
Despierta al caos zumbón y se revuelca como un niño por el barro, tiembla y se regocija en un desparrame libertario, saltan las ballenas del ajustado corsé y el mórbido cuerpo se expande en una marea de objetos que ocupan en oleadas haciéndose dueña de cada una de las tórridas estancias.
Al comienzo, ajena al gran maremágnum una isla subsistía incólume, hoy rendida al zafarrancho ha abierto sus puertas y campan a sus anchas los bultos desbaratados, las moléculas de polvo esparcen su nieve gris por muebles y estantes por paredes y rincones, la ropa diseminada se descuelga en improvisados percheros meciéndose lánguida.
No hay escape, toda ella ha entrado en el juego del barullo delirante, el último reducto ha entregado sus banderas ante el ataque imparable de las huestes de la casa que disoluta y festiva lanza las piernas al aire.
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