Cómo definir la inmensa tristeza
que me invade cuando veo a un ser desubicado buscando de mil maneras llamar la
atención del objeto de sus deseos. Esas patéticas figuras que se retuercen en
gestos difíciles de concebir si no fuera por el ardiente anhelo de alcanzar su
objetivo a toda costa. Puede ser un pequeño príncipe o princesa destronados por
la llegada de un hermano el que haga cabriolas para captar la atención en una
imposible búsqueda del retorno al tiempo perdido, o el anciano, que no acepta
su condición y busca de mil maneras, con afeites, cirugías o cualquier medio a
su alcance retomar la inalcanzable senda de la juventud. El espectro es muy
amplio.
La búsqueda de la vitalidad
succionada en vena de la fuente inalcanzable de su joven pareja. Las muecas
grotescas que esgrimen, payasos del desconsuelo, en una torpe defensa del lugar
arrebatado por el más pequeño. El recelo enmascarado en el gesto torvo y el
ademán esquivo que emplean los más débiles atrincherados en sus defensas.
Enfermos, que en una actitud de desafío chillan buscando pelea para desahogar su
rabia en los que tienen más cerca. Camuflados, que ocultan su verdadera entidad
tras tachuelas, piercings, tatuajes, cortes estrambóticos de pelo y ropas
afines, buscando fusionarse en la "no identidad" dentro de una corriente
colectiva que les ampare.
El hombre, igual que los
animales, cuando se siente inseguro, cuando tiene miedo por causas físicas o anímicas exhibe su
lado canalla, el menos atrayente, el que visto desde fuera espanta o repele, el
que asusta al potencial enemigo. Desarrolla sus defensas para que nadie perciba su
debilidad, su incapacidad, su desasosiego.
De ahí que las personas fuertes, seguras
de sí mismas, que no tienen que demostrar nada a nadie, pasean a cara
descubierta, sin ningún tipo de camuflaje, abiertos a la vida y a las nuevas
experiencias. No se enmascaran en falsas argucias ni desarrollan baterías de
triquiñuelas.
Por eso mi tristeza cuando
descubro, tras el chillido, el improperio, el disfraz, la payasada, la broma
fuera de lugar, el excesivo aderezo en un rostro o el forzado encaje en un
grupo, a esos seres tiernos que claman a voces su fragilidad, su temor,
lanzando al mundo, que muchas veces no entiende, su petición de auxilio en un
cifrado SOS.
Excelente análisis de un proceso humano desde el punto de vista de una apasionada y vital autora. Te felicito.
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