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viernes, 5 de abril de 2024

Insatisfacción

 


Eva y Adán trataban esa mañana de reiniciar un acercamiento carnal tras el tiempo que habían estado en barbecho. No tanto porque hubieran dejado de desearse, que un poco también, sino porque se habían atravesado en sus ritmos amatorios: resfriados vulgares, obligaciones rutinarias, cansancio otoñal y otras zarandajas.

Tampoco ayudaba que cada noche se quedaran dormidos frente a la gran televisión de setenta y cinco pulgadas viendo sus series favoritas en los canales de pago.

Aunque en realidad, ya hacía tiempo que sus encuentros tenían lugar en las mañanas, cuando era más fácil que el miembro viril cogiera impulso.

Los años no pasan en balde y lo que había sido un mástil enhiesto a la menor provocación, ahora, la mayoría de las veces, yacía lánguido sobre la pierna de su dueño.

A pesar de eso, la verdad es que tanto Eva como Adán disfrutaban juntos del sexo. Suplían carencias con juegos y caricias que incrementaban la pasión y estimulaban su apetencia mutua. A veces un simple roce de la mano de Adán, hacía que Eva se estremeciera de pies a cabeza.

Aquella mañana, sin embargo, habían empezado con mal pie. Adán, mientras detenía la mirada en el cuerpo desnudo de Eva, volvió a elogiar, con palabras enardecidas, por enésima vez, la preciosidad de un frondoso vello cubriendo el pubis de las hembras. Su expresión melancólica y anhelante delataba cuánto lo echaba de menos.

Eva contempló su monte de Venus, casi lampiño, semejante al que lucía la diosa en El nacimiento de Boticceli y pensó, una vez más, en lo difícil que es contentar a los hombres. Insatisfechos por naturaleza admiran el plato ajeno aunque tengan un festín en su mesa.

De ahí que su ánimo decayera y se pusiera a analizar, en una sucesión de imágenes en su cabeza, los vellos púbicos y apéndices aledaños de los hombres que había conocido; por buscar diferencias análogas a las que subyugaban a Adán. Pasó un rato comparando y decidió que lo pasado, pasado estaba. Si Adán nostálgico y melancólico se anclaba en el ayer, era su problema.

Luego de desechar sus pensamientos se puso a la faena con entusiasmo y entrega, no en vano sus artes amatorias habían sido regocijo y deleite de numerosos amantes y del suyo propio. Se centró en la tarea que tenía entre manos y lengua, puso todo su empeño en ello y gozó el tiempo que él dio de sí. Cada vez más corto. Reducido cuasi a un vulgar mete y saca. Tan diferente de los largos prolegómenos del comienzo de sus encuentros.

Los años no pasan en balde, volvió a pensar, y el desgaste de los días hace mella. Quizás por eso Adán, como casi todos los machos de la especie, insatisfecho y cazador necesitaba reivindicar su hombría con la mirada, el pensamiento y la imaginación, aunque no así con los hechos.

No importa que ya no se les levante, ni que casi seguro, supieran qué hacer si tuvieran entre manos al objeto de su codicia. Desde la pubertad a la senectud tienen, como una tara obsesiva en su programación, que reivindicar su masculinidad con miradas, hechos, palabras, pensamientos e intenciones dirigidas a cualquier fémina de buen ver, o no, que aparezca en su radio de visión, para comentarlo más tarde con sus congéneres con mutuo regocijo y estar así a la altura de lo que se espera de ellos...

Insatisfechos permanentes, no dejan de mirar la comida en las vitrinas de los escaparates, aunque su alacena esté a rebosar.

Peor para ellos, se dijo Eva, ese no es mi asunto. Girando el cuerpo tecleó en el móvil: Querido, esta tarde te espero donde siempre, estoy deseando sentirte entre mis piernas.

Adán, ajeno a todo, como otras tantas veces y después de satisfacer su frugal deseo, dormitaba a su lado con un hilillo de baba colgando de la comisura de la boca.

 

  

sábado, 5 de noviembre de 2022

El descorche de la vida

 


Hablaban en clave. Sabían. Conocían por sus experiencias compartidas lo que cada uno añadía a la situación.

Después de la pandemia, Clarisa había florecido con esa lucidez que aportaba su nombre. Aunque nadie, ni siquiera los padrinos de su bautizo tuvieron la clarividencia de adivinar.

Algo superior a sus deseos se apoderó de ella y trasmuto su espíritu en una paleta de colores. Verdes y rosas se mezclaron con los anaranjados fugitivos de la tarde. Espléndidos amaneceres y noche negras cuajadas de promesas mezclaron sus realidades más allá de las conveniencias.

El diálogo surgió fluido. Dos almas que se entienden. Dos intelectos inquietos y cómplices. Generosos y amigos.

A Pascual le sorprende, a pesar de que ella se lo expresa con palabras diáfanas, su latir, su florecer, su explosión cálida y sensual. Espectador-esponja absorbe cada una de las vivencias que Clarisa le cuenta. A través de ella su cuerpo respira. Su mente amplifica su espectro. Sus vivencias se agrandan tomando un giro desconocido. El que ella marca sin pretenderlo y que él sigue con sus cinco sentidos remedando lo que no es capaz de crear.

 El entendimiento es tácito.

    -Soy consciente de que cada uno de nosotros vivimos nuestras propias circunstancias –le dice Clarisa- A todo lo fundamental, a todos los momentos decisivos nos enfrentamos solos. Desde el nacimiento a la muerte. En las grandes decisiones estamos solos. Y solos decidimos, en función de no sé qué aconteceres, tomar una ruta u otra. Tenemos una vida, no renuncio a coger con ambas manos lo que me brinda el destino.

    -¡Haces bien! A mí me tienes asombrado. Desde el corte existencial que nos cercenó a todos la sonrisa, el contacto, el abrazo, la cercanía, tú has respirado con una energía que me desborda, me traspasa y hago mía. Yo soy incapaz de crearla. No me tienta lo desconocido. A través de ti me enriquezco. Tus vivencias son las mías. Entiendo el camino por el que te mueves y me hago cómplice tuyo. Atrapa lo que la vida te ofrece. ¡Vive! ¡Disfruta! ¡No renuncies a nada!

No sé si este diálogo se producía en una confluencia de tiempos y pareceres por ambas partes. Sí sé que Clarisa sintió alivio. Ella había sido franca y abierta en lo que su alma y cuerpo sentían. En su no renuncia a lo que le brindaba la vida. En su seguir la senda que le marca la existencia temporal y transitoria por donde nos desplazamos todos. En saborear el momento.

