Este es su abuelo. Un auténtico hombre de bien que le enseñó a desenvolverse en el mundo. De su ejemplo saca las fuerzas si no las tiene sobradas. De sus cuentos y memorias arranca su amor a la Literatura. De ahí su profesión.
La que ostenta con orgullo y por la cual actualmente tiene que luchar. No puede dejarse adocenar por las corrientes que destruyen los valores que él le inculcó.
—¿Recuerdas, Lolilla? ¡Nunca hay que tirar la toalla!
—Escucha decir a su abuelo en los momentos de duda —Querer es poder y no siempre llueve a gusto de todos. ¡No desfallezcas, sigue adelante por muy difícil que te parezca! Esto también será pasado. Nada hay permanente y lo que hoy te parecen altas montañas, desaparecerán sin dejar rastro una vez superadas las dificultades.
—Es fácil decirlo abuelo, yo
te escucho, pero tú no sabes cómo ha cambiado la sociedad. Nada tiene que ver
con la que tú y yo compartimos. Los tratos se hacían con un apretón de manos y
los términos honor, amistad, compromiso, esfuerzo y lealtad, tenían un
significado. Ahora impera el mercadeo, el oportunismo, la ingratitud, la
ambición, el despotismo y la sinrazón.—argumenta Dolores.
—Es muy complicado mantenerse al margen sin que los propios compañeros te señalen con el dedo— le explica con detalle—. Sin que te aparten de los claustros. Sin que pongan en duda el trabajo docente que he desarrollado durante años. Fiel a mis principios. Eso hoy en día no se lleva, abuelo. Y no sé qué puedo hacer.
— Ven, siéntate aquí, como si todavía fueras mi niña. Te voy a contar algo que quizá no recuerdes.
Acababa de terminar mis estudios y me propusieron optar a una de las plazas de médico titular que salieron por aquellos días. Por mi buen expediente académico y mi facilidad para el estudio, permíteme la inmodestia, tenía muchas posibilidades de hacerme con una de ellas. No lo dudé. Presenté los papeles necesarios, hice acopio de apuntes y manuales, registré la biblioteca cosechando cuantos volúmenes me pudieran ayudar a conseguir mi propósito y me dispuse a librar la batalla.
Los años de aprendizaje y práctica me sirvieron para desarrollar mi vocación: ayudar a los enfermos.
«Fueron meses intensos, no me levantaba de la mesa salvo para cubrir mis necesidades. Dormía lo justo y una vez despejado, volvía a enfrascarme en los temarios. Incansable.
Los días de exámenes, los más excitantes. Cada prueba ganada me hacía coger impulso para la siguiente. En ese estado de agitación llegó la última y definitiva. Ahí nos jugábamos, el todo por el todo, los últimos cinco candidatos.
Fue agotador y los cinco echamos el resto. Una vez terminado sólo nos quedaba esperar. Los resultados, nos dijeron, se publicarían en breve. Y en breve, según lo dicho, pude verificar si me encontraba en la lista de los afortunados. Todavía veo las letras bailando delante de mis ojos en la rápida búsqueda de mi nombre. Y ¡sí! ¡Allí estaba! ¡Lo había conseguido!
Continuará...