargo, habían empezado con mal pie. Adán, mientras detenía la mirada en el cuerpo desnudo de Eva, volvió a elogiar, con palabras enardecidas, por enésima vez, la preciosidad de un frondoso vello cubriendo el pubis de las hembras. Su expresión melancólica y anhelante delataba cuánto lo echaba de menos.

Eva contempló su monte de Venus, casi lampiño, semejante al que lucía la diosa en El nacimiento de Boticceli y pensó, una vez más, en lo difícil que es contentar a los hombres. Insatisfechos por naturaleza admiran el plato ajeno aunque tengan un festín en su mesa.

De ahí que su ánimo decayera y se pusiera a analizar, en una sucesión de imágenes en su cabeza, los vellos púbicos y apéndices aledaños de los hombres que había conocido; por buscar diferencias análogas a las que subyugaban a Adán. Pasó un rato comparando y decidió que lo pasado, pasado estaba. Si Adán nostálgico y melancólico se anclaba en el ayer, era su problema.

Luego de desechar sus pensamientos se puso a la faena con entusiasmo y entrega, no en vano sus artes amatorias habían sido regocijo y deleite de numerosos amantes y del suyo propio. Se centró en la tarea que tenía entre manos y lengua, puso todo su empeño en ello y gozó el tiempo que él dio de sí. Cada vez más corto. Reducido cuasi a un vulgar mete y saca. Tan diferente de los largos prolegómenos del comienzo de sus encuentros.

Los años no pasan en balde, volvió a pensar, y el desgaste de los días hace mella. Quizás por eso Adán, como casi todos los machos de la especie, insatisfecho y cazador necesitaba reivindicar su hombría con la mirada, el pensamiento y la imaginación, aunque no así con los hechos.

No importa que ya no se les levante, ni que casi seguro, supieran qué hacer si tuvieran entre manos al objeto de su codicia. Desde la pubertad a la senectud tienen, como una tara obsesiva en su programación, que reivindicar su masculinidad con miradas, hechos, palabras, pensamientos e intenciones dirigidas a cualquier fémina de buen ver, o no, que aparezca en su radio de visión, para comentarlo más tarde con sus congéneres con mutuo regocijo y estar así a la altura de lo que se espera de ellos...

Insatisfechos permanentes, no dejan de mirar la comida en las vitrinas de los escaparates, aunque su alacena esté a rebosar.

Peor para ellos, se dijo Eva, ese no es mi asunto. Girando el cuerpo tecleó en el móvil: Querido, esta tarde te espero donde siempre, estoy deseando sentirte entre mis piernas.

Adán, ajeno a todo, como otras tantas veces y después de satisfacer su frugal deseo, dormitaba a su lado con un hilillo de baba colgando de la comisura de la boca.

 

  

martes, 5 de marzo de 2024

Zambullida

 


Tomé aire y me sumergí siguiendo las instrucciones del entrenador. Habían pasado meses desde que Alberto me habló de su proyecto. Tenía contratado un paquete vacacional que incluía, además del maravilloso viaje a las islas de ensueño, su bautismo de buceo y varias inmersiones en las mejores zonas.

         Cuando me lo contó me miró con malicia parapetado tras sus gafas rayban. Podía percibir a través de los cristales ahumados la sorna con que me observaba. Mi mirada también debió ser elocuente.

         —¡Caramba! No me mires así—, me dijo Alberto.

         —Sabes que llevo años queriendo hacer ese viaje y que tú me lo has impedido— le contesté.

         —Bueno, lo que se dice impedir… —La sorna volvió a teñir el gesto y las palabras de Alberto.

         —¿Y qué si no? Cada vez que lo tenía organizado me necesitabas para resolver un problema de trabajo o me pedías que cogiera las vacaciones en otra época. Todo eran impedimentos a mi proyecto.

         —Pues ya lo siento. Yo sé que el uno de octubre sale mi avión y yo me voy en él.

         No puedo expresar la rabia que despertaron sus palabras. Tantas veces había querido estar en su lugar… Dirigir la empresa, tener la sartén por el mango, distribuir a mi antojo beneficios y prebendas. Que fueran los demás los que dependieran de mí, no ser yo el que estuviera rogando y teniendo que lamer culos para al fin no obtener nada.

