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sábado, 5 de diciembre de 2020

La esperanza es lo último que se pierde

 

He emprendido tantos caminos distintos cuando en realidad era el mismo. He asumido destinos sin llegadas, sendas sin final, he hablado con montañas y cascadas y dormido en el frescor de los ríos.

Cada paso un nuevo reto, cada intención un nuevo desafío. Ahora toca desdoblarse de uno mismo y buscar sin angustia la salida. Muchos, demasiados, estamos en lo mismo. En descubrir cada mañana una nueva aurora, en acallar en los oídos los lamentos, en defender con las manos cada conquista.

Nunca antes se libró una contienda quedándose replegados en casa, como en ésta. Las vanguardias avanzan día a día. Sus armas, respiradores, guantes, mascarillas. Su victoria personal, mantenerse en pie hora tras hora.

El adversario no dispara balas, ni atruenan los cañones. Es la muerte silenciosa la que barre las calles masacrando sin piedad. Pavorosos dementores roban el aliento a sus víctimas hasta extraerles el último suspiro.

Se han hacinado los cadáveres sin dueño, se ha llorado sin consuelo en las no despedidas

Y continúa el conteo diario de los muertos.  

La naturaleza sigue su curso, ajena a lo que no le afecta. Estalló radiante la primavera, abrieron las primeras lilas de abril perfumando el aire, maduraron los frutos, rompieron los arroyos la escarcha de invierno y corrieron salvajes y desordenados por verdes praderas brillando al sol.

Pasó el verano con su engaño particular de cielos azules y playas blancas, espejismo volátil que endureció la reyerta.

En el ciclo imparable ha vuelto el otoño y nada ha cambiado. Seguimos batallando en las mismas trincheras, con la misma escasez de armas.

En este encierro planetario, cobran protagonismo los animales, las palomas se apoderan de las ciudades y algún que otro lobo humano aprovecha para atacar a su propia manada.

Todo se ha quedado colgado. Tareas a medio hacer, proyectos inacabados, fábricas paradas, aviones en tierra, barcos varados, trenes sin pasajeros que se arrastran como gusanos desorientados.

Es el mundo de hoy defendiendo al del mañana. La humanidad entera enfrentada por primera vez a la misma ofensiva. El contendiente común se solapa en angosturas milimétricas y cabalga atravesando fronteras, inexistentes o no.

Atraviesa mares y océanos, desiertos y selvas, cercando a la civilización, su único objetivo. Un ataque frontal a la especie que, a todos, sin excepción, nos afecta.

El planeta se sacude de tanto peso sobre su piel rugosa, de tantas bocas que esquilman sus campos, de tantos cerebros que incuban ideas de destrucción masiva. La naturaleza responde al asalto sostenido y se pone en pie de guerra. En esta lucha sin cuartel debería imponerse el bien común tras millones de muertes, destrucción de la economía, desplome y resurgimiento, dolor y aprendizaje.

Después vendrá la tregua, se pactarán las condiciones. Cuando el enemigo caiga sojuzgado tocará la reconstrucción. El empuje del individuo que haya sobrevivido tendrá que unirse a otros hombres, sin importar color, ideología política, estatus social, raza o lengua.

Deberán aprender la lección de que la unión hace la fuerza, y llegará el momento en que salgamos a la calle de puntillas, que los enfermos no desborden los hospitales, que vuelva a ponerse en marcha el universo actualmente en suspenso.

Deseo con todas mis fuerzas que el esfuerzo de los profesionales, la entrega de los humildes, el sufrimiento de las víctimas, el valor de los que mantuvieron la maquinaria al ralentí jugándose la vida, sirva de lección a los políticos actuales de todas las naciones, a los pueblos de todas las edades y más que a nadie a los niños, semilla gloriosa del mañana.

Si ellos, en sus impresionables cabezas imprimen esta terrible experiencia como acicate que les lleve a crear una sociedad mejor... Cada muerte. Cada lágrima. Cada esfuerzo. Cada silencio. Cada pérdida. No habrá sido en vano. Su sacrificio habrá merecido la pena 



lunes, 4 de marzo de 2019

Prueba superada



Estos retos que nos impone la existencia y que aceptamos valientes. Este remontar cada mañana a base de coraje y osadía, inconscientes, como el cervatillo que pasta sin saberse observado por el lobo.

Este arrancar desde cero y sin mochila en las espaldas. Este enfrentarse a lo que nos acecha en los recovecos del camino afianzando nuestros pasos. Encrucijadas de sombras, badenes de olvidos. Espejismos sin nombre.

Nos internamos valientes arracimando en nuestras manos las flores cogidas de las cunetas. Y sonreímos al alba con la armadura puesta.

Este disociar entuertos, este discernir aciertos, este culminar las cimas, este recordar a los muertos.

Todo y nada en la imparable inercia que nos impulsa, en la similitud extraña que nos une, en el instinto animal que nos mueve a superar la vida.

Abrirnos en canal en cálido abrazo y lanzar la mirada al horizonte. Aceptar el desafío empuñando lanza y adarga y saber, al final del recorrido, que la prueba, hoy, está superada.

Descansad hijos de la tierra, esta jornada os habéis ganado el pan.

Mañana, será otro día.


lunes, 12 de noviembre de 2018

Las falsas promesas



Me engañaron. Me engañaron cuando me dijeron: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el cielo”

Me engañaron con falsas promesas de futura felicidad a costa del presente. Falsas promesas para constreñir el alma, para devaluar en el mercado de la vida mis potencias, las que me fueron dadas al nacer. Dilapidadas en aras de la obediencia, de la servidumbre a lo que decían que estaba bien hecho, a lo que se esperaba de mí.

Me engañaron con cantos de sirena vestidos de domingo, con falsos sermones de caminos al cielo. Me engañaron los que más me querían, mercadeando con sentimientos, desmontando aspiraciones, clasificando sueños.

Contrariamente a lo que me inculcaron, creo firmemente que el dinero ¡sí da la felicidad!

Desconfiad de los que venden paraísos inexistentes poniéndote en el brete de elegir, sopesando el ser y el tener.

