lunes, 21 de enero de 2019

España en marcha -




Imagen cortesía de la Red

Por aquel entonces descubríamos a través de Caravana de Amigos a Paco Ibáñez cantando “España en marcha” del poeta Gabriel Celaya “allá los muertos, que entierren como Dios manda a sus muertos” decía una parte de su poema.

Luchamos a nuestra manera contra las imposiciones, la censura, la injusticia, sobrevolando las estepas grises teñimos de color, desde nuestra juventud, páramos de sombras.

Nos debatíamos entre el miedo y el valor, presentido desde la infancia en aquellos que nos habían dado la vida y con ella, forjada a golpe de contienda, la herencia de lo sufrido, años trágicos desdoblados en las dos Españas que sangraba por múltiples heridas. Desangrada a través de sus hijos más jóvenes perdía cada día la batalla de su propia identidad. Sepultada en cunetas y campos, acribillada contra muros de cal, arrastrada por calles y plazas dejando un reguero de muerte y fratricidio.

Nunca antes tanto horror se acumuló en tan corto espacio de tiempo.

Ellos lo sufrieron en su propia piel, el escarnio, el hambre, la muerte, el desconsuelo. A punto de sucumbir cien veces, cabalgando en el filo de la espada, contendiendo en frentes y batallas, acumulando hambre en las ciudades cercadas, llorando a sus muertos sin tiempo ni lugar para depositar una flor en sus tumbas.

Con eso crecimos, el miedo, compañero de nuestros juegos, huésped ingrato que a fuerza de soportarlo se hizo amigo. Como el preso, entablamos relación con el carcelero. Aprendimos también a valorar lo que teníamos, a fuerza de contarnos su hambre fuimos conscientes de lo que suponía carecer de prácticamente todo. Nos enseñaron la cocina de aprovechamiento. A no tirar ni un trozo de pan. A fabricar jabón con los posos del aceite. A amasar frustraciones y olvidos con dosis de tolerancia.

Tuve la infinita suerte de que nadie me inculcara rencor ni me transmitiera odio hacia los del otro bando. A pesar del llanto ahogado en surcos secos sobre el rostro por el hijo que no volvió, por el hermano que se fue al frente ebrio de entusiasmo por defender a los desheredados de la tierra, con sus recién estrenados dieciocho años en bandolera, que nunca regresó.

Me hablaron con diversas voces y diversos ángulos de los desaparecidos, de la violencia que engendra violencia, de las denuncias entre vecinos, de la infamia, de la locura que provoca en el hombre la envidia, el rencor, el hambre, el miedo y la desesperación que le lleva a cometer, agrupados en manada, actos atroces.

Deshumanizados, pervertidos los valores, sin importarle el quién, el cómo, el cuándo o la manera de acabar con el supuesto enemigo. Sean estos hombres, mujeres o niños. Sea su culpa pertenecer al Sindicato de Obreros o ponerse un sombrerito para ir a misa los domingos. Sordos y ciegos por las consignas y el lavado de cerebro de los que quieren conseguir el poder a toda costa, para los cuales el pueblo, son meros números. Cifras que barajan, suman y restan. Seres sin entidad que les importan un bledo salvo para lograr sus fines. 

Todos son iguales me decían, al final el sacrificio del pueblo les llena los bolsillos que es lo que realmente les interesa. 

Con el tiempo las heridas fueron cerrando. No fue fácil. En la misma ciudad, en el mismo edificio, en el mismo pueblo, convivían vencedores y vencidos. Cada uno ejerciendo de tal.

Durante mucho tiempo, una vez terminada la purga, las represalias laborales, administrativas y civiles siguieron ejerciendo presión sobre los perdedores, que aguantaron como mejor supieron esperando tiempos mejores.

Si algo habían aprendido durante los largos años en el frente, en las cárceles, en los campos de trabajo, en la permanente zozobra del día a día, fue a resistir, resistir contra viento y marea. Esa resistencia les hizo sobrevivir a situaciones que ningún ser humano debiera haber vivido nunca.

Ese poder de adaptación al terreno que fue su salvación, es el que les llevó al puerto de la tranquilidad. Al fin por el propio devenir del tiempo las aguas volvieron a su cauce, se fueron restañando heridas, aprendieron, todos, a fraguar la coexistencia.

La tolerancia, la empatía, las ansias de paz y el respeto fueron el abono de los campos inundados por la sangre de tantas víctimas caídas por ambos bandos, y floreció la convivencia, empujada por hombres y mujeres que no querían que su Patria volviera a sufrir tal fractura.

Daba igual sus ideales, de izquierdas, liberales, de centro, de derechas, apolíticos. Cada uno de ellos persiguiendo el mismo fin, poniendo toda la carne en el asador. Y lo consiguieron, salvo por los extremos. Los extremos se tocan y a esos parece que les guste la guerra.

Ahora, que,  haciendo caso omiso de las palabras de Celaya, cantadas una y otra vez como un himno, quieren seguir desenterrando muertos hacinados en parajes desconocidos por toda la geografía española. Son muchos. Demasiados. Tan desaparecidos son los de un bando como los del otro, muertos todos en terribles circunstancias, yo las entono con más pasión que nunca “Ni vivimos del pasado, ni damos cuerda al recuerdo” porque no sirve de nada despertar el odio, el enfrentamiento, la violencia. De nada sirve retrotraernos a la peor parte de nuestra historia.

No hace falta que nadie despierte nuestra memoria, la histórica existe, es. Nadie la puede borrar. La personal está escrita a sangre y fuego en cada uno de nosotros para no volver a repetir los mismos errores y llamar a nuestro país por su nombre, sin complejos.