         Aunque siendo fiel a la verdad, el que siempre había hablado de sacarse el curso de submarinismo había sido él. Ese era su sueño y yo me lo había apropiado, como tantos otros anhelos a los que no podía aspirar.

         Una vez más, Alberto iba a conseguir lo que se proponía, pero esta vez yo no estaba dispuesto a que se saliese con la suya. ¿Qué había dicho? ¿Que el uno de octubre salía su avión? Tenía que evitar que tomara ese vuelo. Ya me encargaría yo de encontrar la forma de hacerlo.

         Y… ¿sabéis una cosa? lo logré. Ahora estoy aquí en su lugar. Nadie sospecha que he usurpado su nombre y que la tarde antes del viaje le cité en la obra diciéndole que era imprescindible su presencia. Nadie se imagina que su cuerpo reposa en el fondo del gran foso sobre el que se va a construir el edificio. Me costó. Tuve que asestarle varios golpes y arrastrar su pesado cuerpo hasta el borde de la zanja. Miré como se sumergía en las aguas fangosas que se habían acumulado después de las últimas tormentas. Al día siguiente las hormigoneras comenzaron a hacer su trabajo.

 


lunes, 5 de febrero de 2024

Encuentro

 


Complicidad en la mirada y una conexión implícita. Un bar en un barrio castizo. Algo, más allá de la edad, de la situación, del entorno, establece lazos que no se venden en el mercado de los intereses.

Nada nos une salvo ese guiño cómplice, ese entender la vida de aquella manera. Esa lucha establecida desde la infancia para ser nosotras mismas a pesar de las circunstancias.

Ese discurrir tranquilo, fiel a nuestra condición. Fácil de remontar si la confianza y la seguridad viven dentro de cada una.

Fátima, Lourdes, Nuria, quizás la memoria me engaña, o quizás me es fiel. Estoy cierta, eso sí, de haber sentido esos vínculos; lazos de entendimiento que muestran, más allá de las palabras, el lenguaje común que nos hermana.

Luces y sombras, fuego y artificio, constancia y voluntad. Luchadoras en un mundo indómito, caprichoso, voraz...

Indudables triunfadoras, lo sé. Lo he percibido en vuestras ojos, en vuestras sonrisas y en la clara proyección de vuestra fuerza.

Desde aquí y ahora, os rindo mi homenaje. De mujer, a mujer. De alma, a alma. De cerebro, a cerebro.

La vida nos brinda infinitas oportunidades. Estoy segura de que vosotras, las tres, sabéis exprimir cada segundo de esta oportunidad única e irrepetible que es el día a día.

Quizás, en algún momento, volvamos a coincidir por el barrio. Si no es así, no importa. Lo esencial, ya ha sucedido.


Para vosotras. La Casa de la Tortilla un 27 de enero…


viernes, 5 de enero de 2024

Nicolás

 

Cambio la libertad por la soledad, se dice muchas veces Nicolás mientras deja transcurrir las horas en barbecho, según el punto de vista de cualquiera que no sea él. 

      Para Nicolás, el auténtico desperdicio es no hacer lo que le viene en gana ahora que se lo puede permitir. Y dado como es al reposo en posición horizontal, al buen yantar y al mejor beber, le resulta muy fácil encontrar ocupación en las cortas horas de vigilia que le quedan del día.

     Devorador de libros y películas de acción, sexo y terror, pasa las horas dedicado a sus dos grandes placeres entre cabezadas, más o menos largas, que, le devuelven, en intermitencias intercaladas, con cabeceos y ronquidos a los brazos de Morfeo.

En más de una ocasión ha tenido la oportunidad de compartir vida y hacienda, pero el gran esfuerzo que le suponía renunciar a su forma de vida, no le compensó en lo absoluto.

Al principio consideraba otras opciones distintas a las suyas, incluso, ponía un inicio de voluntad en cambiar sus costumbres, que al final resultaban insuficientes para acoplarse a las de la mayoría de los mortales. Al cabo de algunas semanas, o meses, y a pesar de la colaboración decidida de la otra parte, volvía a sus trece. Es decir, a hacer lo que se le antoja cuando él lo decide.

Incluso, a veces, tiene algún gesto de generosidad, sopesando, eso sí, la contrapartida.