Yo soy, y no tengo. He sido y, seré hasta que la muerte me alcance. No necesito “ser”. Necesito “tener”.

Para aumentar los recursos de mi entorno cercano, para dejar de ver necesidad y sufrimiento, para desvalijar los desvanes del miedo al mañana desconocido y hambriento. Para reconvertir rictus de amargura en sonrisas abiertas. Para abrigar los cuerpos ateridos con la manta de la seguridad en el porvenir, estable, sereno.

El dinero no da la felicidad, sermonea a diestro y siniestro nuestra católica cultura. No da la felicidad, pero... ¿Cuántos problemas se solucionan con él?

¡Cualquier situación! ¡Cualquiera! Se suaviza con el dinero que compra calidad de vida al enfermo, que alivia soledades, que espanta los fantasmas de la falta de educación, del hambre, del adocenamiento.

“Poderoso caballero es Don Din Don, din don, es Don Dinero”

Lástima que, en la idealización manipulada de la juventud, nos mientan y nos vendan falsos paraísos de niebla a cambio de renunciar a nuestras metas.

 


domingo, 27 de mayo de 2018

Canto al ahora




Envejecen cuando se rompen los sueños, cuando se quiebran las esperanzas, cuando se pierden las ilusiones, cuando se anclan en lo vivido olvidando el presente.

Renuncian a todo lo que suene a nuevo, obvian lo que no entienden sin hacer el más mínimo esfuerzo por comprender, por subirse al carro de la actualidad y ponderan, sin filtros, lo ya pasado quitando valor a lo que acontece.

Es el principio de la muerte neuronal, el avance de la decrepitud, la cobarde inclinación sin motivo, salvo la comodidad, a la rendición incondicional que abate aspiraciones y esperanzas, vértigos y posibilidades de interactuar con las generaciones que abren caminos al mañana.

Triste ejercito de sombras que en breve serán espectros de un pretérito inexistente, no saben apreciar la magia que se desarrolla a su alrededor con las desconocidas tecnologías y las insólitas vivencias, se dejan caer por la pendiente advenediza de los sin presente hundidos en el pantano turbio de la añoranza.

Incapaces de asumir las tendencias actuales, de compartir con la juventud sus intereses, sus entretenimientos, su realidad, sus fantasías, sus proyectos, aducen que son mucho peor que lo que ellos vivieron.

Inconscientes absolutos de que para cada uno de los seres humanos las primeras experiencias son únicas y diferentes, no importa la realidad social ni las condiciones personales o familiares, la abundancia o la escasez. El primer amor siempre dejará un rastro imborrable, el despertar de las emociones impulsadas por el bullir de las hormonas enladrillarán los derroteros de la vida, el primer juego compartido sin importar si es en la mesa sobre un tablero o frente a la pantalla del televisor pulsando los joysticks en una competición vibrante, despertará sus risas y forjará lazos indivisibles.

“Cualquiera tiempo pasado fue mejor” palabras nulas del poeta que magnifica las etapas vividas que por la distancia pierden sus aristas. Todo lo demás es complacencia en uno mismo, quedarse en la zona cómoda, señal de senectud y sometimiento.

Hay que luchar cada día por mantener enarbolada la bandera de la vida acorde al devenir de los tiempos, por seguir siendo parte de la rueda que gira, enganchados al estribo, rompiendo los desánimos que avientan en la oreja malas nuevas y acudir cada mañana al mercado del mundo, con la cesta llena, entregar y recibir con generosidad, abrir la puerta del alma y del entendimiento para, mientras que estemos aquí, poder bailar al ritmo de todas las cadencias.

Afortunados pasajeros de este tren, dejaos sorprender con cada buena noticia, responded a cada reto, abrid los ojos ante lo insólito, lo original, lo desconocido. El futuro se nos brinda a diario a través de las miradas frescas de los dueños del ahora. Olvidad los reproches y las huidas absurdas basadas en la envidia y el desconocimiento, aprovechad el impulso que encadenan las ganas de vivir, y dejaos llevar.

Indudablemente, el poder está en ellos. Nos os durmáis en los laureles del olvido y alertad vuestros sentidos. Todavía formáis parte del proceso.



domingo, 28 de enero de 2018

La orquestada manipulación


Me ha tocado vivir, como a todo aquel que recorre etapas o extremos de la vida, las críticas estúpidas de la sociedad “pensante” que a través de los medios de comunicación manipulan y contaminan al vulgo y que dirigen contra las partes que consideran “blandas”, vulnerables, no contributivas. Descubro al escribir estas líneas que hay un desprecio hacia los jóvenes a través de siglos y sociedades que menoscaba sus cualidades, su presente y su futuro.

Ese mismo menosprecio se extiende, en nuestra cultura al menos, hacia los mayores. Críticas, burlas y desdén acompañan a la figura del mayor incapaz de asumir la velocidad del mundo cambiante a ojos vista.

En ambos puntos de la vida los seres que los transitan están desvalidos, dependen en una gran medida de los demás, y por encima de todo no cotizan, según quieren hacernos creer, aunque en el caso de los mayores lo hayan hecho durante largos años y aún lo sigan haciendo a través de esas pensiones, que ahora parece que son un regalo llovido del cielo y no el producto de décadas de esfuerzo mantenido, en la mayoría de los casos. No así en el de los políticos que acceden a ella, efectivamente, como un maná regalo de los dioses.

Nada importa que unos sean el futuro, los brazos y mentes en los que descansa el porvenir. Deben emigrar, como antaño lo hicieron sus abuelos, a otros países que les ofrecen salarios y condiciones de vida más justos, donde pueden desarrollar una vida familiar potenciada por el estado, donde es posible conciliar ambas vidas, renunciando por tanto a vivir entre los suyos. Es triste cuando, como toda decisión no elegida, tienen obligatoriamente que elegir esa opción a pesar de su valía, su preparación, sus estudios, su inteligencia... y sus deseos, porque en su propio país se les cierran todos los caminos.

Tampoco importa nada que los otros hayan aportado durante largos años de contribuciones impuestas al sistema que sustenta el armazón, ni que hayan forjado los ladrillos que conforman el edificio del presente.

