Hoy se despide de la camisa, aquella
que Claudio no le regaló y que sin embargo ha formado parte de su historia, en
ese rincón del subconsciente donde surgen, desde la bruma infantil, los sueños.
Para ella era una quimera que él la
introdujera en el ranking de los seres queridos, los de siempre, ésos sobre los
que no hay duda de permanencia. Nos pertenecen y les pertenecemos más allá del
tiempo y la distancia.
Claudio se lo dejó muy claro con la
exclusión. Leonor no formaba parte de ellos. Y mira que lo intentó con todas
sus ganas. Puso la voluntad al servicio del cariño y aunó amor con cordura,
pasión con templanza, y sobre todas las cosas, puso la fe. Fe en ellos, fe en
su resistencia, en su madurez, en su calidez-calidad de alma y espíritu, de
visión común.
Quizás como tantas veces sucede en la
vida, él solo era el reflejo de lo que ella quería ver. Cuando amamos, proyectamos
en el ser querido la complementariedad de nuestro yo.
No sabe si es un ego maldito lo que
le hace plasmar en el otro, irrealidades suplementarias. No sabe si es la
literatura, la Era del Romanticismo que encumbró sentimientos inusuales hasta
entonces. Solo sabe que debido a lo que desconoce, su alma siente tal y como
es, romántica, entrañable, pródiga, generosa, entusiasta y pertinaz en la
consecución de sus objetivos.
Con Claudio se equivocó de plano. Al
cien por cien. Demasiado crédula, demasiado frágil dentro de su fortaleza.
Las armas de él eran otras, pulidas
en mil batallas. ¿El atractivo de Leonor? la ingenuidad, el desconocimiento, la
vulnerabilidad, la entrega, la falta de artificio. Llegó hasta Claudio como una
inmensa bandera blanca tendida al sol, él la recibió como una rendición
incondicional.
De ahí que no le naciera regalarle la
camisa, de poco valor. No vayan a pensar que su compra deterioraba su estrecha
economía. Estaba claro que en los saldos del gran almacén donde buscaban el
regalo familiar el gasto no habría excedido el presupuesto, la oferta era de
tres por dos. Le habría salido gratis.
Él no lo consideró. Le fue
indiferente la mirada rebosando ilusión porque le demostrara que ella
pertenecía a su élite. Fue la prueba definitiva. Otra más de las tantas que
necesitó antes de apearse de la burra. No entraba en la ecuación de sus
afectos esenciales, estaba claro. Volvió sobre sus pasos y compró, sin
descuento, la preciada camisa. Esa camisa que ha sido el vivo recuerdo del
desamor, el vivo recuerdo de su supervivencia.
Leonor la ha paseado durante años por
el mundo entero como una señal de luz, de capacidad, de autosuficiencia, de
entereza, de disfrute y de orgullo por no sucumbir ante el cerco de su desidia.
Orgullo por no sentirse suya. Orgullo por ser capaz de construir su vida lejos
de la manipulación, lejos de la soberbia, lejos de la acidez que machacaba los
días.
Hoy dice adiós a la camisa que debió
ser prueba de amor y se convirtió en adalid de su independencia. Ha compartido
con ella sus mejores años, los que Claudio se ha perdido por no tenerla cerca.
Consciente de que el camino se elige
cada amanecer. Consciente de que en un segundo puede decidir el derrotero de su
existencia, Leonor sonríe porque supo ver a tiempo y con tino la mejor de las
veredas.
La camisa fue con ella, enseña,
blasón y bandera. Hoy, rinde su último homenaje a la blanca camisa blanca, que
ha permanecido fiel a su lado hasta el fin. Estandarte de su libertad. Blasón,
enseña y bandera.