Este es mi pequeños homenaje a todos aquellos que murieron por defender su Patria, España, a los cuales, hoy rindo tributo. Aquellos que paraban la guerra para pasarse un pitillo, contarse novedades de los suyos, intercambiarse cartas y alimentos o jugar un partido de fútbol.

Los que miraban hacia la ciudad que bombardeaban sabiendo que allí estaban sus padres, o su novia temprana, que al rezar para que no le pasara nada era vilipendiada; o los hijos que por falta de alimentos se les morían de hambre entre los brazos a las madres, en los dos frentes, en ese reparto impuesto que hacían los ejércitos.

Va por ellos, por mis familiares muertos de ambos bandos, con tumba reconocida o enterrados en fosas comunes desconocidas, que me enseñaron a no guardar rencor a pesar de sus heridas, a mirar hacia delante construyendo un mundo mejor, a no menear la mierda y a dejar los muertos en paz, sin utilizarlos como moneda de cambio.

Va por ellos, porque se merecen que el sacrificio que hicieron, las vidas que entregaron y las vidas que no vivieron, sirvan para que nuestros hijos, sus nietos, tengan un presente alejado de guerras y violencia, de enfrentamientos y miedos, de divisiones que sólo conducen a la fractura del país, el suyo, el nuestro, el de todos, en el cual tenemos que vivir cada día mirando hacia delante para construir el futuro que ellos soñaron y por el cual murieron.

No reniego de mi origen, pero digo que seremos, mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo
España mía, combate, que atormentas mis adentros, para salvarme y salvarte, con amor te deletreo. (G.Celaya)



martes, 18 de diciembre de 2018

La huella




He descubierto que me gusta dejar huella por donde paso, no sé si esto es algo consustancial a todos los seres humanos, en mi caso no se trata de vanidad o instinto de permanencia.

No, mi percepción es otra, lo que yo siento, es que cuando he estado en algún sitio y más tarde otra persona pasa por allí, le hablan de mí con agrado, reconocen y recuerdan mi calidez, mi sonrisa, el trato amable, una palabra de cariño... Y eso me gusta.

Esa es la huella que quiero dejar impresa por los senderos del alma, porque creo, que el ratito que estamos en este Planeta lo podemos hacer más amable, podemos transformar el mundo en el que vivimos, mundo, que muchos se empeñan en que sea oscuro, torpe, ruin, indefenso, febril, inhumano.

Y son unos poquitos los que hacen lo hacen así, unos poquito con mucha fuerza.

Aunque no lo creáis, nosotros tenemos la clave para cambiarlo, de nosotros depende.

Podemos hacer que cada entorno a nuestro alrededor se transforme en un lugar acogedor y cálido.

Una sonrisa no cuesta nada, es espontánea, salta a la boca, se apodera de la cara y se refleja en el rostro que nos mira.

Un abrazo a tiempo, un beso de consuelo, un gesto, una caricia... pequeñas-grandes cosas que hacen que este mundo magnífico, en el cual transitamos por corto espacio de tiempo, se convierta en un lugar más humano, amable y extraordinario.

De nosotros depende, de todos y cada uno, sin excusa. Podemos escurrir el bulto o abrir los ojos a la mañana cada día y regalar conscientes y generosos semillas de amor y consuelo, de luz y vida, de sueños y esperanza.

Empatizar con nuestros compañeros de viaje en lo bueno y en lo malo, ponernos en su lugar, reír y llorar con ellos, sin olvidar que cada momento es único e irrepetible. Para lo bueno y para lo malo también. Todos tenemos el potencial para hacerlo, disfrutad de ello conmigo y brindad al mundo lo mejor de vosotros.

La recompensa es infinitamente mayor que el esfuerzo realizado porque lo que damos nos vuelve centuplicado, y así, los colores con los que cargamos nuestra paleta son los mismos con los que el pincel universal pintará nuestro mundo.

¡Adelante pues! Juntos, todos a una, vamos a dejar huellas de sonrisas mezcladas con polvo de estrellas marcadas en el camino.

Al fin y al cabo, según dice la ciencia, el 97% de nuestro cuerpo está formado de esa materia. 


lunes, 12 de noviembre de 2018

Las falsas promesas



Me engañaron. Me engañaron cuando me dijeron: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el cielo”

Me engañaron con falsas promesas de futura felicidad a costa del presente. Falsas promesas para constreñir el alma, para devaluar en el mercado de la vida mis potencias, las que me fueron dadas al nacer. Dilapidadas en aras de la obediencia, de la servidumbre a lo que decían que estaba bien hecho, a lo que se esperaba de mí.

Me engañaron con cantos de sirena vestidos de domingo, con falsos sermones de caminos al cielo. Me engañaron los que más me querían, mercadeando con sentimientos, desmontando aspiraciones, clasificando sueños.

Contrariamente a lo que me inculcaron, creo firmemente que el dinero ¡sí da la felicidad!

Desconfiad de los que venden paraísos inexistentes poniéndote en el brete de elegir, sopesando el ser y el tener.

Yo soy, y no tengo. He sido y, seré hasta que la muerte me alcance. No necesito “ser”. Necesito “tener”.

Para aumentar los recursos de mi entorno cercano, para dejar de ver necesidad y sufrimiento, para desvalijar los desvanes del miedo al mañana desconocido y hambriento. Para reconvertir rictus de amargura en sonrisas abiertas. Para abrigar los cuerpos ateridos con la manta de la seguridad en el porvenir, estable, sereno.

El dinero no da la felicidad, sermonea a diestro y siniestro nuestra católica cultura. No da la felicidad, pero... ¿Cuántos problemas se solucionan con él?

¡Cualquier situación! ¡Cualquiera! Se suaviza con el dinero que compra calidad de vida al enfermo, que alivia soledades, que espanta los fantasmas de la falta de educación, del hambre, del adocenamiento.