Unos y otros, despreciados, unos y otros, ninguneados por aquellos que dicen que velan por el estado del bienestar. ¡Tiene “bemoles” la cosa!


                                            

domingo, 24 de diciembre de 2017

Tradición





Dicen que todo esto que se organiza en torno a la Navidad es un producto puramente comercial. Aseguran, que todo es un artificio creado en torno a no sé qué personajes de ficción. Inventan que estas fiestas son un “invento” organizado por las grandes casas comerciales, que todo es un trasegar de dineros, mercancías, fingidas necesidades, cuentos. Cuentos de aquellos que quieren embaucar a los que no pensamos como ellos.

 Nos  llaman necios porque el alma en estas fechas se alegra y tiembla como un pajarillo en el hueco de la mano protectora. Ahí estás con el corazón en el pecho renacido por el caudal de afectos que acuden en tropel a la memoria. Son tantas las manos, tantas las sonrisas, tantos los abrazos que vienen en una alarde de comunicación  a visitarnos, reviviendo la época en la cual éramos llevados en volandas sobre los pies para ejecutar una danza que habría sido imposible para nuestros aún incipientes pasos. O aquellas otras que subidos en una banqueta para alcanzar  la encimera donde se amasaba, se cortaba en pequeñas porciones, se batían salsas y  se esparcían especias, observábamos con los ojos como ventanas, abiertos al mañana.

El aire se llenaba de cantos navideños, y no era necesario que vinieran de ningún aparato, porque eran los propios habitantes de la casa los que comenzaban, recién estrenada la mañana, a entonar cantos de paz, de alegría, de ilusión. Todo se sincronizaba en una danza perfecta y no importaba el tipo de alimento, la escasez o la abundancia, lo  lleno o vacío del bolsillo.

Las viandas especiales llenaban esos días las mesas en una alarde de dedicación, trabajo e imaginación. Sonaban  risas que se expandían por todos los rincones. Se tejían jerséys  guantes y bufandas de lanas multicolores. Se fabricaban con madera patines y cunas, pequeñas cunas para meter las muñecas de trapo con  ojos de botones y boca bordada en hilo granate.

La familia se reunía en unas horas especiales y mágicas, desde el más grande al más pequeño, formando un lazo indestructible que perviviría a través de los años y que en un alarde de ternura llega hasta nuestros días.

No son cuentos, no son inventos, no son reclamos publicitarios para embaucar a los necios, son tradiciones. Una tradición que nos hace desear felicidad y que pinta la sonrisa que se escabulle durante todo el año en aras de las vivencias que nos han transmitido nuestros mayores y que antes les transmitieron a su vez sus padres y sus abuelos y sus bisabuelos.

De ahí parte toda esta parafernalia, según algunos, y gloriosos días de amor según otros. Está bien que aparquemos durante un corto periodo la vida rauda, inhóspita, fría, lejana, donde el reloj marca la prisa de los minutos que se esconden en las arrugas del tiempo.

Es bueno, aunque sea una vez al año, aunque algunos se aprovechen del tirón para llenar las arcas, aunque otros escojan el anonimato del grupo para descargar el saco de las ofensas y trunquen a veces lo que se supone una divertida cena. 

Es muy bueno, que nos reconciliamos con nosotros mismos, que brindemos abrazos, que explotemos en calidez cuando a lomos de los recuerdos llegan hasta nosotros esos  rostros serenos, esas músicas, esos cantos, esos sueños que compartimos con ellos. Que abracemos su espíritu y lo hagamos nuestro, que honremos su memoria, la de los vivos y la de los muertos. La de todos aquellos que alguna vez han estado a nuestro lado perpetuando este sueño, el sueño de las Navidades Felices y el Próspero Año Nuevo. 




miércoles, 1 de noviembre de 2017

S.O.S.



Cómo definir la inmensa tristeza que me invade cuando veo a un ser desubicado buscando de mil maneras llamar la atención del objeto de sus deseos. Esas patéticas figuras que se retuercen en gestos difíciles de concebir si no fuera por el ardiente anhelo de alcanzar su objetivo a toda costa. Puede ser un pequeño príncipe o princesa destronados por la llegada de un hermano el que haga cabriolas para captar la atención en una imposible búsqueda del retorno al tiempo perdido, o el anciano, que no acepta su condición y busca de mil maneras, con afeites, cirugías o cualquier medio a su alcance retomar la inalcanzable senda de la juventud. El espectro es muy amplio.

La búsqueda de la vitalidad succionada en vena de la fuente inalcanzable de su joven pareja. Las muecas grotescas que esgrimen, payasos del desconsuelo, en una torpe defensa del lugar arrebatado por el más pequeño. El recelo enmascarado en el gesto torvo y el ademán esquivo que emplean los más débiles atrincherados en sus defensas. Enfermos, que en una actitud de desafío chillan buscando pelea para desahogar su rabia en los que tienen más cerca. Camuflados, que ocultan su verdadera entidad tras tachuelas, piercings, tatuajes, cortes estrambóticos de pelo y ropas afines, buscando fusionarse en la "no identidad" dentro de una corriente colectiva que les ampare.

El hombre, igual que los animales, cuando se siente inseguro, cuando tiene miedo por causas físicas o anímicas exhibe su lado canalla, el menos atrayente, el que visto desde fuera espanta o repele, el que asusta al potencial enemigo. Desarrolla sus defensas para que nadie perciba su debilidad, su incapacidad, su desasosiego.

De ahí que las personas fuertes, seguras de sí mismas, que no tienen que demostrar nada a nadie, pasean a cara descubierta, sin ningún tipo de camuflaje, abiertos a la vida y a las nuevas experiencias. No se enmascaran en falsas argucias ni desarrollan baterías de triquiñuelas.

