Buscaba
en los espejos su identidad perdida que se desvanecía desteñida resbalando sobre
el cristal disparatado y fortuito, sin luz, borroso, extraviada la semejanza en
el rostro irreconocible que escruta rebotando desde el azogue azul.
Torpe
reflejo que se escurre hurtando el cuerpo a la mirada. La mirada desconocida
que atraviesa el espacio donde no está, donde no es.
Quizás,
algo lejano en el gesto le recuerde.... apenas un guiño escondido en el danzar
de las manos, en el baile del pelo que escapa a lomos del movimiento suspendido
un momento en el aire; desvirtuado después por el tono pajizo del cabello.
Se
desconoce y se busca, una y otra vez, en el fondo reflejado de los ojos, que,
desafiantes, mantienen el reto.
Es
consciente del desamparo que se ha instalado a hurtadillas, subrepticiamente;
aun así, levanta la barbilla desafiante, yergue el busto y escancia una copa de
vino que tiñe de rojo el cristal. Absorta, contempla sin ver el balanceo del
líquido que gira suave al compás de su mano. Da un pequeño sorbo y deja que el
calor agradable y amigo se deslice por la garganta.
-Así
está mejor – Se dice mientras sonríe al silencio.
La
tarde ha dejado paso a la noche que enturbia los pensamientos. A pesar de todo,
a pesar del tiempo transcurrido, la idea martillea sin descanso el
entendimiento.
Un
rayo de luz ilumina de golpe la estancia por un momento. El haz blanquecino se
pierde en la oscuridad de la carretera dejando la iridiscencia de los puntos
rojos que, en breve, pasan a ser solo un recuerdo.
Entonces
es cuando se da cuenta de que no ha encendido las luces. La estancia se
desdibuja envuelta en penumbra, apenas desvelada por la farola que desparrama
su luz amarillenta en un abrazo furtivo sobre la habitación. En
la calle la lluvia arrecia y el ruido de las llantas sobre el pavimento húmedo
resuena con más fuerza. Es
hora de partir.
Se
sirve otra copa que apura casi de un trago chasquea la lengua y con gesto
resuelto se impulsa, coge la maleta y atraviesa la puerta que la conduce
irremediablemente a la certeza de lo inevitable.
Siempre
ha sabido que un día dejaría atrás la cansina sensación de vileza que la
envuelve. Que dejaría atrás este musgo viscoso que se ha pegado al paso de las
horas y los días convirtiendo su vida en una torpe sucesión de acontecimientos
encadenados, repetitivos, molestos, absurdos, hasta convertirse solamente en
una sombra. La sombra de su sombra que se alarga blandiendo su rabia en un
lamento prisionero.
De
un manotazo aparta el mechón rebelde que le cae sobre la cara, se encaja el
sombrero y cruza la calle decidida. Piensa ¡ya está! ¡Hecho!
Lo
que deja atrás no importa. Apenas ocupa un pequeño espacio de su cerebro. Atrás
quedan las horas turbias de un mal sueño. Frente a ella, la libertad tiende sus
hilos al viento, puente de plata. Sus pasos resuenan firmes, los labios
canturrean una canción que aletea por su garganta como un suspiro.
Un
revuelo de pájaros alborotados atravesando su frente lo confirma, el tiempo de
la vida ha llegado. La vida que sube a zarpazos por el pecho y estalla en
carcajadas. Levanta la cara al cielo y deja que la lluvia empape sus
pensamientos.
La
figura con los brazos extendidos hacia arriba y las palmas abiertas se recorta
contra los faros que rompen la noche. Recoge la maleta y con paso decidido sube
al autobús. El rostro se refleja en el cristal, los ojos cómplices, testigos de
la victoria sondean… allí está. ¡Ahora sí es ella!