“Poderoso caballero es Don Din Don, din don, es Don Dinero”

Lástima que, en la idealización manipulada de la juventud, nos mientan y nos vendan falsos paraísos de niebla a cambio de renunciar a nuestras metas.

 


sábado, 13 de octubre de 2018

LO QUE ESTOY VIVIENDO (3) - SEXTO CONTINENTE - Grandes escritores te enseñan a escribir un cuento.


Y con esto, termino esta entrada extraordinaria: es mi participación en el programa de Radio Exterior de España "Sexto Continente" Un Programa de Radio Exterior de España dedicado a la literatura creada en Español y repartida por todo el mundo. Me encontráis en: 

 "Grandes escritores te enseñan a escribir un cuento" 

  Espero que los disfrutéis...







LO QUE ESTOY VIVIENDO (1)


Habréis de perdonarme los que esperáis una nueva entrada del blog que no ha llegado durante casi dos meses. A veces la vida impone su ritmo. En este caso ha sido para bien. Muchas experiencias agradables y positivas han alfombrado mi camino en este tiempo. En el entretanto os dejo un puñado de vivencias.














LO QUE ESTOY VIVIENDO (2) - Perdidos.Un lugar para encontrar.


Presentación entrañable de: 
Perdidos.Un lugar para encontrar. 
Un auténtico placer compartirlo con Demian Ortiz y todos los compañeros que se acercaron hasta Vergüenza Ajena. En la Jam de poesía leí un par de poemas. Aquí os dejo el vídeo por si os apetece escucharlos...


miércoles, 22 de agosto de 2018

Cantos de Sirena



La imposición puede venir acompañada de una sonrisa, del gesto melifluo, de la voz aflautada en un tono que busca ser cercano.

Nada más engañoso que un ademán servil que encierra imposiciones medidas. 

La intención, clara: El control, control de pasos, control de dirección, control de silencios y miradas.

Todo lleva a la manipulación del otro en un acto letal de sometimiento hasta llegar al fondo de la cuestión. Reducir el alma. Invalidar el espíritu.

En un principio el objetivo puede ser un individuo o dos, o tres. 

Cuando se alcanza el propósito de acallar voces, doblegar voluntades e imponer necedades a pesar de la debilidad (el dictador suele ser cobarde) surge la necesidad, visto el éxito, de extender su potestad de coacción y lágrimas que aumenta exponencialmente según se acrecienta su fama de dominador.

Extiende ramificaciones en su entorno. A través del chantaje, las prebendas y la compra de voluntades, escala puestos en el escalafón de la ignominia acelerando su escalada personal por la rampa del éxito.

Una vez conseguida su meta, los pasos siguientes son claros.

Mediante el dominio, somete, vilipendia, hace y deshace a su capricho, sojuzga pueblos y ciudades, ata pactos de sangre, airea sin escrúpulo su verdadero ser.

Sentado en la poltrona desata en olas el destructivo poder que atesora, se contempla en el espejo de la vanidad y duerme en vanaglorias cercanas, devorando en su festín, cuanto estorbe a su paso.



viernes, 6 de julio de 2018

Señas de identidad

                              

Desde su más tierna infancia Ramón había escapado de las asociaciones. Cuando todos los niños del patio se reunían formando cuadrillas él se perdía en su ensoñación particular prendido de cualquier circunstancia que llamara su atención. Podía ser la caída de una hoja que entretenía la mirada, el vuelo de un pájaro, las caprichosas formas de las nubes, o el estallido luminoso que atravesaba una rama en la perpendicular de un rayo de sol.

Su mayor seña de identidad, era la independencia. Independencia de modas, slogans, grupúsculos y corrientes de cualquier clase o manera.

Bajo su punto de vista, limitarse excluyendo al resto, era disminuir su mundo. Ceñirse a un solo arquetipo de música, a una forma de vestir o a una exclusiva forma de percibir la realidad, le hacía sentirse empobrecido. A él no le interesaban las agrupaciones que pretendían controlar el pensamiento y hacerlo común y unitario. Ramón iba más allá buscando en el encuentro con los otros una respuesta, una motivación, algo que le hiciera crecer y proyectar su esencia en múltiples y diversas facetas sin importarle qué  persona se lo pudiera ofrecer ni su condición. Lo único que le interesaba eran los conceptos, la imaginación, la inteligencia desbordada en proyectos y sueños.

Demasiadas veces habían querido constreñir su libertad. En la escuela, marcando conceptos irrefutables. En el gusto musical cuando había que decantarse por un estilo, compositor o época obviando el resto. Con la indumentaria, que marcaba tendencias y que había que adoptar para ser aceptado por la sociedad. En la literatura, donde había que escoger entre un autor u otro, una generación u otra, una procedencia social o un círculo más o menos poderoso. No digamos ya en el deporte, en la política o en la religión, donde pertenecer a uno u otro clan era casi cuestión de supervivencia emocional y física a veces.

Para él está claro que de todo se puede aprender, tanto de lo bueno como de lo malo. De ahí que Ramón extraiga lo mejor de cada uno de ellos. Siempre hay sorpresas escondidas en todos y cada uno de los movimientos culturales, generacionales o filosóficos por muy dispares o negativos que parezcan. A Ramón le emociona descubrir individualidades dentro de la marea de seguidores de cualquier culto conveniente al poder que utiliza en su servicio a las personas gregarias seguidoras de lemas y consignas.