Por eso mi tristeza cuando descubro, tras el chillido, el improperio, el disfraz, la payasada, la broma fuera de lugar, el excesivo aderezo en un rostro o el forzado encaje en un grupo, a esos seres tiernos que claman a voces su fragilidad, su temor, lanzando al mundo, que muchas veces no entiende, su petición de auxilio en un cifrado SOS. 



viernes, 22 de septiembre de 2017

El desgaste de los años




Me sorprende ver el apego-desapego-dependencia de muchas de las parejas de mayores que se cruzan en mi camino diario. Tienen por necesidad que ir juntos y sin embargo se ignoran, con el gesto, la mirada, la palabra... El sentido de posesión que manifiestan el uno con el otro, innegable. La hartura tras años y años de convivencia, también.

Cuesta imaginarse, al varón cansado que con el desánimo pintado en la cara atraviesa desiertos de soledad compartida, cuando era un mozalbete aguerrido, conquistador, pinturero, recurriendo a mil argucias para derribar el castillo de su resistencia y acceder a los placeres sublimes de la carne.

¿Todo se reduce a eso? -Me pregunto. ¿A seguir el impulso irrefrenable de perpetuar la especie sembrando en la hembra la fértil semilla de sus ardores? ¿A continuar el camino que marca inexorable la naturaleza y una vez concluida la tarea entrar en la etapa de la espera? Espera de la caída del imperio de los sentidos que se adormecen en el dulce lecho del estómago satisfecho y el confort adquirido.

Se acompañan, cofrades de la procesión del silencio ungidos los labios por el descontento. Día a día, hora a hora transgreden, mutilan el mito de la esperanza que se desangra en el río del desconsuelo.

A veces toman conciencia de su decadencia en el atisbo lejano de lo que fueron. Un torbellino de fuego devorando las entrañas que apagaba su sed en el tórrido encuentro de sábanas revueltas, en la búsqueda urgente de los labios, en el regusto del sudor resbalando sobre el pecho, en el tacto extendido en busca del sexo, abierto en flor.

Entonces avientan el pensamiento, mutilan los recuerdos y ocultan su verdad mirando de soslayo hacia su compañero. No sea cosa que se dé cuenta y rompa el hechizo del pacto urdido sin papeles, sin palabras, del: "Somos felices" y el ¡Cuánto nos queremos!

Parejas rancias que pasean por la ciudad de cemento su inercia, su descontento, su hartura. Uno en pos del otro. Tan cerca. Tan lejos. Derriban con sus pliegues de amargura el final feliz del cuento.

En contraposición están los otros. 

Los que velan el sueño. Los que tienden la mano para bajar el peldañito de la acera. Los que brindan caricias. Los que miran con embeleso el brillo en los ojos sin ver las arrugas que ha dejado el paso del tiempo. Los que se conducen apoyados en el brazo por el río apresurado de la marea humana. Los que sonríen sin esfuerzo el chiste mil veces escuchado. Los que se dan las buenas noches con la seguridad del encuentro. Los que se bambolean en la misma cadencia ajustando sus pasos en un baile asincrónico de caderas yuxtapuestas. Los que se dicen -¿Estás bien?- y esperan, con el alma en vilo, que les llegue una respuesta afirmativa.

Tienen aún tantas cosas por compartir... No quieren que se acabe la aventura. Todavía no.

Compañeros por décadas de sacrificios,  alegrías,  dedicación, amores  y penas, triunfos compartidos, metas alcanzadas, sueños y esperanzas, de confianza plena. 

Años de saberse juntos, años de sentirse cerca, con la infinita tranquilidad que da un “Buenos días” al abrir los ojos, y descubrir que la vida sigue latiendo en las venas. 

Salir a la calle y repartirse la acera en las mañanas de plata, cuando pasean el uno al lado del otro, meciéndose al compás de la dicha que corona una vida de pasión, fidelidad, cariño y entrega, que esta vez, sí,  hace realidad, el final feliz, de los cuentos de la abuela.   


lunes, 21 de agosto de 2017

¿Reencarnación?


Ando en estos días leyendo un libro que desarrolla una teoría sobre las diferentes reencarnaciones que vivimos los seres humanos. Mi sensación de disgusto según paso páginas y pienso en la remota posibilidad de incorporarme una y otra vez en vidas sucesivas alternando sexo, estatus social, épocas históricas, circunstancias personales, se hace persistente mí.

Realmente yo no quiero entrar en esa rueda de vidas que nacen, crecen, se desarrollan y mueren en una sucesión de acontecimientos dislocados en los cuales, en el balance, si fuéramos objetivos en el resultado de cuentas, veríamos que, el sufrimiento, la incertidumbre, el dolor, la renuncia y el sacrificio es mucho, si no demasiado. No tanto el nuestro propio como el del resto de la humanidad que transita con nosotros por este camino o este valle que tendría que ser, según las Escrituras, de lágrimas. Destino tortuoso, cruel e injustificado del cual he renegado desde la edad más incipiente.

Por eso cuando alguien desarrolla una teoría diciendo que podemos reencarnarnos incontables veces, mi respuesta es un rechazo absoluto a esa posibilidad.

Después atempero mi sentimiento, reposo en la quietud de mi cerebro, proceso y entiendo que quizás este viaje sea como otros tantos de los que hacemos en la vida. Cuando estamos en él protestamos por las incomodidades, por la falta de sueño, porque no dormimos en nuestra cama, porque tenemos que despertarnos y hacer muchas horas de carretera, o de aviones, o de aeropuerto. Porque pasamos hambre y echamos de menos nuestra casa. Con el paso del tiempo descubrimos en las fotografías y en los vídeos que hicimos durante el recorrido,  sólo lo bueno.

Queda en nosotros la instantánea que muestra la sonrisa debajo del monumento o dentro del bosque soñado, o el mar que baña nuestros pies.

Ni la fotografía, ni el vídeo, muestran el calor sofocante que achicharraba nuestra sesera, el frío helador que atravesaba nuestros huesos o los mosquitos que asaeteaban nuestra piel en la playa que aparece idílica en el reportaje.

Quizás a semejanza de estos viajes terrenales, sean los otros viajes astrales que nos muestran los visionarios del planeta en libros, teorías y aseveraciones, página tras página, autor tras autor, en esta denominada literatura de auto ayuda.