Clarisa percibió en la sabiduría del hombre, que le hablaba con otro lenguaje, la conformidad, la aquiescencia, la permisividad. Él está en un punto distinto del viaje y aprueba que ella no se pare y siga. La diferencia de años y de proyecto vital, marcan el contraste.

Compañeros y camaradas en algunas etapas pasadas, no pueden compartir la intrepidez del momento, el vértigo constante, el inusitado volcán que trepida en las entrañas y desarbola la vida de Clarisa. Incuestionables señales que resuenan en lo más hondo del alma como una sensación física que corta el aire. Llamada ancestral que sólo tiene una respuesta.

La conversación fluida como desde hace mucho tiempo, descubre la complicidad. Pascual sabe y consiente. Clarisa estrena la vida.

 

 


miércoles, 5 de octubre de 2022

La añoranza es cosa de dos

 



Carmen se enfundó los botines negros, con cordones, de tacón alto. Los mismos que un día lejano la llevaron hasta él. Pasos cortos y ligeros cruzaron la distancia que separaba sus mundos.

El sueño se hizo realidad. La princesa del cuento bailó en el gran salón de columnas con el desconocido.

La máscara. El disfraz. Las palabras ardientes vertidas en el oído. Su mano depositada en la de él como una paloma blanca. Los brazos abarcando su cuerpo en la noche insondable.

Despertar de los sentidos. El temblor. La pasión. El encuentro. La  embestida. Corriente alterna y discontinua que electrizó cada pulgada de su piel.

Se buscaron los labios que añoraban los besos. Se encontraron las bocas, y en el aire palpitó el deseo ocupando veredas de sangre.


2

Los bosques rasgaron el paisaje que adivinaba a través de los cristales. En una sucesión de imágenes volátiles, el tren la llevó a la ciudad de provincias enfundada en sus vaqueros. Él la aguardaba en el andén.

Descendió del vagón temblorosa. Expectante. Él era lo desconocido. La incertidumbre. El reto. Su gran aventura.

A nadie como a él ha amado. Nadie como él trastocó su mundo poniéndolo del revés.

Él era el reclamo y ella la tórtola que acudía al encuentro con los ojos cerrados. Atravesando la meseta de punta a punta, montada en sus botas negras, de tacón alto. Carroza de Cenicienta que al dar las doce volvieron a ser calabazas.

                                                                                          3

El sueño duró lo que duran los sueños. El amor vivió lo que vive el amor. Una historia más de muerte por desidia. Acabado el sueño, se marchitó la flor.

Hoy en su habitación, huérfanos de caminos, los botines se han abierto en tentadora ofrenda y han atrapado sus pies, que envueltos en su calor, la han acompañado a entonar una canción.

Canción que no es suficiente para acallar su voz. La añoranza, está segura, hoy, es cosa de dos.

 

 

martes, 5 de abril de 2022

Señas de identidad

 


Desde su más tierna infancia Ramón ha escapado de las asociaciones. Cuando todos los niños del patio se reunían formando cuadrillas, él se perdía en su ensoñación particular prendido de cualquier circunstancia que llamara su atención.

Podía ser la caída de una hoja que entretenía la mirada, el vuelo de un pájaro, las caprichosas formas de las nubes, o el estallido luminoso que atravesaba una rama en la perpendicular de un rayo de sol.

Su mayor seña de identidad era la independencia. Independencia de modas, slogans, grupúsculos y corrientes de cualquier clase o manera.

Bajo su punto de vista, limitarse excluyendo al resto, era disminuir su mundo. Ceñirse a un solo arquetipo de música, a una forma de vestir o a una exclusiva forma de percibir la realidad, le hacía sentirse empobrecido. A él no le interesaban las agrupaciones que pretendían controlar el pensamiento y hacerlo común y unitario. Ramón iba más allá, buscando en el encuentro con los otros una respuesta, una motivación, algo que le hiciera crecer y proyectar su esencia en múltiples y diversas facetas, sin importarle qué persona se lo pudiera ofrecer, ni su condición. Lo único que le interesaba eran los conceptos, la imaginación, la inteligencia desbordada en proyectos y sueños.

Demasiadas veces habían querido constreñir su libertad. En la escuela, marcándole conceptos irrefutables. En el gusto musical cuando había que decantarse por un estilo, compositor o época obviando al resto. Con la indumentaria que marcaba tendencias y que había que adoptar para ser aceptado por la sociedad. En la literatura, donde había que escoger entre un autor u otro, una generación u otra, una procedencia social o un círculo correligionario. No digamos ya en el deporte, en la política o en la religión, donde pertenecer a uno u otro clan era casi cuestión de supervivencia emocional y física a veces.

Bajo su punto de vista de todo se puede aprender, tanto de lo bueno como de lo malo. De ahí que Ramón extraiga lo mejor de cada uno. Siempre hay sorpresas escondidas en cada movimiento cultural, generacional o filosófico, por muy dispares o negativos que parezcan. A Ramón, le emociona descubrir individualidades dentro de la marea de seguidores de cualquier culto, conveniente al poder, que utiliza en su servicio a las personas gregarias seguidoras de lemas y consignas.

Nada hay blanco o negro y Ramón huye de los extremos. Disfruta la gama de grises que cualquier situación le puede ofrecer. Le ocurre igual con las personas, los países, las comidas. En todos ellos encuentra diferencias y estímulos que le aportan un disfrute, una complicidad, una pasión. De ahí su dificultad para vivir en un mundo en el cual son imprescindibles las etiquetas. De ahí su huida de grupos e imposiciones. De ahí su búsqueda de la libertad de criterio. De ahí su tranquilidad de espíritu, insobornable y feliz, que campa a sus anchas, como un lobo solitario por la estepa.



sábado, 5 de febrero de 2022

Las comparaciones no son odiosas

 

Desde niño ha tenido la capacidad de percibir las dos caras de la vida, los dos extremos, como si contemplara las dos perspectivas que descubrió al caminar por el estrecho sendero que le llevaba al volcán del Rincón de la Vieja. A la derecha un gran valle, fértil, frondoso y verde, con huertos y árboles frutales, un clima excepcional donde la alegría se enseñorea del instante y los arroyos murmuran vertiendo su lengua de plata por encima de la tierra. En el otro lado una pendiente prolongada de rocas y arena en la cual podía precipitarse al menor descuido y un viento inclemente que sacudía las pocas plantas que crecían tímidamente al borde. Turbonadas de tierra girando en el espacio. En lo más hondo, la boca impredecible del volcán.