Nada hay blanco o negro y Ramón huye de los extremos. Disfruta la gama de grises que cualquier situación le puede ofrecer. Le ocurre igual con las personas, los países, las comidas. En todos ellos encuentra diferencias y estímulos que le aportan un disfrute, una complicidad, una pasión. De ahí su dificultad para vivir en un mundo en el cual son imprescindibles las etiquetas. De ahí su huida de grupos e imposiciones. De ahí su búsqueda de la libertad de criterio. De ahí su tranquilidad de espíritu insobornable y feliz que campa a sus anchas como un animal solitario por la estepa.


domingo, 27 de mayo de 2018

Canto al ahora




Envejecen cuando se rompen los sueños, cuando se quiebran las esperanzas, cuando se pierden las ilusiones, cuando se anclan en lo vivido olvidando el presente.

Renuncian a todo lo que suene a nuevo, obvian lo que no entienden sin hacer el más mínimo esfuerzo por comprender, por subirse al carro de la actualidad y ponderan, sin filtros, lo ya pasado quitando valor a lo que acontece.

Es el principio de la muerte neuronal, el avance de la decrepitud, la cobarde inclinación sin motivo, salvo la comodidad, a la rendición incondicional que abate aspiraciones y esperanzas, vértigos y posibilidades de interactuar con las generaciones que abren caminos al mañana.

Triste ejercito de sombras que en breve serán espectros de un pretérito inexistente, no saben apreciar la magia que se desarrolla a su alrededor con las desconocidas tecnologías y las insólitas vivencias, se dejan caer por la pendiente advenediza de los sin presente hundidos en el pantano turbio de la añoranza.

Incapaces de asumir las tendencias actuales, de compartir con la juventud sus intereses, sus entretenimientos, su realidad, sus fantasías, sus proyectos, aducen que son mucho peor que lo que ellos vivieron.

Inconscientes absolutos de que para cada uno de los seres humanos las primeras experiencias son únicas y diferentes, no importa la realidad social ni las condiciones personales o familiares, la abundancia o la escasez. El primer amor siempre dejará un rastro imborrable, el despertar de las emociones impulsadas por el bullir de las hormonas enladrillarán los derroteros de la vida, el primer juego compartido sin importar si es en la mesa sobre un tablero o frente a la pantalla del televisor pulsando los joysticks en una competición vibrante, despertará sus risas y forjará lazos indivisibles.

“Cualquiera tiempo pasado fue mejor” palabras nulas del poeta que magnifica las etapas vividas que por la distancia pierden sus aristas. Todo lo demás es complacencia en uno mismo, quedarse en la zona cómoda, señal de senectud y sometimiento.

Hay que luchar cada día por mantener enarbolada la bandera de la vida acorde al devenir de los tiempos, por seguir siendo parte de la rueda que gira, enganchados al estribo, rompiendo los desánimos que avientan en la oreja malas nuevas y acudir cada mañana al mercado del mundo, con la cesta llena, entregar y recibir con generosidad, abrir la puerta del alma y del entendimiento para, mientras que estemos aquí, poder bailar al ritmo de todas las cadencias.

Afortunados pasajeros de este tren, dejaos sorprender con cada buena noticia, responded a cada reto, abrid los ojos ante lo insólito, lo original, lo desconocido. El futuro se nos brinda a diario a través de las miradas frescas de los dueños del ahora. Olvidad los reproches y las huidas absurdas basadas en la envidia y el desconocimiento, aprovechad el impulso que encadenan las ganas de vivir, y dejaos llevar.

Indudablemente, el poder está en ellos. Nos os durmáis en los laureles del olvido y alertad vuestros sentidos. Todavía formáis parte del proceso.



viernes, 27 de abril de 2018

Resumen del mes de Abril

 Un hombre gris y otros relatos sigue su camino con el apoyo de mis lectores, cosechando muy buenas críticas y regalándome muchas satisfacciones. Para muestra, un botón:

"He terminado de leer el primer libro de Maica Bermejo Miranda y me ha dejado muy buen sabor de boca. Letras bien hilvanadas, francas y espontáneas con una sintaxis donde abundan los deleitosos tropos literarios y símiles—propios de la pasión de la autora por la poesía—conjugados en “Un hombre gris y otros relatos” de Ediciones Irreverentes. Si somos exactos,21 relatos o historias cortas. A modo de microcosmos unipersonal: su autora nos propone un viaje, a través de un fotomatón de historias; reales, imaginarias, divertidas, agrias, tristes, desternillantes y fantásticas. Donde los ecos —por la esencia del relato— nos trasladan al magma inductor de ficciones cercanas a T. Aranguren, R. Carver J.C. Oates, K. Mansfield o F.Trigo. De verdad, no es el caso de poner por los altares a Maica,y su dedicatoria personal, que —además de escribir bien— en este debut constata su honesto amor hacia la literatura. No soy de esos tipos... Lo dicho, un libro que se lee con la satisfacción, de esa grata tarde de invierno, tomando un café caliente, mientras los copos de nieve caen en los tejados, y uno, esboza una sonrisa de oreja a oreja". Jon Alonso.

Algunos puntos de venta:
http://www.edicionesirreverentes.com/novisima.htm
https://www.elcorteingles.es/libros/A24786731-un-hombre-gris-y-otros-relatos-tapa-blanda-9788416107957/
















jueves, 15 de marzo de 2018

De profesión sus labores



Elena se dio cuenta aquella tarde de que pertenecía a la última generación de mujeres que sabía coser. No era una vanagloria, ni un absurdo complejo de superioridad, simplemente constató el hecho. Pocas mujeres de las generaciones actuales o futuras saben coser, amasar, tejer, bordar o cocinar con alegría.

No han tenido la suerte que tuvo ella. Que tuvieron las que saltaron de siglo y de milenio, de moneda y cultura, del yugo de la pertenencia a los otros, a la más absoluta de las libertades, la pertenencia a ellas mismas.

Elena se curtió en el regazo de hembras luchadoras que acometían con bravura y con pocos medios su pelea diaria. Abuelas de pelo blanco entretejido en una larga trenza que enrollaban en un moño que identificaba su perfil seco. Se empapó de historias y cuentos trinados en el arpegio de voces claras que rompían el alba o despedían atardeceres inacabables.

