domingo, 24 de diciembre de 2017

Tradición





Dicen que todo esto que se organiza en torno a la Navidad es un producto puramente comercial. Aseguran, que todo es un artificio creado en torno a no sé qué personajes de ficción. Inventan que estas fiestas son un “invento” organizado por las grandes casas comerciales, que todo es un trasegar de dineros, mercancías, fingidas necesidades, cuentos. Cuentos de aquellos que quieren embaucar a los que no pensamos como ellos.

 Nos  llaman necios porque el alma en estas fechas se alegra y tiembla como un pajarillo en el hueco de la mano protectora. Ahí estás con el corazón en el pecho renacido por el caudal de afectos que acuden en tropel a la memoria. Son tantas las manos, tantas las sonrisas, tantos los abrazos que vienen en una alarde de comunicación  a visitarnos, reviviendo la época en la cual éramos llevados en volandas sobre los pies para ejecutar una danza que habría sido imposible para nuestros aún incipientes pasos. O aquellas otras que subidos en una banqueta para alcanzar  la encimera donde se amasaba, se cortaba en pequeñas porciones, se batían salsas y  se esparcían especias, observábamos con los ojos como ventanas, abiertos al mañana.

El aire se llenaba de cantos navideños, y no era necesario que vinieran de ningún aparato, porque eran los propios habitantes de la casa los que comenzaban, recién estrenada la mañana, a entonar cantos de paz, de alegría, de ilusión. Todo se sincronizaba en una danza perfecta y no importaba el tipo de alimento, la escasez o la abundancia, lo  lleno o vacío del bolsillo.

Las viandas especiales llenaban esos días las mesas en una alarde de dedicación, trabajo e imaginación. Sonaban  risas que se expandían por todos los rincones. Se tejían jerséys  guantes y bufandas de lanas multicolores. Se fabricaban con madera patines y cunas, pequeñas cunas para meter las muñecas de trapo con  ojos de botones y boca bordada en hilo granate.

La familia se reunía en unas horas especiales y mágicas, desde el más grande al más pequeño, formando un lazo indestructible que perviviría a través de los años y que en un alarde de ternura llega hasta nuestros días.

No son cuentos, no son inventos, no son reclamos publicitarios para embaucar a los necios, son tradiciones. Una tradición que nos hace desear felicidad y que pinta la sonrisa que se escabulle durante todo el año en aras de las vivencias que nos han transmitido nuestros mayores y que antes les transmitieron a su vez sus padres y sus abuelos y sus bisabuelos.

De ahí parte toda esta parafernalia, según algunos, y gloriosos días de amor según otros. Está bien que aparquemos durante un corto periodo la vida rauda, inhóspita, fría, lejana, donde el reloj marca la prisa de los minutos que se esconden en las arrugas del tiempo.

Es bueno, aunque sea una vez al año, aunque algunos se aprovechen del tirón para llenar las arcas, aunque otros escojan el anonimato del grupo para descargar el saco de las ofensas y trunquen a veces lo que se supone una divertida cena. 

Es muy bueno, que nos reconciliamos con nosotros mismos, que brindemos abrazos, que explotemos en calidez cuando a lomos de los recuerdos llegan hasta nosotros esos  rostros serenos, esas músicas, esos cantos, esos sueños que compartimos con ellos. Que abracemos su espíritu y lo hagamos nuestro, que honremos su memoria, la de los vivos y la de los muertos. La de todos aquellos que alguna vez han estado a nuestro lado perpetuando este sueño, el sueño de las Navidades Felices y el Próspero Año Nuevo. 




viernes, 24 de noviembre de 2017

Un hombre gris y otros relatos


Ediciones Irreverentes presentó el viernes, 17 de noviembre, en el Café Cósmico, (C.Juan de Austria, 25, Madrid) el libro Un hombre gris y otros relatos, de Maica Bermejo Miranda. Presentado por el escritor Francisco Javier Illán Vivas, quien además es prologuista del libro.
            Un hombre gris y otros relatos es la primera obra en solitario de Maica Bermejo Miranda, quien ha aparecido en diferentes libros colectivos y antologías, tanto de relatos como de poemas. Este es un libro para quien ha tenido alguna vez la necesidad de escapar de algo irremediable; para quien gusta rememorar el roce de una caricia sobre su piel, para quien ha buceado en el silencio de la noche cuando los acontecimientos del día se pasean por nuestra cabeza buscando respuestas.

            
La autora nos plantea dilemas como: ¿Te has preguntado alguna vez qué hay detrás de los seres anónimos que se cruzan en tu camino? ¿Qué consecuencia puede tener cuando las lenguas se confunden y se desconoce el idioma que hablan? ¿Qué peligros nos acechan en el vértice de lo desconocido? ¿Existe algo, más allá de la vida? ¿Qué sucede cuando quedamos prendidos de los recuerdos? Y la historia ¿fue tal como nos la contaron? Las respuestas las pueden dar Pilar, experta en emboscar realidades; Margarita, la tejedora de sueños; Fernando, el viajero hacia ninguna parte; Isabel, la niña adolescente que se jugó el todo por el todo en aras del amor; Ojo de Halcón, el guerrero protector de su tribu; Ted Bundy, encantador de serpientes que encabezó la lista de los asesinos en serie, o Rosa, exiliada en su propia casa.
            Si algo define este libro es la libertad. La autora deambula a través de los sentimientos por mundos y personajes dispares, sin nexo de unión entre sí, excepto, el calado humano de sus protagonistas. Contado en un lenguaje directo y cercano, alterna luces y sombras en veintiún relatos que sorprenden y emocionan al lector. Veintiuna pinceladas que nos acercan a la cálida prosa de la escritora, que como un buen preludio, despierta nuestras expectativas y nos deja con ganas de más.

Más información sobre el libro en la web de Ediciones Irreverentes

http://www.edicionesirreverentes.com/novisima/un_hombre_gris.html


miércoles, 1 de noviembre de 2017

S.O.S.



Cómo definir la inmensa tristeza que me invade cuando veo a un ser desubicado buscando de mil maneras llamar la atención del objeto de sus deseos. Esas patéticas figuras que se retuercen en gestos difíciles de concebir si no fuera por el ardiente anhelo de alcanzar su objetivo a toda costa. Puede ser un pequeño príncipe o princesa destronados por la llegada de un hermano el que haga cabriolas para captar la atención en una imposible búsqueda del retorno al tiempo perdido, o el anciano, que no acepta su condición y busca de mil maneras, con afeites, cirugías o cualquier medio a su alcance retomar la inalcanzable senda de la juventud. El espectro es muy amplio.