Si esto lo transmuta, si lo cambia por esas dos vertientes humanas que ha observado desde su niñez, percibe, a un lado, seres afortunados que gozan de todos los privilegios sin esfuerzo. Les viene dado como un gran regalo. Poseen, no sólo un techo sobre su cabeza, sino una casa espléndida. Ropas que además de cubrir su desnudez hermosean su cuerpo. Lugares a los que ir en diversas partes del mundo. Gente que sea o no por el interés, acompañan sus horas y se preocupan, o fingen preocuparse, por todo aquello que les ocurre. Alguien con quién compartir alegrías y penas. Agraciados en la lotería existencial que jamás saben lo que es el hambre, el frío, o la desesperación por no poder suministrar lo más elemental a sus hijos.

En el otro lado ha visto a otros hombres luchando por conseguir lo más esencial, que no faltara un plato caliente en la mesa, romperse el alma para procurarse un techo sobre sus cabezas y ropas para cobijarse del frío. Individuos que han de pelear como titanes cada logro de su vida. Acostumbrados a caer y levantarse muchas veces si son afortunados y la fatiga no les rinde.  Algunos, cuando se hunden, si el coraje y las circunstancias no los acompañan, son incapaces de volver a ponerse en pie. Sucumben sin remedio y ruedan por la pendiente, hasta el fondo, donde son olvidados entre los perdidos.

De ahí la reflexión de Ramón en contra del dicho popular: “Las comparaciones son odiosas”.

Él piensa lo contrario, porque aquellos que no tienen un rasero, una medida diferente a la suya, una perspectiva del mundo distinto al que contemplan cada día, no sabrían valorar lo que poseen. Ya sea un techo donde guarecerse, un plato de sustento, una mano a la que asirse, una boca que responda su sonrisa o una compañera con la que despertar cada mañana.

Cada uno de ellos podría pensar que lo natural es eso. Que es natural que sus ojos se abran y vean la luz. Que es lógico que al llegar la noche se acuesten en una cama mullida y confortable. Que cada vez que padecen hambre o sed tengan alimentos y agua a su alcance para cubrir sus necesidades.  Que vivir en familia disfrutando del intercambio cariñoso con sus seres queridos, es lo normal.

De la comparación quizás nazca la envidia o la insatisfacción, que es a lo que alude el dicho popular. A Ramón le sirve para apreciar lo que tiene, para ser consciente de los dones, de un valor incalculable, que recibe cada día y que él saborea a pura conciencia y puro placer.

 

miércoles, 5 de mayo de 2021

La Gran Manzana

 


El gran decorado, cemento, cristal y ladrillo esconde el latido que palpita inquietante y felino por las esquinas de la ciudad. Quien no ha estado nunca ignora la fascinación hipnótica que ejerce sobre los viandantes que inundan sus calles.

He oído muchas opiniones en contra de la capital del mundo. Despierta un odio enconado, muchas veces sin motivo, salvo, la pertenencia a los EE.UU. Rechazados, porque sí. Porque queda bien. Porque es el adversario a batir como todas las civilizaciones dominantes que le han precedido.

Plebeya en sus orígenes. Encumbrada a lo más alto por sus habitantes llegados en oleadas. Fundada por holandeses, fueron siglos después las hordas de inmigrantes venidas desde Irlanda, Italia, Alemania, junto a judíos, afroamericanos recién liberados de la esclavitud, chinos y gentes de todos los lugares que buscaba un futuro mejor, los que contribuyeron a su crecimiento y expansión. De su desesperación nació el espíritu fuerte que anida entre sus paredes.

La odia quién no la conoce y la condenan sin juicio previo, sin argumentos, sin pruebas.

Hay que patear sus pasajes, adentrarse por sus avenidas, aspirar el olor de las especies que aromatizan la carne asada en las parrillas, unido al dulzón del maíz que provoca buscar con urgencia un punto donde sentarse y degustar alguna de las sabrosas viandas que se ofertan en los puestos callejeros. Corrientes de gente se solazan en la 5ª Avenida despejada de coches, convertida en amplio paseo que recuerda a cualquier feria popular de cualquier pueblo del mundo.

Quién la define como inhumana no la conoce. No ha dejado vagabundear sus zapatos por las calzadas silenciosas, limpias y recién regadas que brindan su alma blanca al que se adentra por ellas en la hora temprana del día en que comienza a despertar.

A escasas cuadras del bullicioso Broadway se abren caminos insospechados para deambular dejándose sorprender por espacios recoletos que alternan alturas y estilos.

Impresiona, la primera vez que se visita, las moles inmensas que danzan en puntas disparadas hacia el cielo. El cuello gira en una posición casi inaceptable, forzando cabeza y retina para seguir hasta lo más alto las fantasías arquitectónicas que arañan las nubes.

En contraste, la legendaria iglesia que permanece a su lado con novecientos años de historia. El pequeño cementerio. El humilde jardín. El banco acogedor. Amable como pocas, abre sus puertas y te acoge en sus brazos frescos de río.

Asombra descubrir su humanidad. En las noches de verano palpita la cercanía en Bryan Park, jardín a espaldas de la Biblioteca Nacional que invita a solazarse en su mullida alfombra, cientos de personas olvidados del ajetreo diurno juegan en un gigantesco escenario, hablan, comen y ríen tumbados sobre la hierba o recostados en las sillas que algunos bajan de sus casas junto a manteles, cestas de merienda y juegos para compartir. Se mezclan los que hacen equilibrios sobre una cuerda, los que brincan con el aro o los que lanzan una pequeña pelota liviana y controlada que no molesta a nadie.

A su alrededor, circundando el gran jardín, los ajedrecistas mueven pieza al ritmo de la noche. Al fondo la gran pantalla que convierte el terreno en cine para todos cada fin de semana y que ahora se alza como una bandera blanca de paz y armonía.

No hay que alejarse mucho para descubrir sus contrastes, tenderetes ambulantes que venden sus frutas y verduras, donde la tradición y el negocio familiar permanece asentados en cada mostrador. Las hortalizas verdean sobre las cestas de mimbre. Los tomates escalan en pirámide hacia el cielo azul y los pimientos rojos y verdes hacen un rondón de colores junto a las manzanas de piel tersa y amarilla.

Aquellos que esgrimen que es despiadada, no sabe de la amabilidad de sus gentes. Un día andaba perdida por Harlem decidiendo si subir al metro o seguir recorriendo las calles para encontrar el Apolo, teatro desde donde dieron su salto a la fama grandes músicos o escuchar góspel en los templos abarrotados. Los maniquíes negros me miraban burlones desde los escaparates. Indecisa como estaba, debía mostrar una imagen tal de desconcierto que un habitante del barrio se acercó decidido para preguntarme si necesitaba ayuda. Al principio me sobresalté, había escuchado tantas historias sobre asaltos y violencia que era lógico pensar que el chico grande y fuerte que venía hacía mí no lo hacía con buenas intenciones. Su sonrisa me deslumbró junto a su amable oferta de ayuda.