 De la mano de su madre aprendió a entrelazar historias con la lana que desovillaba en una cadencia remota de años. A su lado se impregnó de la sabiduría popular que desgranaban sus canciones. Aprendió, de tanto mirarla, a planchar entre nubes de agua pulverizada las blancas sábanas de algodón. Y amasó con ella en las tardes sin colegio del verano madrileño, haciendo volcanes de harina donde la lava era el aceite caliente con cáscara de naranja y vino blanco que había que verter en la boca abierta de la cúspide de la montaña.

En seguida tenían que imprimir toda su fuerza, para con puños y manos, transformarla en una suave masa que extendían con la botella de cristal verde que hacía de rodillo. De ella surgían los finos redondeles que rellenaban con el tomate troceado a mano que previamente había estado a fuego lento burbujeando en la sartén y que, mezclado con el huevo duro y el bonito, extendía su apetitoso olor por la cocina de fogones de carbón e inmaculados azulejos blancos.

Sobre el mármol que bordeaba el hogar iban colocando en dibujos geométricos, por un lado, las suculentas empanadas, por otro la masa extendida y enrollada sobre sí misma en formas imposibles que después de fritas y espolvoreadas de azúcar y canela degustarían todos los habitantes de la casa.

Fuentes de empanadillas y pestiños, olores de su niñez que giran en el olfato y hacen saltar la saliva de sus papilas gustativas junto con la añoranza por las horas compartidas.

Tardes de seriales por entregas encabezados por Guillermo Sautier Casaseca. Mañanas de sábado de limpieza general, fregando con estropajo y jabón las desgastadas baldosas rojas, sacudiendo el polvo de los altillos de los armarios, frotando con papeles de periódico arrugados los cristales hasta dejarlos traslúcidos, sin una sombra que opacara el reflejo.

Y lavadoras. Incontables puestas de lavadoras que había que llenar con una goma desde el grifo, en las diversas cargas de lavado, aclarado, lejía, y azulete. ¡Cuánta meticulosidad! ¡Cuánta organización para desarrollar infinitas tareas con sus manos delicadas, blancas y acariciadoras!

La mujer de la casa, cocinaba, lavaba, planchaba, administraba, educaba, conectaba al padre ausente que vivía su bipolaridad de proveedor de lo necesario en el mundo del pluriempleo devorador de tiempo. La madre, la suya al menos, se multiplicaba en mil tareas sin dejar de escuchar sus voces adolescentes impregnadas de deseos de cambio, atenta siempre a su devenir. Nacida por delante de su generación en su proyección humana, se adelantaba a su época allanándoles el camino y empujándoles para que ellos accedieran al suyo con ventaja.

Fuerte y serena, lúcida y perspicaz les dirigía sin que se dieran cuenta por los derroteros de la existencia, aconsejando sin palabras en la difícil travesía que iniciaban al soltarles de su mano.

Ahora, cuando escucha a su alrededor palabras que atentan contra las madres que no trabajan, sobre entendiendo que el trabajo sólo es considerado cuando se ejerce fuera del hogar, mira sus manos laboriosas y agradece su suerte. En ellas se reflejan siglos de sabiduría transmitidas con amor y fuerza, con resignación y entrega, con rebeldía y paciencia.

-La fortuna estuvo de mi lado cuando en la lotería de la vida me tocó el premio gordo- Piensa con la mirada perdida en el ayer y sigue con la costura. Cada pespunte un suspiro, una sonrisa, un te admiro, un no te olvido, un te quiero.

Revolotean por su frente las imágenes de los años felices que enriquecieron el contacto con su madre. De profesión, sus labores, ningunean los datos estadísticos, las redes sociales, los que presumen de modernos.

En la sociedad actual, consumista y voraz no hay cabida para esas madres coraje que renuncian a su individualidad, a los logros profesionales, a ingresos propios, a la comunicación externa, a la vanagloria de la realización de trabajos que sí son bien vistas y valorados por la gran mayoría.

En cambio, tienen que afrontar la lucha contra un sistema que tratan de imponerla, con críticas más o menos veladas, con ataques directos o con el menosprecio de aquellos que no entienden nada que no sean consignas, estereotipos o materialismo puro y duro.

Anteponen el bienestar de su casa a cualquier otra cuestión. En un mundo profesional donde ser "mileurista" se ha convertido en una gran conquista, el salario con el que retribuyen a las féminas no bastaría para mal pagar a una persona que cubriera sus ausencias.

¡Qué suerte tienen los hijos de esas escasas madres que pueden ocuparse de ellos! Sin dejarles en manos extrañas, sin robar la tranquilidad de sus últimos años a los abuelos ni explotarles con sus exigencias. Esas madres fuertes, leales, capaces, completas, que escogen anteponer la seguridad de los suyos y el premio impagable de educarles de primera mano, cuidarles y estar siempre cerca…

Mujeres hermosas, inteligentes que deciden por voluntad propia ser amas de casa con todo lo que de bueno y malo conlleva.

Elena suspende por un momento su tarea, esboza una sonrisa y piensa:

Las mismas voces que estallaban en cólera cuando quise emanciparme del hogar y saltar al mundo profesional, son las que ahora gritan indignadas contra las que deciden ejercer de amas de casa. Pura intransigencia que encabezan las de su mismo sexo, siempre dispuestas a criticar la personalidad, la independencia de criterio, la diferencia.