La búsqueda de la vitalidad succionada en vena de la fuente inalcanzable de su joven pareja. Las muecas grotescas que esgrimen, payasos del desconsuelo, en una torpe defensa del lugar arrebatado por el más pequeño. El recelo enmascarado en el gesto torvo y el ademán esquivo que emplean los más débiles atrincherados en sus defensas. Enfermos, que en una actitud de desafío chillan buscando pelea para desahogar su rabia en los que tienen más cerca. Camuflados, que ocultan su verdadera entidad tras tachuelas, piercings, tatuajes, cortes estrambóticos de pelo y ropas afines, buscando fusionarse en la "no identidad" dentro de una corriente colectiva que les ampare.

El hombre, igual que los animales, cuando se siente inseguro, cuando tiene miedo por causas físicas o anímicas exhibe su lado canalla, el menos atrayente, el que visto desde fuera espanta o repele, el que asusta al potencial enemigo. Desarrolla sus defensas para que nadie perciba su debilidad, su incapacidad, su desasosiego.

De ahí que las personas fuertes, seguras de sí mismas, que no tienen que demostrar nada a nadie, pasean a cara descubierta, sin ningún tipo de camuflaje, abiertos a la vida y a las nuevas experiencias. No se enmascaran en falsas argucias ni desarrollan baterías de triquiñuelas.

Por eso mi tristeza cuando descubro, tras el chillido, el improperio, el disfraz, la payasada, la broma fuera de lugar, el excesivo aderezo en un rostro o el forzado encaje en un grupo, a esos seres tiernos que claman a voces su fragilidad, su temor, lanzando al mundo, que muchas veces no entiende, su petición de auxilio en un cifrado SOS. 



viernes, 22 de septiembre de 2017

El desgaste de los años




Me sorprende ver el apego-desapego-dependencia de muchas de las parejas de mayores que se cruzan en mi camino diario. Tienen por necesidad que ir juntos y sin embargo se ignoran, con el gesto, la mirada, la palabra... El sentido de posesión que manifiestan el uno con el otro, innegable. La hartura tras años y años de convivencia, también.

Cuesta imaginarse, al varón cansado que con el desánimo pintado en la cara atraviesa desiertos de soledad compartida, cuando era un mozalbete aguerrido, conquistador, pinturero, recurriendo a mil argucias para derribar el castillo de su resistencia y acceder a los placeres sublimes de la carne.

¿Todo se reduce a eso? -Me pregunto. ¿A seguir el impulso irrefrenable de perpetuar la especie sembrando en la hembra la fértil semilla de sus ardores? ¿A continuar el camino que marca inexorable la naturaleza y una vez concluida la tarea entrar en la etapa de la espera? Espera de la caída del imperio de los sentidos que se adormecen en el dulce lecho del estómago satisfecho y el confort adquirido.

Se acompañan, cofrades de la procesión del silencio ungidos los labios por el descontento. Día a día, hora a hora transgreden, mutilan el mito de la esperanza que se desangra en el río del desconsuelo.

A veces toman conciencia de su decadencia en el atisbo lejano de lo que fueron. Un torbellino de fuego devorando las entrañas que apagaba su sed en el tórrido encuentro de sábanas revueltas, en la búsqueda urgente de los labios, en el regusto del sudor resbalando sobre el pecho, en el tacto extendido en busca del sexo, abierto en flor.

Entonces avientan el pensamiento, mutilan los recuerdos y ocultan su verdad mirando de soslayo hacia su compañero. No sea cosa que se dé cuenta y rompa el hechizo del pacto urdido sin papeles, sin palabras, del: "Somos felices" y el ¡Cuánto nos queremos!

Parejas rancias que pasean por la ciudad de cemento su inercia, su descontento, su hartura. Uno en pos del otro. Tan cerca. Tan lejos. Derriban con sus pliegues de amargura el final feliz del cuento.

En contraposición están los otros. 

Los que velan el sueño. Los que tienden la mano para bajar el peldañito de la acera. Los que brindan caricias. Los que miran con embeleso el brillo en los ojos sin ver las arrugas que ha dejado el paso del tiempo. Los que se conducen apoyados en el brazo por el río apresurado de la marea humana. Los que sonríen sin esfuerzo el chiste mil veces escuchado. Los que se dan las buenas noches con la seguridad del encuentro. Los que se bambolean en la misma cadencia ajustando sus pasos en un baile asincrónico de caderas yuxtapuestas. Los que se dicen -¿Estás bien?- y esperan, con el alma en vilo, que les llegue una respuesta afirmativa.

Tienen aún tantas cosas por compartir... No quieren que se acabe la aventura. Todavía no.

Compañeros por décadas de sacrificios,  alegrías,  dedicación, amores  y penas, triunfos compartidos, metas alcanzadas, sueños y esperanzas, de confianza plena. 

Años de saberse juntos, años de sentirse cerca, con la infinita tranquilidad que da un “Buenos días” al abrir los ojos, y descubrir que la vida sigue latiendo en las venas. 

Salir a la calle y repartirse la acera en las mañanas de plata, cuando pasean el uno al lado del otro, meciéndose al compás de la dicha que corona una vida de pasión, fidelidad, cariño y entrega, que esta vez, sí,  hace realidad, el final feliz, de los cuentos de la abuela.   


lunes, 21 de agosto de 2017

¿Reencarnación?


Ando en estos días leyendo un libro que desarrolla una teoría sobre las diferentes reencarnaciones que vivimos los seres humanos. Mi sensación de disgusto según paso páginas y pienso en la remota posibilidad de incorporarme una y otra vez en vidas sucesivas alternando sexo, estatus social, épocas históricas, circunstancias personales, se hace persistente mí.

Realmente yo no quiero entrar en esa rueda de vidas que nacen, crecen, se desarrollan y mueren en una sucesión de acontecimientos dislocados en los cuales, en el balance, si fuéramos objetivos en el resultado de cuentas, veríamos que, el sufrimiento, la incertidumbre, el dolor, la renuncia y el sacrificio es mucho, si no demasiado. No tanto el nuestro propio como el del resto de la humanidad que transita con nosotros por este camino o este valle que tendría que ser, según las Escrituras, de lágrimas. Destino tortuoso, cruel e injustificado del cual he renegado desde la edad más incipiente.

