Me despierta el trepidar salvaje en pleno
sueño. La realidad rompe en golpe de máquina y zumbidos destemplados la quietud
reinante hace unas horas.
Frente a mi ventana, excavadoras,
topadoras, zanjadoras, hormigón, cemento y polvo de ladrillo cayendo en
improvisados copos rojos.
Los obreros semejan astronautas recién
llegados del Espacio, cascos, guantes y trajes que les protegen del frío
invernal que agosta el aliento.
Desde hace meses, veo construir día a día
lo que será, en un mañana incierto, abrigo de personas, refugio de almas.
Comedores, cocinas y estancias donde la vida desenrollará su cinta elástica de
aconteceres.
Me fascina contemplar la evolución de las
obras. Debe ser contagioso, porque más de un curioso espectador se aposenta
cerca de la valla y otea, durante un tiempo indeterminado, las maniobras que
ejecutan hombres y maquinas.
El espectáculo estruendoso se ha convertido
en mi reflexión diaria. Una y otra vez sucumbo ante la idea. Con qué facilidad
se destruye y cuan ardua es la tarea de edificar. Da igual a qué plano de la
vida extienda mi reflexión.
En el plano racional, irracional, humano,
mecánico. Cuántos lustros tarda un árbol en extender su copa al viento, gigante
del bosque. Bastan unos minutos para que la sierra sesgue su hermoso tronco,
hermano de mil lunas.
Cuántos años de esfuerzo, entrega,
cuidados, para forjar un ser humano. Una fortuna de abrazos y sueños se
dilapida por un disparo certero o el filo de una navaja.
Años alimentando al toro, libre en las
dehesas, señor de vacas y praderas y un estoque en la plaza, después del
martirio, acaba limpiamente, si tiene suerte, en un segundo con ella.
Torres, las llamadas más altas del mundo,
derribadas como un castillo de naipes por la sinrazón y el odio a lo diferente.
Edificios dinamitados en instantes volando
por los aires.
Bosques arrasados por ambición,
inconsciencia o locura pirómana.
Amores eternos que agonizan en la bocanada
de un desencuentro.
Libros quemados. Grandes bibliotecas
calcinadas por la ignorancia y el ánimo de manipular al pueblo desconectándole
del conocimiento.
¡Qué fácil es destruir!
De ahí, pienso, el embeleso, la
fascinación que me lleva todos los días a contemplar, junto a espectadores
anónimos, la conjunción del esfuerzo que nos hace avanzar contra viento y
marea.
En todas las circunstancias padecidas por
el hombre, por muy adversas que hayan sido, ha salido adelante. Su capacidad de
adaptación, unida al espíritu indomable que le hace progresar sin doblegarse,
le ha ayudado en la ingente tarea de construir un mundo mejor.
Sé que muchos no estarán de acuerdo
conmigo cuando digo que el mundo que vivimos es mejor. Yo defiendo el avance de
la Humanidad como gran colectivo. Sé, soy consciente de que en el camino se
pierden individuos, grupos, generaciones. Épocas de sombras se alternan con
épocas de luz en el sube y baja del carrusel de la Historia.
Si miramos a nuestro alrededor y echamos la
vista atrás, al siglo que queramos, podemos constatar cómo ha evolucionado la
medicina, las condiciones humanas, el respeto por la vida. Logros que alcanzan
a todos en una u otra medida.
En un tiempo no muy lejano la existencia
no tenía ningún valor, nadie peleaba por los Derechos Humanos, la infancia
trabajaba en todo el planeta sin que nadie alzara una voz en su defensa, las
plagas exterminaban ciudades enteras, no existía un Primer Mundo al que culpar
o exigir cooperación, ni ayudas generosas para paliar los desastres.
Son muchas las manos necesarias para
edificar, mucho el esfuerzo, mucha la voluntad, mucho el tiempo.
Mi visión diaria de la obra de en frente
me afianza en la idea.
A pesar de lo fácil que se deshace lo
formado, el resultado perdura.
No importa que algunos, los menos, aunque
parezcan muchos (una mala acción resalta sobre millones de buenas conductas)
pretendan acabar con los avances alcanzados.
A pesar de las hordas que a diario
intentan arrasar el planeta, los logros conseguidos perduran, y si caen por
avatares diversos, en su lugar, millones de voluntades persisten en la tarea y
siguen construyendo para alcanzar un futuro mejor. El nuestro.
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