¡Ama de casa! si es por libre elección ¡no existe una profesión más bella!




domingo, 28 de enero de 2018

La orquestada manipulación


Me ha tocado vivir, como a todo aquel que recorre etapas o extremos de la vida, las críticas estúpidas de la sociedad “pensante” que a través de los medios de comunicación manipulan y contaminan al vulgo y que dirigen contra las partes que consideran “blandas”, vulnerables, no contributivas. Descubro al escribir estas líneas que hay un desprecio hacia los jóvenes a través de siglos y sociedades que menoscaba sus cualidades, su presente y su futuro.

Ese mismo menosprecio se extiende, en nuestra cultura al menos, hacia los mayores. Críticas, burlas y desdén acompañan a la figura del mayor incapaz de asumir la velocidad del mundo cambiante a ojos vista.

En ambos puntos de la vida los seres que los transitan están desvalidos, dependen en una gran medida de los demás, y por encima de todo no cotizan, según quieren hacernos creer, aunque en el caso de los mayores lo hayan hecho durante largos años y aún lo sigan haciendo a través de esas pensiones, que ahora parece que son un regalo llovido del cielo y no el producto de décadas de esfuerzo mantenido, en la mayoría de los casos. No así en el de los políticos que acceden a ella, efectivamente, como un maná regalo de los dioses.

Nada importa que unos sean el futuro, los brazos y mentes en los que descansa el porvenir. Deben emigrar, como antaño lo hicieron sus abuelos, a otros países que les ofrecen salarios y condiciones de vida más justos, donde pueden desarrollar una vida familiar potenciada por el estado, donde es posible conciliar ambas vidas, renunciando por tanto a vivir entre los suyos. Es triste cuando, como toda decisión no elegida, tienen obligatoriamente que elegir esa opción a pesar de su valía, su preparación, sus estudios, su inteligencia... y sus deseos, porque en su propio país se les cierran todos los caminos.

Tampoco importa nada que los otros hayan aportado durante largos años de contribuciones impuestas al sistema que sustenta el armazón, ni que hayan forjado los ladrillos que conforman el edificio del presente.

Unos y otros, despreciados, unos y otros, ninguneados por aquellos que dicen que velan por el estado del bienestar. ¡Tiene “bemoles” la cosa!


                                            

domingo, 24 de diciembre de 2017

Tradición





Dicen que todo esto que se organiza en torno a la Navidad es un producto puramente comercial. Aseguran, que todo es un artificio creado en torno a no sé qué personajes de ficción. Inventan que estas fiestas son un “invento” organizado por las grandes casas comerciales, que todo es un trasegar de dineros, mercancías, fingidas necesidades, cuentos. Cuentos de aquellos que quieren embaucar a los que no pensamos como ellos.

 Nos  llaman necios porque el alma en estas fechas se alegra y tiembla como un pajarillo en el hueco de la mano protectora. Ahí estás con el corazón en el pecho renacido por el caudal de afectos que acuden en tropel a la memoria. Son tantas las manos, tantas las sonrisas, tantos los abrazos que vienen en una alarde de comunicación  a visitarnos, reviviendo la época en la cual éramos llevados en volandas sobre los pies para ejecutar una danza que habría sido imposible para nuestros aún incipientes pasos. O aquellas otras que subidos en una banqueta para alcanzar  la encimera donde se amasaba, se cortaba en pequeñas porciones, se batían salsas y  se esparcían especias, observábamos con los ojos como ventanas, abiertos al mañana.

El aire se llenaba de cantos navideños, y no era necesario que vinieran de ningún aparato, porque eran los propios habitantes de la casa los que comenzaban, recién estrenada la mañana, a entonar cantos de paz, de alegría, de ilusión. Todo se sincronizaba en una danza perfecta y no importaba el tipo de alimento, la escasez o la abundancia, lo  lleno o vacío del bolsillo.

Las viandas especiales llenaban esos días las mesas en una alarde de dedicación, trabajo e imaginación. Sonaban  risas que se expandían por todos los rincones. Se tejían jerséys  guantes y bufandas de lanas multicolores. Se fabricaban con madera patines y cunas, pequeñas cunas para meter las muñecas de trapo con  ojos de botones y boca bordada en hilo granate.

La familia se reunía en unas horas especiales y mágicas, desde el más grande al más pequeño, formando un lazo indestructible que perviviría a través de los años y que en un alarde de ternura llega hasta nuestros días.

No son cuentos, no son inventos, no son reclamos publicitarios para embaucar a los necios, son tradiciones. Una tradición que nos hace desear felicidad y que pinta la sonrisa que se escabulle durante todo el año en aras de las vivencias que nos han transmitido nuestros mayores y que antes les transmitieron a su vez sus padres y sus abuelos y sus bisabuelos.

De ahí parte toda esta parafernalia, según algunos, y gloriosos días de amor según otros. Está bien que aparquemos durante un corto periodo la vida rauda, inhóspita, fría, lejana, donde el reloj marca la prisa de los minutos que se esconden en las arrugas del tiempo.

Es bueno, aunque sea una vez al año, aunque algunos se aprovechen del tirón para llenar las arcas, aunque otros escojan el anonimato del grupo para descargar el saco de las ofensas y trunquen a veces lo que se supone una divertida cena. 

Es muy bueno, que nos reconciliamos con nosotros mismos, que brindemos abrazos, que explotemos en calidez cuando a lomos de los recuerdos llegan hasta nosotros esos  rostros serenos, esas músicas, esos cantos, esos sueños que compartimos con ellos. Que abracemos su espíritu y lo hagamos nuestro, que honremos su memoria, la de los vivos y la de los muertos. La de todos aquellos que alguna vez han estado a nuestro lado perpetuando este sueño, el sueño de las Navidades Felices y el Próspero Año Nuevo. 




viernes, 24 de noviembre de 2017

Un hombre gris y otros relatos


Ediciones Irreverentes presentó el viernes, 17 de noviembre, en el Café Cósmico, (C.Juan de Austria, 25, Madrid) el libro Un hombre gris y otros relatos, de Maica Bermejo Miranda. Presentado por el escritor Francisco Javier Illán Vivas, quien además es prologuista del libro.
            Un hombre gris y otros relatos es la primera obra en solitario de Maica Bermejo Miranda, quien ha aparecido en diferentes libros colectivos y antologías, tanto de relatos como de poemas. Este es un libro para quien ha tenido alguna vez la necesidad de escapar de algo irremediable; para quien gusta rememorar el roce de una caricia sobre su piel, para quien ha buceado en el silencio de la noche cuando los acontecimientos del día se pasean por nuestra cabeza buscando respuestas.