Por eso cuando alguien desarrolla una teoría diciendo que podemos reencarnarnos incontables veces, mi respuesta es un rechazo absoluto a esa posibilidad.

Después atempero mi sentimiento, reposo en la quietud de mi cerebro, proceso y entiendo que quizás este viaje sea como otros tantos de los que hacemos en la vida. Cuando estamos en él protestamos por las incomodidades, por la falta de sueño, porque no dormimos en nuestra cama, porque tenemos que despertarnos y hacer muchas horas de carretera, o de aviones, o de aeropuerto. Porque pasamos hambre y echamos de menos nuestra casa. Con el paso del tiempo descubrimos en las fotografías y en los vídeos que hicimos durante el recorrido,  sólo lo bueno.

Queda en nosotros la instantánea que muestra la sonrisa debajo del monumento o dentro del bosque soñado, o el mar que baña nuestros pies.

Ni la fotografía, ni el vídeo, muestran el calor sofocante que achicharraba nuestra sesera, el frío helador que atravesaba nuestros huesos o los mosquitos que asaeteaban nuestra piel en la playa que aparece idílica en el reportaje.

Quizás a semejanza de estos viajes terrenales, sean los otros viajes astrales que nos muestran los visionarios del planeta en libros, teorías y aseveraciones, página tras página, autor tras autor, en esta denominada literatura de auto ayuda.

Quizás, y digo solo quizás, los diferentes viajes por las diferentes vidas astrales sean parecidos a los de la tierra y en otro plano echemos de menos los buenos ratos que pasamos en este planeta.


jueves, 20 de julio de 2017

En la guarida de la fiera


                                   

Y fui arrastrada a las profundidades de la guarida de la fiera. Maniatada. Amordazada. Hundida en el rincón más lóbrego, aguardando sin saber mi destino.

Con el tiempo supe que estaba en la despensa, mantenida como posible tabla de salvación. En caso de ser necesario, sería devorada, poco a poco, cogiendo las partes de mi cuerpo que sirvieran como alimento, sin arrancarme la vida.

A trozos. En porciones. Consumida lentamente. Espaciado. Mientras, mis ojos permanecían ausentes. Mi voz no estallaba. Mis oídos no escuchaban. Pero, mi corazón latía acorde. Sistólico. Constante. Pertinaz. Único. Redondeando el ritmo que resonaba en la caverna de la guarida de la fiera.


 



domingo, 18 de junio de 2017

El corazón del Coro


Imagen cortesía de la Red

¿Alguno de vosotros ha oído hablar del latido del coro? Yo sí. Y no sólo he oído hablar de él, sino que he percibido su palpitar en directo, apretando la sangre en mis venas, erizando la piel, estremeciendo el pulso en la garganta.

El corazón del coro trepida en cada laringe, se impulsa vibrante en cada voz, resuena multiplicando los ecos y acalla disonancias.

Este Coro sueña y ama, se entrega y agita, se pierde y se olvida, se encuentra y resucita hecho armonía.

De sus cuerdas arrancan, más que notas, emociones cálidas que impregnan las almas. Hay complicidad, entusiasmo, valor, picardía, juegos, amanecer.

Es un coro con entrañas que invade espacios sonoros de luz y despierta mañanas.

El coro del que yo os hablo, mi coro, tiene un gran corazón que entrega en cada embestida de la voz, extendiendo en ondas sonoras un caudal de amor.

                                                                                                                                       A mi  Coro Galileo                                                                    

 

 

jueves, 8 de junio de 2017

Funeral por una camisa


Hoy se despide de la camisa, aquella que Claudio no le regaló y que sin embargo ha formado parte de su historia, en ese rincón del subconsciente donde surgen, desde la bruma infantil, los sueños.

Para ella era una quimera que él la introdujera en el ranking de los seres queridos, los de siempre, ésos sobre los que no hay duda de permanencia. Nos pertenecen y les pertenecemos más allá del tiempo y la distancia.

Claudio se lo dejó muy claro con la exclusión. Leonor no formaba parte de ellos. Y mira que lo intentó con todas sus ganas. Puso la voluntad al servicio del cariño y aunó amor con cordura, pasión con templanza, y sobre todas las cosas, puso la fe. Fe en ellos, fe en su resistencia, en su madurez, en su calidez-calidad de alma y espíritu, de visión común.

Quizás como tantas veces sucede en la vida, él solo era el reflejo de lo que ella quería ver. Cuando amamos, proyectamos en el ser querido la complementariedad de nuestro yo.

No sabe si es un ego maldito lo que le hace plasmar en el otro, irrealidades suplementarias. No sabe si es la literatura, la Era del Romanticismo que encumbró sentimientos inusuales hasta entonces. Solo sabe que debido a lo que desconoce, su alma siente tal y como es, romántica, entrañable, pródiga, generosa, entusiasta y pertinaz en la consecución de sus objetivos.

Con Claudio se equivocó de plano. Al cien por cien. Demasiado crédula, demasiado frágil dentro de su fortaleza.

Las armas de él eran otras, pulidas en mil batallas. ¿El atractivo de Leonor? la ingenuidad, el desconocimiento, la vulnerabilidad, la entrega, la falta de artificio. Llegó hasta Claudio como una inmensa bandera blanca tendida al sol, él la recibió como una rendición incondicional.

De ahí que no le naciera regalarle la camisa, de poco valor. No vayan a pensar que su compra deterioraba su estrecha economía. Estaba claro que en los saldos del gran almacén donde buscaban el regalo familiar el gasto no habría excedido el presupuesto, la oferta era de tres por dos. Le habría salido gratis.

Él no lo consideró. Le fue indiferente la mirada rebosando ilusión porque le demostrara que ella pertenecía a su élite. Fue la prueba definitiva. Otra más de las tantas que necesitó antes de apearse de la burra. No entraba en la ecuación de sus afectos esenciales, estaba claro. Volvió sobre sus pasos y compró, sin descuento, la preciada camisa. Esa camisa que ha sido el vivo recuerdo del desamor, el vivo recuerdo de su supervivencia.

Leonor la ha paseado durante años por el mundo entero como una señal de luz, de capacidad, de autosuficiencia, de entereza, de disfrute y de orgullo por no sucumbir ante el cerco de su desidia. Orgullo por no sentirse suya. Orgullo por ser capaz de construir su vida lejos de la manipulación, lejos de la soberbia, lejos de la acidez que machacaba los días.

Hoy dice adiós a la camisa que debió ser prueba de amor y se convirtió en adalid de su independencia. Ha compartido con ella sus mejores años, los que Claudio se ha perdido por no tenerla cerca.

