sábado, 5 de abril de 2025

El caballero - parte 2

 


II

Este es su abuelo. Un auténtico hombre de bien que le enseñó a desenvolverse en el mundo. De su ejemplo saca las fuerzas si no las tiene sobradas. De sus cuentos y memorias arranca su amor a la Literatura. De ahí su profesión. 

La que ostenta con orgullo y por la cual actualmente tiene que luchar. No puede dejarse adocenar por las corrientes que destruyen los valores que él le inculcó.

—¿Recuerdas, Lolilla? ¡Nunca hay que tirar la toalla!

 —Escucha decir a su abuelo en los momentos de duda —Querer es poder y no siempre llueve a gusto de todos. ¡No desfallezcas, sigue adelante por muy difícil que te parezca! Esto también será pasado. Nada hay permanente y lo que hoy te parecen altas montañas, desaparecerán sin dejar rastro una vez superadas las dificultades.

—Es fácil decirlo abuelo, yo te escucho, pero tú no sabes cómo ha cambiado la sociedad. Nada tiene que ver con la que tú y yo compartimos. Los tratos se hacían con un apretón de manos y los términos honor, amistad, compromiso, esfuerzo y lealtad, tenían un significado. Ahora impera el mercadeo, el oportunismo, la ingratitud, la ambición, el despotismo y la sinrazón.—argumenta Dolores.

—Es muy complicado mantenerse al margen sin que los propios compañeros te señalen con el dedo— le explica con detalle—. Sin que te aparten de los claustros. Sin que pongan en duda el trabajo docente que he desarrollado durante años. Fiel a mis principios. Eso hoy en día no se lleva, abuelo. Y no sé qué puedo hacer.

         Ven, siéntate aquí, como si todavía fueras mi niña. Te voy a contar algo que quizá no recuerdes.

Acababa de terminar mis estudios y me propusieron optar a una de las plazas de médico titular que salieron por aquellos días. Por mi buen expediente académico y mi facilidad para el estudio, permíteme la inmodestia, tenía muchas posibilidades de hacerme con una de ellas. No lo dudé. Presenté los papeles necesarios, hice acopio de apuntes y manuales, registré la biblioteca cosechando cuantos volúmenes me pudieran ayudar a conseguir mi propósito y me dispuse a librar la batalla. 

Los años de aprendizaje y práctica me sirvieron para desarrollar mi vocación: ayudar a los enfermos.

«Fueron meses intensos, no me levantaba de la mesa salvo para cubrir mis necesidades. Dormía lo justo y una vez despejado, volvía a enfrascarme en los temarios. Incansable. 

Los días de exámenes, los más excitantes. Cada prueba ganada me hacía coger impulso para la siguiente. En ese estado de agitación llegó la última y definitiva. Ahí nos jugábamos, el todo por el todo, los últimos cinco candidatos.

Fue agotador y los cinco echamos el resto. Una vez terminado sólo nos quedaba esperar. Los resultados, nos dijeron, se publicarían en breve. Y en breve, según lo dicho, pude verificar si me encontraba en la lista de los afortunados. Todavía veo las letras bailando delante de mis ojos en la rápida búsqueda de mi nombre. Y ¡sí! ¡Allí estaba! ¡Lo había conseguido!

Continuará...

miércoles, 5 de marzo de 2025

El caballero - Parte 1

 


I

El recuerdo de su abuelo la ha acompañado toda su vida. En estos tiempos difíciles, cuando remontar el día a día es una carga pesada sobre los hombros, se hace más rotundo. Cada despertar, el impulso vital anida en el corazón de Dolores y la empuja a salir, enfrentando el mundo y sus circunstancias.

          Hace un tiempo que la sonrisa perenne que aleteaba en sus labios se ha cambiado por el gesto fruncido que anuncia determinación y entereza. No en vano desciende de una estirpe de hombres y mujeres acostumbrados a la lucha. En los momentos más acuciantes supieron sobreponerse y llevar a cabo sus propósitos defendiendo lo que consideraban suyo, con una fortaleza difícil de superar.

          Su impronta ha dejado una huella indeleble nutrida en las muchas tardes invernales paseando con él por la Avenida Alfonso X, disfrutando del gorjeo de los pájaros y la luz brillante de su tierra natal. Qué feliz cuando recorrían juntos las calles descubriendo los sucesos acontecidos en cada rincón, la gran capa revolando en el aire. Una prenda que lucía como pocos, gallardo y altanero. Su figura se hacía imponente, semejante a los caballeros medievales que admiraba en los libros de historia.

