Hay quien nace cordero y hay quien nace lobo, así los humanos.
Al sur de los tambores
viernes, 5 de septiembre de 2025
martes, 5 de agosto de 2025
Anuncios
Anuncios en las marquesinas de los autobuses, que tienen el objetivo, de vender.
Vender lencería, colonias, ropa de baño, etc. y, que por esa mirada tan alabada por ciertos hombres, mirada masculina -dicen, inherente a su condición de varón, sirve, para despertar la lascivia de los corazones de viejo verde (no importa la edad) que piensan que esas mujeres, a veces muy jóvenes, que provienen de distintas carreras en las cuales a base de esfuerzo han logrado tener éxito y una posición en la vida, según ellos, exponen su cuerpo con la única intención de provocar el deseo.
- ¿Qué
necesidad tienen de hacer eso? -se jalean unos a otros- ¿Se tienen que vestir así para cantar, bailar o andar por la
calle? Porque luego las chicas las copian y van enseñando todo.
- Y luego
querrán que no las violen, si lo van pidiendo a gritos.
Esta conversación, pensamiento,
elaboración, aunque parezca mentira, sigue vigente en nuestros días.
Quiero creer que son el reducto de una educación machista que muchas veces se
enmascara en hombres supuestamente avanzados, que defienden los derechos de la
mujer y se proclaman a sí mismos feministas. Que acuden a manifestaciones
apoyando la liberación de la mujer y defienden a voz en cuello que la mujer
tiene que ser libre.
Las quieren libres, sí, pero no
libres de sus miradas, pensamientos y conductas que son capaces de transformar
una foto hecha en un contexto laboral con el único propósito de vender
lencería, para excitarse y usarla como estímulo para pajearse.
Desde hace muchos años existen
cantidad de posibilidades en revistas para adultos, cine X, lugares de citas y
tantos y tantos lugares donde relacionarse o buscar esa excitación
en soledad, sin tener que mancillar a las mujeres, que, lo último que imaginan,
es que el resultado de su trabajo, sea motivo de provocación en las mentes enfermas de los
hombres poco evolucionados que sólo ven carne donde hay arte.
Como siempre, nos salva que esos
son unos pocos, reductos del pasado gris de este país. Las nuevas generaciones
saben distinguir y pueden disfrutar de un concierto donde la ropa, tanto de
hombres como de mujeres forma parte del espectáculo, de la caracterización que
ha estado unida siempre al mundo del teatro sin que se les salgan los ojos de las órbitas. Lo importante para ellos, es la música, las
luces, los bailes, el show en sí mismo y el mundo de color que se abre en un
derroche de esfuerzo, trabajo, horas de ensayo y años de dedicación para
conseguir un resultado que va mucho más allá de una simple contemplación-exhibición del
cuerpo.
Todo eso que no le importa al baboso que únicamente ve una mujer casi en cueros que le mira desde una marquesina
de autobús con el sólo propósito, según piensa, de provocar su excitación. Eso que puede
encontrar, como he dicho, en otros muchos lugares y espacios cuyo objetivo, tan
digno como cualquier otro trabajo, es satisfacer instintos y pasiones.
No hay necesidad de manchar, ni
denigrar la imagen de una cantante, modelo, actriz o aspirante a serlo que da
sus primeros pasos haciendo una foto para una colección de lencería y que jamás
imaginaría en manos de quien y con qué objetivo ha acabado su fotografía.
Sean consecuentes señores con sus
manifestaciones y dejen que las mujeres ejerzan su libertad sin mancillarlas. A
estas alturas de la evolución del ser humano, creo que no es mucho pedir.
sábado, 5 de julio de 2025
La caridad bien entendida...
Cuando se enamora Caridad se vuelve vulnerable. Frágil. Deja de pertenecerse. Su tiempo, pensamientos y deseos rolan, cambian sus metas y objetivos. El ser amado se convierte en el centro y, todo, gira a su alrededor.
Conocedora como es de su talón de Aquiles, cuando el amor la hiere se protege. Y para hacerlo, recoloca emoción y pensamiento.
Despeja balones. Reconquista espacios. Distribuye tiempo y afectos. Renace de sus tribulaciones y se enfrenta a la existencia con la quieta placidez del que sabe lo que quiere.
Mañana será otro día. Tranquilo. Indiferente. Sin altibajos. Más suyo. La felicidad consiste en no desear. La felicidad es ser fiel a sí misma. La felicidad es valorar lo que tiene, los pies en la tierra y la lógica por bandera.
Caridad se vuelve vulnerable cuando se enamora. Corazón frágil expuesto a los vientos cuando arrecian. Su reacción entonces es apartarse, para defenderse, para que el tiempo recobre su dimensión.
Esa es su salvaguardia. Poner distancias, recolocar objetivos y protegerse del dolor. Volver a ser ella en plenitud. Volver a pertenecerse.
Consciente, de que el amor es sólo un estado de locura transitorio, se pone su coraza y salta a la arena dispuesta a no ser una víctima fácil de sus propios sentimientos.
Es su reacción espontánea. Una forma, quizás torpe, pero bastante efectiva, de no sufrir. A Caridad le sirve a ratos, como a tantos otros, escurrir el bulto ante los problemas, disfrazar fealdades y entretenerse con las banalidades superfluas de esta sociedad adocenada.
Hubo un tiempo en el que sucumbía, se dejaba la piel en la contienda y, como resultado, caía en lo más profundo del pozo. Remontar, después, era un esfuerzo de titanes.
De todo se aprende y ella aprendió a protegerse de sí misma. A lanzar balones fuera, a alejar contiendas, a separar la paja del trigo y salir indemne sin tener que lamerse las heridas.
Un corte brusco. Una sacudida. Un letargo y la vida comienza de nuevo, sin rémoras, sin ataduras que rompan su armonía.
Abierta al devenir de un tiempo mejor, deja atrás sinsabores con la seguridad plena de lograr su objetivo: Disfrutar de la vida a su modo y manera.
jueves, 5 de junio de 2025
Así soy
Soy como el
viento solano que esparce semillas. Como la diáspora del día que alumbra
caricias. Como el canto serrano del cantor aventurero que abarca caminos
montado en alazán de acero. Soy terremoto y pellizco que estremece tus
adentros. Soy caricia y veleidad. Constancia y desapego. Soy el final de todo y
el comienzo de algo nuevo. Soy explosión de alegría que sacude al mundo entero
y recorro con mis trinos espacios y tiempos. Como un pájaro, libre, extiendo
mis alas y emprendo el vuelo.
lunes, 5 de mayo de 2025
El caballero - final
Cosas
de la política. Desafectos nos llamaban.