Hay que descubrir el “Camino de la libertad” que bordea el agua desde el Liberty State Park en Jersey City hasta Ellis Island. Pisar sus baldosas amarillas poseídos por el espíritu de los millones de individuos que atravesaron las puertas con la esperanza puesta en el porvenir.

Oler las flores que pueblan sus múltiples jardines. Quedarse prendido de sus colores. Encontrar en sus estanques, como manos abiertas, nenúfares flotando en el vacío del agua, quedar enganchados del baile al sol de las hojas de sus incontables árboles y disfrutar de su abrazo de gigante, hospitalario y festivo.

Pasear por las orillas del Hudson en New Jersey y descubrir uno de los Sky Lines más conocido y bello. Cruzar el East River por el puente de Brooklyn, adentrarse en sus paseos y perderse en sus parques para mirar desde la otra orilla una de las urbes más filmada del planeta.

No os dejéis engañar por el gran decorado, ladrillo, cristal y cemento. En sus arterias trepida la vida, próxima y gentil, humilde y solidaria, laboral y gozosa. Igual que un caleidoscopio con cada giro de muñeca muestra sus mil caras, desde el Soho al Bronx, desde Queens a Staten Island.

En el centro, la Gran Manzana, viva, cercana y jugosa se nos regala como una tentación.

Ciudad abierta, lejos de chovinismos, de discriminaciones, de tabúes, ofrece su cuerpo gentil con una sonrisa amplia de bienvenida a todo aquel que olvidado de prejuicios decide, por qué no, darle una oportunidad.

No era mi destino favorito, viajera incansable como soy. Ni tan siquiera figuraba en mi lista y ahora quisiera tener ese teletransportador, aun sin inventar, que me trasladara pulsando un botón para darme una vuelta en la mañana silenciosa, cautivada por sus encantos, embriagada por el olor que desprende la hierba mojada con el viento del sur acariciando mi pelo.

Claro que tiene sus zonas peligrosas como toda metrópoli. Yo he tenido el privilegio de pasear por sus barrios de noche y de día adentrándome sin desconfianza y he encontrado, tantas veces como lo he hecho, tranquilidad, sosiego y horizonte. Camino llano y vía expedita para dirigirme a todas partes.

Sí, no os equivocáis, aunque os parezca mentira esa ciudad es Nueva York. Tan sólo hay que saber encontrarla, no hay que escarbar mucho, su corazón late a pie de asfalto en el embrujo de sus calles.




lunes, 5 de abril de 2021

Mandalas

 


Victoria quizás, habría podido seguirle, engatusada de nuevo por sus argucias. En un mundo pasado le apoyó a ojos ciegos y brazos abiertos. La demencia transitoria que escolta al ser enamorado es una mala enfermedad cuando se acompaña de inconstancia. A veces le parecía que eran dos palabras antónimas para él. Sin embargo, ella, sabía y daba fe del delirio y la razón en plena connivencia. Su corazón albergaba ambos sentimientos, una locura explosiva y un vértigo cuerdo que atropellaba sin causar víctimas.

Hoy no le seguiría como el perrillo fiel que fue, sin pensar en daños colaterales ni medir las consecuencias. Sabe de sus caprichos pasajeros. De sus vaivenes morales. De sus permanentes cambios de rumbo. A pesar de sus trampitas verbales distingue de sobra que ella le importa un bledo. Esclavo de sus deseos, es un pretencioso volandero que atraviesa territorios buscando diferentes estímulos que despierten sus sensores dormidos.

De ahí que sus llamados sean “cantos de sirena” que se pierden en la bruma de lo inexistente.

A Victoria le gusta, se confiesa, recordar los buenos días. Tentar su cerebro, “satear” con él como en los mejores momentos. Construir espacios de luz. Retar a sus neuronas. Añadir amor a los sueños. Desterrar lo malo y ensalzar lo bueno. Le gusta soñar con los inicios donde todo era principio sin final. Pasión en llamas. Ternura al descubierto. Temblor de hoguera. Estreno.

Ahora le conoce bien y sabe que diría, incluso llegaría a creérselo, que la amaría como él solo sabe hacerlo. Cuando la conquista estuviera consumada volvería a levantar el vuelo. Es ave de paso asentado en nido ajeno. Incapaz de templar las gaitas, atarse los machos y ser un buen socio de existencia. Cuando vienen las malas, hurta el combate y se escabulle oteando el horizonte en busca de otro abrigadero que le proporcione fuegos artificiales, recursos materiales y, un excitante comienzo. Que dura, lo que el aburrimiento se encarga de transformar en un manido desecho.

Por eso, Victoria pinta "mandalas" coloreando espejismos con las vívidas imágenes extraídas del álbum de los recuerdos.

Aun así, piensa, le gustaría verle a solas. En un encuentro de amigos. Para hablar como siempre lo han hecho. Cuando todo les unía y las estrellas daban paso a la mañana que les recibía cómplices y compañeros. Saboreando su historia a pleno pulmón y el contador a cero. Sólo por un instante. Al poco, vuelve a la realidad y pone los pies en el suelo.

Como tantas otras historias que bullen en su cerebro, es muy consciente de que son mundos lejanos que no le traen nada bueno, salvo perder la energía que necesita para vivir el presente sin sombras que lo enturbien, ni pasadas sendas ya exploradas.

A Victoria nunca le han gustado los trayectos de ida y vuelta, ni transitar el mismo sendero, ni mirar hacia atrás. Sus ilusiones se vuelcan en el presente y en el mañana.

Latidos de presencias amadas asoman a sus ojos que irradian entusiasmo. Entusiasmo por vivir la experiencia de los años venideros, con el viento a su favor navegando a toda vela, la frente alta, la sonrisa en el alma y la mirada serena.

  


viernes, 5 de febrero de 2021

Facundo y Constance

 

El arte de la creación está respaldado por la estabilidad. El artista es por antonomasia inestable, explosivo, volátil, compulsivo. Su creación se soporta en la fuerza que le aportan otras personas afines a él, que apoyan su creatividad, su firmeza, su cordura. Sin ellos, el ánima errante vuela por mundos inhóspitos, desolados, o por fantasías inimaginables que atraviesan el universo descreído de la no existencia.

Facundo tiene poco en lo que sustentarse, algún amigo esporádico, unos hijos alejados a retazos en los vaivenes lógicos de la vida… Su estructura familiar se descompone en el demérito reflejado en los otros. Le salva, dentro de su isla escéptica, el romanticismo. Criatura de mente fría y calculadora. Prosaico. Sarcástico. Estoico. Tiene el contrapunto de la sensibilidad que se puede convertir en hiper sensibilidad si se siente atacado.

