miércoles, 5 de junio de 2024

Pospandemia

 



Cuando Manuel quiso recuperarla fue demasiado tarde. Luisa había tratado de llamar su atención de mil maneras. Quiso alertarlo para que fuera consciente de que su pasividad los estaba alejando. Que su apatía marcaba un antes y un después.

Se lo dijo sin ambages: Manuel yo te necesito. Necesito saber que somos más que una voz resonando en la distancia a través del móvil. Necesito sentir que somos más que una sonrisa dibujándose en una fotografía. Necesito percibir tu presencia cercana y cálida. Han sido muchos meses de aislamiento, demasiados… Demasiados días abrazando mi propio cuerpo, palpando la soledad en la ausencia de los besos. Demasiados pasos andados como un autómata a base de coraje. Creando mi propio rumbo. Deglutiendo mis palabras. Desgranando razones, apremios, impulsos. Animándome a continuar, a no cejar en mi empeño. A subsistir. Muchas las comidas preparadas conmigo, sin ti, sin nadie.

Luisa lo hizo con alegría. Sin faltarle las fuerzas. Sin desfallecer. Con un propósito y una intención clara. Mantenerse a salvo. Estar limpia de contagios para aquellos que necesitaban su apoyo imprescindible, esencial. Manuel también lo hizo. Por edad. Por salvaguardar su salud. Por supervivencia. Se mantuvo alejado de todos y de todo.

Después llegó la liberación. Con la vacuna llegó la libertad. Por fin pudieron salir a la calle sin miedo. Tocar y ser tocados. Abrazar y ser abrazados.

Luisa pensó que todo volvería a ser como antes, pero Manuel se había quedado atrapado en su tela de araña. El mismo confort, que le había llevado a rehuir citas que les devolvieran a la dulce realidad que habían compartido durante años, lo dejó anclado en su placentera rutina.

A ellos la prohibición los cogió a cada uno en su casa. Y allí se quedaron. Se hicieron fuertes el uno al otro. Se animaron comunicándose ocho, diez, doce veces al día. Las que hiciera falta para no desfallecer. Grabaron vídeos, compartieron fotos de comidas y paseos. Hicieron alguna videollamada en ocasiones extraordinarias: cumpleaños, festejos familiares, Navidad y alguna que otra vez por el simple placer de mirarse el uno al otro.

Ahí fue cuando Luisa empezó a detectar el alejamiento, la cerrazón, la desidia. Mientras que ella no dejaba un sólo día de asearse, de mantener su casa organizada y limpia, de vestirse como si lo hiciera para una primera cita, Manuel se excusaba para no mostrarse ante la cámara. Con la mascarilla se tapaba la barba desaseada que dejaba crecer junto con el cómodo desaliño general en el que había caído.

La ruptura fue inevitable. Luisa salió a comerse la vida y Manuel dejó que la vida se lo comiera a él. No hubo solución de continuidad ni lazos de acercamiento. La más deplorable rutina se apoderó de sus encuentros intermitentes. El hastío venció a la ilusión y a las ganas.

Y sucedió lo inevitable. Nada nuevo. Nada original. El vacío de Luisa se llenó con sonrisas de estreno, nuevos amigos, nuevas experiencias, nuevas expectativas. Aparecieron nuevas metas en su vida, alguien con quien compartirlas, con quien alcanzarlas. Decidida a vivir sin rémoras Luisa se despidió del que había sido su fortaleza y anclaje, su impulso, su base, su estabilidad, su alegría. Manuel, acorde con su estoicismo, no le puso trabas ni barreras. No inquirió por los motivos ni las razones. La miró marchar y, como tantas otras veces, le facilitó el camino. Sin pensar en luchar por ella, cedió el terreno al contrario.

Luisa no sabe qué le depara el mañana. En su fuero interno querría que las cosas hubieran sido diferentes. Añora la felicidad sin sobresaltos que disfrutaba junto a Manuel, consciente de que nunca volverá a sentirla: semejante a las aguas de un río, la vida no pasa dos veces por el mismo sitio. También sabe que el condicional aplicado a la existencia no se conjuga.

Ninguno de los que transitaron por esos años de incertidumbre y perplejidad, de dolor y angustia, sabe, qué habría sido de su vida. Nadie conoce cuál habría sido la historia de tantos millones de seres si la Pandemia hubiera sido una novela de ciencia ficción y no la pesadilla real que trastocó tantas vidas.

 


2 comentarios:

  1. Marcó un antes y un después. Muchas parejas truncadas y, por qué no, otras que nacieron.

    Un abrazo.

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  2. Así es, José Antonio, cambió muchas vidas. Como bien dices unas vidas se truncaron y otras florecieron. Un antes y un después que dejó huella en todos nosotros.
    Gracias por estar.
    Un abrazo

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