Y así sin comerlo ni beberlo se mezclaron churras con merinas y yo me vi
represaliado por no sé qué extrañas circunstancias. Aún hoy, me sigue
pareciendo una arbitrariedad. La misma que sigue campando libremente según me
hablas. Y tú dirás: —¡Vaya cosas me cuenta mi abuelo para darme ánimos!
—Pues sí, Lolilla. Todo tiene su cara
y su cruz. Lo que yo pensé que sería una maldición se convirtió en mi mejor
enseñanza. Los pacientes me acogieron como jamás imaginé. Tras los años de
espera, tener por fin consulta y médico en su arrabal, hizo que se desvivieran
conmigo colaborando en todo aquello que facilitaba mi tarea.
Tampoco
—continuó el abuelo— en mi larga trayectoria he tenido la oportunidad de
realizar una labor más humana y generosa. Volví convertido en un buen médico y
una mejor persona. De esa fuente he bebido para los restos. Por eso, hija, no
desesperes. La vida nos ofrece muchas veces lo que necesitamos. Aprovecha cada
oportunidad que se te brinde y no hagas demasiado caso de lo que parecen
obstáculos. Infinidad de veces son catapultas que te lanzan a la victoria.
Después de esta confidencia extendió
sus manos arropando las mías, cálidas y amorosas. Como en tantas ocasiones su
fuerza me llegó en una onda de energía. Todo volvería a la normalidad.
—Seguro que tienes razón, abuelo. Es mucho más
lo bueno. Lo malo asoma a la superficie, como el aceite. Debajo existe un
océano de generaciones que han forjado esta Región pródiga y luminosa.
— ¿Quieres que salgamos a pasear?
Asentí con la cabeza. Acercándome a la
percha le tendí su prenda favorita. Cuando salimos al fresco de la noche su
imagen llenó las calles. Allí estaba de
nuevo, enfundado en su capa española, gentil y arrogante. Mi caballero.
sábado, 5 de abril de 2025
El caballero - parte 2
Este es su abuelo. Un auténtico hombre de bien que le enseñó a desenvolverse en el mundo. De su ejemplo saca las fuerzas si no las tiene sobradas. De sus cuentos y memorias arranca su amor a la Literatura. De ahí su profesión.
La que ostenta con orgullo y por la cual actualmente tiene que luchar. No puede dejarse adocenar por las corrientes que destruyen los valores que él le inculcó.
—¿Recuerdas, Lolilla? ¡Nunca hay que tirar la toalla!
—Escucha decir a su abuelo en los momentos de duda —Querer es poder y no siempre llueve a gusto de todos. ¡No desfallezcas, sigue adelante por muy difícil que te parezca! Esto también será pasado. Nada hay permanente y lo que hoy te parecen altas montañas, desaparecerán sin dejar rastro una vez superadas las dificultades.
—Es fácil decirlo abuelo, yo
te escucho, pero tú no sabes cómo ha cambiado la sociedad. Nada tiene que ver
con la que tú y yo compartimos. Los tratos se hacían con un apretón de manos y
los términos honor, amistad, compromiso, esfuerzo y lealtad, tenían un
significado. Ahora impera el mercadeo, el oportunismo, la ingratitud, la
ambición, el despotismo y la sinrazón.—argumenta Dolores.
—Es muy complicado mantenerse al margen sin que los propios compañeros te señalen con el dedo— le explica con detalle—. Sin que te aparten de los claustros. Sin que pongan en duda el trabajo docente que he desarrollado durante años. Fiel a mis principios. Eso hoy en día no se lleva, abuelo. Y no sé qué puedo hacer.
— Ven, siéntate aquí, como si todavía fueras mi niña. Te voy a contar algo que quizá no recuerdes.
Acababa de terminar mis estudios y me propusieron optar a una de las plazas de médico titular que salieron por aquellos días. Por mi buen expediente académico y mi facilidad para el estudio, permíteme la inmodestia, tenía muchas posibilidades de hacerme con una de ellas. No lo dudé. Presenté los papeles necesarios, hice acopio de apuntes y manuales, registré la biblioteca cosechando cuantos volúmenes me pudieran ayudar a conseguir mi propósito y me dispuse a librar la batalla.
Los años de aprendizaje y práctica me sirvieron para desarrollar mi vocación: ayudar a los enfermos.
«Fueron meses intensos, no me levantaba de la mesa salvo para cubrir mis necesidades. Dormía lo justo y una vez despejado, volvía a enfrascarme en los temarios. Incansable.
Los días de exámenes, los más excitantes. Cada prueba ganada me hacía coger impulso para la siguiente. En ese estado de agitación llegó la última y definitiva. Ahí nos jugábamos, el todo por el todo, los últimos cinco candidatos.
Fue agotador y los cinco echamos el resto. Una vez terminado sólo nos quedaba esperar. Los resultados, nos dijeron, se publicarían en breve. Y en breve, según lo dicho, pude verificar si me encontraba en la lista de los afortunados. Todavía veo las letras bailando delante de mis ojos en la rápida búsqueda de mi nombre. Y ¡sí! ¡Allí estaba! ¡Lo había conseguido!
Continuará...
miércoles, 5 de marzo de 2025
El caballero - Parte 1
El recuerdo de su abuelo la ha
acompañado toda su vida. En estos tiempos difíciles, cuando remontar el día a
día es una carga pesada sobre los hombros, se hace más rotundo. Cada despertar, el impulso vital anida en el corazón de Dolores y la empuja a salir,
enfrentando el mundo y sus circunstancias.
Hace
un tiempo que la sonrisa perenne que aleteaba en sus labios se ha cambiado por
el gesto fruncido que anuncia determinación y entereza. No en vano desciende de
una estirpe de hombres y mujeres acostumbrados a la lucha. En los momentos más
acuciantes supieron sobreponerse y llevar a cabo sus propósitos defendiendo lo
que consideraban suyo, con una fortaleza difícil de superar.