Quizás, y digo solo quizás, los diferentes viajes por las diferentes vidas astrales sean parecidos a los de la tierra y en otro plano echemos de menos los buenos ratos que pasamos en este planeta.


lunes, 8 de mayo de 2017

Disfrutar de la vida


Saber disfrutar de la vida. Algo que no va unido al dinero, al poder, a las posesiones ni a las actividades que realicemos cada día, quizás sí esté ligado a con quién. A veces ni siquiera a eso.

Es cierto que hay un aporte extraordinario cuando somos cómplices en la realización de las más pequeñas o grandes acciones. Cómplices en la elaboración, cómplices en la consecución, cómplices en los objetivos y en los deseos, cómplices en la picardía, en la chispa.

Algo se quiebra en el instante que los caminos se bifurcan en meandros de querencias. Son los pequeños gestos los que hacen que los aconteceres cotidianos se conviertan en mágicos, que un suceso extraordinario lo sea aún más aderezado con un guiño. Salir de la rutina, adornar el hecho con la puntilla de la ilusión.

Cuando a la diversión de cualquier índole se le aplica la inflexibilidad horaria como si de un mero trabajo se tratara, muere. No hay emoción en la ejecución medida escrupulosamente. En la frialdad de datos que se acumulan con el único propósito de alcanzar el objetivo, desprovisto de exaltación, de quimeras, de alegría.

El desarrollo cuadriculado, un concepto que empapa cada una de nuestras ocupaciones despojándolas de su parte festiva, de los rituales bulliciosos que condimentan la existencia.

Todo se tiñe de un tono grisáceo en la rutina ejecutada al milímetro que no deja margen a la improvisación, al juego, al regocijo.

Echo de menos la complicidad que nos hacía llevar la misma ropa como una seña de identidad que esbozaba la aventura compartida.

Ahora impera la faceta rígida que impide que nos saltemos las costumbres a la torera para hacer algo diferente, sin margen para la espontaneidad. Se imponen en cambio los menús repetidos, los pasos contados, el camino invariable, la estructurada estructura que frena movimientos. Todo tiene que estar planificado, medido, contado.

Control, ese es el resumen. Controlar el proceso sin margen para el esparcimiento, la naturalidad, la imaginación, el júbilo. Un calculado ejercicio ejecutado dentro del ejército de la mediocridad. 

Saber disfrutar. Algo que no va unido al dinero, al poder, a las posesiones ni a la actividad que desarrollemos cada día. El disfrute es una semilla que germina en el corazón y florece sin causa definida, salvo, la decisión propia de hacer disfrutable cada momento de la vida.

De ahí mi indestructible determinación. En cualquier circunstancia. En las situaciones más difíciles. Bajo el fuego de la presión. En las encrucijadas más borrascosas. En los llanos y en las montañas. En los terremotos y en las bonanzas. En las tormentas y en las calmas que pulsen mi existencia. En todas ellas, decido ser feliz.

La búsqueda de la felicidad, vocación innegable del ser humano desde la cuna a la tumba. Yo la reivindico a puro grito, la hago mía con machacona insistencia, con decidido propósito.

Porque la felicidad está dentro de cada uno de nosotros, yo, libre y consciente, escojo ser feliz.



martes, 8 de noviembre de 2016

Desterrar el miedo


La vida germina entre escombros, entre basuras, en la tierra que se pensaba estéril asolada por la lava, en las rocas.

Tomo ejemplo e irradio voluntad de permanencia en un mundo que multiplica las malas noticias y retumba en eco haciendo difícil el día a día, removiendo su porquería en un alarde constante y machacón que las bocas de los no pensantes repiten incansables.

Da lo mismo el mensaje, la consigna prende en sus maleables cerebros que se queda enganchada como la aguja en el surco rayado de un LP.  Renuentes a ser fértil semilla que dé vida a su entorno. No hay cambios radicales en situaciones críticas. Sí es posible el cambio humilde y discreto de las aportaciones personales al entorno.

Discrepo con todos los tremendistas correiveidiles de las malas noticias, voceros de las desgracias del mundo.

No por ignorancia ni por comodidad. Es sabiduría. La sabiduría que prestan los años a la salvaje explosión del comienzo que trastoca los sentidos y obliga, y enardece.

Quizás a destiempo, quizás sin motivo o con él. Desde la inexperiencia no sabemos administrar las fuerzas, preparar la estrategia, dirigir el ataque. Nos consume la llama de la juventud atropelladora de todo lo que no sea su fuerza vital desbordada en energía.

Falta la reflexión, la tranquilidad que se acumula a lo largo del camino, que atempera las ganas y busca vías reales como alternativas a la utopía.

Propugno, por tanto, desterrar al miedo en ostensible rebeldía con todo aquello que siembra la cobardía.

Exalto a tomar las armas a nuestro alcance y apuntalar la existencia, sin dejarnos abatir por las malas noticias.

 

lunes, 1 de agosto de 2016

SE VENDE





Vendo al mejor postor duelos y quebrantos, despedidas, sueños rotos, desidias, amarguras, frustración, olvido, lágrimas, infiernos en vida, guerras, genocidios, odio a lo diferente, escuelas de rencores, ladrones de sueños, pequeñas actitudes egoístas, grandes gestos de exterminio, voluntades torcidas, malas entrañas, destrucción y muerte sin medida.

Compro alas para volar, voluntad, esfuerzo, trabajo constructivo, amor, solidaridad, paciencia, tolerancia, pasión por la vida, entrega a los demás, sonrisas, buenas ideas, abrazos, calidad de vida, corazones de niños, ingenuidad, valor, escudos de sueños, espíritus generosos, calidez, proximidad, estallidos de risa, paz.

Los mercaderes del miedo son ávidos compradores. Su stock, si conseguimos que les supere, se arrinconará en oscuros almacenes enterrados en grandes cajas cerradas con barras de acero, lacrados por la inutilidad de su oferta al mercado de valores de la vida.

Mi mercancía en cambio, sin políticos mercachifles que lastren su tenencia, circulará en libre comercio extendida por pueblos y ciudades, maná generoso cubriendo la faz de la tierra. La buena gente, mayoría en todos los rincones del orbe enarbolará su bandera irisada y el mundo será tal y como yo lo imagino.

