sábado, 1 de junio de 2013

Viaje alucinante





El Torbellino azul gira y gira cada vez más deprisa, acelerándose en cada vuelta a la vez que se separa del suelo hasta conseguir una posición horizontal.

Embutida en el cacharro infernal siente el vértigo subir del estómago a la cabeza. Un zumbido presiona sus oídos, se aferra aun con más fuerza a las barras situadas a ambos lados buscando un punto de apoyo. Traga saliva intentando respirar hondo a pesar del aire que estalla contra su cara. Poco a poco lo va consiguiendo. Afloja los brazos hasta que deja de sentir el cosquilleo en los músculos agarrotados.

Entonces distingue de golpe el cielo estrellado por encima y por debajo de su cabeza. Las luces multicolores que pasan ante su vista en ráfagas brillantes. Y sus oídos perciben la música.

Ha conseguido vencer el miedo.

Es cuando comienza el viaje alucinante traspasando el tiempo y el espacio, volando hacia el infinito.

Descubre, una pieza más para encajar en el puzle, que el miedo es ceguera. Que el temor bloquea caminos y se enrosca en el entendimiento y la voluntad. Que atrofia la percepción. Que obstaculiza y enferma el alma, incapacitándola para llegar al conocimiento.

Ahora sólo le queda ganarle la batalla en otros terrenos.

 

 

miércoles, 24 de abril de 2013

El cambio


 
Cuesta salir del refugio caliente y en penumbra, desembarazarse de golpe y salir del útero protector que nos brinda el invierno, despertar las pupilas adormecidas en la plácida claridad tamizada a través de la ventana.

Cuesta desperezarse y romper la dulce entrega interior que alumbra y germina en dicha serena y abrir la vida al fulgor descarado y brillante que transforma los objetos, que reverbera en las calles, desapacibles rayos de luz que rebotan sobre las paredes blancas que les sirven de espejo.

Al fin el letargo se rompe y surjo de poquito a poco, emerjo de puntillas, asomo la cabeza con cautela, extiendo los miembros aletargados por el sosiego de las lluvias pasadas.... rompo de golpe el silencio y me vuelco, ardiente llama, pícara sonrisa, ojos abiertos.

Estreno sensaciones que cabalgan por mi cuerpo, expando las alas y vuelo, irrumpen en mí, remolinos locos de proyectos que golpean el cerebro y entro a saco, a por todas, a beberme la vida y comerla a dentelladas y me visto ¡Me visto de luz en esta nueva primavera!



martes, 16 de abril de 2013

Sin edad

Cortesía de la Red

Me niego a que se prejuzgue por la edad en esta sociedad donde sólo lo joven vende, donde el culto al cuerpo es una devoción, donde se aísla a los viejos porque además de no reconocerles valor alguno se les arrincona y esconde porque afean y distorsionan el entorno familiar.

Igual que en esos concursos donde se escucha cantar con los ojos tapados para valorar sólo la voz sin distracciones ajenas a lo puramente musical, así se nos debería conocer a todos, sin fechas, sin afeites, sin tiempo.

El alma no tiene edad, dicho así parece un eufemismo, nada más cierto. Somos el resultado de nuestros sueños, de nuestras ilusiones, de nuestras esperanzas.

El trazado de la vida imprime su huella enhebrando aconteceres y experiencias que a veces suma, otras, resta y en algunas ocasiones ni lo uno ni lo otro en función de cómo cada cual experimenta sus vivencias.

El almacén del alma atesora desde el comienzo de la vida lo que somos. Viene con nosotros la capacidad de asombro, el entusiasmo, la entrega, el coraje, la voluntad, la fuerza.

Sorprende encontrar desde la más temprana edad las características complejas de la personalidad, en la criatura incipiente que apenas aterrizada en el mundo, muestra su carácter en un sello personal que la acompaña hasta que vuelve a traspasar la puerta.

Descubrimos complicidades, al margen de los años, cuando estamos despertando al mundo en personas de avanzada edad, tan similares a nosotros que no se diferencian de los coetáneos generacionales. A no ser porque en muchos casos los compañeros de años resultan insulsos y desprovistos del atractivo que se suponen tendrían que tener por el simple hecho de ser similares en edad.

Y así acontece a lo largo de la vida. No por pertenecer a la misma banda generacional estamos hermanados en gustos y ambiciones, apetencias y sincronías.

Resonamos con aquellos que descubrimos hermanos de sueños, hambrientos de esperanzas. Como nosotros, huérfanos en una tierra desolada que forzosamente habitamos orientando la mirada a las estrellas, o como locos camaradas de aventuras y copas, de juegos y risas, de amaneceres tórridos y blancas noches de satén.