Consciente de que el camino se elige cada amanecer. Consciente de que en un segundo puede decidir el derrotero de su existencia, Leonor sonríe porque supo ver a tiempo y con tino la mejor de las veredas.

La camisa fue con ella, enseña, blasón y bandera. Hoy, rinde su último homenaje a la blanca camisa blanca, que ha permanecido fiel a su lado hasta el fin. Estandarte de su libertad. Blasón, enseña y bandera.



lunes, 8 de mayo de 2017

Disfrutar de la vida


Saber disfrutar de la vida. Algo que no va unido al dinero, al poder, a las posesiones ni a las actividades que realicemos cada día, quizás sí esté ligado a con quién. A veces ni siquiera a eso.

Es cierto que hay un aporte extraordinario cuando somos cómplices en la realización de las más pequeñas o grandes acciones. Cómplices en la elaboración, cómplices en la consecución, cómplices en los objetivos y en los deseos, cómplices en la picardía, en la chispa.

Algo se quiebra en el instante que los caminos se bifurcan en meandros de querencias. Son los pequeños gestos los que hacen que los aconteceres cotidianos se conviertan en mágicos, que un suceso extraordinario lo sea aún más aderezado con un guiño. Salir de la rutina, adornar el hecho con la puntilla de la ilusión.

Cuando a la diversión de cualquier índole se le aplica la inflexibilidad horaria como si de un mero trabajo se tratara, muere. No hay emoción en la ejecución medida escrupulosamente. En la frialdad de datos que se acumulan con el único propósito de alcanzar el objetivo, desprovisto de exaltación, de quimeras, de alegría.

El desarrollo cuadriculado, un concepto que empapa cada una de nuestras ocupaciones despojándolas de su parte festiva, de los rituales bulliciosos que condimentan la existencia.

Todo se tiñe de un tono grisáceo en la rutina ejecutada al milímetro que no deja margen a la improvisación, al juego, al regocijo.

Echo de menos la complicidad que nos hacía llevar la misma ropa como una seña de identidad que esbozaba la aventura compartida.

Ahora impera la faceta rígida que impide que nos saltemos las costumbres a la torera para hacer algo diferente, sin margen para la espontaneidad. Se imponen en cambio los menús repetidos, los pasos contados, el camino invariable, la estructurada estructura que frena movimientos. Todo tiene que estar planificado, medido, contado.

Control, ese es el resumen. Controlar el proceso sin margen para el esparcimiento, la naturalidad, la imaginación, el júbilo. Un calculado ejercicio ejecutado dentro del ejército de la mediocridad. 

Saber disfrutar. Algo que no va unido al dinero, al poder, a las posesiones ni a la actividad que desarrollemos cada día. El disfrute es una semilla que germina en el corazón y florece sin causa definida, salvo, la decisión propia de hacer disfrutable cada momento de la vida.

De ahí mi indestructible determinación. En cualquier circunstancia. En las situaciones más difíciles. Bajo el fuego de la presión. En las encrucijadas más borrascosas. En los llanos y en las montañas. En los terremotos y en las bonanzas. En las tormentas y en las calmas que pulsen mi existencia. En todas ellas, decido ser feliz.

La búsqueda de la felicidad, vocación innegable del ser humano desde la cuna a la tumba. Yo la reivindico a puro grito, la hago mía con machacona insistencia, con decidido propósito.

Porque la felicidad está dentro de cada uno de nosotros, yo, libre y consciente, escojo ser feliz.



sábado, 18 de marzo de 2017

Un cuento de antaño

   
            


           - Doña Rosa, no se puede usted imaginar lo que me ha contado Don Francisco, el del 4º exterior.

          - Pues no Casilda, si no me da usted una pista, no tengo la más mínima idea de lo que le ha dicho el tal señor que no tengo el gusto de conocer.

         - Pero ¿cómo me dice usted que no le conoce? Es el ingeniero, el que vive solo porque la mujer le abandonó un buen o mal día. Vaya usted a saber si es bueno o malo. El caso es que ella se fue llevándose al único hijo y no la hemos vuelto a ver más. Él desde entonces vive a su aire, que yo por las noches o de amanecida veo entrar y salir cada pelandusca de su casa… que ya ya. Y es que tan señor que parece, con su buena educación de sombrero todos los días. Quién lo iba a pensar, pero así es, hágame usted caso.

         - Casilda por Dios, quieres usted parar de decirme cosas de Paquito, que ya sé quién es, si le conozco de toda la vida y dígame de una vez qué es lo que le ha contado.

          - Ni más ni menos me ha dicho que estando el otro día en el extranjero, si le conoce usted como dice ya sabrá que es un señor muy viajado y leído.

            - Sí, lo sé. Siga usted de una vez, que nos van a dar las uvas y yo tengo que hacer unos recados urgentes.

           - Pues eso, que estando en el extranjero en uno de esos países de Europa, vio que había gente tirada en el suelo y que los demás pasaban a su lado sin mirar, bueno, mirando lo justo para evitar tropezar con ellos. Y que nadie hacía nada por auxiliarles.

           - ¿Qué me dice usted? Eso es imposible de creer. ¿Cómo va a estar un ser humano tirado en el suelo y nadie le va a ayudar a levantarse si se ha caído, o preguntarle si necesita algo, o llamar a un médico? Eso es una invención, yo no me lo creo.

      - ¿Usted se figura salir a pasear por nuestro barrio y ver una criatura en esas condiciones y que no hubiera un alma caritativa que le preguntara qué le pasa?

      - Tiene usted muchísima razón, que el otro día mismo vi a Manuel, el sereno, tratando de recoger al borracho que todas las noches se tumba en el portal para llevarle a la Casa de Socorro, por lo visto se había hecho una brecha en la cabeza y como él solo no podía, llamó a un par de inquilinos que llegaban del trabajo, y allí se fueron los tres. Que hasta que no le dejaron en lugar seguro, no pararon.

         - ¡Quiá! Eso son cosas del extranjero, Doña Rosa, aquí en nuestra España eso no va a pasar nunca. Anda que no somos nosotros gente de buena ley, Mire usted, mucho dinero no tendremos, pero a generosos no nos gana nadie y si hay que repartir la olla y sacarle otro plato, se saca y todos tan contentos.

       - Es verdad ¡Qué suerte tenemos de no haber nacido en el extranjero! ¡Ay, Dios mío! está dando la media en la iglesia y yo todavía de palique. Me voy que tengo que preparar la cena. Y no se lo repito, si le apetece acompañarnos… donde comen tres, comen cuatro.