La época más complicada para sobrellevar ese desapego del mundo, es indudablemente la Navidad. Fechas en las cuales por muy sordo que sea, o se haga, a los reclamos sociales, es difícil no escuchar el clamor general. Y ahí se las ve y se las desea para encontrar compañía, pues todos, el que más o el que menos, cuenta con una casa a la que acudir, una familia a la que abrazar y una mesa a la que sentarse en compañía.

Lleva años ejecutando maniobras de acercamiento y dispersión para, sin comprometerse demasiado, cubrir sus necesidades afectivas y la verdad, es que lo ha conseguido con éxito notable. Hasta ahora.

La despedida del año viejo y el comienzo del año nuevo ha sido desalentador. Todas las llamadas que ha realizado han resultado infructuosas. No ha habido manera de encajar con nadie. Los unos porque se iban a pasar las fiestas fuera. Los otros porque les venían parientes que tenían que atender. Algún otro pescó la dichosa Gripe A que está atacando con saña muchos hogares. En alguna que otra casa ha crecido la familia y no tienen el cuerpo para belenes que no sean los suyos propios.

Y en esas está Nicolás. Hoy, cinco de enero, fecha en la que también celebra su cumpleaños, tirado en un sofá contándose milongas para auto convencerse de que su libertad le compensa. Que es feliz de esta manera. Que no está solo y si lo está, es porque quiere y que, además, no le importa.

- Vaya porquería de sociedad ésta en la que me ha tocado vivir. Míralos -Se dice observando a través del cristal a la gente que pasa de un lado para otro ocupando las aceras -No saben más que comprar. ¿Adónde irán con tanto paquete? ¿Es que no tienen otra cosa que hacer? Consumir y consumir. Es lo único que les importa.

A decir verdad, la realidad es que en su fuero interno se pregunta el porqué de su disfunción social. Qué le lleva a rechazar a los otros, a juzgarlos, a desentenderse de compromisos, a bloquear los lazos que por otro lado pretende estrechar…

- Gilipolleces – se dice muy enfadado. -Hoy es un día como otro cualquiera. A mí qué me importa lo que los demás hacen o dejan de hacer. Ya digo yo: Cambio la libertad por la soledad.

Con gesto de hastío se aparta de la ventana, va a la cocina y se sirve una copa generosa de vino.

- A mi salud y por muchos años.

Levanta la copa y la apura de un trago, coge la botella, se la lleva al salón y se sienta en el sofá.  Cuando acaba con la última gota, enciende el televisor y se queda, sin mirar nada, hipnotizado con la luz de la pantalla que centellea reflejada en su cara.

En las calles de todos los barrios, de todos los pueblos, de todas las ciudades, en estos momentos, estalla la alegría en la noche mágica que conmueve corazones, incita a la inocencia y despierta la ilusión. Horas inolvidables que quedan en el recuerdo de sus protagonistas como un tesoro indeleble.

 


martes, 5 de diciembre de 2023

Como agua y aceite




Así son. Incompatibles de base, esencia y espíritu. Tan imposible como unir la noche y el día. Tan absurdo como querer juntar agua y aceite.

La falta de claridad, las medias mentiras, el auto engaño. Ese juego que tanto ha practicado Pablo en su vida y que no va con Paloma. 

Pablo pretende revivir situaciones y actuar como siempre lo ha hecho. Desliza en sus oídos palabras repetidas hasta la saciedad. Excusas, medias verdades, trampitas para las incautas. Y no se da cuenta, por mucho que se lo diga, que con ella de nada valen. Que cuando él va ella vuelve. Que no le interesa ni poco ni mucho ese tipo de relación. Que está harta de repetir los mismos esquemas. Que cuando Paloma le oye decir: “Estoy contigo” se le abren las carnes. Nada más lejos de la realidad. Una cantinela que sobrio y borracho Pablo repite.

Cuanto más alejados, más lo dice. Palabras gastadas, usadas con sus otras mujeres.  Ella no pertenece a ese clan.

Paloma se lo dijo una vez: “Conmigo te has equivocado muchacho”. Él lo echó en saco roto.

Pablo hizo una gracieta con ello y se sonrió por dentro. Ahora sigue con su auto ficción, con su autoengaño.