Su
impronta ha dejado una huella indeleble nutrida en las muchas tardes invernales
paseando con él por la Avenida Alfonso X, disfrutando del gorjeo de los pájaros
y la luz brillante de su tierra natal. Qué feliz cuando recorrían juntos las
calles descubriendo los sucesos acontecidos en cada rincón, la gran capa
revolando en el aire. Una prenda que lucía como pocos, gallardo y altanero. Su
figura se hacía imponente, semejante a los caballeros medievales que admiraba
en los libros de historia.
Nunca
volvió a sentirse tan protegida como cuando, cubierta por la capa, la veía ondear
sacudida por las zancadas raudas de su abuelo, la sonrisa escondida tras el
mostacho y la picardía asomando entre las pestañas.
En
las mañanas floridas se sentaban bajo los fresnos reflejados en el arroyo que
multiplicaba sus canales para regar la huerta de la casa familiar. Casa que
hacía las delicias de los pequeños en los meses de verano, donde en las noches
estrelladas escuchaban absortos las historias que les contaba. Crónicas del Rey
Sabio que llegó a esas tierras para protegerlas y honrarlas y de cómo le
enamoraron sus gentes, su carácter y los amaneceres blancos, en que los coros
de hombres desgranaban cantos extendidos en sus voces por vegas y riberas.
Francisco
era un hombre recio, de torso fuerte, ojos penetrantes y mirar sereno. De
costumbres devotas, cada alborada emprendía su ruta hacia la Iglesia de San
Andrés, asomaba levemente la cabeza, descubierta del sombrero, y saludaba a la
Virgen de la Arrixaca, su máxima valedora, confidente en los buenos y malos
momentos. Con su protección superó los escollos que la existencia le puso en el
camino. De ahí que sin falta pasara por la Capilla Real a visitar a María, que
respondía a su saludo, o al menos a él se lo parecía, con una sonrisa de ángel.
Después comenzaba sus
asuntos, ligero, con la satisfacción del deber cumplido. Desde allí encaminaba
sus pasos hacia el Casino donde desgranaba las horas leyendo la prensa,
departiendo con algún buen amigo sobre lo divino y lo humano y estudiando en la
gran biblioteca.
No se sabía muy bien si la
Virgen estaba en Murcia antes que el Príncipe Alfonso llegara a la ciudad, o la
trajo él consigo. Lo cierto es que fue la inspiración de alguna de sus famosas
Cantigas, en especial una que a Francisco le gustaba recitar con su voz bien
timbrada al corro de nietos sentados a los pies de la mecedora. Sentimiento y
pasión vibrando en cada verso. Ellos escuchaban atentos, tratando de entender
aquel idioma lejano en el tiempo.
Así le evoca Dolores, enfrascado en sus textos, hasta que los niños corrían a interrumpirle y, le pedían otra aventura de su tierra. Esa tierra que aprendieron a amar a través de sus palabras. Francisco, dejaba el libro, abría sus brazos en un gesto cercano y los animaba a aproximarse. Cuando los tenía a su alrededor miraba a la lejanía perdida la vista en los recovecos del pensamiento hasta encontrar el hilo conductor. Entonces comenzaba la leyenda, poesía o canto que inspiraban sus narraciones. A Dolores le fascinaba más que a ninguno de sus primos, que a ratos se ponían a correr inquietos desahogando sus ardores infantiles. Ella, sin embargo, permanecía absorta, hipnotizada. Sin perderse ni una sílaba, ni un gesto, ni un ademán del galante hidalgo que era su abuelo... (continuará)
miércoles, 5 de febrero de 2025
Confidencias con la almohada
Me permites una confidencia, mi
viejo amigo, amor, amante. No sé si tú alguna vez has tenido la suerte de
compaginar con alguna de tus parejas biorritmos, fuerzas, ganas.
En este deambular por las
distintas etapas que conforman nuestra vida nos encontramos en tantas y tan
diversas situaciones, enriquecedoras, versátiles, cambiantes.
Cada una de ellas nutre y
estimula, alimenta, amplía y alienta nuestros horizontes, siembra semillas de
nuevos encuentros, de nuevas experiencias.
Sorprende, si nos paramos a
pensar, las diferencias entre las distintas relaciones sentimentales que hemos tenido. Con cada una de ellas
hemos coincidido en un punto y un término espacial. Todas con un principio y un
fin. Lo que las hace más enriquecedoras, porque cuando ya no aportan nada, dejan
paso a lo que vendrá.
En alguna fueron los pocos años
los que unieron nuestros destinos, ritos de iniciación, juventud, pasión,
sueños de independencia, de justicia, de libertad. Rebeldes con causa,
descubrimos y exploramos desde nuestra inexperiencia las nuevas sendas, en la
supervivencia, en el amor, en el sexo.
En otras fue la atracción animal,
puras feromonas bailando entre los cuerpos subyugados el uno por el otro, sin cortapisas. Deleite de los sentidos, una concupiscencia cómplice que abarcó
todos los mundos posibles: música, baile, pasiones del alma, viajes, amables rutinas.
Pequeños placeres diarios que hacían la vida sabrosa. Gustos en comunión sin
alteraciones de ritmos ni horarios. Los cerebros respondían al mismo biorritmo
solar.
Tempo sincronizado. Tic, tac. Sin
forzar situaciones. Natural como el día y la noche, sin más.
Otros compañeros de travesía
compaginaron amaneceres y lunas, veredas y ensenadas, volcanes y paisajes
helados, ternura y solidez, mares y montañas que atraparon nuestras huellas, voluntad,
resistencia, compañía, generosidad y entrega, unido a las ganas reales de
permanecer, de ser, de estar.
¿Me permites una confidencia mi viejo amigo? Tú y yo sabemos de muchas cosas, pero al final, es nuestra experiencia lo que prima. Son los años vividos, si hemos querido aprender, los que nos aportan la sabiduría para mirar el mundo desde arriba y escoger, con serenidad, lo que queremos, siendo conscientes de que tenemos mucho más camino andado que el que nos queda por caminar.