En trueque, si no es posible la venta, ofrezco dos por uno.



sábado, 14 de mayo de 2016

La obra de enfrente



Me despierta el trepidar salvaje en pleno sueño. La realidad rompe en golpe de máquina y zumbidos destemplados la quietud reinante hace unas horas.

Frente a mi ventana, excavadoras, topadoras, zanjadoras, hormigón, cemento y polvo de ladrillo cayendo en improvisados copos rojos.

Los obreros semejan astronautas recién llegados del Espacio, cascos, guantes y trajes que les protegen del frío invernal que agosta el aliento.

Desde hace meses, veo construir día a día lo que será, en un mañana incierto, abrigo de personas, refugio de almas. Comedores, cocinas y estancias donde la vida desenrollará su cinta elástica de aconteceres.

Me fascina contemplar la evolución de las obras. Debe ser contagioso, porque más de un curioso espectador se aposenta cerca de la valla y otea, durante un tiempo indeterminado, las maniobras que ejecutan hombres y maquinas.

El espectáculo estruendoso se ha convertido en mi reflexión diaria. Una y otra vez sucumbo ante la idea. Con qué facilidad se destruye y cuan ardua es la tarea de edificar. Da igual a qué plano de la vida extienda mi reflexión.

En el plano racional, irracional, humano, mecánico. Cuántos lustros tarda un árbol en extender su copa al viento, gigante del bosque. Bastan unos minutos para que la sierra sesgue su hermoso tronco, hermano de mil lunas.

Cuántos años de esfuerzo, entrega, cuidados, para forjar un ser humano. Una fortuna de abrazos y sueños se dilapida por un disparo certero o el filo de una navaja.

Años alimentando al toro, libre en las dehesas, señor de vacas y praderas y un estoque en la plaza, después del martirio, acaba limpiamente, si tiene suerte, en un segundo con ella.

Torres, las llamadas más altas del mundo, derribadas como un castillo de naipes por la sinrazón y el odio a lo diferente.

Edificios dinamitados en instantes volando por los aires.

Bosques arrasados por ambición, inconsciencia o locura pirómana.

Amores eternos que agonizan en la bocanada de un desencuentro.

Libros quemados. Grandes bibliotecas calcinadas por la ignorancia y el ánimo de manipular al pueblo desconectándole del conocimiento.

¡Qué fácil es destruir!

De ahí, pienso, el embeleso, la fascinación que me lleva todos los días a contemplar, junto a espectadores anónimos, la conjunción del esfuerzo que nos hace avanzar contra viento y marea.

En todas las circunstancias padecidas por el hombre, por muy adversas que hayan sido, ha salido adelante. Su capacidad de adaptación, unida al espíritu indomable que le hace progresar sin doblegarse, le ha ayudado en la ingente tarea de construir un mundo mejor.

Sé que muchos no estarán de acuerdo conmigo cuando digo que el mundo que vivimos es mejor. Yo defiendo el avance de la Humanidad como gran colectivo. Sé, soy consciente de que en el camino se pierden individuos, grupos, generaciones. Épocas de sombras se alternan con épocas de luz en el sube y baja del carrusel de la Historia.

Si miramos a nuestro alrededor y echamos la vista atrás, al siglo que queramos, podemos constatar cómo ha evolucionado la medicina, las condiciones humanas, el respeto por la vida. Logros que alcanzan a todos en una u otra medida.

En un tiempo no muy lejano la existencia no tenía ningún valor, nadie peleaba por los Derechos Humanos, la infancia trabajaba en todo el planeta sin que nadie alzara una voz en su defensa, las plagas exterminaban ciudades enteras, no existía un Primer Mundo al que culpar o exigir cooperación, ni ayudas generosas para paliar los desastres.

Son muchas las manos necesarias para edificar, mucho el esfuerzo, mucha la voluntad, mucho el tiempo.

Mi visión diaria de la obra de en frente me afianza en la idea.

A pesar de lo fácil que se deshace lo formado, el resultado perdura.

No importa que algunos, los menos, aunque parezcan muchos (una mala acción resalta sobre millones de buenas conductas) pretendan acabar con los avances alcanzados.

A pesar de las hordas que a diario intentan arrasar el planeta, los logros conseguidos perduran, y si caen por avatares diversos, en su lugar, millones de voluntades persisten en la tarea y siguen construyendo para alcanzar un futuro mejor. El nuestro.


miércoles, 13 de abril de 2016

Barrido

A veces tener memoria, no es bueno. A veces perderse en el olvido de las fechas que acontecieron, aporta serenidad y distancia.

Dicen que es bueno recordar, que el cerebro se fortalece con las evocaciones. Yo recupero el derecho al olvido para los días que cercenaron la memoria, donde acontecimientos y vicisitudes pasaron su cuchilla cortando los hilos del tiempo feliz.

No es bueno recapitular cuando todos los hechos se agrupan sin distinción. Días de arcoíris y esencias, esperanzas y sueños, se mezclan con días amargos llenos de desconsuelo.

Todo sucede y se guarda en la memoria del disco duro que es nuestro cerebro. El recuerdo de los ausentes revive con el calendario.

Inevitable rememorar fechas de destrucción y olvido, de muerte y entierro, de enfermedad y tormento, de separaciones y duelos.

Es bueno recordar, dicen. Yo, en esta fecha, que martillea el almanaque en recuerdo de tu dolor. Reniego de ello.

                                                                             

sábado, 19 de marzo de 2016

Los niños diferentes



Hay veces que detrás del gesto amargo existen potentes razones que desconocemos.

Juzgamos alegremente lo que nos parece una mala actitud demandando una sonrisa pronta que responda a nuestro requerimiento.

Solicitamos en nuestra inconsciente insolencia que brote la bienvenida de sonrisa abierta y alma blanca.

Qué lejos estamos de conocer lo que esconde el gesto huraño que pide cuentas a la vida por el alto coste que paga cada día.

Desnudo el puerto donde anudar su alma deshilvanada en flecos de angustia.

Obstruida la vereda por la enfermedad que altera la infancia dormida en la mañana y vuelca espinas en la tierna adolescencia.

