Surgió
de la nada el compromiso con nadie. Fue una decisión inaplazable.
Tomó
con determinación la cajetilla, rubio americano, y trenzó un lazo con las dos
gomas verdes envolviendo en su abrazo pétreo la tentación. Qué le movía a hacer
aquello, reflexionó por unos instantes. Indiscutible, el ansia de libertad.
Rebelde por naturaleza. Indisciplinado. Voraz.
Mandatario
de sus designios urdió la trama. Nadie iba a coartar su libre albedrío
conquistado a pulso, a golpes de coraje. No estaba dispuesto a delegar en manos
extrañas su independencia -Ya no más- manifestó al extraño envoltorio. -Quedas
confinado in eternum ¡Basta!
Dictador
en horas nocturnas de sus acciones cuando necesariamente tenía que saltar de la
cama, echarse la gabardina sobre los hombros y buscar por las calles, en la
madrugada, el establecimiento abierto a pesar de lo intempestivo de la hora que
le proporcionara la sustancia que calmaba
sus ansias, para una vez encontrado, desvirgar con manos temblorosas la
envoltura transparente, extraer y consumir el nuevo pitillo expulsando con
placer el humo, en el cual disolvía
zambullido en sus pensamientos, la crispación emergente.
Conocía
bien las servidumbres, el intenso desconsuelo, las tretas argumentadas con
malicia, la manipulación, el engaño. Nada podría a partir de su despertar
hacerle coger el camino equivocado, el errático, el inducido por campañas
estentóreas de publicidad encubierta, subliminal, descarada. Imágenes alternas
en sincronía con la bon vivant, el estatus social, la modernidad, lo
subterráneo, la hombría, el sexo.
Nadie
iba a manipular sus impulsos. Tampoco iba a permitir órdenes ajenas a sus
deseos. No iba a consentir nunca más la esclavitud a la cual le arrastraba el
torbellino azulado que exhalaba su boca, la sensación de poder entrelazada
entre sus dedos, el gusto por puro placer reteniendo el humo en sus pulmones y
la exhalación posterior, enredados los ojos en las volutas grises. ¡No! Estaba
decidido. Devolvería el genio a la lámpara.
Lo
haría con alguna triquiñuela veraz, con algún truco displicente semejante a los
que utilizaban "ellos": Intercalar sustancias adictivas a la picadura
de la hoja. Para todos los gustos y todas las edades, unido al alquitrán que
destila negrura. Impregnando bronquios, garganta, boca, pulmones. Con la misma
fuerza con que la pez se fusiona a la madera, indestructible durante años.
Parásito letal instalado en el cuerpo y el cerebro.
La
imagen de la grapadora de acero que servía de apoyo al pitillo, cenicero
provisional en su mesa de trabajo, con la indestructible mancha marrón que
alteraba su esencia marcando el lugar de apoyo, se unía en su memoria a la que
quedó imborrable tras años de lluvias sol y viento en el ladrillo del rincón
desde dónde vigilaba la marcha de las obras. Muchas veces al día aplastaba la
colilla restregándola hasta asegurarse de que estaba definitivamente apagada.
La
conclusión era clara, si se agarraba de tal manera al metal y aguantaba meses a
la intemperie, qué no haría con su organismo…
Nunca
fue profeta de nada ni nadie. Pasaba de dar lecciones o sembrar ejemplo. Cada
cual determina cuándo, cómo y de qué manera administrar su vida. Él decidió un
venturoso día de Marzo recluir aquel maldito paquete de tabaco.
-Has
tiranizado mis noches y mis días demasiado tiempo -dijo mirando directamente
sus ojos de bruma y silencio. -Ahora soy yo el que te somete.
-Te
condeno el destierro. Te destierro del salón de mi casa, de todas y cada una de
las estancias, de los caminos de mi cuerpo, de mis venas, de mi piel, de mi
saliva, de mi olfato. Decido recuperar el gusto de los alimentos, recuperar el
sabor de los besos, el olor a canela de su vientre, la suave fragancia de su
pelo, la salinidad turbia del sudor en la contienda. Escojo, en plenitud de mis
facultades, reducirte al presidio.
Puso
otras dos gruesas gomas en sentido transversal, lanzó la cajetilla al aire
reteniéndola en su caída, abrió el cajón de su escritorio y la dejó suavemente.
-Escojo
ser libre.
Han
pasado muchos años. Alguna que otra vez al abrir el cajón descubre el
envoltorio que depositó en un arrebato de rebeldía. Allí está. Intacto.
Permanece tal y como lo dejó. Sepulcro de los cigarrillos encerrados en su
interior.
Cada
vez que lo mira, no puede evitar sonreír con aire retador y murmurar con voz
triunfante.
–¿Quién es ahora el esclavo?