       - Muchas gracias, que sé que es de corazón, pero esta noche tengo a mi Antonio que viene a hacerme un ratito de compañía, ya le dije que se van turnando cada día para no dejarme sola. Estaban empeñados en que me fuera a vivir con uno de ellos, pero ya lo dice el refrán: El casado casa quiere y yo así estoy requetebién que bastantes años he tenido que hacer lo que otros me mandaban que El buey suelto bien se lame como decía mi madre, y que razón tenía...

      - La dejo que no puedo entretenerme ni un minuto más. Lo dicho, mañana nos vemos

    - Hasta mañana pues, Doña Rosa y… ¿sabe lo que le digo? que a mí lo que le ha contado Paquito, me parece que son cuentos.

          

 

jueves, 9 de febrero de 2017

Espectadores de vidas



Mira el ring desde fuera del cuadrilátero. Nada puede hacer salvo pedir en sus adentros que los golpes dejen de castigar a los púgiles enfrentados en cruento combate.

Es imposible acceder al cuadrado enmarcado por la luz donde resalta la dureza del ataque, la indefensión del más débil, las escasas armas que posee.

Su mayor valor es el coraje, la voluntad, el esfuerzo diario y mantenido, la seguridad en el triunfo.

Nada se puede hacer para ayudarles salvo permanecer en pie aguantando la sonrisa como bastón de apoyo en su contienda.

Él ya pasó por esa situación y aún conserva el regusto de sangre goteando de la nariz a la boca, el infinito cansancio, el aturdimiento.

Aún hoy y a pesar de sus años tiene que descender al infierno, calzarse los guantes, ajustarse el protector entre los dientes y saltar a la lucha que no da cuartel ni tregua.

La mayor parte del tiempo persiste, espectador lastrado, aguardando que rematen su faena, que puedan con el enemigo feroz que patea su cabeza y salgan incólumes de la lucha.

Aprieta los puños, hinca los talones, y ruega. No le queda otra que mantenerse a la espera.

 

lunes, 9 de enero de 2017

Graduación


Foto del Telescopio Espacial Hubble del cielo ultra profundo (2014)


No sabe la respuesta, tiene la certeza de lo aprendido en los años que lleva en el planeta Tierra.

Hay tantas teorías sobre para qué estamos aquí, sobre qué objetivo tiene la vida, acerca del porqué de la existencia...

Muchas religiones aseguran un paraíso después de un comportamiento acorde con sus reglas. Otras una estancia mejor o peor, según nuestras acciones, en el siguiente periplo terrenal. Los más descreídos inciden en que no existe nada, salvo perpetuar la especie, siendo portadores a través de la propia supervivencia del gen que hará posible que pervivan los superiores. En algunas, lo abstracto de sus creencias se pierde en vaguedades o teoremas.

Lo que Pascual sabe a ciencia cierta, experimentado en su piel, en sus neuronas, en sus vivencias, es que es mucho más sabio que cuando saltó a la vida hecho un paquete de carne rosada, ojos y llanto a partes iguales.

Sabe qué, desde los incipientes pasos vacilantes, los torpes balbuceos, la incertidumbre ante cualquier acontecimiento, la inocencia expuesta en exceso, el desconocimiento, el rechazo, el atrevimiento, la desconfianza, la osadía, la ignorancia y el miedo que formaron parte de él durante los años de infancia, pubertad y adolescencia, ha llegado a la madurez consciente de que cada día ejecuta una nueva tarea de aprendizaje. Para ello, no tiene que esforzarse, las cosas suceden a su alrededor y él reacciona como mejor sabe, puede o entiende.

Es una cuestión de adaptación al medio, unido a los impulsos irracionales que ponen en marcha la cinta grabadora de situaciones y experiencias que reproducen circunstancias similares y la reacción que tuvo ante ellas.

No necesita tener un fin concreto ni una meta, para él es más que suficiente con disfrutar el día a día con las herramientas que le han proporcionado los años. Disfruta resolviendo situaciones que antes le habría resultado imposible superar, o si lo hubiera hecho habría sido a costa de un gran desgaste, de inmensos sufrimientos.

El crecimiento emocional junto con las situaciones vividas, buenas, malas, regulares, espantosas o sublimes, todas ellas extraordinarias, le han hecho crecer como ser humano. Al fin se ha licenciado en la escuela de la vida y ahora disfruta a pleno placer desarrollando su oficio.

Lo mejor es que no le importa el por qué ni el cuándo, el cómo ni el dónde. Percibe el hecho de estar vivo sin preocuparle la seguridad de saber que algún día dejará de estarlo.

Quizás exista un motivo, o no, para explicar el tránsito de las vidas por la tierra. Puede que todo tenga una razón, o no. Es posible que seamos el resultado de la casualidad-causalidad en este Universo formado por más de cien mil millones de galaxias, o el producto de una mente prodigiosa.

A Pascual le da exactamente igual. Nació, vivió, se reprodujo y un día morirá como todos los seres vivos. No tiene mayor importancia.

En el entretanto, cada hora, minuto y segundo, se regocija por su evolución y goza con el grado de aprendizaje. Maestro de nadie, ejecuta para sí las múltiples acrobacias emocionales, piruetas del alma-entendimiento-corazón-cerebro, que le permiten sobrevolar los espacios dando saltos mortales en la intensidad de los días.



jueves, 8 de diciembre de 2016

Censura


Se giró de improviso alertada por el cosquilleo en la nuca, el hombre de piel cetrina y mirada sucia clavó los ojos sobre ella con un sentido de la propiedad sorprendente. El breve contacto duró el tiempo que ella tardó en darse la vuelta girando sobre sí misma para cambiar de postura.

El sol acarició su espalda. Colocó de nuevo el sombrero de manera que la sombra cayera sobre el rostro y cerró los ojos con aire displicente.

El gesto bastó para indicar al desconocido que pasara de largo.

-No está hecha la miel para la boca del burro –pensó.

Ese día en la piscina no había nadie más en topless. Por desgracia era la única que disfrutaba del juego de los rayos del sol sobre el pecho despojado de cintas y colgajos que estorbaran el aire que acariciaba su torso desnudo.

La mayoría de los días la acompañaban en su pequeña aventura libertaria media docena de mujeres, bragadas en las lides de sortear torvas miradas lascivas y condenatorias de hombres y mujeres a la par.

