Desde niños nos hablan de la muerte como algo
presente, fiel compañera de vida. Nosotros escuchamos, o no, inmersos en el universo
ingenuo que vivimos a plena intensidad.
En el comienzo es algo impreciso, a no ser que nos
toque muy de cerca. Aunque está presente en el cine, en la naturaleza, en la
literatura, incluso en los dibujos animados o en las series infantiles.
Con el paso del calendario la descubrimos próxima, en
algún compañero de colegio o algún amigo de juventud, alguien de nuestra misma edad que por
lógica no debería estar en “su lista”. Tomamos
conciencia entonces de que es un hecho. Forma parte de la realidad. Y la
sentimos cercana. Existe. Es.
Hablan de ella en la Prensa, en las Noticias, en Televisión, en
la Radio. A menudo se ceban. Relatan infatigables los sucesos desdichados que
asolan el Planeta por muy lejos que sucedan o muy escondido que esté el lugar.
Atentados, accidentes, asesinatos, catástrofes de todo tipo que enumeran en su
recuento diario. Contabilizan el número de muertes convirtiéndolas en cifras abstractas
que usualmente, salvo morbosas intervenciones añadidas, no suelen tener rostro.
Algunas veces deciden repetirlas en cascada, incansablemente, como un regalo desolador impreso en la retina del alma.
Nos alertan de que nos vamos aproximando, por
estadística. Lo repiten obstinados tasando el periodo de permanencia y el coste
para la Sociedad. Los años de supervivencia les salen muy caros. ¡Caramba! Pero
no autorizan la Eutanasia. Incongruentes y vacíos de propósitos se dan de
tortas con sus propias consignas. Así funciona el Poder.
No obstante, no sólo es lo que dicen, sino lo que
ocurre alrededor. La vemos rondar a los que más queremos. Palpamos cómo los cerca,
cómo se vuelven vulnerables, cómo enferman y desaparecen, inevitablemente.
El tiempo es riguroso, la naturaleza también.
Ninguno desacelera su cadencia.
Nos repetimos que es parte del proceso, tratando de
normalizar una situación ineludible. Al
fin y al cabo todo tiene fecha de caducidad y lo sabemos.
Aun así nos cuesta enfrentarnos al sufrimiento de
los que queremos, a su pérdida. Nos cuesta superar su marcha. Uno tras otro
salen del tablero de juego en un desfile alterno. Peones, torres, caballos, alfiles, reyes, reinas... ¿Van a retomar la partida
desde cero...? ¿En otro Cosmos paralelo? ¿En otra Galaxia...? Quién sabe...
Mientras tanto, en nuestro pequeño mundo, algo se marchita y algo nuevo nace cada día.
La rueda, implacable, no cesa, y la vida prosigue
su marcha indiferente. Como debe ser.
Quedarse para siempre sería aburrido y frustrante. O al menos, a mí me lo parece.
Disfrutemos de los pequeños momentos que nos ofrece la vida mientras podamos. Muy bonito Maika. Un abrazo
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