La poesía es su polo magnético de atracción. En comunión con las estrofas, su corazón de metal, late sistólico en armonías convexas que alientan la esencia del chiquillo pertinaz que encierra su férrea estructura de hombre hermético.

Poesía y música, dos motivaciones que exaltan su alma. A través de ellas vive, siente, se ilumina y vuela por espacios infinitos mecido por la cadencia de las palabras.

Constance es su contrapunto, dinámica y sensible, tenaz y exaltada, de una fragilidad engañosa. En aras de la verdad es capaz de las mayores empresas. Sus raíces entroncan con el recio arraigo de las mujeres poderosas que nutrieron su cuna, ejemplo constante de fortaleza y osadía, calma y certidumbre.

En la balanza en la que se columpian sus polos opuestos, está, en un extremo la cordura, asentada en la racionalidad de sus planteamientos, en el otro rebosa la locura de los seres alados que vuelan libres por planetas creados en su interior. Ambos conviven manteniendo un equilibrio perfecto. Espíritu y cerebro en plena complicidad.

Es difícil desnivelar su naturaleza o destruir su concordia establecida a golpe de sentimiento. De sueños hechos realidad. De insólitas aventuras. De metas alcanzadas. Caminos compartidos. Veredas ancladas en la raíz del viento. Ternuras forjadas a golpe de constancia y serenidad. Puro embeleso que les lleva a disfrutar del tiempo en común como nunca antes lo habían hecho.

Su núcleo comparte los elementos necesarios para potenciar su proyección como individuo, sin menoscabo del otro, en una alquimia perfecta.

Hoy celebran su aniversario descubriendo un nuevo amanecer, con mil proyectos por realizar y la certeza del lazo indisoluble, que un venturoso día, unió sus destinos para satisfacción y gozo de su existencia.



jueves, 5 de noviembre de 2020

Guerrera de agua y luna

                                  



Tiene callos en el alma de aguantar los embates de la vida. De resistir. De andar por senderos polvorientos con sandalias desguazadas.

Se ha forjado en cien mil batallas en su largo espacio de vida. Ha caído y se ha levantado otras tantas veces, construyendo fortalezas donde no las había.

Ha aprendido a forjar su destino en solitario. Conversando consigo. Sacando fuerzas de flaqueza. Cantándose en silencio o gritando a voces su impotencia.

Pasión, tiene callos en el alma, por eso ya no le duele, y si le duele se aguanta.

Abre los ojos y se obliga a vivir con ganas. A caminar contra vientos y mareas. A poner en pie el ahora y salir a su encuentro. Es maestra en construir apoyos. En restañar heridas. En deconstruir tragedias. En partir desde la nada y a costa de esfuerzos, alcanzar la meta.

Pasión tiene callos en el alma y en la cabeza. Eso la hace más fuerte. Cuando la vida aprieta, cierra los puños y se lanza sin pensarlo a ella.

Con la frente bien alta y la mirada serena. Con una melodía en los labios y una sonrisa, que estrena cada mañana cuando atraviesa su puerta.

 



miércoles, 5 de agosto de 2020

A mi madre


    


Verano, mes de julio. El calor cerca las casas zumbando como un enjambre de abejas. En la penumbra del cuarto, resguardado del resplandor que abrasa los ojos, donde apenas unas horas antes, se ha colado la vida de rondón, caracoleando en el pelo ensortijado de la niña que ha roto la mañana con un grito carmesí, descansa, exhausta, una mujer.

Una vez más ha llevado su cuerpo al límite en contra del criterio médico. Nueve meses de larga y metódica espera, aunque esta vez, al contrario de las anteriores, su embarazo ha transcurrido sin sobresaltos, como si se hubiera establecido un pacto de no agresión por parte de la criatura que crece dentro de ella. Las advertencias del riesgo de muerte si volvía a quedarse encinta cayeron en saco roto ante la premura del amor y los años jóvenes que rompían las esquinas del deseo.

Y una vez más el milagro de la existencia cuajó con determinación afianzándose en sus entrañas, y ahora, allí está, blanca como la arena del mar, relumbrando entre sus brazos, enganchada a su pecho, prendida de sus ojos, afianzando el vínculo que establecieron desde que sintió el primer latido en su vientre.

Lazo indisoluble que persistirá desde entonces y hasta siempre, abarcando más allá del umbral de la muerte.

La voz que mece su cuna alfombrará su adolescencia, acompañará años de complicidad y risas, de lágrimas y desconsuelo, de finales y principios, de aventuras y sueños.

La mujer arrulla a la niña al son de una cadencia que trepida por la sementera, sudor caliente de julio baña el quicio de la puerta, recostada en la penumbra, la madre, rumor de noches y alcobas, amamanta a su pequeña.  


domingo, 5 de enero de 2020

Noche de Reyes


Esta es una tarde noche especial. Es la tarde noche en la cual la ilusión se abre camino en el mundo materialista que escupe mordazas a los corazones nobles. Es la tarde que precede a la noche mágica donde florece la confianza. Donde las pupilas se dilatan al compás de las estrellas. Donde el amor se hace dueño y habita. En todos los rincones del país las calles se engalanan, la música trepida y la mente y el corazón se hace niño. Una vez más retorna a los momentos en los cuales, en aras del amor, bailaba al son de la infancia.

Esther después de un día duro ha conseguido llegar a casa. La lluvia bate con furia los cristales hecha música tras meses de sequía. Ha entrado como una bendición barriendo la ciudad de norte a sur. Limpiando plazas y avenidas, dejando la suave humedad penetrar por cada poro de la piel.

Con el alma aleteando como una mariposa percibe el sortilegio que se acerca. Siente la oleada de esperanza que se expande por la tierra. Es cinco de enero. La noche de los sueños. La noche mágica. No en balde fueron magos los reyes que acudieron a Belén. Más magos que reyes. Los mismos que hoy nos brindan en estas horas trepidantes el palpitar suave que atenaza las gargantas.

Esther puede tener noventa años o nueve. Puede tener siete o setenta. Ella está dentro del más amplio abanico de edad que se os ocurra. Desde el más longevo habitante de nuestro país al incipiente recién nacido que olfatea en el aire las emociones que le envuelven.

Al llegar a casa, ha encendido el árbol que tintinea en mil colores refulgentes, ha escurrido la ropa, ha extendido el paraguas y se ha conectado a través de la pantalla. Una pantalla que hace de polarizador y transmuta emociones paladeadas en sus más bellos años, cuando hecha un manojo de nervios se zambullía en la Cabalgata.