Normalmente solían ser mujeres mayores de cuerpos ajados las que disfrutaban de lo que tanto les había costado conseguir.

España es uno de los pocos países donde se permite el topless, derecho que Amelia había estado esperando durante muchos años.

Cuando llegó como una ola de modernidad estaba convencida que sería una costumbre que seguirían las mujeres en masa.

Cansada como estaba de ver torsos de hombres que se podrían confundir, por sus redondeces en pecho y abdomen, con el de una mujer en estado de gravidez.

Hastiada de padecer la humedad del bañador pegado a la piel obstaculizando el calorcito del sol y la soltura de movimientos en el agua, por no decir del nudo y los tirantes que atenazaban la nuca y los hombros con una presión insufrible a veces. Pensó que sería un movimiento natural quitarlo, como el que había acortado las faldas o eliminado cancanes y refajos.

Su sorpresa fue mayúscula al ver que sólo unas pocas valientes comenzaron a salpicar las playas mostrando el pecho desnudo. Las otras se dedicaron a murmurar por lo alto o por lo bajo criticando la poca vergüenza de las practicantes.

Ahora al cabo de más de treinta años, nada ha cambiado. Sigue estando en minoría como en tantos otros campos de la vida.

Sin prestarle más atención al asunto vuelve a girar el cuerpo hacia el sol temprano de la mañana, coge el libro y reanuda la lectura.

Su victoria es seguir siendo fiel a sí misma sin importarle la opinión de los demás en ningún terreno de la vida. Campa a sus anchas por el mundo que ha construido a imagen y semejanza de sus necesidades vitales.

Libre, en sus deseos y designios, en sus obligaciones y retos, en sus placeres y caminos. Libre para asumir riesgos, para superar obstáculos, para afrontar la vida con sus armas y a su buen entender.

Consecuente y lúdica contempla el mundo desde su atalaya resplandeciente, crisálida de luz que abre sus alas al comienzo de la mañana.

 



martes, 8 de noviembre de 2016

Desterrar el miedo


La vida germina entre escombros, entre basuras, en la tierra que se pensaba estéril asolada por la lava, en las rocas.

Tomo ejemplo e irradio voluntad de permanencia en un mundo que multiplica las malas noticias y retumba en eco haciendo difícil el día a día, removiendo su porquería en un alarde constante y machacón que las bocas de los no pensantes repiten incansables.

Da lo mismo el mensaje, la consigna prende en sus maleables cerebros que se queda enganchada como la aguja en el surco rayado de un LP.  Renuentes a ser fértil semilla que dé vida a su entorno. No hay cambios radicales en situaciones críticas. Sí es posible el cambio humilde y discreto de las aportaciones personales al entorno.

Discrepo con todos los tremendistas correiveidiles de las malas noticias, voceros de las desgracias del mundo.

No por ignorancia ni por comodidad. Es sabiduría. La sabiduría que prestan los años a la salvaje explosión del comienzo que trastoca los sentidos y obliga, y enardece.

Quizás a destiempo, quizás sin motivo o con él. Desde la inexperiencia no sabemos administrar las fuerzas, preparar la estrategia, dirigir el ataque. Nos consume la llama de la juventud atropelladora de todo lo que no sea su fuerza vital desbordada en energía.

Falta la reflexión, la tranquilidad que se acumula a lo largo del camino, que atempera las ganas y busca vías reales como alternativas a la utopía.

Propugno, por tanto, desterrar al miedo en ostensible rebeldía con todo aquello que siembra la cobardía.

Exalto a tomar las armas a nuestro alcance y apuntalar la existencia, sin dejarnos abatir por las malas noticias.

 

viernes, 7 de octubre de 2016

Visita




Has venido a visitarme dejando un perfume de rosas blancas envuelto con la sonrisa serena y el suave tacto de tus manos.

Has llegado en la madrugada aportando tu mundo de luz al espacio oscuro donde a veces se esconde mi alma.

Tu voz, cascabel de plata, me ha hablado de realidades diáfanas en mundos libres y enteros donde florece en plenitud la vida.

He sabido a través de ti que somos una proyección que habita espacios irreales en mundos paralelos que interactúan a través de los sueños. Punto de fuga.

He almacenado tu fuerza, energía pura en movimiento que calma y enardece, que cura y alienta. Saltando, amparada en tus brazos, corpúsculos de miedo.

Has llegado hasta mí para festejar tu cumpleaños remontando barreras inexistentes, la muerte, la materia, el olvido.

Hoy habrías cumplido noventa y siete años en esta proyección de mundo que imaginamos.

Hoy has sacado de paseo a mi alma atormentada despertando la conciencia dormida que late en su interior y que bulle, alborotada, en esta mañana feliz, henchida de ti.


  

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Los ocupantes de espacios



En verano se pueblan las calles con seres distintos al resto del año. Ocupan aceras, comercios, plazas y avenidas, rincones y bancos, a buen recaudo del sol agosteño.

Hacia tiendas y bares, ambientes vedados cuando los habitan los presurosos, fluye la marea de los desposeídos de años, de futuro, de salud, de perspectivas, de sueños.

Despejada la ciudad de los que encarnan el presente, queda libre para los que acuñan carencias en fotogramas amarillos de cartón piedra.

Se atreven, en ausencia de los veloces que atraviesan el espacio con la premura de lo mucho por hacer, a lanzar su paso vacilante en la pasarela diáfana, durante las horas tempranas, antes de que apriete el calor. Cual ejército desarbolado trastabillan unidos al mástil del largo bastón, a derecha e izquierda, buscando el ansiado equilibrio.

Los debutantes en el mundo de las sombras, osan palpar caminos, abriendo sendas a la oscuridad del mañana.

Ante el vacío de los coches emigrados a las playas con padres, niños, maletas y perros en busca del alborotado sosiego, otro parque móvil se asienta con seguridad. Los usuarios de sillas de ruedas compiten en modelo, maestría y ligereza por las pistas desocupadas. Dueños absolutos del lugar se trasladan en infinidad de artilugios recién estrenados.

Los snowboards ceden el espacio diario de brincos y piruetas que han cambiado por el salto marino sobre las olas a los trémulos debutantes octogenarios.

Contempladores de prisas desde sus ventanas de invierno, hombres y mujeres en ráfagas de impaciencia desplegando la excitación que les produce alcanzar la meta diaria en la caótica ciudad de las distancias. Ahora pueden, sin miedo al sobresalto que les provoca la vorágine rayana en la locura de la celeridad urbana, salir a la palestra.