Paloma, entre tanto, se da cuenta de lo feliz y tranquila que vivía antes de conocerlo. Lo de ahora es un juego absurdo en el que no gana ninguno.

Para ser veraz, en ese juego, la única perdedora, es ella.

La mañana colorea el jardín y el mundo se abre ancho y llano a sus pies. Tiempo es ya de retomar posiciones y salvar sus muebles de la quema.

 


domingo, 5 de noviembre de 2023

Sentido de pertenencia

 


El sentido de pertenencia, según Andrea entiende, es lo que da seguridad, lo que convierte a los humanos en alguien distinto de los otros seres que pueblan este mundo. Es la razón la que hace al hombre plantearse y ser consciente de tales cuestiones.

En su corto o largo, pequeño o grande, simple o complejo raciocinio, sabe que le gusta vincularse. Le gusta pertenecer a alguien, a algún lugar, a algún rincón, a algún país, a algún círculo. Se siente bien cuando los demás piensan que forma parte de ellos, que les pertenece de alguna manera.

La libertad, según ella entiende, consiste en ser uno mismo junto con los otros. La libertad es complicidad, armonía, sustancia, raíz. Por eso a Andrea le gusta, quiere y necesita pertenecer, saber que es necesaria, que para alguien es esencial su presencia. Eso no la lastra ni le provoca sensación de agobio. Todo lo contrario, tener esa certeza le da una base desde donde proyectarse y alcanzar cotas que de otro modo serían impensables.

Lo demás le suena a apártate que me estorbas. A preconizo tu libertad porque necesito la mía. A quiero estar contigo cuando me interese, no cuando nos interese a los dos.

Le suena a quiero hacer lo que a mí me dé la gana cuando yo quiera. Tú me sirves para lo que me sirves y el resto, lo que tu necesites, quieras o apetezcas, no me importa.

“Libre te quiero, ni mía, ni de nadie, ni tuya siquiera” le canta susurrando en el oído Claudio como argumento para defender su punto de vista en una de esas interminables charlas de madrugada, donde contrastan ideas y pareceres.

Es una buena manera de intentar camuflar el egoísmo-egocentrismo. A Andrea eso no le vale. Simplemente esa no pertenencia la haría infeliz.

Como ella lo entiende, no ser suya, ni de nadie, es una condena a la más absoluta de las soledades. ¿Qué seríamos si ni siquiera, al menos, fuéramos de nosotros?

La libertad, al menos para ella, no está reñida con el sentido de pertenencia. A Andrea le gusta pertenecer. Pertenecer a alguien, a algún rincón, a algún círculo, a algún país, a algún lugar. Sin ese sentido de pertenencia su vida no tiene sentido.

La libertad, querido mío – le murmura al oído- es otra cosa. Al menos, para mí. Mañana seguimos, hoy se ha hecho muy tarde.

Después de un adiós estremecido por el inicio de un bostezo, desliza el dedo sobre el icono del teléfono en rojo y el silencio invade la estancia.

 


jueves, 5 de octubre de 2023

El pasajero

 


El hombre apostado en la acera alza el brazo. Le observo y ejecuto un giro de ciento ochenta grados. Las ruedas chirrían. Suenan un par de claxon. Protestan por mi brusca maniobra. ¡A mí qué me importa! Me digo. Cada uno a lo suyo. Paro a la altura del individuo. Sube apresurado. Abrigo gris. Sombrero encasquetado hasta las cejas.

—A Corazón de Jesús, 222. Necesito llegar lo antes posible— casi grita. Saca un pañuelo y se seca el sudor.

—¿Quiere que ponga el aire más fuerte?

—No, no hace falta, usted conduzca.

Detengo la mirada en sus rasgos. El tipo comienza a emitir una especie de silbido que le entrecorta la respiración.

—¿Cuánto tardaremos?

El GPS me marca veinte minutos.

—Demasiado tiempo. Acelere. ¡Necesito llegar ya!

Vuelvo a escrutar su rostro. —¿Usted ha vivido siempre en esta ciudad?

 —Siempre, pero... eso ¿a qué viene? Deje de mirarme y céntrese en conducir.