Déjame que te cuente, mi inmaduro, viejo y querido amor-amigo lo que significa tener el mismo biorritmo, el mismo tempo, la misma mentalidad y coincidir no en años, sí en percepciones. Lo que significa escuchar al unísono la música inigualable que nos permite danzar. Un dos tres, un dos tres, juntos, al mismo compás.
domingo, 5 de enero de 2025
Las horas distintas
Son esas horas en que las envejecidas amas de casa se permiten disfrutar de un pequeño placer. Libres por los años que cuentan de obligaciones y servidumbres. Viudas del marido que encorsetó su vida y que afortunadamente se adelantó en su partida. Desamparadas por los hijos y nietos que, una vez cubierto su cupo de necesidades, se contentan con hacerles una llamada de tarde en tarde.
Alguno, generoso, la llama casi todas
las noches para mantener el mínimo contacto y estar así al tanto de posibles
movimientos en los escasos fondos del banco. No vaya a ser que a su madre
anciana le dé por dilapidar a estas alturas los cuatro cuartos que tiene y, de
paso, controla todo aquello que puede ser de su interés personal: como saber si
en el verano puede disponer de la casita en el campo que linda con El Escorial
o del apartamento en Torremolinos que comparte y pugna con sus hermanos.
Mujeres de pocos recursos con
pensiones insuficientes que viven solas y que arañan algún que otro plácido
rato, como éste, donde vienen a la peluquería humilde regentada por una familia
que llegó al barrio hace más de veinte años y que, en la actualidad, pertenece
a estas calles tanto como sus longevas clientas.
Mujeres de pelos blancos, pieles
ajadas, ojos de mirada mortecina y movimientos cansados recuestan indolentes
los cuerpos amorfos sobre los sillones desgastados, como ellas, por años de
servicios prestados.
Es su rato de gloria, posiblemente
pasan semanas sin que nadie las toque. Aquí sienten el tacto de otros dedos
frotando su cabeza, la amable caricia de las manos que masajean sus hombros o
recorren, casi con ternura, la frente ajada para separar un mechón rebelde que
se ha escapado de la toalla enrollada en la cabeza.
Algo inusual en sus vidas huérfanas de
abrazos, de contacto, de cercanía.
Por un par de horas, tiempo necesario
para que les apliquen el tinte, les laven el pelo y las peinen, su cuerpo
recibe el contacto de otras pieles. Tiempo en el cual apenas hablan en esta
peluquería diferente donde la laboriosidad prima sobre cualquier otra
circunstancia que pueda alterar el ritmo imparable del trabajo.
Algunas lo intentan sin mucho éxito.
—A mí me gusta estar callada, el
silencio es música para mí —dice con una voz carrasposa y chillona una
nonagenaria apuntando enfáticamente con el dedo índice hacia su pecho. Busca
una respuesta a su alrededor, que no obtiene. Después de un par de intentos
sumerge la mirada en el espejo que le devuelve su imagen.
—Cada vez me parezco más a mi madre —piensa
y su imaginación vuela a los años en que, siendo joven, su piel era sonrosada y
tersa, su mirada alegre y ninguna arruga surcaba su cara.
—Pero aún estoy aquí —se dice y una
sonrisa maliciosa cruza su rostro mientras hace un listado mental de todos esos
a los que ha ganado, muchos de los cuales están criando margaritas desde hace
años. A pesar de la soberbia de la que hacían gala cada vez que podían y de lo
que intentaron machacarle la vida; ella todavía sigue aquí y en muy buenas
condiciones para sus recién cumplidos noventa y siete años.
Con esos pensamientos alentadores
bailando en su cabeza, cierra los ojos y se deja arrastrar por el agradable sopor
que la invade.
jueves, 5 de diciembre de 2024
La sombra de Rebeca
En muchas
ocasiones, había sido motivo de discusión la perentoria necesidad que tenía
Gandolfo de ir a su casa los días en los que su fiel y estimada mucama acudía a
su domicilio, dos veces a la semana para ser más exactos.
––Es que no lo entiendes–– decía con voz y gesto alterado––. Yo tengo que ir. Llevo cuatro noches sin aparecer por casa y se va a encontrar la cama sin deshacer.
Florinda se quedaba pasmada, pues no entendía tales obligaciones con la persona que supuestamente estaba para limpiar la casa, no para rendirle cuentas.
Más de una vez, cuando argumentaba que, si él no estaba, Venancia no iba a tener nada que hacer, Florinda le repetía que, en una casa y más como la suya, llena de libros, cientos de adornos, plantas gigantes que acumulan el polvo en sus grandes hojas de metros de extensión, amén de cachivaches amontonados de distintas y varias maneras; siempre hay algo que hacer. Estés tú o no.
Para más inri, antes de soltarle un exabrupto sobre la obligación ineludible que tenía con su asalariada, había puesto mil pretextos para los cuales escogía, casualmente, los lunes y jueves, coincidiendo con la ida de su estimada y nunca bien ponderada asistenta.
Comidas compartidas, días libres pagados además de las vacaciones, cuyas fechas, no faltaría más, escogía ella de acuerdo a sus intereses. Regalos intercambiados de sus respectivos viajes. Citas médicas o asuntos propios coincidiendo siempre con los días en los que trabaja para él, no para los otros domicilios. Faltar en plena obra, porque mire usted qué casualidad, ella se estaba mudando y le resultaba imposible ir. Tardar semanas en limpiar unos cristales. No plancha, la lavadora la quiere poner él. No friega cacharros ni limpia la cocina, porque si alguien cocina, hay que dejar el lavavajillas puesto y todo recogido. Inexplicable ¿verdad? A no ser que haya una razón desconocida, el comportamiento de Gandolfo raya en el absurdo.
Parece que le estuviera haciendo un favor personal, más que realizando un trabajo bien remunerado, por el cual le da las gracias encarecidamente en tantas ocasiones y por tareas tan normales que raya en lo ridículo.
Por no hablar del día en que estaba Florinda leyendo en el salón y la reclamó a voces desde el pasillo:
En otra ocasión Gandolfo le pidió a Florinda que le diera unas
indicaciones a Venancia de su parte ya que él tenía que salir a unos recados.
Florinda no las tenía todas consigo.
––Mejor que no ––le contestó a Gandolfo––. Esta señora es como si fuera el ama de la casa y no quiero yo meterme a mayores.
Ante la insistencia de él y a pesar de su reticencia lo hizo, la contestación fue la que esperaba:
Florinda se quedó con un palmo de narices ante semejante desplante que
por otra parte no le sorprendió, tal era el nivel de poder, complicidad y
manipulación que ejercía sobre su jefe o patrón.