Navidad tras Navidad disfruta del día más feliz, donde la magia cobra vida. Donde los sueños se cumplen. Donde se olvida la realidad para sumergirse en la infinitud de la fantasía. Ese mundo legendario donde tendríamos que permanecer, alejados del que llamamos verdadero y que acaso no exista. Ese otro que tal vez sea solo una proyección de no sé qué ansias de sentir. Ansias de vivir lo inesperado. Una cierta adicción a la adrenalina de este cuerpo físico que contiene al espiritual que brinca y baila, que sueña y estalla, que reluce e irradia amor.

Quizás es lo que somos, lo demás son piruetas existenciales, proyecciones, aventuras. Eso piensa Esther sentada en el sofá. Con las luces del árbol reflejadas en sus ojos. Con el alma abierta al mundo que los empedernidos pragmáticos pretenden desterrar a base de boicots, soterrados o no, a las fiestas de la luz.

- En estas ganamos todos -se dice -En las otras, ganan las minorías que se lucran a costa del daño que infringen. Por mucho que pretendan acabar con ellas esgrimiendo que es pura comercialización, estas Fiestas son un canto al amor, donde los fuegos artificiales son salvas de pólvora coloreada que pintan el cielo en racimos de flores. Los que mercadean con el mal instauran fuegos que no son de artificio. Bombas racimo que destrozan cuerpos y pueblos, que destruyen vidas y generaciones para enriquecer a las grandes compañías. Los que trafican con armas y propician guerras. Monumentales laboratorios que fabrican medicinas para una población que ellos mismos enferman. Altos estamentos que controlan, machacan y asolan países mientras ellos se enriquecen.
           
Esther abre los ojos y deja que la nube negra que ha entrado por un momento en su pensamiento se vaya lejos. Centra su atención en las imágenes de vivos colores, destapa una cerveza y brinda por esta humanidad que por unos días sacude el dolor, se envuelve en risas y deja que los niños sean los motores de la existencia.



sábado, 14 de diciembre de 2019

Amanda



Amanda se ha levantado temprano, como de costumbre. A veces, le aprieta la vida con la urgencia de su larga lista de cosas pendientes. Otras veces, simplemente retoza envuelta en las sábanas de algodón blanco, acoplada al mullido colchón se concede la licencia de alfombrar sueños en la diáfana luz de la mañana.

Una vez desovillados los hilos de la existencia se pasea medio vestida componiendo las estancias, acarreando los objetos que saltan a su vista diciéndole que ése no es su lugar. A su paso derrama una estela limpia que envuelve su figura de rápidos y certeros movimientos. Casi parece que danza al compás de la música que resuena en su cabeza.

Al cruzar el pasillo se detiene ante el espejo bajo la luz que derrocha la lámpara de cristal. Mira de frente dedicándose una sonrisa de “buenos días” y retira a un lado el pelo que le cae sobre la cara. Se acerca y escruta con lentitud los rasgos cambiados. Cuántas mujeres asoman a ese rostro. Cuántas vivencias impresas en la tez. Es cierto, se dice- tengo arrugas ¿Y qué? ¿A quién le importa? Dándose la vuelta lanza un beso hacia la imagen reflejada en la luna de cristal.

Sí. Amanda tiene arrugas porque ha expresado sus sentimientos, sin ambages, mostrando lo que afloraba en cada momento. Sin escatimar gestos. Tiene cicatrices en la piel y en las entrañas. Memoria de lo que ha sido, proyecto de lo que será.

El paso del tiempo ha marcado su cuerpo y ella se enorgullece de las señales que ha dejado sobre él. Rechaza la careta que intentan venderle, ficticio reflejo embozado en plastilina.

En los surcos que se adivinan, en los vestigios tallados a golpes de años, en la dejadez relajada del instante eterno, en todo ello se sustenta el valor de quien es.

Osada y serena contempla surcos y otras menudencias que se deslizan amables. Ninguno destaca. Se queda con el brillo de los ojos que proyectan la fuerza del alma. 

Lo demás son falsos mercadeos de máscaras mediocres. Falaces mentiras que no consiguen desterrar la verdad. Eso sí, los fariseos llenan sus bolsillos.





viernes, 13 de septiembre de 2019

Mariquilla 1




Cuando Mariquilla salía de paseo, jugaba al escondite. Se camuflaba con las hojas y los árboles, se escondía en los rincones de sombra y saltaba apresurada los espacios de luz para no hacerse visible a los demás.


En realidad no era cuestión de juego, sino más bien una táctica de defensa. Conocía desde muy niña que algo pasaba con ella y con su cuerpo. 

Al menor indicio de aderezo, una aureola abría su corola de luz haciéndola vulnerable a todos los ojos. Esos ojos que sin saber muy bien por qué, ya no podían apartarse de la chiquilla y de su cuerpo monumental que rompía con ritmo la acera. Cadencia y son reverberando en su bien  construida osamenta.

A su paso murmuraban las vecinas críticas más o menos sutiles. Los hombres torcían la cara para espetarle algún piropo malsonante. Las mujeres la envidiaban y los muchachos la perseguían sin descanso.

Ella andaba con el sofoco quemándole la cara y la vergüenza ajena empañando su alma.

De ahí su experiencia en el camuflaje. Mariquilla escogía con esmero las prendas menos llamativas, los colores más discretos. El pelo lo dejaba caer a su aire, sin adorno ni artificio que la hiciera parecer más bella.

Buscaba a propósito pasar desapercibida.

Para cualquier niña de su edad eso habría sido un disparate. Para Mariquilla era su salvoconducto, de esa manera podía salir a la calle sin que nadie la acosara. 

Era su pase a la supervivencia sin sobresaltos. Su seguro contra el asedio, que sufría indefectiblemente cuando por descuido, usaba una prenda que resaltaba su sencilla, inocente y sensual belleza.... (Continuará)



domingo, 7 de julio de 2019

Adalberto

                                            

           
Adalberto se había pasado el día absorto en el largo proceso que ocupó al animal de tronco rosado, blando y palpitante, a trasladar su vulnerabilidad a otro reducto más o menos acogedor.

A ojos vista se podía apreciar que aunque en algún momento y durante un tiempo había sido suficiente, ahora se  le hacía pequeño.

El bicho estuvo horas tanteando, sopesando y descartando las diferentes oportunidades de acomodo que encontraba en el círculo que le rodeaba. Incluso expandió su búsqueda a alguna zona que en principio no parecía accesible a sus posibilidades. Tozudo y constante tenía muy claro su objetivo y no descartaba ningún lugar por muy lejos de sus patitas que pudiera estar.