            
La autora nos plantea dilemas como: ¿Te has preguntado alguna vez qué hay detrás de los seres anónimos que se cruzan en tu camino? ¿Qué consecuencia puede tener cuando las lenguas se confunden y se desconoce el idioma que hablan? ¿Qué peligros nos acechan en el vértice de lo desconocido? ¿Existe algo, más allá de la vida? ¿Qué sucede cuando quedamos prendidos de los recuerdos? Y la historia ¿fue tal como nos la contaron? Las respuestas las pueden dar Pilar, experta en emboscar realidades; Margarita, la tejedora de sueños; Fernando, el viajero hacia ninguna parte; Isabel, la niña adolescente que se jugó el todo por el todo en aras del amor; Ojo de Halcón, el guerrero protector de su tribu; Ted Bundy, encantador de serpientes que encabezó la lista de los asesinos en serie, o Rosa, exiliada en su propia casa.
            Si algo define este libro es la libertad. La autora deambula a través de los sentimientos por mundos y personajes dispares, sin nexo de unión entre sí, excepto, el calado humano de sus protagonistas. Contado en un lenguaje directo y cercano, alterna luces y sombras en veintiún relatos que sorprenden y emocionan al lector. Veintiuna pinceladas que nos acercan a la cálida prosa de la escritora, que como un buen preludio, despierta nuestras expectativas y nos deja con ganas de más.

Más información sobre el libro en la web de Ediciones Irreverentes

http://www.edicionesirreverentes.com/novisima/un_hombre_gris.html


miércoles, 1 de noviembre de 2017

S.O.S.



Cómo definir la inmensa tristeza que me invade cuando veo a un ser desubicado buscando de mil maneras llamar la atención del objeto de sus deseos. Esas patéticas figuras que se retuercen en gestos difíciles de concebir si no fuera por el ardiente anhelo de alcanzar su objetivo a toda costa. Puede ser un pequeño príncipe o princesa destronados por la llegada de un hermano el que haga cabriolas para captar la atención en una imposible búsqueda del retorno al tiempo perdido, o el anciano, que no acepta su condición y busca de mil maneras, con afeites, cirugías o cualquier medio a su alcance retomar la inalcanzable senda de la juventud. El espectro es muy amplio.

La búsqueda de la vitalidad succionada en vena de la fuente inalcanzable de su joven pareja. Las muecas grotescas que esgrimen, payasos del desconsuelo, en una torpe defensa del lugar arrebatado por el más pequeño. El recelo enmascarado en el gesto torvo y el ademán esquivo que emplean los más débiles atrincherados en sus defensas. Enfermos, que en una actitud de desafío chillan buscando pelea para desahogar su rabia en los que tienen más cerca. Camuflados, que ocultan su verdadera entidad tras tachuelas, piercings, tatuajes, cortes estrambóticos de pelo y ropas afines, buscando fusionarse en la "no identidad" dentro de una corriente colectiva que les ampare.

El hombre, igual que los animales, cuando se siente inseguro, cuando tiene miedo por causas físicas o anímicas exhibe su lado canalla, el menos atrayente, el que visto desde fuera espanta o repele, el que asusta al potencial enemigo. Desarrolla sus defensas para que nadie perciba su debilidad, su incapacidad, su desasosiego.

De ahí que las personas fuertes, seguras de sí mismas, que no tienen que demostrar nada a nadie, pasean a cara descubierta, sin ningún tipo de camuflaje, abiertos a la vida y a las nuevas experiencias. No se enmascaran en falsas argucias ni desarrollan baterías de triquiñuelas.

Por eso mi tristeza cuando descubro, tras el chillido, el improperio, el disfraz, la payasada, la broma fuera de lugar, el excesivo aderezo en un rostro o el forzado encaje en un grupo, a esos seres tiernos que claman a voces su fragilidad, su temor, lanzando al mundo, que muchas veces no entiende, su petición de auxilio en un cifrado SOS. 



viernes, 22 de septiembre de 2017

El desgaste de los años




Me sorprende ver el apego-desapego-dependencia de muchas de las parejas de mayores que se cruzan en mi camino diario. Tienen por necesidad que ir juntos y sin embargo se ignoran, con el gesto, la mirada, la palabra... El sentido de posesión que manifiestan el uno con el otro, innegable. La hartura tras años y años de convivencia, también.

Cuesta imaginarse, al varón cansado que con el desánimo pintado en la cara atraviesa desiertos de soledad compartida, cuando era un mozalbete aguerrido, conquistador, pinturero, recurriendo a mil argucias para derribar el castillo de su resistencia y acceder a los placeres sublimes de la carne.

¿Todo se reduce a eso? -Me pregunto. ¿A seguir el impulso irrefrenable de perpetuar la especie sembrando en la hembra la fértil semilla de sus ardores? ¿A continuar el camino que marca inexorable la naturaleza y una vez concluida la tarea entrar en la etapa de la espera? Espera de la caída del imperio de los sentidos que se adormecen en el dulce lecho del estómago satisfecho y el confort adquirido.

Se acompañan, cofrades de la procesión del silencio ungidos los labios por el descontento. Día a día, hora a hora transgreden, mutilan el mito de la esperanza que se desangra en el río del desconsuelo.