Compinches de aventuras y sueños. De juegos y esperanzas. De desolaciones compartidas. De fugaces tormentas emocionales. De formas y maneras de encarar la vida. Cada uno a su manera y en su sitio. Compartiendo todo aquello que les acerca en la esencia invisible del ser.

No importan los años que a cada cual le marque el inventado calendario cronológico. Todo sucede en otro plano, lejos de la realidad tangible y de la envoltura transitoria.  

 

        

miércoles, 20 de marzo de 2013

La invasión







Una invasión soterrada, latente, avanza imparable. Atropellando barreras, espacios y tiempos.

Inunda los sentidos. Alborota los pulsos. Rellena espacios desocupados desde el último invierno… en espera del milagro.

 

Descubrimiento



 

¡Qué curioso! Resulta que al final del largo camino, tras vueltas y revueltas, estoy dónde, cómo y con quién quiero estar.

El posible, probable camino quedó atrás, o quizás, tan solo es una percepción unilateral, uniespacial.

Soy consciente de que los ansiados y distintos puntos de arranque son en realidad el mismo entronque expandido.

Nuestra potencialidad alternativa manejada con destreza buscando el máximo de posibilidades dentro de la estructura permeable del aquí, el quizás, el fue y el será.

Envolvente lazo de unión que decidimos extender, atesorando dificultades, esfuerzos, vivencias, ayer y mañana.

Todo converge en el presente continuo, bucle que desarrolla su permanente línea conductora de identidad.

Al fin no existen caminos pre diseñados ni oportunidades únicas. Cada segundo es la máxima oportunidad, la máxima potencia. La inmensa plataforma raíz de nuestras decisiones. Catapulta de nuestros deseos. Soporte único que nos lleva hacia dónde verdaderamente queremos ir.



Al sur de los tambores


 

En este momento en el que la brisa mece mi pelo y las estrellas titilan casi perdidas sobre el cielo, cuando la luz ilumina con furia el escenario que se recorta colorido contra el negro, en tanto la música resuena en los oídos y los rostros complacidos contemplan absortos, empapándose de las notas percutidas rítmicamente sobre los tambores, ahora y aquí, esto es lo que mis ojos perciben. Esto es todo lo que veo.

Al mismo tiempo soy consciente de que en la trepidante ciudad, en algún lugar, en este preciso instante, alguien muere y alguien alumbra una vida. Tras los muros de ladrillo hacen el amor con frenesí los amantes. En la pared, del otro lado, aquellos otros duermen. Hay madres que acunan y padres que mecen. En el metro y al descuido roban las carteras. Aterrizan y despegan aviones. Las parejas declaran su amor en la penumbra del parque, y en cualquier otro rincón, se desatan los lazos del afecto. Alguien consuela al enfermo. Más allá se incineran cadáveres. En el descampado de la soledad los niños esnifan pegamento. Un hombre golpea hasta la muerte y las viejecitas dulces musitan sus rezos.

En los teatros, espectadores de vidas, se deleitan mansamente entre la voz y la risa. Los danzantes de la noche se mecen al son que les tocan. Los niños de los hospitales descansan y el largo día del dolor extiende su huella por las salas insomnes. Algún otro musita palabras de consuelo en el oído del moribundo. En los casinos giran las ruletas. Los traga perras lanzan su musiquilla pegajosa y monocorde al aire y las putas ofrecen su cuerpo con una sonrisa.

Hay cantantes en las calles que vierten al aire su música huérfana, amalgama de sonidos que pierde la identidad mezclada entre ruidos. Deambulan grupos de jóvenes con botellas y los mendigos rehacen por una noche su cama trashumante. Cientos de perros tiran de las cadenas olisqueando las calles.

Por los túneles, los largos vagones se entrecruzan cual lombrices de color cargados de miedo y hastío, vacuidad y angustia, esperanza y anhelos. Sórdidos personajes sombríos atraviesan la noche madrileña. En un desfile monótono llegan grandes camiones para abastecer la ciudad que bulle como un enjambre de abejas.

Mientras unos trabajan, otros duermen. Mientras unos viven, otros mueren.

En este preciso instante que vibra la ciudad, al sur de los tambores.

 


viernes, 8 de marzo de 2013

Paparruchas

       

El amor…… ¡bah! Paparruchas -se dice -Siente desprecio absoluto hacia ese tonto sentimiento que manifiestan sentir la mayoría de los humanos y que esgrimen, como el mejor arma, henchidos de orgullo-.

Tanto hablar del amor ¿para qué? Tantos apelativos para definir única y exclusivamente la necesidad, la dependencia, la utilización del otro: ternura, ambrosía, suave terciopelo caliente, piel de seda, mejillas de nácar.