Convergen en la danza asincrónica que les mueve, pieles de cera, miradas despiertas, en este agosto madrileño que aviva, con la anchura del espacio y la inexistencia de urgencias, las ganas de vivir como seres completos.

Atrás quedan los fríos, las lluvias, las vías abarrotadas, dónde, por no encontrar, no encuentran espacio para desplazarse, ni paciencia por parte de las jaurías que deambulan prisioneros del furor, esclavos de sus contiendas.

Es magnífico observarlos desarrollar sus capacidades en libertad, sin que nadie enturbie las aguas por las que navegan, dueños de los paseos y las horas, en el frescor temprano del día, cuando la vida comienza.



lunes, 1 de agosto de 2016

SE VENDE





Vendo al mejor postor duelos y quebrantos, despedidas, sueños rotos, desidias, amarguras, frustración, olvido, lágrimas, infiernos en vida, guerras, genocidios, odio a lo diferente, escuelas de rencores, ladrones de sueños, pequeñas actitudes egoístas, grandes gestos de exterminio, voluntades torcidas, malas entrañas, destrucción y muerte sin medida.

Compro alas para volar, voluntad, esfuerzo, trabajo constructivo, amor, solidaridad, paciencia, tolerancia, pasión por la vida, entrega a los demás, sonrisas, buenas ideas, abrazos, calidad de vida, corazones de niños, ingenuidad, valor, escudos de sueños, espíritus generosos, calidez, proximidad, estallidos de risa, paz.

Los mercaderes del miedo son ávidos compradores. Su stock, si conseguimos que les supere, se arrinconará en oscuros almacenes enterrados en grandes cajas cerradas con barras de acero, lacrados por la inutilidad de su oferta al mercado de valores de la vida.

Mi mercancía en cambio, sin políticos mercachifles que lastren su tenencia, circulará en libre comercio extendida por pueblos y ciudades, maná generoso cubriendo la faz de la tierra. La buena gente, mayoría en todos los rincones del orbe enarbolará su bandera irisada y el mundo será tal y como yo lo imagino.

En trueque, si no es posible la venta, ofrezco dos por uno.



miércoles, 22 de junio de 2016

El ajuar




Germán se para en el comedor y gira mirando en torno a él asombrado por todo lo que posee. Ha trabajado duro. Cierto es que nadie le ha regalado nada. Pero realmente le sorprende tener tantas cosas.

Su ajuar comenzó con dos cubiertos. Dos cucharas, dos tenedores y dos cuchillos. Ése fue el principio. Nunca había poseído nada suyo a excepción de sus objetos personales. Su ropa, el plumier, libros de estudio, cuadernos, algún que otro juguete. Por no tener ni siquiera tuvo cuarto propio. Ser el menor acarreaba esas diferencias. También tenía sus ventajas. Aunque no fueran suyos, disfrutaba de los comics, tebeos y música que había en abundancia, junto a una buena y diversa biblioteca. Tan diversa como los gustos de cada uno de los habitantes de la casa.

Con sus primeros sueldos, ganados a temprana edad, adquirió sus propios libros pagados a plazos. Por Reyes le regalaron un diario en el cual comenzó a anotar sus grandes y pequeñas aventuras.

Cuando Elena y él decidieron vivir juntos vino el problema. Montar una casa con todo lo que eso conlleva no era fácil. Con ayuda de los padres se aprovisionaron de ropas, manteles, sabanas, toallas y muebles. Algunos comprados, los más cedidos por familiares simpatizantes con su causa.

De esta manera armaron su humilde hogar. Incluso con algún electrodoméstico tan imprescindible como la nevera.

La tele de 12 pulgadas les llegó, pasados unos meses, de manos de una tía que la tenía arrinconada en el cuarto de estar.

Más tarde todo siguió la evolución lógica, sus posesiones aumentaron con el paso de los años. Con la llegada de los hijos el hogar creció y con él sus pertenencias.

Les fueron invadiendo los libros que se contaban por cientos, se multiplicaron los discos y casetes, necesitaron aumentar las vajillas, fuentes, vasos, cacerolas, cuberterías, camas, lámparas, sillones, sillas y mesas poblaron la nueva casa acorde a sus nuevas necesidades.

¡Cuántas cosas ocupando el espacio! ¡Qué derroche de innecesarios cachivaches, adornos, cuadros...! Enseres y más enseres rellenaron suelos y tabiques

Al fin se completó la casa para desarrollar una vida feliz. O eso pensaba.

Fue entonces cuando comenzó el desdoblamiento, la huida, el embargo, la muerte, la escapada. El ritmo natural de la vida impuso su hacer.

Parte de las cosas se fueron con cada uno de ellos. Cada quién se llevó lo que pensaba que era suyo desgajando las ramas del tronco. Recogieron sus frutos para llenar los huecos de otros lugares, para cubrir otras paredes.

La historia se repetía. Los hijos comenzaban otra vida en otros emplazamientos.

En la actualidad se encuentra, danzante de silencios, con tantas cosas que no precisa…

Es tan poco lo que necesita para vivir… ¿Por qué la madriguera, la caverna, la cueva, se han transformado en un laberinto de cuartos y pasillos llenos de objetos?

En realidad todo sobra y todo falta. Lo esencial se pierde en el bosque del tengo.

¿Qué apoyo pretendemos extraer de las cosas materiales que nos rodean? -Se preguntaba- Con los años es más innecesaria su presencia.

De niño jugaba a los tenderos y ahora desocupado de obligaciones profesionales sigue jugando “Me pone ciento cincuenta gramos de…. Un cuarto de… Sí con eso es más que suficiente. Para mí solo me basta y sobra”- Y lo que eran ladrillos machacados para simular pimentón, hojas que hacían las veces de filetes o pescado, y guijarros por monedas, revolotean por su imaginación mientras espera pacientemente a ser atendido.

Tiene la sensación de seguir jugando en esta ensoñación volátil de las horas muertas. La percepción de que nada es suyo, ni tan siquiera el cuerpo que pasea su espíritu. Ni el presente, ni el mañana, ni el ayer, ni el ahora. Imágenes de un daguerrotipo que proyecta sobre la pared vidas ajenas.

La partida continúa. Ruedan los dados. Caen los peones y el jaque mate llega. Entonces sobra todo, incluso, el cuerpo que le contiene.

Germán lo sabe. De ahí el rechazo a la acumulación sin sentido, a la posesión sin alma de objetos muertos. De ahí su desconcierto.

