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viernes, 5 de abril de 2024

Insatisfacción

 


Eva y Adán trataban esa mañana de reiniciar un acercamiento carnal tras el tiempo que habían estado en barbecho. No tanto porque hubieran dejado de desearse, que un poco también, sino porque se habían atravesado en sus ritmos amatorios: resfriados vulgares, obligaciones rutinarias, cansancio otoñal y otras zarandajas.

Tampoco ayudaba que cada noche se quedaran dormidos frente a la gran televisión de setenta y cinco pulgadas viendo sus series favoritas en los canales de pago.

Aunque en realidad, ya hacía tiempo que sus encuentros tenían lugar en las mañanas, cuando era más fácil que el miembro viril cogiera impulso.

Los años no pasan en balde y lo que había sido un mástil enhiesto a la menor provocación, ahora, la mayoría de las veces, yacía lánguido sobre la pierna de su dueño.

A pesar de eso, la verdad es que tanto Eva como Adán disfrutaban juntos del sexo. Suplían carencias con juegos y caricias que incrementaban la pasión y estimulaban su apetencia mutua. A veces un simple roce de la mano de Adán, hacía que Eva se estremeciera de pies a cabeza.

Aquella mañana, sin embargo, habían empezado con mal pie. Adán, mientras detenía la mirada en el cuerpo desnudo de Eva, volvió a elogiar, con palabras enardecidas, por enésima vez, la preciosidad de un frondoso vello cubriendo el pubis de las hembras. Su expresión melancólica y anhelante delataba cuánto lo echaba de menos.

Eva contempló su monte de Venus, casi lampiño, semejante al que lucía la diosa en El nacimiento de Boticceli y pensó, una vez más, en lo difícil que es contentar a los hombres. Insatisfechos por naturaleza admiran el plato ajeno aunque tengan un festín en su mesa.

De ahí que su ánimo decayera y se pusiera a analizar, en una sucesión de imágenes en su cabeza, los vellos púbicos y apéndices aledaños de los hombres que había conocido; por buscar diferencias análogas a las que subyugaban a Adán. Pasó un rato comparando y decidió que lo pasado, pasado estaba. Si Adán nostálgico y melancólico se anclaba en el ayer, era su problema.

Luego de desechar sus pensamientos se puso a la faena con entusiasmo y entrega, no en vano sus artes amatorias habían sido regocijo y deleite de numerosos amantes y del suyo propio. Se centró en la tarea que tenía entre manos y lengua, puso todo su empeño en ello y gozó el tiempo que él dio de sí. Cada vez más corto. Reducido cuasi a un vulgar mete y saca. Tan diferente de los largos prolegómenos del comienzo de sus encuentros.

Los años no pasan en balde, volvió a pensar, y el desgaste de los días hace mella. Quizás por eso Adán, como casi todos los machos de la especie, insatisfecho y cazador necesitaba reivindicar su hombría con la mirada, el pensamiento y la imaginación, aunque no así con los hechos.

No importa que ya no se les levante, ni que casi seguro, supieran qué hacer si tuvieran entre manos al objeto de su codicia. Desde la pubertad a la senectud tienen, como una tara obsesiva en su programación, que reivindicar su masculinidad con miradas, hechos, palabras, pensamientos e intenciones dirigidas a cualquier fémina de buen ver, o no, que aparezca en su radio de visión, para comentarlo más tarde con sus congéneres con mutuo regocijo y estar así a la altura de lo que se espera de ellos...

Insatisfechos permanentes, no dejan de mirar la comida en las vitrinas de los escaparates, aunque su alacena esté a rebosar.

Peor para ellos, se dijo Eva, ese no es mi asunto. Girando el cuerpo tecleó en el móvil: Querido, esta tarde te espero donde siempre, estoy deseando sentirte entre mis piernas.

Adán, ajeno a todo, como otras tantas veces y después de satisfacer su frugal deseo, dormitaba a su lado con un hilillo de baba colgando de la comisura de la boca.

 

  

miércoles, 18 de diciembre de 2013

miércoles, 20 de marzo de 2013

La invasión







Una invasión soterrada, latente, avanza imparable. Atropellando barreras, espacios y tiempos.

Inunda los sentidos. Alborota los pulsos. Rellena espacios desocupados desde el último invierno… en espera del milagro.