El pasajero ha caído en una especie de sopor y su cabeza se bambolea con cada movimiento del coche. Estudio sus rasgos. Cada vez estoy más seguro. Es él. Sin duda. ¡Ya te tengo cabrón! Freno bruscamente. El pasajero despierta del letargo que le ha alejado de la realidad.

—Oiga ¿qué hace? —masculla entrecortado—. Este no es el camino ¿No me escucha? Necesito llegar al hospital, me estoy asfixiando.

El pasajero comienza a golpear el cristal de protección sin dejar de resollar.

¡Tengo que llegar al hospital! ¿No me oye? ¡Por Dios! ¡Escúcheme!

Paladeo su desesperación, semejante a la mía cuando reconocí el cadáver de mi hijo en la morgue. Me recreo en los sonidos, cada vez más débiles, que emite su garganta. Mis gemidos rebotan aun por las paredes de mi casa a pesar de los años transcurridos. Miro sus ojos desorbitados. Quiero que su agonía se prolongue. Apenas respira. No debiste abandonar a mi hijo después de atropellarlo ¡Maldito seas!

         Paro el coche. Bajo y abro su puerta.

         ¿Por qué? Dice.

         Percibo cómo se derrumba. Se arrastra al exterior con dificultad. Boquea como un pez moribundo.

         —¿Por qué? — Un estertor prolongado estrangula su garganta.

         Yo contemplo su larga agonía, me solazo en ella como en el mejor espectáculo del mundo…

         Una sonrisa acude a mi boca y me quedo allí, de brazos cruzados, acariciado por el tibio sol de la mañana.



martes, 5 de septiembre de 2023

La sonrisa vertical



En más de una ocasión he escuchado decir a algunos hombres, sin pizca de rubor ni turbación en la voz, haciendo gala de un machismo vergonzoso nutrido en las pandillas de barrio, que una mujer se pinta los labios como una clara alusión a sus órganos sexuales.

De ahí, argumentan, el nombre de una famosilla colección de libros. Una colección hecha por  hombres y mujeres desde una  mirada machista, acordé con la época de apertura que junto con grandes avances en muchos sectores trajo el llamado destape.

Literatura, cine y revistas abundaron en temas e imágenes hasta entonces prohibidas, haciendo gala de un exhibicionismo (cuantos más centímetros de piel femenina mostraran mayor era su éxito) en muchas ocasiones exento de calidad que no siempre aportaba apertura de mente, más bien fomentaba desde quioscos, celuloide y páginas impresas la mercantilización del cuerpo de la mujer y de nuevo, la mirada obscena del hombre. 

Una mirada que tantas veces se ha posado sobre mi cuerpo sin que yo la buscará, todo lo contrario, huía de la ropa ceñida que pudiera resaltar la belleza adolescente que comenzaba a repuntar. Más tarde las hormonas alborotaron los pulsos y la llamada de la vida y del amor transformó mi forma de vestir, de peinarme, de mirar. Este cambio aumentó exponencialmente el cerco de acosadores.

No importaba que ellos no me interesaran un ápice, excepto para ponerme a salvo de sus ataques verbales y físicos, cuando no de su contemplación lasciva de labios bulbosos y ojos vacunos y extraviados.

Ese tipo de hombre nunca va a entender que una adolescente desconoce que despierta pensamientos y deseos turbios con su presencia limpia, mezcla del proyecto de mujer que será un día y de la pequeña que hasta ayer jugaba con sus muñecas.

Ese tipo de hombre nunca va a entender que ellos no son el ombligo del mundo. Que no todo gira a su alrededor y que las jovencitas que tan apetecibles les parecen, tienen otros objetivos muy alejados del de llamar la atención de los babosos que lo único que les provocan es temor o desprecio.

Existen otros hombres, doy fe de ello, que entienden el alma femenina sin menoscabo de su hombría. Que perciben lo que una mujer es, más allá de su cuerpo. Que no recorren las calles extendiendo sus ojos como telescopios invasivos.

Esos otros hombres respetan, quieren y admiran a una madre valiente, a una compañera cómplice, a una buena amiga, a una hermana solidaria, a una hija capaz y cercana…

Las admiran, quieren y respetan tanto en el terreno profesional como en el personal. Hombres en el más amplio sentido de la palabra. Seres racionales que piensan con algo más que lo que tienen en la entrepierna.

