miércoles, 16 de octubre de 2019

Ruidos que acunan




A veces, muchas, me preguntan cómo puedo vivir en el centro de la gran ciudad, rugidora y cambiante, ruidosa, estrambótica, poco acogedora según ellos, los que se extrañan de mi elección.

- Yo no podría, me dicen arrugando la nariz en un gesto mezcla de asco y rechazo.

¡Qué bueno! me digo yo. Qué bueno que no todos los humanos tengamos los mismos gustos.

A mí me acunan los ruidos, sinfonía bien orquestada que arriba a mi sueño.

No me gusta el silencio de los cementerios. Me estorban las conversaciones en aullidos alargados o en ladridos sonoros y repetitivos resonando en la noche. Me aburre el repiqueteo de las patas sobre el tejado y la vacuidad de los jardines callados. Me entristece la oscuridad cercando mi casa

Yo soy de asfalto, urbanita hasta la médula, carne de bar y aperitivo, de cine y escaparates iluminados, de luces brillantes, de calles vitales abiertas en bifurcaciones de pasos transeúntes.

Me siento viva y acompañada en este río de gente que deambula sin estorbarse, que se ríe, habla, camina, entra y sale poblando las aceras.

Vivir en el bullicio sin excesos, no en la dislocada distorsión de una sobrecargada urbe. La multitud hecha río incontenible que apenas permite el movimiento, me ahoga. No es eso lo que quiero.

Yo soy de barrio, vibrante y quieto, donde persiste el anonimato mezclado con la cercanía, donde los vecinos se saludan y no se molestan, donde la vida fluye en sincronizada melodía y el tiempo discurre sustentado en la voz distinguible y única que arropa las paredes del lugar que habito.




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