Padres todos, de esos hijos en la frontera que olvida y calla, que estalla y grita, que llora y clama por su lugar en el mundo.

Todos somos padres de los hijos huérfanos de mañana, que se escurre, fantasma insólito de los días y las noches, donde la luz clama por los niños diferentes del mundo, que acarician estrellas.



viernes, 19 de febrero de 2016

Desconocimiento



Cada vez entiendo menos lo que ocurre. No entiendo nada de nada. ¡Cuánta inconsciencia! Las energías fluctúan y se mueven libres, incontroladas, imanes potentes provocan acontecimientos en cadena que estallan como planetas extintos a mí alrededor.

El pensamiento profundo, lejos de mi alcance, transmite y altera la realidad. Algo muy ajeno lo mueve, sin conciencia ni sentimientos. Actúa siguiendo leyes físicas extrañas.

Todo es irreal, pasajero, confuso.

Lo único cierto es que soy puro desconocimiento.

Nada es verdadero, tan solo es una proyección en la pantalla multicolor de la existencia que envuelve nuestros sentidos.

Somos lo que no sabemos y cuanto más ahondo en lo insondable del pensamiento, más consciente soy de mi ignorancia.

La vida, la muerte, la existencia, la disgregación, el éter, la energía, la transformación, el universo, el planeta, conceptos que hemos acuñado en nombre de no sé qué sapiencia, Eruditos de todos los tiempos crean reglas, teoremas, filosofías, anatemas, religiones, certezas que basan en experiencias experimentadas en el estudio, la ciencia…

Más tarde las cambian a su conveniencia. “Ahora sí, ésta es la buena” -se dicen convencidos de convencer a cualquiera. Se felicitan, entregan premios, conceden grandes honores en todos los campos donde el hombre se adentra, permanente descubridor de novedosas buenas nuevas.

Espejismos. Nebulosas. Proyecciones: Cero.

En realidad, no saben nada. Ninguno sabemos nada más allá de la torpe labor de supervivencia que ejecutamos cada día envueltos en la ignorancia más absoluta.

Se derrumba a nuestro alrededor la vida, el efecto mariposa transmuta el mundo, o eso pensamos.

¿Es todo, la alucinación de un cerebro enfermo? ¿Formamos parte del capricho irracional de lo que denominamos naturaleza? Natural es morir, vivir, enfermar, ser y no ser, existir y desaparecer, las catástrofes cíclicas.

Las plagas, la aflicción y las hambrunas también forman parte de la naturaleza.

Cada vez entiendo menos esta torpe aventura que desarrolla el ser humano, más indefenso si cabe que el resto de los animales. Ellos no piensan.

Nosotros, para horror nuestro, somos conscientes de la finitud, del dolor, de la enfermedad, del hambre, de la tristeza que empaña el horizonte de las vidas, que a veces y a traición, son golpeadas con singular dureza.



viernes, 25 de diciembre de 2015

El vértigo de los años






Si proyectarse en la propia vida da vértigo al mirar en la distancia de los años los posibles aconteceres, cuánto más, si miramos en las vidas nacientes. Ramas del árbol. Gajos tempranos que apuntan hacia el horizonte estrenando soles y atardeceres. Lunas brillantes en plenitud. Nubes teñidas de rojo en lo postrero de la tarde. Alma y corazón abiertos en ojos de esperanza.

Vértigo no es la palabra. La palabra es… miedo. La palabra es… confianza. Cóctel de sentimientos que se amalgama en la mente, constructora de realidades y proyectos.

Es cierto. A veces me dan vértigo los años por vivir, siempre me han parecido demasiados. Una tremenda pereza me posee cuando miro hacia el futuro. En otras ocasiones despierta mi curiosidad. Qué será capaz de hacer el hombre en los años venideros.

A principios del siglo XX poseer una radio de galena era un milagro. El salto que se ha producido en cien años ha sido trepidante. La espiral de conocimientos y nuevas técnicas que se ensancha y abarca todos los campos de la ciencia, no cesa. Quizás es por lo único que me apetecería estar un ratito más transitando los caminos de la vida. Me gustaría conocer de primera mano un tele transportador, más de espacio que de tiempo. Viajar en el tiempo es atrayente, no cabe duda, viajar en el espacio es prácticamente imprescindible. Alguien tiene que inventar el aparato que nos permita acceder en breves instantes al lugar y con las personas que queremos estar.

¿Os imagináis? Tener la opción de entrar en una cabina semejante a la de un ascensor y pulsar destino. Ir a desayunar con un amigo a seis mil kilómetros y volver a comer a casa. Pasear las calles de Nueva York en la mañana, cuando la ciudad apenas despierta. Internarse en la selva durante un día de aguacero, los sentidos alertas, auscultando el latido de los seres que la habitan. Percibir el olor salitre del lodo y las hojas. Contemplar las cataratas Victoria. Adentrarse en el desierto. Acudir al cumpleaños de un ser querido. Quedar para tomar una copa en la otra punta del mundo o en un pueblito más o menos cercano, tan lejos en distancia de horas el primero como el segundo. Incluso desplazarse en la propia ciudad, de barrio a barrio en menos que canta un gallo.

Viajar sin necesidad de aviones, trenes, autobuses, metros, coches. Sin tiempos de espera ni equipaje. Presentarnos por sorpresa en la cena de un amigo, en la presentación de un libro. Acudir a una fiesta en cualquier ciudad distante de la nuestra. Auxiliar a quien lo necesita en los malos momentos y disfrutar de los buenos. Estrechar una mano, dar un abrazo, brindar, acunar, vibrar…

Podríamos hacer algo tan sencillo como, por ejemplo, después de cocinar un plato rico, bien hecho, compartirlo a través de un ¿electrodoméstico? más de nuestra casa. Podría parecerse a un microondas o a un montaplatos. Dar el código y mandarlo a cualquier destino.

Acompañar a un enfermo en sus tardes solitarias. Echarse una partida de mus con algún viejo colega. Participar en la brevedad del instante. Saborear la dulce compañía que alborota los pulsos trepidando en las venas.