Por ilógico que parezca, allí los amos de casa eran ella y Gandolfo y
Venancia se lo hacía saber con todo el descaro para marcar aún más su
territorio.
Con toda su razón porque cuando Florinda le comentó a Gandolfo cómo la
había tratado esa señora y lo que le había dicho, lo único que le molestó de
todo el asunto, es que Florinda le dijera «esa señora» y no la llamara por su nombre, lo cual consideró que era un
insulto, porque según le dijo, la menospreciaba.
Florinda no sabía si reír o llorar y para curarse en salud decidió mantenerse lejos de una relación que en nada la beneficiaba y que a todas luces era insana y fuera de lo normal.
El día que decidió dejarles el campo libre Venancia salió a despedirla a
la puerta con una sonrisa triunfal, según cerraba escuchó su voz rotunda:
––¿Por dónde empezamos hoy Gandolfo? ¿Por el dormitorio, o por la cocina?
martes, 5 de noviembre de 2024
Disidencia
He peleado toda mi vida por mantenerme al margen de las generalidades. Por salirme de la masa. Por desvincularme de los gregarios. De las opiniones generalistas en todos los terrenos. Sobre hombres y mujeres, también.
Creo que cada uno tenemos nuestra propia identidad. Hay demasiados mastuerzos que agrupan, definen, se posicionan y deciden los comportamientos en función del sexo y, o, la edad.
Estudiosos del comportamiento humano que obvian al individuo y nos meten a todos en el mismo saco. Con sesudas reflexiones, con cifras contrastadas según ellos y sus criterios de evaluación.
En cuanto a todo eso, una vez más, me revelo. La opinión de los demás o sus juicios nunca me han importado en absoluto.
No me importa si me han juzgado o me juzgan por mi indumentaria, por mi sexo, por mi edad, por mi forma de actuar, por mi aspecto.
Sí me importa, y mucho, que los que se supone que me quieren y, en base a eso me conocen, me encuadren, como hacen los extraños, en categorías agrupadas por género, edad y circunstancias semejantes, según su parecer o el método científico que apliquen.
Creo que esos que dicen conocerme, deberían saber, que no hay nada más lejos de mi esencia que formar parte de cualquier forma de segregación, ni discriminación. De cualquier tipo.
No soy susceptible, como dice alguno. Soy consecuente conmigo. A pesar de la incomprensión de la mayoría, me mantengo en mis trece.
Me mantengo y, defiendo a ultranza, mis más profundas convicciones. Como lo he hecho toda mi vida y pienso seguir haciéndolo.
No puede ser de otra manera, si no lo hiciera, dejaría de ser yo.
sábado, 5 de octubre de 2024
Insistencia pertinaz - Autodestrucción
Ramona cruza la calle, son cerca de la una de la madrugada. Recorre con la vista los balcones. El edificio centenario esboza lo que algún día fue.
En uno de ellos, nítida, una silueta se recorta contra el haz de luz que surge del interior. En el perfil del rostro se distingue el cilindro humeante.
Andrés aspira con una mezcla de deleite, angustia y culpa la sustancia que envenena su cuerpo, que invade sus pulmones, incapaz de resistirse a la atracción, a la dependencia. Una más de las que dominan su vida.
De nada sirvió el aviso, el susto, las noches peleando entre la vida y la muerte. De nada sirvió sentirse al borde del abismo. De nada sirvieron las promesas trémulas que esgrimieron sus labios al saberse en peligro. El diagnóstico fue claro. Después del infarto agudo que a punto estuvo de costarle la vida, todos los médicos coincidieron en que había llegado al límite, si seguía fumando, su vida no valía un euro.
En un principio, como casi siempre, las intenciones eran reales, al menos en su imaginación. Se lo debía a Ramona y a su hija. El mismo motivo que le había llevado a buscar un falso estímulo debía ser el que le hiciera apartarse ahora de la sustancia nociva que minaba su salud. Si no por él, debía hacerlo por ellas.
Así lo pensó mientras estaba en la UCI cableado e incapaz. Así lo decidió en los primeros días de su recuperación, cuando empezaba a reconocerse, a ser capaz de dirigir sus pasos, cuando pudo controlar su cuerpo.
Después, todos esos propósitos se diluyeron en un entramado de falsas excusas, de auto engaños, de mentiras que se contaba a sí mismo. Y volvió a caer sin sopesar los riesgos. Sin importarle el mañana ni la gente que dependía de él.
Quiere disfrutar de su momento, sin más. El humo del cigarrillo impregna sus pulmones, atenaza su respiración. Los ojos ausentes columpian la mirada dejando que la sensación de abandono se apodere de él. Algo semejante a un tambor resuena en su pecho. Un ritmo asincrónico que rompe el latido. Andrés no es consciente de lo que está pasando. Algún vago recuerdo acude a la mente enajenada que deja de percibir la realidad para internarse en el limbo oscuro que le envuelve.
Ramona sube los peldaños de las escaleras angostas de dos en dos. Trata de salvar la situación una vez más. Se siente incapaz de encajar un nuevo golpe. Confía en que sus ojos la hayan engañado, que no hayan visto el cuerpo desmadejado de Andrés desplomándose hacia la barandilla.
Cuando está alcanzando el rellano que da acceso a su casa un grito desgarrador, el de su hija, frena en seco su carrera.
jueves, 5 de septiembre de 2024
Equilibrio
Vulnerables, frágiles. Así somos. Seres humanos abandonados en éste indescifrable devenir de días incontables y finitos. Independientemente del sexo, edad, circunstancias y etapas, navegamos a través de experiencias personales y externas que nos hacen ser como somos.
Cada cual dentro de su espacio temporal lucha por desarrollar y defender, en lo posible, las potencias que nos tocan en suerte en la lotería de la vida.
Imposible saber si lo que hacemos es lo apropiado, lo que se espera de nosotros, o lo que nos hará más felices.
Al fin y al cabo, somos seres únicos sin libro de instrucciones.
Cada uno de nosotros tratamos de sobrellevar de la mejor manera, si tenemos un ápice de inteligencia, este sueño indescifrable de la existencia.
De pie, encima de una gran bola que gira sobre sí misma y a la vez, orbita alrededor de una de las muchas estrellas de nuestro universo.
Bola que contiene un caldero de miles de grados en su interior.
Entre los millones de especies que pueblan La Tierra, la especie humana.