Hombres que escriben, cantan y aman lo que de mejor hay en ellas. Hombres que admiran su papel a través de la Historia. Hombres que separan la condición femenina de lo que cada uno aportamos como seres humanos a la evolución del mundo.

Hombres que no encuentran en una boca pintada una referencia al sexo. Tan distintos a los depredadores que manchan con su mirada sucia el libre transcurrir de las mujeres.

Tras una boca pintada se esconde en muchas ocasiones la inseguridad, la tristeza, el desánimo, o a través de ella emerge la ilusión, las ganas, la alegría…

Una pincelada de color cuyo propósito es hacernos sentir mejor. No hay más. Para conseguirlo, nos pintamos esa sonrisa de carmín.



  

sábado, 5 de agosto de 2023

Laberintos

 

Quizás sea difícil entender desde las diferentes edades la postura de los otros.

Tal vez todas las generaciones han juzgado a los padres y aunque los hijos les reconozcan valores y derechos en el mejor de los casos no dejan de anteponer su criterio, acertado o no, a éstos.

¿Cómo transmitir lo que sigue sintiendo el cerebro-corazón del supuesto anciano, calificado así por las cifras que atestiguan sus documentos oficiales?

Donde los demás ven arrugas y senectud, existe un alma a la que le cuesta refrenar los impulsos vitales.  En su interior se ve como el joven-adolescente que fue y que trata de descubrir, cada día, una motivación para saltar desde el lecho solitario y echarse a la calle con todas las ganas de que sea capaz, para exprimir al presente borrascoso.

Este mundo no deja de ser un laberinto en todas las edades. Una encrucijada permanente. Todo ser humano pretende encontrar la felicidad, cada uno a su manera.  Nadie vive la vida del otro. Se confunden, aciertan y yerran por caminos desconocidos procurando no perder el rumbo.

Quizás la petición de entendimiento, hoy, sea, que les deis cancha para que sean ellos los que decidan.  Los que separen ilusiones de realidad. Los sueños del mundo prosaico. Los que tiren p'alante, una vez más, sin mirar atrás.

Estad seguros de que saben escoger el buen camino El que les conviene. Aunque la cuesta sea empinada aún tienen capacidades para alcanzar a su ritmo y tiempo, el objetivo que se han fijado.

Cada etapa es una oportunidad para crecer y aprender. Cada uno de nosotros decidimos el con quién, el cómo, el dónde, y el cuándo.

Son muchos los años de rodaje, de experiencias y como alguien dijo: "Más sabe el diablo por viejo que por diablo". Siempre que no se haya hecho el camino en vano. Añado yo.


miércoles, 5 de julio de 2023

La pregunta

 


Él le preguntó: ¿Tú quieres que estemos todo el tiempo juntos?

Ella echó a rodar la imaginación, contempló la posibilidad y, no dijo nada.

Él le dijo: Estás tardando mucho en contestar. Es una pregunta trampa: No podemos estar todo el tiempo juntos.

Ella contestó: Claro.

Algo parecido al silencio sobrevoló la habitación. Ellos continuaron con la tarea en la cual estaban inmersos.

Ella pensó en los amantes enamorados que nunca se separan: vidas paralelas que dejan transcurrir serenas, uno al lado del otro.

Él dejó a un lado el libro que estaba leyendo; le habló de realidades prosaicas y lo evidente se hizo obvio.

Él había dicho: Qué desperdicio el tiempo en que pudiendo estar no estamos.

Ella pensó, una vez más, en lo incoherentes que son algunos seres humanos.

Después dejó de pensar y se limitó a vivir.

 


lunes, 5 de junio de 2023

Estrenando primaveras

 


Como dos pajarillos posados en una rama, dos muchachos sentados en el banco de piedra gris, acercan sus bocas en un beso que apenas si roza los labios. Después se despegan y dejan el gesto en el aire. Ella, melena castaña que se mueve según gira la cabeza. Él moreno de pelo y ojos directos que miran de frente. Los dos se acercan y depositan un nuevo beso, liviano, frágil.

El cielo encapotado enmarca la imagen del inicio del amor en la ya cercana primavera. La que sienten al tocarse, cuando el pulso se acelera y el presente es un torrente de ternuras. Comienzo de su historia en la mañana quieta.