          Nunca volvió a sentirse tan protegida como cuando, cubierta por la capa, la veía ondear sacudida por las zancadas raudas de su abuelo, la sonrisa escondida tras el mostacho y la picardía asomando entre las pestañas.

          En las mañanas floridas se sentaban bajo los fresnos reflejados en el arroyo que multiplicaba sus canales para regar la huerta de la casa familiar. Casa que hacía las delicias de los pequeños en los meses de verano, donde en las noches estrelladas escuchaban absortos las historias que les contaba. Crónicas del Rey Sabio que llegó a esas tierras para protegerlas y honrarlas y de cómo le enamoraron sus gentes, su carácter y los amaneceres blancos, en que los coros de hombres desgranaban cantos extendidos en sus voces por vegas y riberas.

          Francisco era un hombre recio, de torso fuerte, ojos penetrantes y mirar sereno. De costumbres devotas, cada alborada emprendía su ruta hacia la Iglesia de San Andrés, asomaba levemente la cabeza, descubierta del sombrero, y saludaba a la Virgen de la Arrixaca, su máxima valedora, confidente en los buenos y malos momentos. Con su protección superó los escollos que la existencia le puso en el camino. De ahí que sin falta pasara por la Capilla Real a visitar a María, que respondía a su saludo, o al menos a él se lo parecía, con una sonrisa de ángel.

Después comenzaba sus asuntos, ligero, con la satisfacción del deber cumplido. Desde allí encaminaba sus pasos hacia el Casino donde desgranaba las horas leyendo la prensa, departiendo con algún buen amigo sobre lo divino y lo humano y estudiando en la gran biblioteca.

No se sabía muy bien si la Virgen estaba en Murcia antes que el Príncipe Alfonso llegara a la ciudad, o la trajo él consigo. Lo cierto es que fue la inspiración de alguna de sus famosas Cantigas, en especial una que a Francisco le gustaba recitar con su voz bien timbrada al corro de nietos sentados a los pies de la mecedora. Sentimiento y pasión vibrando en cada verso. Ellos escuchaban atentos, tratando de entender aquel idioma lejano en el tiempo.

          Así le evoca Dolores, enfrascado en sus textos, hasta que los niños corrían a interrumpirle y, le pedían otra aventura de su tierra. Esa tierra que aprendieron a amar a través de sus palabras. Francisco, dejaba el libro, abría sus brazos en un gesto cercano y los animaba a aproximarse. Cuando los tenía a su alrededor miraba a la lejanía perdida la vista en los recovecos del pensamiento hasta encontrar el hilo conductor. Entonces comenzaba la leyenda, poesía o canto que inspiraban sus narraciones. A Dolores le fascinaba más que a ninguno de sus primos, que a ratos se ponían a correr inquietos desahogando sus ardores infantiles. Ella, sin embargo, permanecía absorta, hipnotizada. Sin perderse ni una sílaba, ni un gesto, ni un ademán del galante hidalgo que era su abuelo...              (continuará)




miércoles, 5 de febrero de 2025

Confidencias con la almohada

 


Me permites una confidencia, mi viejo amigo, amor, amante. No sé si tú alguna vez has tenido la suerte de compaginar con alguna de tus parejas biorritmos, fuerzas, ganas.

En este deambular por las distintas etapas que conforman nuestra vida nos encontramos en tantas y tan diversas situaciones, enriquecedoras, versátiles, cambiantes.

Cada una de ellas nutre y estimula, alimenta, amplía y alienta nuestros horizontes, siembra semillas de nuevos encuentros, de nuevas experiencias.

Sorprende, si nos paramos a pensar, las diferencias entre las distintas relaciones sentimentales que hemos tenido. Con cada una de ellas hemos coincidido en un punto y un término espacial. Todas con un principio y un fin. Lo que las hace más enriquecedoras, porque cuando ya no aportan nada, dejan paso a lo que vendrá.

En alguna fueron los pocos años los que unieron nuestros destinos, ritos de iniciación, juventud, pasión, sueños de independencia, de justicia, de libertad. Rebeldes con causa, descubrimos y exploramos desde nuestra inexperiencia las nuevas sendas, en la supervivencia, en el amor, en el sexo.

En otras fue la atracción animal, puras feromonas bailando entre los cuerpos subyugados el uno por el otro, sin cortapisas. Deleite de los sentidos, una concupiscencia cómplice que abarcó todos los mundos posibles: música, baile, pasiones del alma, viajes, amables rutinas. Pequeños placeres diarios que hacían la vida sabrosa. Gustos en comunión sin alteraciones de ritmos ni horarios. Los cerebros respondían al mismo biorritmo solar.