Entre los millones de seres humanos que viven en este planeta, nuestra infinita nimiedad.
Qué bueno traer esta imagen de vez en cuando a nuestro cerebro para ser conscientes de la vulnerable temporalidad de cada cual.
Hacer un ejercicio de generosidad con el resto del mundo y con nosotros mismos, sin juzgar, salvo en los comportares extremos y dañinos, potenciando todo aquello que de bueno tiene la vida.
lunes, 5 de agosto de 2024
Y colorín, colorado...
El tiempo del viaje es el tiempo que no pertenece ni al sitio del cual procedes, ni al sitio a dónde vas.
El tiempo del viaje es un tiempo especial en el cual solamente se disfruta del momento. Por eso a la niña le gustaba mucho viajar y cogía todos los días un tren largo, largo y lento donde se deleitaba mirando los paisajes.
Se quedaba prendida de los árboles.
De los rayos de sol. De las hojas. Del viento. De las nubes. De la tierra.
Inmersa en el tiempo que no pertenece a ningún lugar disfrutaba del instante.
Al llegar a su destino, inédito
y cercano a la vez, andaba por calles enormes. Todo le maravillaba: el reflejo
de la luz en los tejados, los colores de los escaparates, los ríos de gente
apresurada, las luces juguetonas de los semáforos, la emisión de sonidos alternos que se superponían unos a otros, mezclados en una catarata iconoclasta y
festiva.
Alguna vez se detenía para probar un rico bocado de los tenderetes callejeros, se sentaba en algún banco o lugar acogedor para reponer fuerzas, mientras dejaba volar su imaginación contemplaba su alrededor paladeando con fruición el alimento original.
A la caída de la tarde subía de nuevo al tren largo, largo y lento, donde volvía a deleitarse contemplando
todo lo que desfilaba a través de la ventanilla en ese tiempo que no
pertenece ni al sitio del cual procedes, ni al sitio a dónde vas. Inmersa en el
instante, simplemente vivía.
viernes, 5 de julio de 2024
Divide y vencerás
Desde siempre han intentado enfrentarnos. Hombres contra mujeres, para ejercer el control sobre nosotros. Dividir es una forma de controlar.
Lo curioso es la facilidad con que manejan los hilos de las torpes marionetas, que, incapaces de pensar por sí mismas, asumen como propias conductas inducidas. Las hacen suyas. Las defienden a sangre y fuego y las propagan en una cadena sucesoria de falsas verdades que abonan el terreno para enfrentamientos constantes.
La unión hace la fuerza. En todos los campos. En todas las situaciones. En la guerra imbuida de los sexos, también.
Si los combatientes de todas las batallas se unieran y dejaran de pelear, los que orquestan el mundo en pro de los intereses de unos pocos, lo tendrían más difícil.
Quizás entonces el mundo sería más habitable, más justo, menos cruel.
miércoles, 5 de junio de 2024
Pospandemia
Cuando Manuel quiso recuperarla fue demasiado tarde. Luisa había tratado de llamar su atención de mil maneras. Quiso alertarlo para que fuera consciente de que su pasividad los estaba alejando. Que su apatía marcaba un antes y un después.
Se lo dijo sin ambages: Manuel yo te necesito. Necesito saber que somos más que una voz resonando en la distancia a través del móvil. Necesito sentir que somos más que una sonrisa dibujándose en una fotografía. Necesito percibir tu presencia cercana y cálida. Han sido muchos meses de aislamiento, demasiados… Demasiados días abrazando mi propio cuerpo, palpando la soledad en la ausencia de los besos. Demasiados pasos andados como un autómata a base de coraje. Creando mi propio rumbo. Deglutiendo mis palabras. Desgranando razones, apremios, impulsos. Animándome a continuar, a no cejar en mi empeño. A subsistir. Muchas las comidas preparadas conmigo, sin ti, sin nadie.
Luisa lo hizo con alegría. Sin faltarle las fuerzas. Sin desfallecer. Con un propósito y una intención clara. Mantenerse a salvo. Estar limpia de contagios para aquellos que necesitaban su apoyo imprescindible, esencial. Manuel también lo hizo. Por edad. Por salvaguardar su salud. Por supervivencia. Se mantuvo alejado de todos y de todo.
Después llegó la liberación. Con la vacuna llegó la libertad. Por fin pudieron salir a la calle sin miedo. Tocar y ser tocados. Abrazar y ser abrazados.
Luisa pensó que todo volvería a ser como antes, pero Manuel se había quedado atrapado en su tela de araña. El mismo confort, que le había llevado a rehuir citas que les devolvieran a la dulce realidad que habían compartido durante años, lo dejó anclado en su placentera rutina.
A ellos la prohibición los cogió a cada uno en su casa. Y allí se quedaron. Se hicieron fuertes el uno al otro. Se animaron comunicándose ocho, diez, doce veces al día. Las que hiciera falta para no desfallecer. Grabaron vídeos, compartieron fotos de comidas y paseos. Hicieron alguna videollamada en ocasiones extraordinarias: cumpleaños, festejos familiares, Navidad y alguna que otra vez por el simple placer de mirarse el uno al otro.
Ahí fue cuando Luisa empezó a detectar el alejamiento, la cerrazón, la desidia. Mientras que ella no dejaba un sólo día de asearse, de mantener su casa organizada y limpia, de vestirse como si lo hiciera para una primera cita, Manuel se excusaba para no mostrarse ante la cámara. Con la mascarilla se tapaba la barba desaseada que dejaba crecer junto con el cómodo desaliño general en el que había caído.
La ruptura fue inevitable. Luisa salió a comerse la vida y Manuel dejó que la vida se lo comiera a él. No hubo solución de continuidad ni lazos de acercamiento. La más deplorable rutina se apoderó de sus encuentros intermitentes. El hastío venció a la ilusión y a las ganas.
Y sucedió lo inevitable. Nada nuevo. Nada original. El vacío de Luisa se llenó con sonrisas de estreno, nuevos amigos, nuevas experiencias, nuevas expectativas. Aparecieron nuevas metas en su vida, alguien con quien compartirlas, con quien alcanzarlas. Decidida a vivir sin rémoras Luisa se despidió del que había sido su fortaleza y anclaje, su impulso, su base, su estabilidad, su alegría. Manuel, acorde con su estoicismo, no le puso trabas ni barreras. No inquirió por los motivos ni las razones. La miró marchar y, como tantas otras veces, le facilitó el camino. Sin pensar en luchar por ella, cedió el terreno al contrario.