El autobús arranca y mi cabeza almacena esta viñeta. Bella estampa en la calle madrileña. Es la hora en que los adolescentes tempranos salen de la escuela. Su refugio, el banco solitario, donde, aislados de todo, estrenan emociones nuevas.




viernes, 5 de mayo de 2023

Casilda

 

Casilda tenía un alma blanca. Una rara avis habitando este planeta. Eso le había costado más de un disgusto que a lo largo de su vida había sabido aquilatar.

Al principio le resultó arduo porque buscaba una reciprocidad en los otros. Más tarde supo, que manteniéndose alejada de las persona cuyos mundos rolaban por otros espacios, encontraba su equilibrio.

Un camino que le podría parecer simple a aquel que no entiende de auténtica independencia.

Una actitud vital que la había llevado a separarse de ideologías, manuales y dictaduras del pensamiento, fueren de la índole que fueran.

Ajena a los mensajes que manipulaban cada uno de los sectores de la sociedad, volcaba todos sus esfuerzos en vivir en paz consigo y con el mundo en derredor.

Esto no quiere decir que no supiera defender sus derechos y exigir lo que era de justicia cuando lo creía necesario.

Al fin y al cabo, pensaba, pertenecía a este mundo, por poco que le gustara, y mientras que permaneciera en él, estaba dispuesta a suavizar en lo posible su tránsito y el de las personas que la rodeaban.

En su personal percepción de la vida creía, que, si cada uno de los habitantes del planeta hiciera por mejorar su círculo más cercano, el mundo sería mucho mejor. Sin necesidad de grandes movimientos. Contando únicamente con la buena voluntad de cada individuo.

Una filosofía de vida que mantuvo hasta el final de sus días. Los que la conocieron bien, la admiraron. Los que coincidieron con ella en un trecho del camino, agradecieron su compañía. Los que compartieron con ella retazos de vida, aún añoran la calidez de sus abrazos.

Esos que, decenas de años después de su partida, siguen honrando su memoria y su legado. Enseñanzas que impartió sin violencia. Sin imposiciones. Sin adoctrinar. Enseñanzas que perduran en el corazón de aquellos que la amaron y tuvieron la suerte de formar parte de su vida.




miércoles, 5 de abril de 2023

El hombre en la ventana

 


Érase una vez un hombre que observaba la vida desde una ventana.

Tales cosas, veía, a través del cristal que se mantenía prisionero de un espacio circunscrito a un escaso metro cuadrado, a pesar de la amplitud externa que se abría, ancha y larga, ofreciéndole mil posibilidades.

En sus manos un pequeño artilugio le conectaba con el mundo. Ese mundo que se le escapaba entre las manos y que él buscaba en la letra impresa donde encontraba, a través de la opinión de otros, una verdad sesgada.

Fundamentada en esas opiniones, elaboraba complicadas teorías donde construía sus exactitudes irrefutables.

Absorto en el pequeño visor de cristal líquido ignoraba el paso del tiempo, las personas reales, las oportunidades que surgían y desaparecían en su cielo cómo estrellas fugaces.

Cualquier vivencia propia era enmascarada por las fantasías que poblaban su cerebro.  Algunas personas se acercaron a él con la esperanza de encontrar su mirada perdida. En vano.

En el mundo que él se zambullía cada vez eran menos los que buscaban la independencia y más los que sucumbían al poder irrefutable del reflector omnipresente noche y día.

Adicciones que acaban con la comunicación. Sean cuales sean. Provengan de donde provengan. Alcohol. Tabaco. Drogas. Redes sociales… Caminos sin vuelta atrás. Tiempo irrecuperable. Vacíos que nadie llena. Aislamiento. Soledad que busca paliativos a la comunicación personal.

Esa madrugada, primera de un nuevo año, sucesión de otras muchas, Raquel, huérfana de contacto humano, se debatía en mil conjeturas tratando de encontrar la razón de la sinrazón mientras contemplaba, en la misma habitación donde estaba ella, al hombre en la ventana, circunscrito a un metro cuadrado y a la realidad encajonada en su pequeña pantalla.

Detrás de él, a lo lejos, algunos fuegos artificiales pintaban de color, a retazos, el negro de la noche.