Tanteó alguno que cubría a priori sus necesidades. Lástima que al acercarse comprobó que la preciada concha pertenecía a otro. Intentó en un par de veces, alguna vez le había dado resultado, sacar al propietario con alguna de sus bien probadas artimañas, pero esta vez no le valieron de nada y tuvo que recular y comenzar su búsqueda en otra dirección.

Al final su esfuerzo le fue recompensado, una caracola vacía que descansaba en la arena le ofreció el refugio deseado. Tras efectuar largas maniobras de acercamiento consiguió primero extraer su vulnerable torso, no sin provocarse algún que otro rasponazo por la estrechez de las paredes que hasta ahora le habían servido de cobijo y a continuación realizó una dificultosa marcha atrás e introdujo su cola hasta el fondo.

Una vez acoplado, probó su nueva vivienda en cortos desplazamientos a salvaguarda de cualquier peligro que pudiera atentar contra su apetitoso apéndice, preservado dentro de su cómoda y refulgente concha nacarada.

Una voz femenina le sacó de su abstracción.

      Adalberto. ¿Cuánto tiempo más piensas pasarte mirando bobadas? ¿Es que no quieres comer hoy?

      ¡Ya voy! ¡Ya voy! -Verdad que las mujeres pueden llegar a ser pesadas en su afán por cuidar de uno.

Arrastrando los pies se dirigió hacia la casa, similar a muchas de la zona. 

La bandera en el porche haciendo ostentación de la nacionalidad de los que la habitaban, el cuidado jardín, la pequeña valla de madera y el garaje para dos o tres coches, uno de los cuales había pasado a ser de su propiedad. 

O lo que es lo mismo, era dueño de su uso y disfrute, como de todo lo que había en aquella casa. Incluida la dueña que además velaba por su bienestar físico y emocional cuidando de él como si fuera su polluelo.

Después del tiempo en que estuvo sumida en la batalla contra la enfermedad, la derrota y la pérdida final del esposo, el casi recién llegado supuso para ella el acceso a la esperanza.

Con él renacieron los días y las noches sacándola de su letargo. Poco importaba que no tuviera prácticamente nada, ella tenía de sobra para los dos.

Su casa era como una preciosa caracola vacía y él había llenado cada rincón imprimiendo su huella.

Adalberto llegó hasta la mesa donde le esperaba su nueva mujer, una más en su larga historia sentimental y depositó un beso liviano en su frente. 

Ella le correspondió con una dulce sonrisa.


                                                                     

miércoles, 22 de agosto de 2018

Cantos de Sirena



La imposición puede venir acompañada de una sonrisa, del gesto melifluo, de la voz aflautada en un tono que busca ser cercano.

Nada más engañoso que un ademán servil que encierra imposiciones medidas. 

La intención, clara: El control, control de pasos, control de dirección, control de silencios y miradas.

Todo lleva a la manipulación del otro en un acto letal de sometimiento hasta llegar al fondo de la cuestión. Reducir el alma. Invalidar el espíritu.

En un principio el objetivo puede ser un individuo o dos, o tres. 

Cuando se alcanza el propósito de acallar voces, doblegar voluntades e imponer necedades a pesar de la debilidad (el dictador suele ser cobarde) surge la necesidad, visto el éxito, de extender su potestad de coacción y lágrimas que aumenta exponencialmente según se acrecienta su fama de dominador.

Extiende ramificaciones en su entorno. A través del chantaje, las prebendas y la compra de voluntades, escala puestos en el escalafón de la ignominia acelerando su escalada personal por la rampa del éxito.

Una vez conseguida su meta, los pasos siguientes son claros.

Mediante el dominio, somete, vilipendia, hace y deshace a su capricho, sojuzga pueblos y ciudades, ata pactos de sangre, airea sin escrúpulo su verdadero ser.

Sentado en la poltrona desata en olas el destructivo poder que atesora, se contempla en el espejo de la vanidad y duerme en vanaglorias cercanas, devorando en su festín, cuanto estorbe a su paso.



viernes, 6 de julio de 2018

Señas de identidad

                              

Desde su más tierna infancia Ramón había escapado de las asociaciones. Cuando todos los niños del patio se reunían formando cuadrillas él se perdía en su ensoñación particular prendido de cualquier circunstancia que llamara su atención. Podía ser la caída de una hoja que entretenía la mirada, el vuelo de un pájaro, las caprichosas formas de las nubes, o el estallido luminoso que atravesaba una rama en la perpendicular de un rayo de sol.

Su mayor seña de identidad, era la independencia. Independencia de modas, slogans, grupúsculos y corrientes de cualquier clase o manera.

Bajo su punto de vista, limitarse excluyendo al resto, era disminuir su mundo. Ceñirse a un solo arquetipo de música, a una forma de vestir o a una exclusiva forma de percibir la realidad, le hacía sentirse empobrecido. A él no le interesaban las agrupaciones que pretendían controlar el pensamiento y hacerlo común y unitario. Ramón iba más allá buscando en el encuentro con los otros una respuesta, una motivación, algo que le hiciera crecer y proyectar su esencia en múltiples y diversas facetas sin importarle qué  persona se lo pudiera ofrecer ni su condición. Lo único que le interesaba eran los conceptos, la imaginación, la inteligencia desbordada en proyectos y sueños.

Demasiadas veces habían querido constreñir su libertad. En la escuela, marcando conceptos irrefutables. En el gusto musical cuando había que decantarse por un estilo, compositor o época obviando el resto. Con la indumentaria, que marcaba tendencias y que había que adoptar para ser aceptado por la sociedad. En la literatura, donde había que escoger entre un autor u otro, una generación u otra, una procedencia social o un círculo más o menos poderoso. No digamos ya en el deporte, en la política o en la religión, donde pertenecer a uno u otro clan era casi cuestión de supervivencia emocional y física a veces.

Para él está claro que de todo se puede aprender, tanto de lo bueno como de lo malo. De ahí que Ramón extraiga lo mejor de cada uno de ellos. Siempre hay sorpresas escondidas en todos y cada uno de los movimientos culturales, generacionales o filosóficos por muy dispares o negativos que parezcan. A Ramón le emociona descubrir individualidades dentro de la marea de seguidores de cualquier culto conveniente al poder que utiliza en su servicio a las personas gregarias seguidoras de lemas y consignas.

