miércoles, 1 de noviembre de 2017
S.O.S.
viernes, 22 de septiembre de 2017
El desgaste de los años
lunes, 21 de agosto de 2017
¿Reencarnación?
jueves, 20 de julio de 2017
En la guarida de la fiera
Y fui arrastrada a las profundidades
de la guarida de la fiera. Maniatada. Amordazada. Hundida en el rincón más
lóbrego, aguardando sin saber mi destino.
Con el tiempo supe que estaba en la despensa, mantenida como posible tabla de salvación. En caso de ser necesario, sería devorada, poco a poco, cogiendo las partes de mi cuerpo que sirvieran como alimento, sin arrancarme la vida.
A trozos. En porciones. Consumida lentamente. Espaciado. Mientras, mis ojos permanecían ausentes. Mi voz no estallaba. Mis oídos no escuchaban. Pero, mi corazón latía acorde. Sistólico. Constante. Pertinaz. Único. Redondeando el ritmo que resonaba en la caverna de la guarida de la fiera.
domingo, 18 de junio de 2017
El corazón del Coro
Imagen cortesía de la Red |
¿Alguno de vosotros ha oído hablar del latido del coro? Yo sí. Y no sólo he oído hablar de él, sino que he percibido su palpitar en directo, apretando la sangre en mis venas, erizando la piel, estremeciendo el pulso en la garganta.
El corazón del coro trepida en cada laringe, se impulsa vibrante en cada voz, resuena multiplicando los ecos y acalla disonancias.
Este Coro sueña y ama, se entrega y agita, se pierde y se olvida, se encuentra y resucita hecho armonía.
De sus cuerdas arrancan, más que notas, emociones cálidas que impregnan las almas. Hay complicidad, entusiasmo, valor, picardía, juegos, amanecer.
Es un coro con entrañas que invade espacios sonoros de luz y despierta mañanas.
El coro del que yo os hablo, mi coro, tiene un gran corazón que entrega en cada embestida de la voz, extendiendo en ondas sonoras un caudal de amor.
A mi Coro Galileo
jueves, 8 de junio de 2017
Funeral por una camisa
Hoy se despide de la camisa, aquella que Claudio no le regaló y que sin embargo ha formado parte de su historia, en ese rincón del subconsciente donde surgen, desde la bruma infantil, los sueños.
Para ella era una quimera que él la introdujera en el ranking de los seres queridos, los de siempre, ésos sobre los que no hay duda de permanencia. Nos pertenecen y les pertenecemos más allá del tiempo y la distancia.
Claudio se lo dejó muy claro con la exclusión. Leonor no formaba parte de ellos. Y mira que lo intentó con todas sus ganas. Puso la voluntad al servicio del cariño y aunó amor con cordura, pasión con templanza, y sobre todas las cosas, puso la fe. Fe en ellos, fe en su resistencia, en su madurez, en su calidez-calidad de alma y espíritu, de visión común.
Quizás como tantas veces sucede en la vida, él solo era el reflejo de lo que ella quería ver. Cuando amamos, proyectamos en el ser querido la complementariedad de nuestro yo.
No sabe si es un ego maldito lo que le hace plasmar en el otro, irrealidades suplementarias. No sabe si es la literatura, la Era del Romanticismo que encumbró sentimientos inusuales hasta entonces. Solo sabe que debido a lo que desconoce, su alma siente tal y como es, romántica, entrañable, pródiga, generosa, entusiasta y pertinaz en la consecución de sus objetivos.
Con Claudio se equivocó de plano. Al cien por cien. Demasiado crédula, demasiado frágil dentro de su fortaleza.
Las armas de él eran otras, pulidas
en mil batallas. ¿El atractivo de Leonor? la ingenuidad, el desconocimiento, la
vulnerabilidad, la entrega, la falta de artificio. Llegó hasta Claudio como una
inmensa bandera blanca tendida al sol, él la recibió como una rendición
incondicional.
De ahí que no le naciera regalarle la camisa, de poco valor. No vayan a pensar que su compra deterioraba su estrecha economía. Estaba claro que en los saldos del gran almacén donde buscaban el regalo familiar el gasto no habría excedido el presupuesto, la oferta era de tres por dos. Le habría salido gratis.
Él no lo consideró. Le fue indiferente la mirada rebosando ilusión porque le demostrara que ella pertenecía a su élite. Fue la prueba definitiva. Otra más de las tantas que necesitó antes de apearse de la burra. No entraba en la ecuación de sus afectos esenciales, estaba claro. Volvió sobre sus pasos y compró, sin descuento, la preciada camisa. Esa camisa que ha sido el vivo recuerdo del desamor, el vivo recuerdo de su supervivencia.
Leonor la ha paseado durante años por el mundo entero como una señal de luz, de capacidad, de autosuficiencia, de entereza, de disfrute y de orgullo por no sucumbir ante el cerco de su desidia. Orgullo por no sentirse suya. Orgullo por ser capaz de construir su vida lejos de la manipulación, lejos de la soberbia, lejos de la acidez que machacaba los días.