El amor -La palabra sale como un exabrupto de la boca torcida por el gesto de desprecio.

Se recuesta en el banco de madera dejando apenas posar la mirada sobre la vida que resuena en las copas de los árboles, en el murmullo del estanque, en el esplendor de la hierba cuajada de miles de gotas multicolores.

Desde el fondo de la vereda alguien se acerca, silueta de luz que atesora toda la belleza expandida en armonía.  A su paso, la vida ¡canta!

Sobre el banco descansa el libro que ha dejado caer con desgana. Ella posa la mirada sobre el título, él, extiende al desgaire la pierna obstaculizando su paso. Le mira un instante y sortea con pasitos cortos el pie extendido cimbreando el cuerpo menudo con una sonrisa pícara en la cara. Según se aleja, la luz se va con ella.

-¡Diantre! Lo único que desea es seguirla, descubrir quién es, estar con ella. El corazón late trastocado, se acerca, extiende la mano y roza su piel de seda.

-¡Dios! si esto es el amor. ¡Cuánta belleza!

 


martes, 22 de enero de 2013

La mirada de los espejos



Buscaba en los espejos su identidad perdida que se desvanecía desteñida resbalando sobre el cristal disparatado y fortuito, sin luz, borroso, extraviada la semejanza en el rostro irreconocible que escruta rebotando desde el azogue azul.

Torpe reflejo que se escurre hurtando el cuerpo a la mirada. La mirada desconocida que atraviesa el espacio donde no está, donde no es.

Quizás, algo lejano en el gesto le recuerde.... apenas un guiño escondido en el danzar de las manos, en el baile del pelo que escapa a lomos del movimiento suspendido un momento en el aire; desvirtuado después por el tono pajizo del cabello.

Se desconoce y se busca, una y otra vez, en el fondo reflejado de los ojos, que, desafiantes, mantienen el reto.

Es consciente del desamparo que se ha instalado a hurtadillas, subrepticiamente; aun así, levanta la barbilla desafiante, yergue el busto y escancia una copa de vino que tiñe de rojo el cristal. Absorta, contempla sin ver el balanceo del líquido que gira suave al compás de su mano. Da un pequeño sorbo y deja que el calor agradable y amigo se deslice por la garganta.

-Así está mejor – Se dice mientras sonríe al silencio.

La tarde ha dejado paso a la noche que enturbia los pensamientos. A pesar de todo, a pesar del tiempo transcurrido, la idea martillea sin descanso el entendimiento.

Un rayo de luz ilumina de golpe la estancia por un momento. El haz blanquecino se pierde en la oscuridad de la carretera dejando la iridiscencia de los puntos rojos que, en breve, pasan a ser solo un recuerdo.

Entonces es cuando se da cuenta de que no ha encendido las luces. La estancia se desdibuja envuelta en penumbra, apenas desvelada por la farola que desparrama su luz amarillenta en un abrazo furtivo sobre la habitación. En la calle la lluvia arrecia y el ruido de las llantas sobre el pavimento húmedo resuena con más fuerza. Es hora de partir.

Se sirve otra copa que apura casi de un trago chasquea la lengua y con gesto resuelto se impulsa, coge la maleta y atraviesa la puerta que la conduce irremediablemente a la certeza de lo inevitable.

Siempre ha sabido que un día dejaría atrás la cansina sensación de vileza que la envuelve. Que dejaría atrás este musgo viscoso que se ha pegado al paso de las horas y los días convirtiendo su vida en una torpe sucesión de acontecimientos encadenados, repetitivos, molestos, absurdos, hasta convertirse solamente en una sombra. La sombra de su sombra que se alarga blandiendo su rabia en un lamento prisionero.

De un manotazo aparta el mechón rebelde que le cae sobre la cara, se encaja el sombrero y cruza la calle decidida. Piensa ¡ya está! ¡Hecho!

Lo que deja atrás no importa. Apenas ocupa un pequeño espacio de su cerebro. Atrás quedan las horas turbias de un mal sueño. Frente a ella, la libertad tiende sus hilos al viento, puente de plata. Sus pasos resuenan firmes, los labios canturrean una canción que aletea por su garganta como un suspiro.

Un revuelo de pájaros alborotados atravesando su frente lo confirma, el tiempo de la vida ha llegado. La vida que sube a zarpazos por el pecho y estalla en carcajadas. Levanta la cara al cielo y deja que la lluvia empape sus pensamientos.

La figura con los brazos extendidos hacia arriba y las palmas abiertas se recorta contra los faros que rompen la noche. Recoge la maleta y con paso decidido sube al autobús. El rostro se refleja en el cristal, los ojos cómplices, testigos de la victoria sondean… allí está. ¡Ahora sí es ella!