Nada hay blanco o negro y Ramón huye de los extremos. Disfruta la gama de grises que cualquier situación le puede ofrecer. Le ocurre igual con las personas, los países, las comidas. En todos ellos encuentra diferencias y estímulos que le aportan un disfrute, una complicidad, una pasión. De ahí su dificultad para vivir en un mundo en el cual son imprescindibles las etiquetas. De ahí su huida de grupos e imposiciones. De ahí su búsqueda de la libertad de criterio. De ahí su tranquilidad de espíritu insobornable y feliz que campa a sus anchas como un animal solitario por la estepa.


jueves, 15 de marzo de 2018

De profesión sus labores



Elena se dio cuenta aquella tarde de que pertenecía a la última generación de mujeres que sabía coser. No era una vanagloria, ni un absurdo complejo de superioridad, simplemente constató el hecho. Pocas mujeres de las generaciones actuales o futuras saben coser, amasar, tejer, bordar o cocinar con alegría.

No han tenido la suerte que tuvo ella. Que tuvieron las que saltaron de siglo y de milenio, de moneda y cultura, del yugo de la pertenencia a los otros, a la más absoluta de las libertades, la pertenencia a ellas mismas.

Elena se curtió en el regazo de hembras luchadoras que acometían con bravura y con pocos medios su pelea diaria. Abuelas de pelo blanco entretejido en una larga trenza que enrollaban en un moño que identificaba su perfil seco. Se empapó de historias y cuentos trinados en el arpegio de voces claras que rompían el alba o despedían atardeceres inacabables.

 De la mano de su madre aprendió a entrelazar historias con la lana que desovillaba en una cadencia remota de años. A su lado se impregnó de la sabiduría popular que desgranaban sus canciones. Aprendió, de tanto mirarla, a planchar entre nubes de agua pulverizada las blancas sábanas de algodón. Y amasó con ella en las tardes sin colegio del verano madrileño, haciendo volcanes de harina donde la lava era el aceite caliente con cáscara de naranja y vino blanco que había que verter en la boca abierta de la cúspide de la montaña.

En seguida tenían que imprimir toda su fuerza, para con puños y manos, transformarla en una suave masa que extendían con la botella de cristal verde que hacía de rodillo. De ella surgían los finos redondeles que rellenaban con el tomate troceado a mano que previamente había estado a fuego lento burbujeando en la sartén y que, mezclado con el huevo duro y el bonito, extendía su apetitoso olor por la cocina de fogones de carbón e inmaculados azulejos blancos.

Sobre el mármol que bordeaba el hogar iban colocando en dibujos geométricos, por un lado, las suculentas empanadas, por otro la masa extendida y enrollada sobre sí misma en formas imposibles que después de fritas y espolvoreadas de azúcar y canela degustarían todos los habitantes de la casa.

Fuentes de empanadillas y pestiños, olores de su niñez que giran en el olfato y hacen saltar la saliva de sus papilas gustativas junto con la añoranza por las horas compartidas.

Tardes de seriales por entregas encabezados por Guillermo Sautier Casaseca. Mañanas de sábado de limpieza general, fregando con estropajo y jabón las desgastadas baldosas rojas, sacudiendo el polvo de los altillos de los armarios, frotando con papeles de periódico arrugados los cristales hasta dejarlos traslúcidos, sin una sombra que opacara el reflejo.

Y lavadoras. Incontables puestas de lavadoras que había que llenar con una goma desde el grifo, en las diversas cargas de lavado, aclarado, lejía, y azulete. ¡Cuánta meticulosidad! ¡Cuánta organización para desarrollar infinitas tareas con sus manos delicadas, blancas y acariciadoras!

La mujer de la casa, cocinaba, lavaba, planchaba, administraba, educaba, conectaba al padre ausente que vivía su bipolaridad de proveedor de lo necesario en el mundo del pluriempleo devorador de tiempo. La madre, la suya al menos, se multiplicaba en mil tareas sin dejar de escuchar sus voces adolescentes impregnadas de deseos de cambio, atenta siempre a su devenir. Nacida por delante de su generación en su proyección humana, se adelantaba a su época allanándoles el camino y empujándoles para que ellos accedieran al suyo con ventaja.

Fuerte y serena, lúcida y perspicaz les dirigía sin que se dieran cuenta por los derroteros de la existencia, aconsejando sin palabras en la difícil travesía que iniciaban al soltarles de su mano.

Ahora, cuando escucha a su alrededor palabras que atentan contra las madres que no trabajan, sobre entendiendo que el trabajo sólo es considerado cuando se ejerce fuera del hogar, mira sus manos laboriosas y agradece su suerte. En ellas se reflejan siglos de sabiduría transmitidas con amor y fuerza, con resignación y entrega, con rebeldía y paciencia.

-La fortuna estuvo de mi lado cuando en la lotería de la vida me tocó el premio gordo- Piensa con la mirada perdida en el ayer y sigue con la costura. Cada pespunte un suspiro, una sonrisa, un te admiro, un no te olvido, un te quiero.

Revolotean por su frente las imágenes de los años felices que enriquecieron el contacto con su madre. De profesión, sus labores, ningunean los datos estadísticos, las redes sociales, los que presumen de modernos.

En la sociedad actual, consumista y voraz no hay cabida para esas madres coraje que renuncian a su individualidad, a los logros profesionales, a ingresos propios, a la comunicación externa, a la vanagloria de la realización de trabajos que sí son bien vistas y valorados por la gran mayoría.

En cambio, tienen que afrontar la lucha contra un sistema que tratan de imponerla, con críticas más o menos veladas, con ataques directos o con el menosprecio de aquellos que no entienden nada que no sean consignas, estereotipos o materialismo puro y duro.

Anteponen el bienestar de su casa a cualquier otra cuestión. En un mundo profesional donde ser "mileurista" se ha convertido en una gran conquista, el salario con el que retribuyen a las féminas no bastaría para mal pagar a una persona que cubriera sus ausencias.

¡Qué suerte tienen los hijos de esas escasas madres que pueden ocuparse de ellos! Sin dejarles en manos extrañas, sin robar la tranquilidad de sus últimos años a los abuelos ni explotarles con sus exigencias. Esas madres fuertes, leales, capaces, completas, que escogen anteponer la seguridad de los suyos y el premio impagable de educarles de primera mano, cuidarles y estar siempre cerca…

Mujeres hermosas, inteligentes que deciden por voluntad propia ser amas de casa con todo lo que de bueno y malo conlleva.

Elena suspende por un momento su tarea, esboza una sonrisa y piensa:

Las mismas voces que estallaban en cólera cuando quise emanciparme del hogar y saltar al mundo profesional, son las que ahora gritan indignadas contra las que deciden ejercer de amas de casa. Pura intransigencia que encabezan las de su mismo sexo, siempre dispuestas a criticar la personalidad, la independencia de criterio, la diferencia.

¡Ama de casa! si es por libre elección ¡no existe una profesión más bella!