La imposición puede venir
acompañada de una sonrisa, del gesto melifluo, de la voz aflautada en un tono
que busca ser cercano.
Nada más engañoso que un ademán
servil que encierra imposiciones medidas.
La intención, clara: El control,
control de pasos, control de dirección, control de silencios y miradas.
Todo lleva a la manipulación del
otro en un acto letal de sometimiento hasta llegar al fondo de la cuestión. Reducir el alma. Invalidar el espíritu.
En un principio el objetivo puede
ser un individuo o dos, o tres.
Cuando se alcanza el propósito de acallar
voces, doblegar voluntades e imponer necedades a pesar de la debilidad (el
dictador suele ser cobarde) surge la necesidad, visto el éxito, de extender su potestad de coacción y lágrimas que aumenta
exponencialmente según se acrecienta su fama de dominador.
Extiende ramificaciones en su
entorno. A través del chantaje, las prebendas y la compra de voluntades, escala
puestos en el escalafón de la ignominia acelerando su escalada personal por la
rampa del éxito.
Una vez conseguida su meta,
los pasos siguientes son claros.
Mediante el dominio, somete,
vilipendia, hace y deshace a su capricho, sojuzga pueblos y ciudades, ata pactos
de sangre, airea sin escrúpulo su verdadero ser.
Sentado en la poltrona desata en
olas el destructivo poder que atesora, se contempla en el espejo de la vanidad
y duerme en vanaglorias cercanas, devorando en su festín, cuanto estorbe a su
paso.
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