Hoy dice adiós a la camisa que debió ser prueba de amor y se convirtió en adalid de su independencia. Ha compartido con ella sus mejores años, los que Claudio se ha perdido por no tenerla cerca.
Consciente de que el camino se elige cada amanecer. Consciente de que en un segundo puede decidir el derrotero de su existencia, Leonor sonríe porque supo ver a tiempo y con tino la mejor de las veredas.
La camisa fue con ella, enseña, blasón y bandera. Hoy, rinde su último homenaje a la blanca camisa blanca, que ha permanecido fiel a su lado hasta el fin. Estandarte de su libertad. Blasón, enseña y bandera.
lunes, 8 de mayo de 2017
Disfrutar de la vida
Saber disfrutar de la vida. Algo que
no va unido al dinero, al poder, a las posesiones ni a las actividades que
realicemos cada día, quizás sí esté ligado a con quién. A veces ni siquiera a eso.
Es cierto que hay un aporte extraordinario cuando somos cómplices en la realización de las más pequeñas o grandes acciones. Cómplices en la elaboración, cómplices en la consecución, cómplices en los objetivos y en los deseos, cómplices en la picardía, en la chispa.
Algo se quiebra en el instante que los caminos se bifurcan en meandros de querencias. Son los pequeños gestos los que hacen que los aconteceres cotidianos se conviertan en mágicos, que un suceso extraordinario lo sea aún más aderezado con un guiño. Salir de la rutina, adornar el hecho con la puntilla de la ilusión.
Cuando a la diversión de cualquier índole se le aplica la inflexibilidad horaria como si de un mero trabajo se tratara, muere. No hay emoción en la ejecución medida escrupulosamente. En la frialdad de datos que se acumulan con el único propósito de alcanzar el objetivo, desprovisto de exaltación, de quimeras, de alegría.
El desarrollo cuadriculado, un concepto que empapa cada una de nuestras ocupaciones despojándolas de su parte festiva, de los rituales bulliciosos que condimentan la existencia.
Todo se tiñe de un tono grisáceo en la rutina ejecutada al milímetro que no deja margen a la improvisación, al juego, al regocijo.
Echo de menos la complicidad que nos hacía llevar la misma ropa como una seña de identidad que esbozaba la aventura compartida.
Ahora impera la faceta rígida que impide que nos saltemos las costumbres a la torera para hacer algo diferente, sin margen para la espontaneidad. Se imponen en cambio los menús repetidos, los pasos contados, el camino invariable, la estructurada estructura que frena movimientos. Todo tiene que estar planificado, medido, contado.
Control, ese es el resumen. Controlar el proceso sin margen para el esparcimiento, la naturalidad, la imaginación, el júbilo. Un calculado ejercicio ejecutado dentro del ejército de la mediocridad.
Saber disfrutar. Algo que no va unido
al dinero, al poder, a las posesiones ni a la actividad que desarrollemos cada
día. El disfrute es una semilla que germina en el corazón y florece sin causa
definida, salvo, la decisión propia de hacer disfrutable cada momento de la
vida.
De ahí mi indestructible determinación. En cualquier circunstancia. En las situaciones más difíciles. Bajo el fuego de la presión. En las encrucijadas más borrascosas. En los llanos y en las montañas. En los terremotos y en las bonanzas. En las tormentas y en las calmas que pulsen mi existencia. En todas ellas, decido ser feliz.
La búsqueda de la felicidad, vocación innegable del ser humano desde la cuna a la tumba. Yo la reivindico a puro grito, la hago mía con machacona insistencia, con decidido propósito.
Porque la felicidad está dentro de cada uno de nosotros, yo, libre y consciente, escojo ser feliz.
sábado, 18 de marzo de 2017
Un cuento de antaño
- Pues no Casilda, si no me da usted una pista, no tengo la más mínima idea de lo que le ha dicho el tal señor que no tengo el gusto de conocer.
- Pero ¿cómo me dice usted que no le conoce? Es el ingeniero, el que vive solo porque la mujer le abandonó un buen o mal día. Vaya usted a saber si es bueno o malo. El caso es que ella se fue llevándose al único hijo y no la hemos vuelto a ver más. Él desde entonces vive a su aire, que yo por las noches o de amanecida veo entrar y salir cada pelandusca de su casa… que ya ya. Y es que tan señor que parece, con su buena educación de sombrero todos los días. Quién lo iba a pensar, pero así es, hágame usted caso.
-
Muchas gracias, que sé que es de corazón, pero esta noche tengo a mi Antonio
que viene a hacerme un ratito de compañía, ya le dije que se van turnando cada
día para no dejarme sola. Estaban empeñados en que me fuera a vivir con uno de
ellos, pero ya lo dice el refrán: El casado casa quiere y yo
así estoy requetebién que bastantes años he tenido que hacer lo que otros me
mandaban que El buey suelto bien se lame como decía mi madre, y que
razón tenía...