Luisa no sabe qué le depara el mañana. En su fuero interno querría que las cosas hubieran sido diferentes. Añora la felicidad sin sobresaltos que disfrutaba junto a Manuel, consciente de que nunca volverá a sentirla: semejante a las aguas de un río, la vida no pasa dos veces por el mismo sitio. También sabe que el condicional aplicado a la existencia no se conjuga.
Ninguno de los que transitaron por esos años de incertidumbre y perplejidad, de dolor y angustia, sabe, qué habría sido de su vida. Nadie conoce cuál habría sido la historia de tantos millones de seres si la Pandemia hubiera sido una novela de ciencia ficción y no la pesadilla real que trastocó tantas vidas.
domingo, 5 de mayo de 2024
La llamada
Le extrañó el frenazo del coche y ver a Pablo, su marido, atravesar apresurado el jardín. Todavía faltaban unas horas para que volviera del trabajo.
––Se habrá escapado antes ––pensó. Esperó su
llegada mientras terminaba de vestirse. Cuando abrió la puerta vio su cara
demudada, aun así, no se asustó. Nunca se asustaba antes de tiempo ––¿Para qué? ya se encarga la vida por sí sola de apretarnos las tuercas
sin necesidad de que nosotros creemos fantasmas ––decía a menudo.
––¡Una noticia horrible! ––tartamudeó él.
Julia pensó en su
suegra, muy enferma desde hacía años.
––¡Dios mío! ––exclamó Pablo–– Es espantoso ––vaciló ––Tu padre... ––Hizo una pausa interminable ––Tu padre está muerto ––. Le dio la noticia de sopetón, sin ningún preámbulo, ansioso por compartirla rápidamente.
Todo quedó en suspenso,
como una imagen ralentizada en la pantalla; la sangre subió hasta el cerebro
dejando un zumbido sordo en sus oídos. Las palabras se quedaron rebotando en el
vacío. Julia le miraba atónita, tratando de entender su significado, incapaz de
trasladar a la realidad lo que su voz le transmitía. Como si fuera un asunto
ajeno a ella inquirió fríamente los detalles, su mente se negaba a reconocer el
hecho.
––¿Cuándo? ¿Cómo lo has sabido? ¿Quién te lo ha dicho?
Hablé con él ayer por la mañana y estaba perfectamente ––balbuceó Julia.
––Tu madre ha llamado a tu trabajo y como no estabas me
ha llamado a mí ––le aclaró Pablo, con un gesto de pesadumbre
porque aún no les habían instalado el teléfono en su nueva casa.
En ese instante se
repitió el frenazo de un coche y sonaron unos pasos sobre la grava. También
acelerados. El sonido imperioso del timbre urgía una respuesta. Ambos se
dirigieron a la puerta.
Antonio, un compañero del
trabajo, irrumpió agitando los brazos en el aire.
––Julia, tu madre ha vuelto a llamar. No saben cómo,
después de una muerte cierta, tu padre ha vuelto a la vida, los médicos no se
lo explican ––dijo eufórico.
Julia y Pablo se
estrecharon en un abrazo dejando que el torbellino de emociones reposara en su
entendimiento. A la cabeza de Julia saltó el recuerdo del libro que regaló a su
padre por su cumpleaños y sus comentarios entusiastas.
––¡No sabes lo que me ha gustado, hija! Tienes que
leerlo. No te imaginas cuántos casos y experiencias relatan los doctores y los
propios protagonistas. Aseguran que han estado muertos. Muerte clínica que
certifican sus médicos y después de una experiencia, en la gran mayoría, de luz
y calma, de reencuentro con sus seres queridos, una voz les ha dicho: “Todavía
no es tu momento, debes regresar y terminar lo empezado”
Ella le escuchó escéptica,
aunque se alegró de que le hubiera gustado. Le aseguró que lo leería cuando él
lo terminara.
Se desprendió con ternura
del abrazo de Pablo. Ahora ansiaba el momento de encontrarse con su padre,
muerto y resucitado en un breve espacio de tiempo. Deseaba compartir con él su
experiencia y volver, como en tantas otras ocasiones, a ver juntos los
amaneceres blancos en la montaña cuando apenas se escucha el vuelo de los
pájaros, compartir las cañas en el bar cercano, los partidos de futbol con
bocata de calamares incluido y, sobre todo, y más que nada, sentir su mirada
cálida.
Julia
no sabe muy bien lo que ha pasado; lo que sí tiene claro es que quiere apurar
el tiempo exprimiendo cada segundo, porque cada día puede ser una fiesta por el
mero hecho de existir.
viernes, 5 de abril de 2024
Insatisfacción
Tampoco ayudaba que cada noche se quedaran dormidos frente a la gran televisión de setenta y cinco pulgadas viendo sus series favoritas en los canales de pago.
Aunque en realidad, ya hacía tiempo que sus encuentros tenían lugar en las mañanas, cuando era más fácil que el miembro viril cogiera impulso.
Los años no pasan en balde y lo que había sido un mástil enhiesto a la menor provocación, ahora, la mayoría de las veces, yacía lánguido sobre la pierna de su dueño.
A pesar de eso, la verdad es que tanto Eva como Adán disfrutaban juntos del sexo. Suplían carencias con juegos y caricias que incrementaban la pasión y estimulaban su apetencia mutua. A veces un simple roce de la mano de Adán, hacía que Eva se estremeciera de pies a cabeza.
Aquella mañana, sin embargo, habían empezado con mal pie. Adán, mientras detenía la mirada en el cuerpo desnudo de Eva, volvió a elogiar, con palabras enardecidas, por enésima vez, la preciosidad de un frondoso vello cubriendo el pubis de las hembras. Su expresión melancólica y anhelante delataba cuánto lo echaba de menos.
Eva contempló su monte de Venus, casi lampiño, semejante al que lucía la diosa en El nacimiento de Boticceli y pensó, una vez más, en lo difícil que es contentar a los hombres. Insatisfechos por naturaleza admiran el plato ajeno aunque tengan un festín en su mesa.
