Saber disfrutar de la vida. Algo que
no va unido al dinero, al poder, a las posesiones ni a las actividades que
realicemos cada día, quizás sí esté ligado a con quién. A veces ni siquiera a eso.
Es cierto que hay un aporte extraordinario cuando somos cómplices en la realización de las más pequeñas o grandes acciones. Cómplices en la elaboración, cómplices en la consecución, cómplices en los objetivos y en los deseos, cómplices en la picardía, en la chispa.
Algo se quiebra en el instante que los caminos se bifurcan en meandros de querencias. Son los pequeños gestos los que hacen que los aconteceres cotidianos se conviertan en mágicos, que un suceso extraordinario lo sea aún más aderezado con un guiño. Salir de la rutina, adornar el hecho con la puntilla de la ilusión.
Cuando a la diversión de cualquier índole se le aplica la inflexibilidad horaria como si de un mero trabajo se tratara, muere. No hay emoción en la ejecución medida escrupulosamente. En la frialdad de datos que se acumulan con el único propósito de alcanzar el objetivo, desprovisto de exaltación, de quimeras, de alegría.
El desarrollo cuadriculado, un concepto que empapa cada una de nuestras ocupaciones despojándolas de su parte festiva, de los rituales bulliciosos que condimentan la existencia.
Todo se tiñe de un tono grisáceo en la rutina ejecutada al milímetro que no deja margen a la improvisación, al juego, al regocijo.
Echo de menos la complicidad que nos hacía llevar la misma ropa como una seña de identidad que esbozaba la aventura compartida.
Ahora impera la faceta rígida que impide que nos saltemos las costumbres a la torera para hacer algo diferente, sin margen para la espontaneidad. Se imponen en cambio los menús repetidos, los pasos contados, el camino invariable, la estructurada estructura que frena movimientos. Todo tiene que estar planificado, medido, contado.
Control, ese es el resumen. Controlar el proceso sin margen para el esparcimiento, la naturalidad, la imaginación, el júbilo. Un calculado ejercicio ejecutado dentro del ejército de la mediocridad.
Saber disfrutar. Algo que no va unido
al dinero, al poder, a las posesiones ni a la actividad que desarrollemos cada
día. El disfrute es una semilla que germina en el corazón y florece sin causa
definida, salvo, la decisión propia de hacer disfrutable cada momento de la
vida.
De ahí mi indestructible determinación. En cualquier circunstancia. En las situaciones más difíciles. Bajo el fuego de la presión. En las encrucijadas más borrascosas. En los llanos y en las montañas. En los terremotos y en las bonanzas. En las tormentas y en las calmas que pulsen mi existencia. En todas ellas, decido ser feliz.
La búsqueda de la felicidad, vocación innegable del ser humano desde la cuna a la tumba. Yo la reivindico a puro grito, la hago mía con machacona insistencia, con decidido propósito.
Porque la felicidad está dentro de cada uno de nosotros, yo, libre y consciente, escojo ser feliz.