Tempo sincronizado. Tic, tac. Sin forzar situaciones. Natural como el día y la noche, sin más.

Otros compañeros de travesía compaginaron amaneceres y lunas, veredas y ensenadas, volcanes y paisajes helados, ternura y solidez, mares y montañas que atraparon nuestras huellas, voluntad, resistencia, compañía, generosidad y entrega, unido a las ganas reales de permanecer, de ser, de estar.

¿Me permites una confidencia mi viejo amigo? Tú y yo sabemos de muchas cosas, pero al final, es nuestra experiencia lo que prima. Son los años vividos, si hemos querido aprender, los que nos aportan la sabiduría para mirar el mundo desde arriba y escoger, con serenidad, lo que queremos, siendo conscientes de que tenemos mucho más camino andado que el que nos queda por caminar.

Déjame que te cuente, mi inmaduro, viejo y querido amor-amigo lo que significa tener el mismo biorritmo, el mismo tempo, la misma mentalidad y coincidir no en años, sí en percepciones. Lo que significa escuchar al unísono la música inigualable que nos permite danzar. Un dos tres, un dos tres, juntos, al mismo compás.




domingo, 5 de enero de 2025

Las horas distintas

 


Son esas horas en que las envejecidas amas de casa se permiten disfrutar de un pequeño placer. Libres por los años que cuentan de obligaciones y servidumbres. Viudas del marido que encorsetó su vida y que afortunadamente se adelantó en su partida. Desamparadas por los hijos y nietos que, una vez cubierto su cupo de necesidades, se contentan con hacerles una llamada de tarde en tarde.

Alguno, generoso, la llama casi todas las noches para mantener el mínimo contacto y estar así al tanto de posibles movimientos en los escasos fondos del banco. No vaya a ser que a su madre anciana le dé por dilapidar a estas alturas los cuatro cuartos que tiene y, de paso, controla todo aquello que puede ser de su interés personal: como saber si en el verano puede disponer de la casita en el campo que linda con El Escorial o del apartamento en Torremolinos que comparte y pugna con sus hermanos.

Mujeres de pocos recursos con pensiones insuficientes que viven solas y que arañan algún que otro plácido rato, como éste, donde vienen a la peluquería humilde regentada por una familia que llegó al barrio hace más de veinte años y que, en la actualidad, pertenece a estas calles tanto como sus longevas clientas.

Mujeres de pelos blancos, pieles ajadas, ojos de mirada mortecina y movimientos cansados recuestan indolentes los cuerpos amorfos sobre los sillones desgastados, como ellas, por años de servicios prestados.

Es su rato de gloria, posiblemente pasan semanas sin que nadie las toque. Aquí sienten el tacto de otros dedos frotando su cabeza, la amable caricia de las manos que masajean sus hombros o recorren, casi con ternura, la frente ajada para separar un mechón rebelde que se ha escapado de la toalla enrollada en la cabeza.

Algo inusual en sus vidas huérfanas de abrazos, de contacto, de cercanía.

Por un par de horas, tiempo necesario para que les apliquen el tinte, les laven el pelo y las peinen, su cuerpo recibe el contacto de otras pieles. Tiempo en el cual apenas hablan en esta peluquería diferente donde la laboriosidad prima sobre cualquier otra circunstancia que pueda alterar el ritmo imparable del trabajo.

Algunas lo intentan sin mucho éxito.

—A mí me gusta estar callada, el silencio es música para mí —dice con una voz carrasposa y chillona una nonagenaria apuntando enfáticamente con el dedo índice hacia su pecho. Busca una respuesta a su alrededor, que no obtiene. Después de un par de intentos sumerge la mirada en el espejo que le devuelve su imagen.

—Cada vez me parezco más a mi madre —piensa y su imaginación vuela a los años en que, siendo joven, su piel era sonrosada y tersa, su mirada alegre y ninguna arruga surcaba su cara.

—Pero aún estoy aquí —se dice y una sonrisa maliciosa cruza su rostro mientras hace un listado mental de todos esos a los que ha ganado, muchos de los cuales están criando margaritas desde hace años. A pesar de la soberbia de la que hacían gala cada vez que podían y de lo que intentaron machacarle la vida; ella todavía sigue aquí y en muy buenas condiciones para sus recién cumplidos noventa y siete años.

Con esos pensamientos alentadores bailando en su cabeza, cierra los ojos y se deja arrastrar por el agradable sopor que la invade.