Me engañaron. Me engañaron cuando me
dijeron: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un
rico entre en el cielo”
Me engañaron con falsas promesas de futura
felicidad a costa del presente. Falsas promesas para constreñir el alma, para
devaluar en el mercado de la vida mis potencias, las que me fueron dadas al
nacer. Dilapidadas en aras de la obediencia, de la servidumbre a lo que decían
que estaba bien hecho, a lo que se esperaba de mí.
Me engañaron con cantos de sirena vestidos
de domingo, con falsos sermones de caminos al cielo. Me engañaron los que más
me querían, mercadeando con sentimientos, desmontando aspiraciones, clasificando
sueños.
Contrariamente a lo que me inculcaron,
creo firmemente que el dinero ¡sí da la felicidad!
Desconfiad de los que venden paraísos
inexistentes poniéndote en el brete de elegir, sopesando el ser y el tener.
Yo soy, y no tengo. He sido y, seré hasta que
la muerte me alcance. No necesito “ser”. Necesito “tener”.
Para aumentar los recursos de mi entorno
cercano, para dejar de ver necesidad y sufrimiento, para desvalijar los desvanes
del miedo al mañana desconocido y hambriento. Para reconvertir rictus de
amargura en sonrisas abiertas. Para abrigar los cuerpos ateridos con la manta
de la seguridad en el porvenir, estable, sereno.
El dinero no da la felicidad, sermonea a
diestro y siniestro nuestra católica cultura. No da la felicidad, pero...
¿Cuántos problemas se solucionan con él?
¡Cualquier situación! ¡Cualquiera! Se
suaviza con el dinero que compra calidad de vida al enfermo, que alivia
soledades, que espanta los fantasmas de la falta de educación, del hambre, del
adocenamiento.
“Poderoso caballero es Don Din Don, din
don, es Don Dinero”
Lástima que, en la idealización manipulada
de la juventud, nos mientan y nos vendan falsos paraísos de niebla a cambio de
renunciar a nuestras metas.
Excelente canto reivindicativo. Te felicito
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