Entre todos ellos, busca y coge la guitarra, la pulsa entre sus dedos y canta una canción. La música le envuelve y deja de pensar.



sábado, 14 de mayo de 2016

La obra de enfrente



Me despierta el trepidar salvaje en pleno sueño. La realidad rompe en golpe de máquina y zumbidos destemplados la quietud reinante hace unas horas.

Frente a mi ventana, excavadoras, topadoras, zanjadoras, hormigón, cemento y polvo de ladrillo cayendo en improvisados copos rojos.

Los obreros semejan astronautas recién llegados del Espacio, cascos, guantes y trajes que les protegen del frío invernal que agosta el aliento.

Desde hace meses, veo construir día a día lo que será, en un mañana incierto, abrigo de personas, refugio de almas. Comedores, cocinas y estancias donde la vida desenrollará su cinta elástica de aconteceres.

Me fascina contemplar la evolución de las obras. Debe ser contagioso, porque más de un curioso espectador se aposenta cerca de la valla y otea, durante un tiempo indeterminado, las maniobras que ejecutan hombres y maquinas.

El espectáculo estruendoso se ha convertido en mi reflexión diaria. Una y otra vez sucumbo ante la idea. Con qué facilidad se destruye y cuan ardua es la tarea de edificar. Da igual a qué plano de la vida extienda mi reflexión.

En el plano racional, irracional, humano, mecánico. Cuántos lustros tarda un árbol en extender su copa al viento, gigante del bosque. Bastan unos minutos para que la sierra sesgue su hermoso tronco, hermano de mil lunas.

Cuántos años de esfuerzo, entrega, cuidados, para forjar un ser humano. Una fortuna de abrazos y sueños se dilapida por un disparo certero o el filo de una navaja.

Años alimentando al toro, libre en las dehesas, señor de vacas y praderas y un estoque en la plaza, después del martirio, acaba limpiamente, si tiene suerte, en un segundo con ella.

Torres, las llamadas más altas del mundo, derribadas como un castillo de naipes por la sinrazón y el odio a lo diferente.

Edificios dinamitados en instantes volando por los aires.

Bosques arrasados por ambición, inconsciencia o locura pirómana.

Amores eternos que agonizan en la bocanada de un desencuentro.

Libros quemados. Grandes bibliotecas calcinadas por la ignorancia y el ánimo de manipular al pueblo desconectándole del conocimiento.

¡Qué fácil es destruir!

De ahí, pienso, el embeleso, la fascinación que me lleva todos los días a contemplar, junto a espectadores anónimos, la conjunción del esfuerzo que nos hace avanzar contra viento y marea.

En todas las circunstancias padecidas por el hombre, por muy adversas que hayan sido, ha salido adelante. Su capacidad de adaptación, unida al espíritu indomable que le hace progresar sin doblegarse, le ha ayudado en la ingente tarea de construir un mundo mejor.

Sé que muchos no estarán de acuerdo conmigo cuando digo que el mundo que vivimos es mejor. Yo defiendo el avance de la Humanidad como gran colectivo. Sé, soy consciente de que en el camino se pierden individuos, grupos, generaciones. Épocas de sombras se alternan con épocas de luz en el sube y baja del carrusel de la Historia.

Si miramos a nuestro alrededor y echamos la vista atrás, al siglo que queramos, podemos constatar cómo ha evolucionado la medicina, las condiciones humanas, el respeto por la vida. Logros que alcanzan a todos en una u otra medida.

En un tiempo no muy lejano la existencia no tenía ningún valor, nadie peleaba por los Derechos Humanos, la infancia trabajaba en todo el planeta sin que nadie alzara una voz en su defensa, las plagas exterminaban ciudades enteras, no existía un Primer Mundo al que culpar o exigir cooperación, ni ayudas generosas para paliar los desastres.

Son muchas las manos necesarias para edificar, mucho el esfuerzo, mucha la voluntad, mucho el tiempo.

Mi visión diaria de la obra de en frente me afianza en la idea.

A pesar de lo fácil que se deshace lo formado, el resultado perdura.

No importa que algunos, los menos, aunque parezcan muchos (una mala acción resalta sobre millones de buenas conductas) pretendan acabar con los avances alcanzados.

A pesar de las hordas que a diario intentan arrasar el planeta, los logros conseguidos perduran, y si caen por avatares diversos, en su lugar, millones de voluntades persisten en la tarea y siguen construyendo para alcanzar un futuro mejor. El nuestro.


miércoles, 13 de abril de 2016

Barrido

A veces tener memoria, no es bueno. A veces perderse en el olvido de las fechas que acontecieron, aporta serenidad y distancia.

Dicen que es bueno recordar, que el cerebro se fortalece con las evocaciones. Yo recupero el derecho al olvido para los días que cercenaron la memoria, donde acontecimientos y vicisitudes pasaron su cuchilla cortando los hilos del tiempo feliz.

No es bueno recapitular cuando todos los hechos se agrupan sin distinción. Días de arcoíris y esencias, esperanzas y sueños, se mezclan con días amargos llenos de desconsuelo.

Todo sucede y se guarda en la memoria del disco duro que es nuestro cerebro. El recuerdo de los ausentes revive con el calendario.

Inevitable rememorar fechas de destrucción y olvido, de muerte y entierro, de enfermedad y tormento, de separaciones y duelos.

Es bueno recordar, dicen. Yo, en esta fecha, que martillea el almanaque en recuerdo de tu dolor. Reniego de ello.

                                                                             

sábado, 19 de marzo de 2016

Los niños diferentes



Hay veces que detrás del gesto amargo existen potentes razones que desconocemos.

Juzgamos alegremente lo que nos parece una mala actitud demandando una sonrisa pronta que responda a nuestro requerimiento.

Solicitamos en nuestra inconsciente insolencia que brote la bienvenida de sonrisa abierta y alma blanca.

Qué lejos estamos de conocer lo que esconde el gesto huraño que pide cuentas a la vida por el alto coste que paga cada día.

Desnudo el puerto donde anudar su alma deshilvanada en flecos de angustia.

Obstruida la vereda por la enfermedad que altera la infancia dormida en la mañana y vuelca espinas en la tierna adolescencia.

Padres todos, de esos hijos en la frontera que olvida y calla, que estalla y grita, que llora y clama por su lugar en el mundo.

Todos somos padres de los hijos huérfanos de mañana, que se escurre, fantasma insólito de los días y las noches, donde la luz clama por los niños diferentes del mundo, que acarician estrellas.