-
La dejo que no puedo entretenerme ni un minuto más. Lo dicho, mañana nos vemos
-
Hasta mañana pues, Doña Rosa y… ¿sabe lo que le digo? que a mí lo que le ha
contado Paquito, me parece que son cuentos.
jueves, 9 de febrero de 2017
Espectadores de vidas
Mira el ring desde fuera del
cuadrilátero. Nada puede hacer salvo pedir en sus adentros que los golpes dejen
de castigar a los púgiles enfrentados en cruento combate.
Es imposible acceder al cuadrado enmarcado por la luz donde resalta la dureza del ataque, la indefensión del más débil, las escasas armas que posee.
Su mayor valor es el coraje, la voluntad, el esfuerzo diario y mantenido, la seguridad en el triunfo.
Nada se puede hacer para ayudarles salvo permanecer en pie aguantando la sonrisa como bastón de apoyo en su contienda.
Él ya pasó por esa situación y aún conserva el regusto de sangre goteando de la nariz a la boca, el infinito cansancio, el aturdimiento.
Aún hoy y a pesar de sus años tiene que descender al infierno, calzarse los guantes, ajustarse el protector entre los dientes y saltar a la lucha que no da cuartel ni tregua.
La mayor parte del tiempo persiste, espectador lastrado, aguardando que rematen su faena, que puedan con el enemigo feroz que patea su cabeza y salgan incólumes de la lucha.
Aprieta los puños, hinca los talones, y ruega. No le queda otra que mantenerse a la espera.
lunes, 9 de enero de 2017
Graduación
Foto del Telescopio Espacial
Hubble del cielo ultra profundo (2014)
|
No sabe la respuesta, tiene la
certeza de lo aprendido en los años que lleva en el planeta Tierra.
Hay tantas teorías sobre para qué estamos aquí, sobre qué objetivo tiene la vida, acerca del porqué de la existencia...
Muchas religiones aseguran un paraíso después de un comportamiento acorde con sus reglas. Otras una estancia mejor o peor, según nuestras acciones, en el siguiente periplo terrenal. Los más descreídos inciden en que no existe nada, salvo perpetuar la especie, siendo portadores a través de la propia supervivencia del gen que hará posible que pervivan los superiores. En algunas, lo abstracto de sus creencias se pierde en vaguedades o teoremas.
Lo que Pascual sabe a ciencia cierta, experimentado en su piel, en sus neuronas, en sus vivencias, es que es mucho más sabio que cuando saltó a la vida hecho un paquete de carne rosada, ojos y llanto a partes iguales.
Sabe qué, desde los incipientes pasos vacilantes, los torpes balbuceos, la incertidumbre ante cualquier acontecimiento, la inocencia expuesta en exceso, el desconocimiento, el rechazo, el atrevimiento, la desconfianza, la osadía, la ignorancia y el miedo que formaron parte de él durante los años de infancia, pubertad y adolescencia, ha llegado a la madurez consciente de que cada día ejecuta una nueva tarea de aprendizaje. Para ello, no tiene que esforzarse, las cosas suceden a su alrededor y él reacciona como mejor sabe, puede o entiende.
Es una cuestión de adaptación al medio, unido a los impulsos irracionales que ponen en marcha la cinta grabadora de situaciones y experiencias que reproducen circunstancias similares y la reacción que tuvo ante ellas.
No necesita tener un fin concreto ni
una meta, para él es más que suficiente con disfrutar el día a día con las
herramientas que le han proporcionado los años. Disfruta resolviendo
situaciones que antes le habría resultado imposible superar, o si lo hubiera
hecho habría sido a costa de un gran desgaste, de inmensos sufrimientos.
El crecimiento emocional junto con las situaciones vividas, buenas, malas, regulares, espantosas o sublimes, todas ellas extraordinarias, le han hecho crecer como ser humano. Al fin se ha licenciado en la escuela de la vida y ahora disfruta a pleno placer desarrollando su oficio.
Lo mejor es que no le importa el por qué ni el cuándo, el cómo ni el dónde. Percibe el hecho de estar vivo sin preocuparle la seguridad de saber que algún día dejará de estarlo.
Quizás exista un motivo, o no, para explicar el tránsito de las vidas por la tierra. Puede que todo tenga una razón, o no. Es posible que seamos el resultado de la casualidad-causalidad en este Universo formado por más de cien mil millones de galaxias, o el producto de una mente prodigiosa.
A Pascual le da exactamente igual. Nació, vivió, se reprodujo y un día morirá como todos los seres vivos. No tiene mayor importancia.
En el entretanto, cada hora, minuto y segundo, se regocija por su evolución y goza con el grado de aprendizaje. Maestro de nadie, ejecuta para sí las múltiples acrobacias emocionales, piruetas del alma-entendimiento-corazón-cerebro, que le permiten sobrevolar los espacios dando saltos mortales en la intensidad de los días.