¡Qué satisfacción! Mandar un libro, un ramo de flores, o la bufanda que se quedó olvidada en el sofá. Algo tan sencillo como estirar la mano y acceder a los seres queridos que nos den entrada en su casa, que se citen con nosotros, coleguitas en la aventura de vivir. Qué bueno sería…

Todo tiene su contra. Está el peligro de que lo utilicen “las fuerzas del mal” para sus negros fines. Los mayores avances se han hecho en tiempos de guerra, fría o caliente, para espiar, dominar, aplastar y derrotar al enemigo. ¿Tendría este invento un origen o uso funesto para la estabilidad del planeta? Es un riesgo que hay que asumir…

Compartir, una de las mejores cosas de la vida. Podemos tener lo más deseado a nuestro alcance. Si se tiene en soledad, pierde todo su valor. Compartir una buena peli, un sueño, un proyecto, una esperanza, la dura realidad, el día a día, la quietud, el silencio.

A veces me dan vértigo los años por vivir… En consecuencia, pienso en los que están en el comienzo. Para ellos imploro un tiempo sereno, ni mejor ni peor que el nuestro. Un tiempo donde puedan desarrollar iniciativas, talentos. Un tiempo donde puedan vivir lo bueno y lo malo, lo finito, la dulce cotidianidad, la exaltación del deseo satisfecho, la borrachera de los sentidos, la quietud, el éxtasis, el esfuerzo recompensado. Donde puedan disfrutar de cada etapa. De lo bueno, lo mediano, lo imperfecto. Que este irregular camino de la vida les lleve al buen puerto de escribir, o pensar, de aquí a unos años, lo que yo escribo en estos momentos.

Será señal de que el viento llevó su nave por buenos derroteros, que sobrevivieron a las tempestades y escaparon del naufragio capitanes de sus sueños.

Tiernas ramas que os mecéis en el árbol, descubrís estrellas, aventáis sonrisas y estrenáis luceros, que soñáis mañanas y rompéis silencios con voz de nácar. El futuro, es vuestro.



martes, 1 de diciembre de 2015

Elevación nº 11



Puedes ser lo que quieras ser. Tus alas pueden batir tan alto, como, y hacia donde tu impulso te lleve. Nada importa lo que otros digan ni lo que alimente tu febril delirio de muchacho inocente, débil, esclavo del tiempo y las circunstancias.

Excusas torpes para no alcanzar tu meta. Ejemplos a millares llenan las vidrieras de tus ojos. Míralos,  hacen lo que un día soñaron.

¿El camino? La voluntad, el trabajo, la entrega, el entusiasmo, la pasión. Son las herramientas, los aliados, los peldaños de la escalera que te conducen a ser tú mismo. Fiel a tu esencia. Sin menoscabo ni engaño. Sin subterfugios ni trampas que cercenen tu cabeza, las ganas de soñar y hacer realidad la certeza forjada en las entrañas como una explosión radiante de ondas superpuestas.  El poder lo detenta tu alma inquieta.

Conozco a tantos que lo lograron…y a otros tantos más, que esconden la testa enturbiados por la certeza de masacrar sueños. Indolentes. Perdidos en la pelea que disputaron contra sus propias ideas. Enemigos de ellos mismos. Deslizándose por la pendiente inconclusa. Labores deshechas en torpes designios de olvido. Látigos que fustigan con carencias por no haber sido capaces de desarrollar sus quimeras.

Quién o qué designio condena a trepar hasta la cúspide o desfallecer en la senda. Ni culpables ni rendidos. Cada cual haga lo que mejor entienda. Dueños de sus vidas y sus haciendas, desplegados en arboladura al impulso de sus velas.

Ni vencedores ni vencidos, solamente, supervivientes en la contienda.

 

 

sábado, 31 de octubre de 2015

Mundo desquiciado



Esta sociedad aberrante donde se mantiene a los viejos esclavizados a sillas de años sin vida, alimentados por embudos de desesperación, embutidos por miles de pastillas.

Fármacos que las empresas se encargan de promocionar para que sus mejores clientes sigan aportando ganancias multimillonarias.

Es un mundo alienado éste, donde los animales viven mejor que las personas y mueren mejor que las personas.

Mundo desquiciado y mezquino, insolidario y brutal, donde los políticos TODOS, engarzan utopías en palabras engañosas y brillantes, lejos de la realidad que machaca, divide y extermina, a diario, tantas vidas.

Mundo trastornado que olvida el hambre y se inventa batallas sin fronteras.





jueves, 24 de septiembre de 2015

Resonancia



Hay seres humanos que reconocemos entre la multitud como propios. Forman parte de nosotros. Sin apenas intercambiar palabra nos vemos reflejados en ellos. Empatía dicen que se llama. Resonancia dicen otros. Una ley física aplicable a cuerpos en sintonía.

Son estos encuentros los que me despiertan del letargo aturdido que me mueve entre la corriente que puebla el mundo.

Cualquiera podría ser uno de ellos, si forzamos una conversación, si la casualidad hace que nos encontremos en alguna situación peculiar que nos lleve a intercambiar tiempo y esfuerzo en un proyecto común. Puede suceder.

En la realidad no ocurre así; como seres sociales que somos, podemos interactuar prácticamente con todos los humanos del planeta. Si desarrollamos las dotes diplomáticas que poseemos, si forzamos la voluntad y esbozamos una sonrisa, si escuchamos atentos, todos y cada uno de los seres que habitan este mundo tienen mucho que aportar. Algo que enseñar y algo que aprender.

Esto dista mucho del sentimiento que nace sincrónico entre dos seres, que al margen de los años, la edad, el sexo, el estatus social o las circunstancias, reflejan nuestros ojos en su espejo, conecta la piel, y el cerebro abraza la esencia.

Es un canto a la vida lo que surge de la comunión de las almas. Sincronizadas en el mismo ritmo lenguaje y percepción, brindan en la copa del tiempo la dicha de encontrarse.

Atraídos sin saber por qué, nos identificamos, seres del mismo universo, estrellas procedentes de la misma galaxia, inteligencias al desnudo que inundan la corteza neuronal del otro haciéndose cómplices en lo eterno.