De ahí que su ánimo decayera y se pusiera a analizar, en una sucesión de imágenes en su cabeza, los vellos púbicos y apéndices aledaños de los hombres que había conocido; por buscar diferencias análogas a las que subyugaban a Adán. Pasó un rato comparando y decidió que lo pasado, pasado estaba. Si Adán nostálgico y melancólico se anclaba en el ayer, era su problema.
Luego de desechar sus pensamientos se puso a la faena con entusiasmo y entrega, no en vano sus artes amatorias habían sido regocijo y deleite de numerosos amantes y del suyo propio. Se centró en la tarea que tenía entre manos y lengua, puso todo su empeño en ello y gozó el tiempo que él dio de sí. Cada vez más corto. Reducido cuasi a un vulgar mete y saca. Tan diferente de los largos prolegómenos del comienzo de sus encuentros.
Los años no pasan en balde, volvió a pensar, y el desgaste de los días hace mella. Quizás por eso Adán, como casi todos los machos de la especie, insatisfecho y cazador necesitaba reivindicar su hombría con la mirada, el pensamiento y la imaginación, aunque no así con los hechos.
No importa que ya no se les levante, ni que casi seguro, supieran qué hacer si tuvieran entre manos al objeto de su codicia. Desde la pubertad a la senectud tienen, como una tara obsesiva en su programación, que reivindicar su masculinidad con miradas, hechos, palabras, pensamientos e intenciones dirigidas a cualquier fémina de buen ver, o no, que aparezca en su radio de visión, para comentarlo más tarde con sus congéneres con mutuo regocijo y estar así a la altura de lo que se espera de ellos...
Insatisfechos permanentes, no dejan de mirar la comida en las vitrinas de los escaparates, aunque su alacena esté a rebosar.
Peor para ellos, se dijo Eva, ese no es mi asunto. Girando el cuerpo tecleó en el móvil: Querido, esta tarde te espero donde siempre, estoy deseando sentirte entre mis piernas.
Adán, ajeno a todo, como otras tantas veces y después de satisfacer su frugal deseo, dormitaba a su lado con un hilillo de baba colgando de la comisura de la boca.
martes, 5 de marzo de 2024
Zambullida
Tomé aire y me sumergí siguiendo las instrucciones del entrenador. Habían pasado meses desde que Alberto me habló de su proyecto. Tenía contratado un paquete vacacional que incluía, además del maravilloso viaje a las islas de ensueño, su bautismo de buceo y varias inmersiones en las mejores zonas.
Cuando
me lo contó me miró con malicia parapetado tras sus gafas rayban. Podía
percibir a través de los cristales ahumados la sorna con que me observaba. Mi
mirada también debió ser elocuente.
—¡Caramba!
No me mires así—, me dijo Alberto.
—Sabes
que llevo años queriendo hacer ese viaje y que tú me lo has impedido— le
contesté.
—Bueno,
lo que se dice impedir… —La sorna volvió a teñir el gesto y las palabras de
Alberto.
—¿Y
qué si no? Cada vez que lo tenía organizado me necesitabas para resolver un
problema de trabajo o me pedías que cogiera las vacaciones en otra época. Todo
eran impedimentos a mi proyecto.
—Pues
ya lo siento. Yo sé que el uno de octubre sale mi avión y yo me voy en él.
No puedo expresar la rabia que despertaron sus palabras. Tantas veces había querido estar en su lugar… Dirigir la empresa, tener la sartén por el mango, distribuir a mi antojo beneficios y prebendas. Que fueran los demás los que dependieran de mí, no ser yo el que estuviera rogando y teniendo que lamer culos para al fin no obtener nada.
Aunque
siendo fiel a la verdad, el que siempre había hablado de sacarse el curso de
submarinismo había sido él. Ese era su sueño y yo me lo había apropiado, como
tantos otros anhelos a los que no podía aspirar.
Una
vez más, Alberto iba a conseguir lo que se proponía, pero esta vez yo no estaba
dispuesto a que se saliese con la suya. ¿Qué había dicho? ¿Que el uno de
octubre salía su avión? Tenía que evitar que tomara ese vuelo. Ya me encargaría
yo de encontrar la forma de hacerlo.
Y…
¿sabéis una cosa? lo logré. Ahora estoy aquí en su lugar. Nadie sospecha que he
usurpado su nombre y que la tarde antes del viaje le cité en la obra diciéndole
que era imprescindible su presencia. Nadie se imagina que su cuerpo reposa en
el fondo del gran foso sobre el que se va a construir el edificio. Me costó. Tuve
que asestarle varios golpes y arrastrar su pesado cuerpo hasta el borde de la
zanja. Miré como se sumergía en las aguas fangosas que se habían acumulado
después de las últimas tormentas. Al día siguiente las hormigoneras comenzaron
a hacer su trabajo.
lunes, 5 de febrero de 2024
Encuentro
Complicidad en la mirada y una conexión implícita. Un bar en un barrio castizo. Algo, más allá de la edad, de la situación, del entorno, establece lazos que no se venden en el mercado de los intereses.
Nada nos une salvo ese guiño cómplice, ese entender la vida de aquella manera. Esa lucha establecida desde la infancia para ser nosotras mismas a pesar de las circunstancias.
Ese discurrir tranquilo, fiel a nuestra condición. Fácil de remontar si la confianza y la seguridad viven dentro de cada una.
Fátima, Lourdes, Nuria, quizás la memoria me engaña, o quizás me es fiel. Estoy cierta, eso sí, de haber sentido esos vínculos; lazos de entendimiento que muestran, más allá de las palabras, el lenguaje común que nos hermana.
Luces y sombras, fuego y artificio, constancia y voluntad. Luchadoras en un mundo indómito, caprichoso, voraz...
Indudables triunfadoras, lo sé. Lo he percibido en vuestras ojos, en vuestras sonrisas y en la clara proyección de vuestra fuerza.
Desde aquí y ahora, os rindo mi homenaje. De mujer, a mujer. De alma, a alma. De cerebro, a cerebro.
La vida nos brinda infinitas oportunidades. Estoy segura de que vosotras, las tres, sabéis exprimir cada segundo de esta oportunidad única e irrepetible que es el día a día.
Quizás, en algún momento, volvamos a coincidir por el barrio. Si no es así, no importa. Lo esencial, ya ha sucedido.
Para vosotras. La Casa de la Tortilla un 27 de enero…