A veces toman conciencia de su decadencia en el atisbo lejano de lo que fueron. Un torbellino de fuego devorando las entrañas que apagaba su sed en el tórrido encuentro de sábanas revueltas, en la búsqueda urgente de los labios, en el regusto del sudor resbalando sobre el pecho, en el tacto extendido en busca del sexo, abierto en flor.

Entonces avientan el pensamiento, mutilan los recuerdos y ocultan su verdad mirando de soslayo hacia su compañero. No sea cosa que se dé cuenta y rompa el hechizo del pacto urdido sin papeles, sin palabras, del: "Somos felices" y el ¡Cuánto nos queremos!

Parejas rancias que pasean por la ciudad de cemento su inercia, su descontento, su hartura. Uno en pos del otro. Tan cerca. Tan lejos. Derriban con sus pliegues de amargura el final feliz del cuento.

En contraposición están los otros. 

Los que velan el sueño. Los que tienden la mano para bajar el peldañito de la acera. Los que brindan caricias. Los que miran con embeleso el brillo en los ojos sin ver las arrugas que ha dejado el paso del tiempo. Los que se conducen apoyados en el brazo por el río apresurado de la marea humana. Los que sonríen sin esfuerzo el chiste mil veces escuchado. Los que se dan las buenas noches con la seguridad del encuentro. Los que se bambolean en la misma cadencia ajustando sus pasos en un baile asincrónico de caderas yuxtapuestas. Los que se dicen -¿Estás bien?- y esperan, con el alma en vilo, que les llegue una respuesta afirmativa.

Tienen aún tantas cosas por compartir... No quieren que se acabe la aventura. Todavía no.

Compañeros por décadas de sacrificios,  alegrías,  dedicación, amores  y penas, triunfos compartidos, metas alcanzadas, sueños y esperanzas, de confianza plena. 

Años de saberse juntos, años de sentirse cerca, con la infinita tranquilidad que da un “Buenos días” al abrir los ojos, y descubrir que la vida sigue latiendo en las venas. 

Salir a la calle y repartirse la acera en las mañanas de plata, cuando pasean el uno al lado del otro, meciéndose al compás de la dicha que corona una vida de pasión, fidelidad, cariño y entrega, que esta vez, sí,  hace realidad, el final feliz, de los cuentos de la abuela.   


lunes, 21 de agosto de 2017

¿Reencarnación?


Ando en estos días leyendo un libro que desarrolla una teoría sobre las diferentes reencarnaciones que vivimos los seres humanos. Mi sensación de disgusto según paso páginas y pienso en la remota posibilidad de incorporarme una y otra vez en vidas sucesivas alternando sexo, estatus social, épocas históricas, circunstancias personales, se hace persistente mí.

Realmente yo no quiero entrar en esa rueda de vidas que nacen, crecen, se desarrollan y mueren en una sucesión de acontecimientos dislocados en los cuales, en el balance, si fuéramos objetivos en el resultado de cuentas, veríamos que, el sufrimiento, la incertidumbre, el dolor, la renuncia y el sacrificio es mucho, si no demasiado. No tanto el nuestro propio como el del resto de la humanidad que transita con nosotros por este camino o este valle que tendría que ser, según las Escrituras, de lágrimas. Destino tortuoso, cruel e injustificado del cual he renegado desde la edad más incipiente.

Por eso cuando alguien desarrolla una teoría diciendo que podemos reencarnarnos incontables veces, mi respuesta es un rechazo absoluto a esa posibilidad.

Después atempero mi sentimiento, reposo en la quietud de mi cerebro, proceso y entiendo que quizás este viaje sea como otros tantos de los que hacemos en la vida. Cuando estamos en él protestamos por las incomodidades, por la falta de sueño, porque no dormimos en nuestra cama, porque tenemos que despertarnos y hacer muchas horas de carretera, o de aviones, o de aeropuerto. Porque pasamos hambre y echamos de menos nuestra casa. Con el paso del tiempo descubrimos en las fotografías y en los vídeos que hicimos durante el recorrido,  sólo lo bueno.

Queda en nosotros la instantánea que muestra la sonrisa debajo del monumento o dentro del bosque soñado, o el mar que baña nuestros pies.

Ni la fotografía, ni el vídeo, muestran el calor sofocante que achicharraba nuestra sesera, el frío helador que atravesaba nuestros huesos o los mosquitos que asaeteaban nuestra piel en la playa que aparece idílica en el reportaje.

Quizás a semejanza de estos viajes terrenales, sean los otros viajes astrales que nos muestran los visionarios del planeta en libros, teorías y aseveraciones, página tras página, autor tras autor, en esta denominada literatura de auto ayuda.

Quizás, y digo solo quizás, los diferentes viajes por las diferentes vidas astrales sean parecidos a los de la tierra y en otro plano echemos de menos los buenos ratos que pasamos en este planeta.


jueves, 20 de julio de 2017

En la guarida de la fiera


                                   

Y fui arrastrada a las profundidades de la guarida de la fiera. Maniatada. Amordazada. Hundida en el rincón más lóbrego, aguardando sin saber mi destino.

Con el tiempo supe que estaba en la despensa, mantenida como posible tabla de salvación. En caso de ser necesario, sería devorada, poco a poco, cogiendo las partes de mi cuerpo que sirvieran como alimento, sin arrancarme la vida.

A trozos. En porciones. Consumida lentamente. Espaciado. Mientras, mis ojos permanecían ausentes. Mi voz no estallaba. Mis oídos no escuchaban. Pero, mi corazón latía acorde. Sistólico. Constante. Pertinaz. Único. Redondeando el ritmo que resonaba en la caverna de la guarida de la fiera.